España se encuentra en una encrucijada histórica por muchos motivos, con problemas de una dimensión y gravedad que hacen más relevantes estas elecciones.
Resulta
difícil de negar que el cambio de época del que muchos hablan tiene una
traducción política evidente que está produciendo una renovación inesperada del
panorama político occidental, otrora estable y predecible. En EE.UU. la
irrupción del Presidente Trump ha cambiado las dinámicas de décadas de la
política estadounidense. Brasil pasó de la izquierda filochavista de Rousseff a
una derecha sin complejos con Bolsonaro. En Francia desapareció el partido
socialista en un sólo sexenio y un presidente con partido propio y sin historia
ha pasado a dirigir el Elíseo. Italia abandonó abruptamente el consenso
socialdemócrata y Hungría y Polonia plantean la reivindicación de sus raíces
nacionales frente a una política europea, en exceso uniforme, una de las causas
del Brexit.
España
se encuentra en una encrucijada histórica por muchos motivos, con problemas de
una dimensión y gravedad que hacen más relevantes estas elecciones. Sólo aquellos
con un conocimiento limitado o una visión sectaria del Catolicismo pueden
sorprenderse de que prelados y fieles se pronuncien sobre la conveniencia de
votar una u otra opción política. De forma llamativa, el cambio de época
plantea una alternativa radical y excluyente de conceptos que se hallan en el
centro de la civilización occidental gracias al Cristianismo: los verdaderos derechos
humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia
de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento
de la responsabilidad de los hombres por su conducta.
Ante la
magnitud del reto que viene sorprende que el análisis de una parte de la ¿inteligencia
católica? ante el 28 A se posicione con las fuerzas políticas responsables de
muchos de los problemas actuales. Estos juicios que parten de rancios
prejuicios ideológicos coinciden en avisar de los posibles riesgos que puede
suponer Vox, sin crítica apenas a las otras opciones, y ello cuando Vox
claramente hace suya la defensa de los principios básicos de la civilización
occidental. Así, el nítido patriotismo de Vox se moteja de nacionalismo; la
defensa decidida del Estado de Derecho, base de la paz social, se crítica como
opción excluyente al diálogo; la recuperación de las mejores tradiciones se
confunde con la construcción de muros; y la posición firme sobre la inmigración
ilegal se descalifica sin ofrecer una alternativa razonable más allá de un
buenismo abstracto ajeno a la dolorosa experiencia de otros países en esta
cuestión.
Pese
a todo el ruido anterior, el católico español no se distingue del votante medio
en España que recibe con ilusión y esperanza, la irrupción de Vox y hace caso
omiso de “pastorales” ancladas tristemente en los 70. ¿Porqué? Vox reivindica,
sin complejos, el valioso patrimonio que el resto del arco político, comenzando
por el PP, no sólo no ha protegido, sino que ha atacado con saña digna de mejor
causa. Del PP a Podemos con los nacionalistas siempre detrás, se ha atacado o
dejado atacar, una y otra vez, a la familia, a la propiedad privada a través de
la presión fiscal, a la dignidad humana indefensa ante la investigación
científica o la voluntad individual, se ha relegado el principio de igualdad
ante la ley para beneficiar a poderosas minorías y la unidad de España ha
quedado expuesta a la rapiña interesada del juego político.
Muchos hemos
entendido que los protagonistas políticos de ayer caducaron, que la venta de
sus productos dejó de tener interés desde que fuimos testigos de que cuando
España ha estado a punto de romperse, sólo el Rey, aislado, defendió con
claridad España. Nuestra paz social de los últimos 80 años tiene que ver con
seguir viviendo juntos, con no destruir los mínimos de convivencia que se
habían asentado gracias a una sociedad civil adulta más que a los políticos y
preservar esas líneas rojas fundantes de nuestra civilización. Vox ha entendido
todo esto y ha conectado con esta profunda preocupación generando una ilusión
que es visible en cada aparición pública, entre otras cosas, porque no ha
venido (dicen) a conservar su parcela sino a defender a España, en su integridad
y sin hipotecas, como muchísimos españoles, católicos o no, desean. Puede que
fracasen en su intento, no sería raro, pero muchos como yo, ya nos decidimos
por ellos y esperamos que estén a la altura de lo que defienden, de que
prolonguen la lucha por España y si fracasan sepan sucumbir con honor como
otros españoles ya hicieron. No tengan duda de que así lo demandaremos, los que,
ahora, confiamos en ellos.
César
Utrera-Molina Gómez
Abogado.
Abogado.
Publicado
en LA RAZÓN:
https://www.larazon.es/espana/el-votante-catolico-mira-hacia-el-futuro-GC23032613