Existen cumbres borrascosas y cumbres
tan recubiertas de cinismo que ocultan por completo la realidad. Creo que el
señor Rodríguez Zapatero, anterior presidente del gobierno español, ha
alcanzado últimamente las últimas cumbres del cinismo haciendo una apelación a
la mesura y a la prudencia en los conflictos que actualmente y con inusitada
gravedad, afectan a España. Me refiero a sus manifestaciones sobre el continuo acoso
de nuestra frontera con Marruecos por parte de las mafias que comercian con el
drama de la inmigración ilegal.
Al leer las declaraciones del ilustre
político, me doy cuenta de que jamás tuvo verdadera conciencia de la realidad de su iniquidad. Resulta muy difícil de entender
que pida mesura y prudencia, quien jamás
conoció ni aplicó tales virtudes en la etapa en que rigió los destinos de
España. El hombre que volvió a dividir a
España entre buenos y malos, vencedores y vencidos, doblando la balanza hacia
los que fueron derrotados y humillando sin piedad a aquellos que enarbolaron
banderas victoriosas y hoy aparecen ante los ojos de la historia oficial como
malvados y truhanes, carece de cualquier autoridad moral para dar consejos de
prudencia y serenidad.
Hay ya muy pocas cosas que llegan a
afectar al fondo de mi alma, pero tengo
todavía la propiedad de mi indignación y cuando alguien escribe o dice instar a
los españoles a un espacio de confianza, creo estar ante un panorama de cínica
irrealidad. Pongo en duda la formación histórica, el rigor intelectual y el
afán de concordia del señor Zapatero. Y mi juicio no tiene otra base que su
propia acción de gobierno, inspirada por su profundo sectarismo y radicalidad. Llegué a pensar que el silencio mantenido
desde su adiós a la política era una muestra de que por fin había llegado a un
estadio de madurez intelectual, de prudencia y de sincera humildad. Pero no ha
tardado mucho en romper su silencio, produciendo enorme perplejidad en el ánimo de muchos españoles que atónitos presenciamos y sufrimos
los constantes desafueros y ocurrencias, los preceptos impregnados de odio y
las leyes injustas que completaron su nefasta labor de gobierno.
Hay magisterios que se imponen por su
verdad, que pueden resultar oscurecidos en determinados momentos históricos
pero que pasado el tiempo de contienda, recobran su luz.
Nada más lejos de mi intención que
soliviantar los ánimos de nadie. Simplemente una chispa de fuego ha encendido
mi corazón y me resisto a permanecer callado ante un alarde de cinismo sin
precedentes. ¿Es posible que el hombre que abrió definitivamente la caja de
pandora de la secesión nacionalista con su irresponsable gestión del Estatuto
de Cataluña; el hombre cuya furia iconoclasta le llevó a ordenar el cierre de la
Basílica del Valle de los Caídos por odio a su Cruz amparadora, el gobernante
que batió todas las marcas de irresponsabilidad, sectarismo e ineficacia en su
gobierno, se atreva aún a dar consejos de prudencia, de ecuanimidad y de serena
comprensión?
Yo, al menos, quiero denunciar aquí la
impostura de un gobernante, reclamando en voz alta que recobre la virtud de la
prudencia y vuelva a refugiarse en el silencio. Su gobierno logró hundir económica y
moralmente a España, y aunque los que le
han seguido hayan respetado gran parte
de su labor destructora, la gente de la calle sabe muy bien de su
irresponsabilidad y en qué pozo negro
ahondó sus odios hacia una parte de los españoles llevando a cabo con
disposiciones legislativas aún vigentes, el oficio de destrucción más
importante que registra la historia española.
Señor Rodríguez Zapatero: guarde su
confianza para controlar sus todavía vigentes apetitos de revancha y muéstrese
sereno para hacerse perdonar los múltiples efectos negativas que tuvo su
mandato gubernamental.
España ha descubierto su cinismo y
ahora lo exhibe, no como una pancarta de reivindicación, sino como una realidad
que la historia recogerá algún día cuando se hayan serenado del todo las
pasiones que dividieron de nuevo a los españoles.
JOSÉ UTRERA MOLINA