El cinismo, o tal vez la fragilidad de la memoria, nos
presenta hoy a Alfredo Pérez Rubalcaba como un gran hombre de Estado al que se
despide como a los buenos toreros, con una gran ovación y el olvido de sus
tardes negras.
El mismo Rubalcaba que hizo el trabajo sucio en aquella
terrible jornada de reflexión de marzo de 2014, el que sirvió de escudero al
infame Zapatero durante sus dos legislaturas, el que ha sido capaz de justificar
y defender tripartitos, aborto libre y educación para la ciudadanía, ayer era
despedido por tirios y troyanos –y cómo no, por el cursi pomposo de Posada, como
un gran prócer de la democracia.
Me quedo con el Suum cuique
tribuere de Ulpiano y líbreme Dios de juzgarle, pero sus actos y dichos están
en la hemeroteca. No derramaré una
lágrima por un político que tanto daño a hecho a nuestra nación por mucho que lo
que haya de venir sea peor.
Pero la pura verdad es que Rubalcaba se va, porque Pablo Iglesias le echa. La izquierda se está echando al monte encendida por la mecha del sectarismo que
prendió el infame con su escudero. El
hijo se revuelve contra el padre y lo aparta, porque la semilla del odio acaba
dando sus frutos podridos. Descanse en paz.
LFU