Discutíamos ayer, en un
foro de amigos sobre la figura del príncipe Felipe. Todos reconocíamos su
profesionalidad y su preparación, su seriedad y saber estar, pero también su
falta de magnetismo y majestad.
Yo, que no soy monárquico
ni republicano, sino tan sólo un español que quiere lo mejor para su patria en
cada momento, he dicho muchas veces que, conocida la versatilidad, escasa fiabilidad y falta de
perspectiva del electorado nacional, y el pelaje de quienes enarbolan hoy por
hoy la nefasta bandera tricolor, me
aterra someter a la voluntad del pueblo la más alta magistratura de nuestra
nación.
Aclarado lo anterior, en
esta hora tan triste de España, a punto de fragmentarse como nación, con un
desprestigio infinito de nuestras instituciones, no necesitamos solo un
príncipe bien formado, sino alguien que sea capaz de transmitir a todos el
orgullo de España, que tenga la valentía de hablar claro, de acercarse a la
gente, de viajar a Cataluña, a Vasconia y a las Islas Canarias; de recorrer
España pueblo a pueblo devolviendo a los españoles la cercanía y el calor de la
corona, hoy tan tocada por la irresponsabilidad de un rey que ha malogrado la herencia que recibió.
Francisco Franco –buen conocedor
del pueblo español- le dijo a Juan Carlos en 1969 que tenía que patearse
España, que los españoles debían notar su calor y su cercanía. Así lo hizo y
España entera le entregó su confianza. Hoy,
el pueblo no está con la Corona, porque hace mucho tiempo que la Corona anda entre elefantes
y juzgados, entre chanchullos y quirófanos, en una deriva imparable de
decadencia.
Los españoles necesitan
un referente alejado de una clase política sospechosa y desacreditada y también
de una corona envuelta en el papel couché de regatas, desfiles de modelo y yates de lujo. Y el
príncipe bien podría serlo, si sale del despacho y del palco, termina con su
envaramiento y el de su consorte y se acerca más a la gente, deseosa de gritar Viva
España y Viva el rey, de presumir de patria aunque les falte el pan y la justicia.
Sólo así, en muy poco
tiempo acabarán arrumbadas muchas de las miles de banderas tricolores que
cada fin de semana, enarbolan los parias de la tierra bajo el canto de
sirenas de la izquierda. Si no lo hace, si no consigue identificar el
sentimiento de su pueblo, bajar a la calle y mancharse los pies del barro de
las inundaciones y catástrofes, si no consigue que Letizia se implique en
causas benéficas, y llene su agenda de visitas de hospitales, centros de
asistencia social y de niños sin recursos, emocionándose con los menesterosos y
los desesperados, implicándose en los problemas de los que menos tienen y
compartiendo el dolor de su pueblo, en lugar de permanecer encerrada en la
Zarzuela preocupada por mantener una belleza cada vez más artificial, auguro un
porvenir oscuro a la monarquía y un breve reinado a Su Alteza, que todos habremos de lamentar.
España no necesita en definitiva a un
profesional bien formado, sino a un verdadero príncipe que sepa combinar su cercanía al pueblo con su majestad, y con el que los españoles
recuperen un orgullo perdido y la esperanza en el futuro de nuestra gran nación.
LFU