“Bien está, sí, el
diálogo, como primer instrumento de comunicación (…)” pero quienes elevan
el diálogo a categoría absoluta corren el riesgo de ser derrotados por
los que presionan con la fuerza de los hechos consumados.
Daladier y Chamberlain creyeron que debían dialogar con
Adolfo Hitler tras la anexión por el Reich de los Sudetes y el Anschluss y el
resultado fue la invasión de Polonia, y de la mayor parte de Europa, la guerra
mundial y el caos. “Renunciasteis al
honor para tener paz y ahora no tendréis ni paz ni honor” les reprochaba Sir Winston Churchill a aquellos ingenuos enamorados del diálogo.
Ante la ofensiva separatista de los nacionalistas catalanes,
Mariano Rajoy parece más inclinado a emular a Chamberlain que a Churchill. Sólo
así puede entenderse que ante el constante y abierto desafío a la legalidad
vigente, ante la descarada desobediencia de las sentencias judiciales, ante la bravuconería
y chulería del Gobierno de la Generalidad y ante la quiebra del Estado de
derecho en una parte querida de España, el Presidente del Gobierno reaccione
con una nueva invitación al diálogo con el agresor.
No hay nada de qué hablar con quien amenaza abiertamente con
romper la convivencia y atentar contra la soberanía de la nación española. Con
los que chantajean al Estado y se burlan de la ley no se dialoga, se aplica la
ley, con todas sus consecuencias. Hacer lo contrario constituye un síntoma de
debilidad alarmante y un precedente extremadamente peligroso, además de una
colosal injusticia y agravio comparativo con el resto de los españoles que
cumplimos la ley.
LFU