(Artículo publicado el pasado sábado 14 de septiembre de 2013 en ABC)
«Todos los españoles amamos a Cataluña. Sólo un grupo enaltecido por el egoísmo ha decidido traicionar sus raíces, despreciar su historia, desafiar la legalidad y lanzarse hacia la nada»
No quisiera remontarme a un hecho que tuvo en mi vida una importancia esencial. Se trata de recordar una circunstancia que dio origen a mi inconmovible patriotismo. Es un recuerdo puntual, pero válido en circunstancias como las que atravesamos. Contemplo a mi abuelo –que tenía por cierto, cuatro años menos de los que yo cuento hoy– llorando, abrazado a un aparato Telefunken que difundía a las ondas la noticia increíble para algunos de la Declaración del Estado Catalán. Era el 6 de octubre de 1934.
Ahora contemplando el fervor a la tribu de una considerable minoría de catalanes, palpita mi corazón y siento un escalofrío imparable. Estamos en una circunstancia aún más grave que la que atravesó España en 1934 pero ahora con menos recursos dialécticos, con infiltraciones inverosímiles de otras posiciones históricas y con la valoración exagerada que se hace de grupos minoritarios contrarios a la esencia de España. ¿Es posible que en el tiempo en que vivimos, en el que los grandes espacios tienden a la globalización y en el que se tratan de igualar las enormes diferencias que separan a los pueblos, puedan existir los que, insensatamente, apoyan la ruptura de un baluarte que durante siglos tuvo su independencia y su unidad y se inclinó siempre ante las banderas del honor y de la libertad?
La tercera de García de Cortázar «Reaccionarios en Cadena» con el que tantas veces modestamente he disentido, da fuerza a mi queja, a mi amargura y a mis palabras dolientes. Se trata de un artículo admirable y extraordinario, profundo y ejemplar y merece tener consecuencias en estos espacios pálidos y vacíos donde los españoles se preocupan más de las modas, de los modos y de los caprichos deportivos que de la propia existencia de España. Yo quiero unirme desde aquí a García de Cortázar en la defensa de esas ideas esenciales y así lo proclamo sin limitación alguna.
Vargas Llosa también ha afirmado con rotundidad que el independentismo no es otra cosa que un regreso a la tribu. He escuchado la opinión de muchos venerables supervivientes de otro tiempo. Se horrorizan y hasta llegan a pedir la cercanía de la muerte. Les duele tanto España que si ya que no pueden combatir, pretender trasladar sus últimas quejas al Dios Omnipotente sirviéndose incluso de la cercanía de su última hora.
Nadie niega la personalidad de una tierra a la que yo he amado siempre, que ofrece un haz de virtudes ciudadanas que posiblemente no conozcan otras regiones. Un sentido elegante de la medida, del respeto mutuo, una gran sensibilidad hacia lo bello, un respeto a una tradición y a un profundo sentido estético que también ahora pretenden conculcarse. Poco puedo hacer yo para combatir este desastre, pero quedaría en mi corazón un amargo hueco si no clamara en mi independencia para advertir que nos encontramos en una situación límite y que el gobierno tiene la obligación histórica y moral de poner diques definitivos a esta penosa algarada situacional. He hablado, precisamente hoy, con un grupo de amigos catalanes que están escandalizados. Yo diría que nunca como hoy sienten ardiendo la sangre de sus corazones. Querrían morir por la unidad de España y no son palabras convencionales, ni actitudes de emergencia, ni miedos colectivos, ni refugios dialécticos. La muerte y la gloria campean sobre unas gentes siniestramente doloridas, atacadas en su raíz, vapuleadas en sus creencias, insultadas en sus costumbres, negadoras de la verdadera realidad de esta magnífica tierra que se llama Cataluña.
Yo he amado siempre a esta tierra española, lo hice desde que escuché a José Antonio Primo de Rivera la mejor de las alabanzas en la que ponderaba el equilibrio, el sentido de la historia y la verdadera personalidad de Cataluña. ¿Es posible que ésta voz de arrebato, unida a tantas como las que hoy se producen en el espacio español, no sirva para detener este inmenso desastre? ¡Cataluña es España!
Todos los españoles amamos a Cataluña. Sólo un grupo enaltecido por el egoísmo, por la pasión sectaria y por una animadversión patológica ha decidido traicionar sus raíces, despreciar su historia, desafiar la legalidad y lanzarse hacia la nada. Yo alivio mi conciencia uniéndome, ya muy lejos, a las lágrimas de mi abuelo que posiblemente contemplará consternado el abismo histórico que quieren abrir los que tiene el corazón corrompido, la voluntad maniatada y el alma aprisionada por el egoísmo y la cobardía. No quiero pronunciar el antiguo grito que recuerda mi corazón juvenil: «Ahora o nunca», pero confieso que me siento inclinado a aceptar, ante el radicalismo desafiante, otras soluciones de emergencia.
¡Por España, por su unidad y por su vida!
"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
16 de septiembre de 2013
13 de septiembre de 2013
Rajoy y el error Chamberlain
Entre
tanto ruido mediático provocado por el nacionalismo separatista catalán, llama
la atención el permanente silencio en el que se mantiene el Presidente del
Gobierno español. Sabemos que Rajoy es partidario de exponerse lo justo,
consciente de que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de palabras y
de que, en no pocas ocasiones, el mero transcurso del tiempo acaba resolviendo
muchos problemas que, a corto plazo, se antojan irresolubles. Pero mucho me
temo que, en este caso, tal exceso de prudencia puede salirnos muy caro a los españoles.
No
faltan precedentes en la Historia de gobernantes que prefirieron adoptar un
perfil bajo ante la agresión del nacionalismo antes que mostrar una actitud de
firmeza. Fue el silencio y la prudencia mal entendida de Francia e Inglaterra
los que permitieron a Hitler convertirse en el amo
de una Europa castrada por la debilidad del pacifismo británico y francés. El
silencio ante la anexión de Austria y la invasión de Checoslovaquia en 1938, y
el vergonzoso pacto de Munich de septiembre de ese mismo año entre Chamberlain,
Daladier y Hitler para solucionar la crisis de los Sudetes, no fueron otra cosa
que la antesala del infierno.
Cierto es que los silencios de Rajoy ante la
chulería nacionalista evitan que se eleve el clima de tensión a corto plazo,
pero no lo es menos que, como sucediera en la Europa de los años 30, el
nacionalismo se crece ante la debilidad de su oponente –nada menos que el
Gobierno de España- que parece hacer dejación de sus responsabilidades. El espectáculo de ver unos encapuchados
quemando impunemente una bandera nacional sin que la fuerza pública intervenga,
la descarada y abierta chulería del independentismo reivindicando un Estado
propio, la intoxicación masiva y constante de la población con una mitología
histórica perfectamente comparable al mito de la superioridad de la raza aria y
la clamorosa impunidad con la que el gobierno catalán incumple abiertamente las
resoluciones de los Tribunales y desafía la legalidad vigente, tan sólo han
merecido el silencio del Presidente cuando no la estúpida declaración de algún
ministro hablando de encajes, comprensiones y comodidades, de la misma forma
que el padre le compra al niño mimado lo que quiere para que no le dé la
tabarra. Estoy seguro de que Chamberlain también quería que Hitler se encontrase a gusto y encajase en Europa, pero todos sabemos
el precio que Europa tuvo que pagar por sus silencios.
Rajoy corre el riesgo de repetir el error
Chamberlain. Mientras los separatistas siguen al pie de la letra un plan
perfectamente urdido cuyo horizonte es la ruptura de la unidad de España, y no
reparan en utilizar los fondos públicos en el desafío a la legalidad, los miles
de catalanes que aún se sienten españoles no sienten cercano el aliento de
España. Saben que el Estado de Derecho en Cataluña se ha convertido en una
ficción y que proclamar abiertamente la españolidad de aquella tierra requiere
dosis importantes de heroísmo. La incertidumbre con la que miran el futuro no
encuentra eco alguno en el Gobierno de España, cuyo único plan ante el desafío
de los buitres es ponerse de perfil y
aguardar a que escampe.
Me temo que ya es tarde para poner parches,
pero es imperativo y urgente el diseño de un plan de choque contra la marea
secesionista que haga sentir la presencia de España en Cataluña y permita que
los miles de catalanes ahora agazapados alcen la cabeza para pronunciar con
orgullo el nombre de España. Los españoles queremos que nuestro dinero se
utilice para defender lo que es nuestro y Cataluña es España. No hacer nada y
hacer de don Tancredo ante esta gravísima embestida no es táctica ni
estrategia. Es una gran cobardía que todos los españoles pagaremos muy caro.
LFU
5 de septiembre de 2013
El Señor de las Almendras
Nunca supimos su nombre. Para nosotros fue siempre -y lo seguirá
siendo en nuestro recuerdo- “El Señor de las Almendras”. ¿Quién quería más
almendraaas? ¡Qué almendras más bueenaaas! ¡Están tostaitas, muy ricas las
almendras! ¡Almendraaas! ¡Qué almendras más bueenaas!. Este repertorio y su
grave tono de voz, forma ya parte indeleble del arcano de la memoria de los veraneantes
asiduos a la playa de Nerja.
Tan sólo en una ocasión hablé con él de cuestiones ajenas a
su negociado, tras haber echado de menos mis hijas su exquisita mercancía durante varios
días. Me contó entonces que venía cada mañana de Almuñecar, donde vivía, que su
mujer y su hija pelaban y tostaban las almendras en casa y él se hacía los
veintitantos kilómetros en una modesta mobilette para recorrerse la playa de punta a
punta para ganarse la vida. Vestido siempre con decoro, sombrero de paja, pantalón
largo y camisa de algodón. Ninguna concesión a la moda o a la comodidad. Armado con su cesta repleta de exquisitas almendras, del bolsillo de su camisa asomaban las cuartillas que con gran destreza convertía en un segundo en cucuruchos que servían de
recipiente a las tostadas, saladas y deliciosas almendras, hacía cada mañana las
delicias de grandes y pequeños y causaba no pocos trastornos a la hora de las
comidas cuando nunca faltaba una madre reprochando a su hijo inapetente las
almendras que se había zampado en la playa.
Yo, al igual que el resto de mi familia, era uno de sus
clientes fijos. Él lo sabía y nos buscaba con disimulo ralentizando el paso
cuando llegaba a nuestra altura. Parece que estoy viendo a mi hija mayor sentada
en la arena, cucurucho en mano, ojos cerrados y comiéndose las almendras al
arrullo de las olas. Hace dos años, el Señor de las almendras comenzó a
espaciar sus visitas y fui consciente de que los años se le estaban echando
encima. Decidí entonces inmortalizarle con mi cámara, quizás pensando que algún
día mis hijas querrían recordar su entrañable figura y yo escribiría algo sobre
él.
A principios de agosto, paseando por la calle del Príncipe
en Vigo me topé con una estatua de tamaño real dedicada a un viejo vendedor de
periódicos que voceaba la prensa diaria en aquél mismo lugar que ahora ocupa en
bronce. Ha pasado el primer mes de agosto en muchos años sin haber visto pasar
al señor de las almendras por la playa de Burriana. Ignoro cuál ha sido su
suerte, pero mucho me temo que su voz y sus almendras, sus paseos por la playa con
esa indumentaria desafiando al sofocante calor ya forman parte de nuestro
recuerdo. Y pienso en que la inconfundible
figura el Señor de las Almendras merecería figurar en bronce en el paseo
marítimo de la playa de Nerja, como recuerdo perenne de una estampa antigua que
forma ya parte integrante de su pequeña historia.
Mientras tanto, aquí va mi humilde homenaje al entrañable Señor
de las Almendras.
LFU
1 de septiembre de 2013
Alegría post-vacacional
A punto de regresar al trabajo, trato de aislarme de las noticias recurrentes con las que, cada año por estas fechas, llenan periódicos e informativos. Más que una frivolidad, hablar del síndrome post-vacacional con cinco millones de parados y tantos jóvenes sin esperanza, es de una colosal insensibilidad.
Este verano he tenido la suerte de conocer a un matrimonio admirable. Ingenieros de Caminos los dos, él perdió su trabajo hace cinco años con el inicio de esta maldita y eterna crisis. Decidieron ambos que, ante las escasas perspectivas de trabajo, él estudiaría la dura y dificil carrera de farmacia con el fin de lograr a medio plazo un sustento para la familia y quizás, un futuro para sus hijas. El pasado mes de julio, con 49 años, términó la carrera de farmacia en cuatro años y con treinta matrículas de honor y con el cariño y enorme admiración de su mujer y de sus hijas y se puso manos a la obra enviando su currículo por doquier. Ni que decir tiene que mi amigo vuelve de sus exiguas "vacaciones" con el depósito lleno de esperanza y deseando abrir el buzón por si ha recibido alguna contestación a su ofrecimiento que haga que sus mañanas sean más luminosas y sus atardeceres, menos inquietantes. Para personas como él, oír hablar del síndrome post-vacacional, debe resultar más que un sarcasmo, toda una crueldad.
Así qué yo, tras unas privilegiadas vacaciones en las que he podido disfrutar de toda mi familia cruzando la piel de toro de norte a sur, tras haber navegado a placer con mi pequeño Azorín y haber leído tres libros que merecen la pena, sólo tengo motivos de alegría y esperanza para entrar mañana en mi despacho y dar muchas gracias a Dios por saber que la luz que entra por mi balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que me ha sido asignada en la armonía del mundo.
Un abrazo a todos
LFU
Este verano he tenido la suerte de conocer a un matrimonio admirable. Ingenieros de Caminos los dos, él perdió su trabajo hace cinco años con el inicio de esta maldita y eterna crisis. Decidieron ambos que, ante las escasas perspectivas de trabajo, él estudiaría la dura y dificil carrera de farmacia con el fin de lograr a medio plazo un sustento para la familia y quizás, un futuro para sus hijas. El pasado mes de julio, con 49 años, términó la carrera de farmacia en cuatro años y con treinta matrículas de honor y con el cariño y enorme admiración de su mujer y de sus hijas y se puso manos a la obra enviando su currículo por doquier. Ni que decir tiene que mi amigo vuelve de sus exiguas "vacaciones" con el depósito lleno de esperanza y deseando abrir el buzón por si ha recibido alguna contestación a su ofrecimiento que haga que sus mañanas sean más luminosas y sus atardeceres, menos inquietantes. Para personas como él, oír hablar del síndrome post-vacacional, debe resultar más que un sarcasmo, toda una crueldad.
Así qué yo, tras unas privilegiadas vacaciones en las que he podido disfrutar de toda mi familia cruzando la piel de toro de norte a sur, tras haber navegado a placer con mi pequeño Azorín y haber leído tres libros que merecen la pena, sólo tengo motivos de alegría y esperanza para entrar mañana en mi despacho y dar muchas gracias a Dios por saber que la luz que entra por mi balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que me ha sido asignada en la armonía del mundo.
Un abrazo a todos
LFU
27 de agosto de 2013
El mar y no pensar en nada
Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde... El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada...
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar nada...!
Manuel Machado
30 de julio de 2013
"El despertar de la señorita Prim"
Título: El Despertar de la señorita Prim.
Autora: Natalia Sanmartín Fenollera.
Editorial: Planeta.
Año:2013.
Autora: Natalia Sanmartín Fenollera.
Editorial: Planeta.
Año:2013.
Resulta difícil
calificar en justicia esta novela, pero dado los buenos ratos de lectura que me
ha brindado, sería ingrato por mi parte no proclamar que parece haber sido
escrita en un permanente e insólito estado de gracia.
El hilo
conductor -una aparente amable historia de amor y costumbres- alberga,
premeditadamente, ovillos que conducen a cuestiones de mucha altura, certeramente
enredados en un argumento claro y bien escrito, desarrollado no sólo con
inteligencia, más aún, con un muy acabado encanto femenino.
La autora dosifica
con gracia e ingenio la trama: sencilla, lineal, razonablemente previsible pero
no por ello sin interés. El acontecer de
la protagonista en el peculiar pueblo, plantea hábilmente, sin pedantería y con
una dosificada pertinencia cuestiones claves de la vida moderna y de toda época:
la educación de los hijos, la libertad educativa, el trabajo de las mujeres,
las relaciones entre hombres y mujeres, el matrimonio, en fin, aborda con
naturalidad las bases de la organización de toda comunidad.
Y todo ello, sin
que la trama argumental se resienta, sin que las erudiciones literarias, litúrgicas,
gastronómicas, teológicas y de toda índole que pueblan el texto resulten
inapropiadas o pesadamente discursivas, sino por el contrario, acaban resultando
perfectamente naturales y adecuadas a la realidad que la novela plasma.
Lo ignoramos
todo de la autora, salvo que su talento es innegable y que ha tenido el acierto
de plantear con belleza, clara razonabilidad y encanto innegable una
cosmovisión alternativa, la tradicional católica, al discurso que Occidente lleva
insuflando desde la Revolución Francesa y que, definitivamente, parece que ha
perdido parte de su capacidad de seducción, pese haberse impuesto al no existir,
de momento, alternativas viables.
La cuestión que
no resulta fácil de dilucidar es si la novela plantea una utopía arcaizante y
atractiva como un refugio o huida de la modernidad (concepto en sí
antitradicional y opuesto a un entendimiento católico del mundo) o por el
contrario es una acertadísima y audaz llamada de atención del malestar que
sienten muchas mujeres y hombres del presente, que no se resignan a aceptar las
servidumbres de nuestra sociedad opulenta, desigual e infeliz. No sería
exagerado decir que el texto admite más sugerencias e interpretaciones a las
aquí expuestas y que seguro que pueden ser tanto o más pertinentes.
Juzguen ustedes
mismos y disfruten de esta obra femenina y singular, que está llamada a ser un
clásico de nuestro tiempo.
César
Utrera-Molina Gómez
Julio 2013.
25 de julio de 2013
El 18 de julio. Por José Utrera Molina
(Reproduzco a continuación el contenido íntegro del artículo publicado hoy, con algunos recortes, en la Gaceta)
Hay quienes afirman, con
toda razón, que envejecer no es otra cosa que quedarse sin testigos. Yo quiero
declarar aquí con toda firmeza que fui testigo del inicio del Alzamiento
Nacional el 18 de julio de 1936. Tenía sólo 10 años, pero el alboroto, el
sobresalto y la anarquía llegaban por aquel entonces a las proximidades de mi
casa. En esa tarde del 18 de julio permanecí en mi pequeño jardín con un íntimo
amigo que se llamaba Enrique Morante Villegas que años después y a edad muy joven,
marchó a la División Azul y que murió hace unos meses no sin antes haberme
visitado para despedirse de mí cuando el ya consideraba próxima su muerte y
entregarme el cuaderno con las efemérides militares españolas que tuvieron
lugar en las tierras de Rusia.
Aquella tarde
comenzamos a escuchar disparos que él atribuía a fuegos de artificio. Yo, sin
embargo, le dije que me parecía que eran tiros. Pasados unos minutos
abandonamos nuestros juegos y sólo unas horas después, Enrique Morante tuvo que
presenciar el asesinato de su padre que fue arrojado por un balcón de la
vivienda que habitaban por una milicianada enardecida y rencorosa. Por cierto,
los anales de mi memoria, todavía no deteriorados me recuerdan aquel joven
compañero mío que nunca tuvo una palabra de rencor y de odio hacia los que
habían asesinado a su padre y a muchos de sus familiares.
Mantenía una actitud de
fidelidad a nuestros símbolos primeros. Él y yo habíamos pintado en la fachada
las flechas rojas que unos amigos mayores nos habían mostrado. Nos parecía
entonces que llevábamos a cabo una heroicidad.
El 18 de julio que yo
presencié en Málaga fue una explosión revolucionaria donde el eco del rencor y
la muerte invadió toda la ciudad. Todas las noches, desde mi casa, oíamos los disparos de un lugar cercano donde cada
noche caían fusilados cientos de malagueños. Recuerdo, porque son instantes que
atraviesan el corazón en mi memoria, las largas colas de mujeres y hombres que
iban a ensañarse con los cadáveres que estaban allí amontonados. Mis ojos no
daban crédito a lo que acontecía delante de nosotros. Pocos días después, el cadáver del Capitán Huelin
que heroicamente mandaba una compañía que intento liberar Málaga, fue expuesto
desnudo con un crucifijo en sus partes más íntimas. Puede decirse sin temor a
equivocación que el odio había invadido por completo a una parte importante de
la ciudad. No entro a considerar las razones de aquellas huestes bárbaras y
devastadores. Posiblemente era el resultado de muchos años de escandalosa
injusticia social aventado por los comisarios políticos de la Komintern. Pasado
el tiempo, con una perspectiva serena, los datos e imágenes que entonces
habíamos conocido de manera directa se convirtieron en motivos de reflexión.
Pasados siete meses, Málaga
fue liberada de aquella situación insostenible. España entera había sufrido
análogas y dramáticas circunstancias. Ya se había declarado una guerra entre
hermanos y en las trincheras unos alababan la patria y otros maldecían su
existencia. Yo defiendo con toda mi alma la justicia de aquél alzamiento
militar. No niego que hubiese razones en las que el bando contrario encontrase una
justificación de sus posiciones, pero lo cierto es que España estaba dividida
en dos mitades irreconciliables y no era posible la paz.
El Alzamiento no fue un
intento grosero de liquidar al oponente sino una necesidad imperiosa de
defender a la patria y a le fe frente a quienes las perseguían con saña
inusitada quemando iglesias, asesinando brutalmente a religiosos y seglares y exaltando
la Unión Soviética frente a la propia patria. No se trataba de aniquilar a los
vencidos sino de incorporarlos en un proyecto nuevo de fraterna colaboración. El propósito del movimiento nacional no fue
otro que rescatar a España del riesgo cierto de caer en manos del comunismo
libertario que amenazaba con aniquilar el alma milenaria y cristiana de
España. Ante esa situación, españoles de
muy diversa condición se unieron en la defensa de Dios y de España en torno al
Ejército, la Falange y el Requeté, haciendo de su vida una generosa ofrenda que
difícilmente pueden llegar a comprender y apreciar los jóvenes de hoy.
Para mí, que era
entonces muy pequeño pero que conocía ya la muerte de muchos de mis familiares
en uno y otro bando, el 18 de julio fue al principio una espina que atravesaba
mi corazón sin paliativos, pero hoy es un recuerdo vigoroso y gallardo, sobre todo frente a los que se empeñan en
extender día tras día, a través de medios de comunicación, la gran mentira sobre
el movimiento nacional y el 18 de julio. Nadie niega que aquella situación fuera
durísima y que en una parte y en la otra se produjeran situaciones
injustificables. Pero no perdamos nunca
de vista que la idea de la salvación de España estuvo en un lugar mientras que
en el otro, su destrucción y su aniquilamiento eran consignas que se trasmitían
a través de los micrófonos y de los medios de comunicación. El clamor extendido
en Madrid del ¡Viva Rusia! y el ensalzamiento del materialismo marxista, fueron
las claves que explican que España tuviese que ofrecer al mundo en holocausto
el perfil sangriento de la primera derrota del comunismo internacional. Así lo
reconoció con honestidad el propio Julián Besteiro poco después: “La verdad real: estamos derrotados por
nuestras propias culpas: estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado
arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que
han conocido quizás los siglos...”.
Hoy, que conmemoramos
algunos que aún permanecemos de pie aquella efeméride trágica, pero
trascendente y liberadora, pedimos a Dios que no vuelvan otra vez tiempos de
ensañamientos y de beligerancias sino que nos incorporemos de verdad a una
tarea común con olvido de trágicas situaciones superadas.
Reina la paz en España,
pero en el horizonte de nuestra patria están cuajando densos nubarrones en los
que aflora la mentira, la falsedad y la injusticia. Ayer mismo, en el trascurso
de un espacio para hablar de la guerra civil se afirmaba nada más y nada menos
que los muertos de un bando habían sido superiores a los del otro, pretendiendo
enfrentar a los muertos de ayer con el recuerdo de los testigos de ahora. Si hubo un grito unánime y vigoroso en
aquellos días aciagos de mi infancia fue el de ¡Arriba España!. Aquel grito era la manifestación de una
voluntad colectiva de levantar a España de la ruina y la destrucción hacia la
realidad confortadora de una España unida en paz, proyectando estos
sentimientos hacia el futuro. Yo he servido estos ideales durante los años que
duró el Estado del 18 de julio. No he traicionado su espíritu, he comprendido
su justificación y sobre todo, en mi memoria limpia y en muchas ocasiones
rejuvenecida, permanece viva la imagen de un hombre atrozmente asesinado en las
tierras de Alicante que se llamó José Antonio Primo de Rivera, líder juvenil,
apuesto y gallardo de una minoría que engrandeció los límites de su proyección
política y la del conductor de un pueblo en marcha que se llamó Francisco
Franco, que levantó a España de una postración secular proyectándola hacia un
futuro en paz y prosperidad.
Declaro aquí, una vez
más, mi lealtad al espíritu del 18 de julio y aspiro a que algún día los españoles
comprendan el necesario sacrificio de aquel grupo de hombres que alzó sus
estandartes y banderas soñando y amando la verdadera libertad de España, por la
que combatieron con espléndido sacrificio e indudable heroísmo.
JOSE UTRERA
MOLINA
Abogado y Ex
ministro
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