"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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16 de octubre de 2020

La corrupción de la memoria.


 

LA CORRUPCIÓN DE LA MEMORIA

 

Mi padre fue de esos niños a los que la guerra les robó la infancia. Vio cómo asesinaban a un amigo por ser falangista y a su padre por defenderlo; vivió las siniestras romerías de mujeres que cada mañana subían hasta el lugar triste de los fusilamientos para burlarse de cadáveres aún calientes. Creció sabiendo que no todo era oscuro al otro lado, porque tenía familiares luchando bajo otra bandera, y que en el suyo no todo era limpio, porque sabía de miserables y aprovechados que buscaban el amparo del uniforme para cometer sus felonías.

 

Mi padre fue falangista. Hasta el último día de su vida hizo honor a su juramento. En su carta de despedida nos pidió ser enterrado con su camisa azul. “No es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que muero fiel al ideal que ha llenado mi vida.”. Para él, la política no era otra cosa que la emoción de hacer el bien sobre todo a los que no podían congraciarse con la patria porque carecían de pan y de justicia. Y fue leal a Francisco Franco, antes y después de su muerte. Una lealtad crítica y ajena a lo cortesano, que le granjeó no pocos recelos en el régimen y una implacable persecución posterior cuando, rechazando jugosas ofertas, no quiso alistarse en las filas de los conversos ni formar en el escuadrón de los mudos mientras un repentino oprobio comenzaba a cubrir lo que había dado sentido a su vida.

 

Mi padre era alérgico al sectarismo y siempre nos previno de que el odio era una pasión aniquilante para el que la padecía. Sabía que no era posible un franquismo sin Franco, consciente de la excepcionalidad de un régimen que no podía entenderse sin su protagonista y sin el contexto del proceso revolucionario y anticlerical de los años 30. Pero asistía con perplejidad y dolor al proceso de desfiguración de nuestro reciente pasado y demonización de un hombre, Francisco Franco, al que consideraba, con sobradas razones para ello y sin escatimar las sombras de su régimen, el mejor gobernante que había tenido España desde Felipe II.

 

Ese era mi padre, un caballero falangista del que me siento legítimamente orgulloso y cuyo ejemplo me estimula cada día. Pero como él hubo millones de españoles nobles, leales y ejemplares que, desde un ideal, lucharon y trabajaron denodadamente bajo el mandato de Franco para levantar España de su postración. Claro que cometieron errores, que hubo injusticias, pero también se creó una clase media dominante, se construyeron más de cuatro millones de viviendas sociales, más de quinientos pantanos, decenas de miles de escuelas, institutos, universidades laborales, residencias sanitarias, se creó el seguro de enfermedad, la Seguridad social y España llegó a ser la novena potencia industrial en términos de PIB con una deuda pública que no superaba el 7,5%.

 

Yo nací apenas 30 años desde el final de la guerra y pude conocer a muchos de los que habían luchado en una y en otra trinchera. Jamás percibí en ellos sombra alguna de odio, pero sí de dolor. Hablaban con respeto de los que se batieron el cobre al otro lado y con despreció infinito de quienes se ocupaban de las limpiezas en la cómoda atalaya de la retaguardia. Estaban vacunados contra el odio porque habían sufrido el desgarro de una guerra fratricida.

 

Hoy, un gobierno siniestro e incompetente, que ha hecho de la mentira su más visible seña de identidad, quiere aprobar una ley totalitaria que convertirá en delito la publicación de este artículo; que condena con un manto de oprobio a los que se batieron el cobre en un lado, mientras glorifica a los que lo hicieron en el otro, muchos de los cuales, si pudieran levantarse de sus tumbas escupirían a los promotores de esa ley cainita con el mismo desprecio con el que hablaban de los cobardes de la retaguardia.

 

La ley quiere imponer un relato deformado de nuestra reciente historia que presenta a los vencedores de la guerra como verdugos y a los derrotados como víctimas, dinamitando el espíritu que hizo posible la transición y negando a la derecha cualquier legitimidad para gobernar. Ya lo intentaron en 1936, falseando el inmediato relato del golpe revolucionario de 1934 y sabemos cómo resultó. Me atrevo a aventurar que este nuevo intento podría volverse también en su contra, porque ignoran las consecuencias del odio que están inoculando en los españoles.

 

Hay quienes, disfrazando su cobardía de practicismo, seguirán mirando para otro lado mientras avanza la imposición de la mentira. No hacer nada cuando se violan los derechos más elementales y se criminaliza la disidencia con el discurso oficial, es abrir la puerta a la peor de las tiranías, la de la mentira. A mí no me van a callar ni con multas, ni con amenazas, ni con penas de prisión. Me niego a permanecer impasible mientras se insulta y se vierte un himalaya de mentiras sobre los que, como mi padre, y desde unas ideas tan respetables como las que más, nos legaron una España mejor de la que recibieron y de la que nosotros dejaremos a nuestros hijos. Prefiero perder la libertad por decir lo que pienso a no poder mantener la mirada a mis hijas por no haber tenido el valor de defender la honra de mis mayores. Al fin y al cabo, si no encuentro justicia en esta vida, siempre me quedará la eterna promesa de las bienaventuranzas.

 

 

            Luis Felipe Utrera-Molina, Abogado

 

 

21 de noviembre de 2018

Cuando Utrera Molina avisó a Fraga en 2005 acerca de una posible exhumación de Franco




Fue hace 13 años. Gobernaba Rodríguez Zapatero y ya se atisbaba el torrente de odio que originaría su mezquina ley de memoria histórica. Algunos, en nuestra ingenuidad, no creímos que la iniquidad de algunos pudiera llegar tan lejos. Hoy compruebo, rescatando esta carta de su archivo, que mi padre lo vio venir hace mucho tiempo, y sus pronósticos se están cumpliendo con dolorosa exactitud. Recuerdo que me avisaba continuamente: el odio pasa de generación en generación y hay que estar alerta. Él lo estaba y prueba de ello es esta sentida y profética carta que se ha cumplido en todas sus previsiones, incluida la de que su autor no haya sobrevivido para contemplar en carne mortal esta infamia que a toda España llena de oprobio. Ahí está el aviso al Partido Popular que bien poco caso hizo de la opinión de Fraga, si es que alguna vez la transmitió a los suyos, pues incumplió su promesa de derogar esa maldita ley que hoy enfrenta a los españoles con un odio revivido de hace 80 años.   

Aquí dejo la carta para la historia:



«Excmo. Sr. D. Manuel Fraga Iribarne
Presidente de la Xunta de Galicia

Querido amigo:

Creo que me conocerás. Tuve contigo diversos contactos. Los primeros, cuando fui gobernador de Sevilla. Los últimos, en mi penosa singladura como Ministro Secretario General del Movimiento. Soy pues, una sombra, un recuerdo, un superviviente de una etapa que por estimar que fue fecunda me ha obligado a mantener una lealtad que no ha conocido ni la claudicación ni el desvío.

Posiblemente te extrañará esta carta mía. La escribo, no para hacerte ninguna recomendación interesada, ni para solicitar de ti favor alguno. Lo hago consciente de mi deber de español en esta hora que considero peligrosa y difícil.

Tú has conocido la obra del régimen anterior, a la que prestaste tu más brillante colaboración. No voy a pedirte que la defiendas, ni que te manifiestes a su favor, Sé que verdaderamente y no es un tópico, la política es el arte de lo posible y hay cuestiones que están más allá de la barrera de cualquier posibilidad.

Creo y no soy nada catastrofista que se acercan horas difíciles, crueles, de importancia histórica desmedida. Puede ser un tiempo crucial y en él peligra nada más y nada menos que el ser de España, su identidad, su futuro orden de convivencia. No voy a pedirte que hagas declaración alguna en relación con la fechoría del Ministerio de Fomento retirando la estatua de Franco, pero hay algo que me preocupa mucho más y es el porvenir que pueda aguardar al Valle de los Caídos. De fuentes bastante solventes conozco el propósito de liquidar esa magna obra, arrancar el cadáver de Franco y el de José Antonio. Puedo asegurarte sin caer en ningún género de dramatismo que a mí personalmente, no me gustaría sobrevivir a una situación de ese tipo. Preferiría acompañar a tantos que en un sitio y en otro dieron su vida por una España mejor. Pero creo que tú tienes el deber insoslayable de influir en el Partido Popular para que esta infamia no se realice. Sería una vergüenza para todos. Una colosal indignidady una maldición que nos afectaría degradando nuestra conducta.

Tú bien sabes que la Basílica del Valle de los Caídos es un lugar de reconciliación, aunque en algunas circunstancias la presencia de hombres adictos al ideal del 18 de julio ha podido hacer pensar a algunos que queríamos monopolizar ese monumento. Nunca fue así. Pero ahora existe el propósito claro de realizar lo que te he indicado. Tú tienes un enorme prestigio en el Partido Popular, labrado a costa de sacrificios, esfuerzos y de trabajo. Yo, que ya no soy nadie, me atrevo a pedirte que influyas para que el Partido Popular no permita tamaña felonía.

Es triste que la transición, que a mi juicio había logrado un entendimiento fecundo –que siempre creí duradero- peligre hasta el punto de dar cabida a venganzas, a ríos de odio, a inconfesables acusaciones y a entronizar el reino de la mentira y de la injustificada revisión.

Creo que España merece una convivencia en paz, con olvidos y con perdones, pero nunca con revanchas y ajustes de cuentas. De producirse estos ajustes, creo que la balanza se inclinaría siempre a nuestro favor. El propio Carrillo manifestó hace unos días que hacer la revisión del franquismo era un disparate.  

No quiero cansarte más porque, como te he escrito anteriormente, soy ya un ciudadano insignificante, una persona sin voz, una sombra perdida en el pasado, pero yo me atrevo finalmente, recordándote que hicimos guardia tú y yo ante el cadáver de Franco que hagas todo lo posible por impedir este escandaloso despropósito. Creo en tu sentido del honor y confío en que esta carta hallará cumplido eco en el corazón de alguien que, como tú, no ha dejado de ser patriota.

Un fuerte abrazo

José Utrera Molina»

La contestación de Fraga, recibida días después fue escueta y manuscrita:

«ESTOY MUY DE ACUERDO CONTIGO. UN ABRAZO Y FELICIDADES»



Ahí quedan retratadas dos biografías, dos formas de entender la lealtad y la dignidad. No dudo de la sinceridad de Fraga, pero sí de que hiciera algo más que contestar como lo hizo, a la vista de lo que ha sido la deriva del partido que fundó al que sólo le falta para completar el ciclo de su indignidad, abominar públicamente de su fundador.


                                                              LFU

12 de julio de 2017

El PSOE y el asesinato de Calvo Sotelo

 "En su última intervención parlamentaria, acaecida el 1 de julio, las constantes interrupciones e insultos le obligaron a abandonar el uso de la palabra, y fue ese mismo día cuando pudo escucharse decir al diputado del PSOE, Angel Galarza: «Pensando en Su Señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida». Reprendido por Martínez Barrio, quien mandó retirar la amenaza del Diario de Sesiones, Galarza respondió: «Esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el país las conocerá y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia».

La noche del 12 de julio, cuando se dirigía hacia el madrileño cuartel de Pontejos, caía asesinado el teniente de Asalto José Castillo, que se había distinguido en la represión violenta de varias manifestaciones derechistas. Según la versión que ha quedado en el imaginario colectivo, la indignación de sus compañeros de cuerpo fue tal que optaron por trasladarse al domicilio de Calvo Sotelo y asesinarle como represalia. Pero no fue así.

La furgoneta número 17 no salió de Pontejos a las órdenes de un oficial de Asalto, sino a las de Fernando Condés, capitán de la Guardia Civil e instructor de la motorizada (grupo de acción socialista que servía de escolta a Prieto). Dentro de la misma, además de varios guardias de Asalto, iba al menos media docena de militantes del PSOE, y una vez efectuada la detención no fue un guardia de Asalto, sino un guardaespaldas de Prieto, Luis Cuenca, quien le asesinó a sangre fría.

Sin embargo, lo peor, lo que demuestra hasta qué punto el régimen republicano había dejado de ser un Estado de Derecho, es lo sucedido posteriormente. A las ocho de la mañana uno de los asesinos informaba del crimen al diputado del PSOE y director de El Socialista, Julián Zugazagoitia, que llamó de inmediato a Prieto para ponerle en antecedentes. Media hora más tarde, otro diputado socialista, Vidarte, recibía una llamada de Condés, que se había refugiado en la sede del PSOE en la calle Ferraz, adonde le convocó con urgencia para informarle de primera mano.

Indalecio Prieto, plenamente consciente de que Calvo Sotelo había sido asesinado por miembros de su escolta, compareció el día 15 ante la diputación permanente de las Cortes y calificó el hecho de «desmán de la fuerza pública». Al salir, encontró a Condés junto a la redacción de El Socialista y le recriminó su conducta.

Merece la pena recapitular sobre lo que llevamos escrito. Amenazado de muerte por el diputado socialista Angel Galarza (que posteriormente, siendo ministro de la República, no dudó en afirmar que «el asesinato de Calvo Sotelo me produjo un sentimiento [...] el sentimiento de no haber participado en su ejecución»), Calvo Sotelo fue sacado de su casa por militantes del PSOE, protegidos por guardias de Asalto que, tras asesinarle, contaron el crimen al menos a tres diputados socialistas que en vez de denunciarles optaron por encubrirles. No creo que sean necesarias muchas más reflexiones para convencernos de la anormalidad del régimen republicano en 1936, anormalidad que había sido denunciada múltiples veces por José Calvo Sotelo.

Cabía que ante el asesinato de uno de los jefes de la oposición el Gobierno tomara medidas extraordinarias para mantener el orden y detener a los culpables. Tal vez fuera la última oportunidad de evitar el alzamiento, pues es posible que muchos militares lo habrían considerado innecesario si el Gobierno hubiera encabezado una reacción ejemplar. Fue una ocasión perdida. En los días inmediatos al crimen, las clausuradas no fueron las sedes del PSOE, sino las de Renovación Española, cuyos militantes, así como los de otros grupos de derechas, fueron encarcelados a mansalva mientras los asesinos de su correligionario se paseaban impunemente por las calles de Madrid."

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, catedrático de Historia Contemporánea y autor del libro José Calvo Sotelo (EL MUNDO, 13/07/06)

[José Calvo Sotelo fue asesinado en Madrid el 13 de julio de 1936]

3 de marzo de 2017

Torcuato Fernández Miranda, camisa azul o camisa blanca.

Hace unos días, leía en ABC un artículo sobre Torcuato Fernández Miranda en el que uno de sus hijos destacaba el hecho de que Torcuato, siendo Ministro Secretario General del Movimiento optase por vestir la camisa blanca en lugar de la camisa azul, marcando así distancias con el régimen y el movimiento.

Por desgracia, es muy frecuente que los descendientes de algunos protagonistas de la transición pretendan “lavar” la imagen de sus deudos desvinculándolos de todo lo que tuviera que ver con el régimen del 18 de julio, pretendiendo que su participación en el mismo fue instrumental para su liquidación y presentándolos como apóstoles de la democracia. Aunque para ello tengan que inventarse una “post-verdad” y manipular la propia biografía de su causante.

Claro que se corre el riesgo de enfrentarse con la hemeroteca, que sirve para rescatar la verdad y poner a cada cual en su sitio. Afortunadamente me cuento entre los inasequibles al desaliento que atesoran un archivo jugoso como antídoto contra la desmemoria.

Era el mes de junio de 1973 y Torcuato Fernández Miranda quiso inaugurar el nuevo monumento a José Antonio en Guadalajara. La crónica llena de lirismo y exaltación falangista de Fernando Ónega –otro antifranquista de nuevo cuño- comenzaba así: “A José Antonio se le erigen monumentos por suscripción popular. Es el mejor tributo que se puede rendir a una causa política. Es el mejor testimonio de presencia y de entronque con el pueblo. Una doctrina no existe si no tiene estos brotes. Una doctrina muere si no tiene ese arranque de soberanía” .

Pues resulta que D. Torcuato, en un discurso vibrante de fervor falangista y lealtad al Caudillo, acaso adivinando lo que pudieran decir de él en el futuro, se encargó de explicar sus preferencias de color sobre su camisa en párrafos que no tienen desperdicio:  

Hoy visto nuevamente mi entrañable camisa azul, porque rindo homenaje al hombre que configuró mi pensamiento político en los años de juventud y me condujo a una lealtad absoluta, irrevocable y sin fisuras a quien mejor ha representado los ideales firmemente arraigados en mi conciencia y mi corazón: el Caudillo Francisco Franco.”

Vestiré esta camisa azul siempre que la proclamación de mis orígenes políticos y el sentido de milicia que simboliza sean una definición de mis inequívocas lealtades. Pero la norma común para mí será la camisa blanca. La camisa blanca que José Antonio usó siempre que no era necesario proclamar en la calle una militancia de riesgo y amor a España; y que representa una voluntad de integración para todos los españoles, sin dogmatismos excluyentes; una voluntad integradora que nace de la esencial raíz falangista joseantoniana que nutre nuestro movimiento y que aspira a lograr la definitiva unidad entre todos los hombres de España.”

Bastan estas pocas pero significativas palabras, para darse cuenta que por mucho que se empeñen sus hijos y sus nietos, el Torcuato de 1973 estaba lejos de despreciar la camisa azul. Lo que pasó tres años después es otra historia, como también lo es la soledad en la que murió, entre la ingratitud de los que se sirvieron de su rápida mutación y el silencio caballeroso y dolorido de sus viejos camaradas. Quién sabe si en su última morada, la camisa blanca fuera un tributo póstumo y secreto a quien inspiró su juventud y su lealtad.


Azorín 

10 de febrero de 2017

Sin Franco no son nada.


Aunque no estamos en noviembre, la gira de Pedro Sánchez cantando la internacional puño en alto por toda la piel de toro ha hecho saltar los resortes del antifranquismo retrospectivo en el PSOE.  Al grito fecundo del “no-es-no” de Schez, el PSOE responde sacando el cadáver del viejo general porque a rojos no nos gana nadie. Nada de ofrecer un proyecto de futuro para el país, la socialdemocracia se la dejamos mejor al PP que ya nos quita votos por allí y a ver si arrancamos votos a la izquierda, arremetiendo contra el cadáver momificado de Franco.   

 A los millenials Franco les queda tan lejos como a mí la guerra de África, pero da igual, porque sin Franco la izquierda no es nada. Nunca podrán agradecerle bastante haber muerto en la cama y haber hecho tantas casas y cosas, sus inundaciones franquistas (antes llamadas pantanos) y ciudades sanitarias de nombre reciclado. ¡Qué sería de ellos si no tuvieran placas que arrancar, calles y hospitales que renombrar y medallas y honores que retirar!  

En definitiva, aunque la coyuntura manda y las primarias se acercan, tras la petición de que saquen a Franco de su última morada, en la que reposa por orden del rey Juan Carlos, se esconde un terrible complejo de inferioridad por no haber podido hacer por los españoles, con una presión fiscal 20 veces mayor, ni una décima parte de lo que hizo el viejo general y encima tener que soportar que el viejo jamás metiese la mano en la caja, lo que no puede decir ningún partido del arco parlamentario.

Si Franco hubiese fracasado, si hubiese muerto arrastrado por los pies y con un país en la ruina como quedaron los países del socialismo real, al PSOE le importaría una higa donde estuviesen sus restos. Pero no pueden resistir que Franco muriera de éxito.  Eso en España no se perdona. Es el pecado nacional por excelencia, la envidia, aliada en este caso con la estupidez.


LFU

6 de febrero de 2017

La verdadera Ley mordaza.

Artículo publicado en el ABC del 6 de febrero de 2017.

A finales del pasado año, el Pleno de la Diputación provincial de Sevilla, acordó, con el voto a favor de los grupos socialista, comunista (Podemos incluido), Ciudadanos y la abstención del Partido popular, retirar “de forma definitiva” la medalla de oro de la Provincia concedida a mi padre, José Utrera Molina en el año 1969 por dicha institución.  La noticia no debiera trascender el ámbito local o personal de la persona e institución concernidas si no fuera porque constituye un peligroso precedente, claramente liberticida, de hasta qué extremos de persecución ideológica está dispuesta a llegar la izquierda –con el beneplácito o indiferencia del partido popular- con la aplicación de la denominada Ley de Memoria Histórica, que alumbró la mente sectaria de Rodríguez Zapatero y ha sido mantenida por la irresponsable abulia acomplejada del Partido popular, posibilitando que próximamente pueda “celebrarse” la primera década de la misma.

Se trata en este caso del primer intento de remoción de honores concedidos a una persona viva, pues hasta ahora las distintas administraciones han venido participando en una verdadera orgía iconoclasta de carácter póstumo retirando honores, placas y menciones a personas ya fallecidas, sin la menor oposición por parte de ningún grupo político, sin duda por miedo a señalarse como afín o partidario del personaje removido, evidentemente relacionado con la España de Franco, cuando no se trataba del propio Jefe del Estado.  Lo más relevante es, sin duda, la motivación que emplea en este caso la Diputación para justificar la revocación o remoción de la distinción concedida, pues considera de forma abierta que el mero hecho de su participación activa en el régimen franquista fue determinante en la concesión de la distinción u honor concedido, por lo que, haciendo abstracción de cualquier merecimiento que hubiera sido tenido en cuenta a la hora del reconocimiento y, por supuesto sin alegar en modo alguno la existencia de una conducta posterior que desmereciera los honores concedidos y justificase dicha retirada, el mero ejercicio de dicho cargo público  durante “la dictadura” es motivo suficiente para su revocación o retirada de acuerdo con las previsiones de la Ley de Memoria Histórica.   

La indudable trascendencia de tal precedente -que de recibir respaldo judicial podría determinar, por ejemplo, la retirada de cualquier honor o mención concedido a los actuales reyes eméritos durante su etapa como príncipes de España- adquiere tintes ciertamente delirantes cuando la propia Diputación en el acuerdo mencionado, censura expresamente y utiliza como elemento ad maiorem que Utrera Molina haya osado manifestar en el trámite de alegaciones de forma explícita su lealtad a la figura de Francisco Franco  y haya hecho confesión de su condición de falangista, manifestaciones éstas que en opinión de la Diputación de  Sevilla “entran en colisión con la Ley de Memoria Histórica”.  

Que la lealtad y la coherencia política de un hombre –sean del signo que sean- puedan ser consideradas un descrédito o ser merecedoras de sanción, identifica el talante antidemocrático de quienes lo afirman.  Bajo el amparo de la Ley de Memoria Histórica, se rinden honores e inauguran monumentos a golpistas como Prieto y Largo Caballero mientras se destruyen con saña, no ya los dedicados a Francisco Franco, sino a cualquier persona relevante del bando vencedor, sobre el que se extiende el manto del olvido y el deshonor. Pero si la visión maniquea de la contienda civil es ya censurable, resulta aberrante que se condene y estigmatice a todo aquél que sirvió a España desde cualquier cargo público entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975, independientemente de su labor concreta, por considerársele miembro de un “aparato represor”.

Tales dislates se amparan y escudan en una verdadera ley mordaza que supone una enmienda a la totalidad del espíritu de reconciliación que posibilitó la transición española y representa un instrumento letal en manos de sectarios insensatos. Desde su sectaria y falsaria exposición de motivos, que impregna e inspira su articulado, se establece una condena injusta y vergonzante contra la memoria de millones de españoles que hace 80 años tuvieron que luchar contra sus hermanos a raíz de un proceso revolucionario que hizo imposible la convivencia pacífica de los españoles y contra toda una generación de españoles que, actuando de buena fe, trabajaron para levantar una nación de sus cenizas para legarnos un futuro en paz que superase la cruel contienda fratricida.

Una ley dictada desde el odio cainita, contra una parte de los españoles, no puede ser jamás una ley justa: de ahí la grave irresponsabilidad de quienes la promulgaron y de quienes la mantienen. Su aplicación ha llevado a la profanación de sepulcros, al derribo de monumentos, a la eliminación de cualquier recuerdo de una etapa que está ya sometida al juicio de la historia, en un intento liberticida de reeducar a toda una generación de españoles para que reniegue de sus ancestros conniventes  con el franquismo.

Fue Albert Camus quien afirmó que “existe una filiación biológica entre el odio y la mentira” y que “allí donde prolifere la mentira, se anuncia la tiranía”. La ley de memoria histórica, la más mendaz, maniquea y liberticida de cuantas se han aprobado en democracia, ha vuelto a dividir a los españoles en buenos y malos, nos ha debilitado como nación aventando nuevamente odios olvidados y sepultando bajo una pesada losa la dura y esforzada conquista de nuestra reconciliación nacional. Por eso la única celebración que merece es la de su absoluta y definitiva derogación para bien de España y de los españoles.

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

Abogado

13 de julio de 2015

La Memoria arrojadiza. Por José Utrera Molina

A continuación reproduzco el artículo publicado hoy en LA RAZÓN

Desde mi modestia política y consciente de mi insignificancia pública, denuncié hace unos años casi en solitario que la Ley de la Memoria Histórica abriría de nuevo todas las heridas de la guerra civil española, que dejó en mi propia familia señales inequívocas de su crueldad. No me equivocaba. Esa injusta ley, paradigma del sectarismo y la revancha, ha abierto una zanja insondable en la voluntad y la memoria de un pueblo como el español, curtido en la desgracia y poco enaltecido en sus innumerables e infinitas acciones ejemplares, pero también ingrato y proclive a la desmemoria interesada. Yo afirmé entonces –y sigo sosteniendo ahora- que aquella ley constituía una miserable y peligrosa agresión a la propia estructura medular de la nación española.

Hemos regresado al cainismo nefasto, a la España de los rojos y los azules. Volvemos a arrojar los muertos de un lado a los del otro. Se denigra impunemente la memoria de unos hombres que habían creído en la verdad eterna de España para ensalzar abiertamente a quienes desde la trinchera de enfrente, muchos sin ser conscientes de ello, luchaban por convertir a España en un satélite de la Unión Soviética.

Ahora, mientras contemplo con tristeza cómo se arrancan las lápidas de las calles de España, se destrozan los monumentos que recuerdan gestas de aquella guerra que algunos quieren manipular y perpetuar en sus efectos, se me abre el corazón y sin respiración para el rencor, tengo un toque de angustia inacabable. Me pregunto cómo puede toda una nación cubrirse de indignidad por la iniquidad de un gobernante nefasto como Rodríguez Zapatero, que no dudó en ensuciarse el corazón con las más perversa y cruel de las intenciones. Le imagino sentado en su sillón del Consejo de Estado, respirando tranquilo mientras contempla las consecuencias de haber asestado la más profunda puñalada a la reconciliación de los españoles.  Dicen que todavía sonríe al mostrarse orgulloso de la Ley que él patrocinó.

En mi absoluta pequeñez política, en mi falta de proyección sobre las gentes, en el clamor humilde de mi amargura, tengo necesariamente que gritar aunque sea lo último que haga en esta vida, mi rebeldía y mi intolerancia ante los que se revuelven orgullosos, erguidos y manchados con este impulso de resurrección inicua, injusta y despiadada. ¿Qué hemos hecho los españoles para merecer esto? ¿Qué silencio tan profundo nos dan los muertos para poner sobre ellos el sello del odio y de la crueldad? ¿Qué género de maldición recae sobre nuestro pueblo que contempla atónito la destrucción absoluta de todo lo que ha sido una España limpia, reconciliada y abierta a un futuro con esperanza? ¿Qué pecado hemos cometido para volver a traer a nuestras retinas imágenes ya enterradas en el tiempo, para merecer este silencio ominoso y cobarde que atenaza a tantos españoles?.

Yo suscribo este artículo con la más alta temperatura de mi corazón. Sin rencor, pero con la firme voluntad de perseverar desde mi pequeñez, en la lucha por la supervivencia de una España eterna, no ensuciada por los golpes de rencor y de odio como se producen en la actualidad. Se lo advertí en su día al Sr. Rajoy en una carta que sólo mereció la contestación de su escribano. Fuimos muchos los españoles que votamos al Partido Popular creyendo ingenuamente que las dos leyes más inicuas de la era Zapatero, la del aborto y la de la Memoria Histórica habrían de ser derogadas. Nada se ha hecho, por pura cobardía y cálculo electoral.

Entre las pequeñas brasas de indignación que aún transpiran los numerosos huesos de nuestros caídos y de nuestros muertos, que son todos los que, en una y otra trinchera cayeron con el nombre de España en sus labios, se alza un grito en el silencio, una luz en la noche frente a tanto olvido y una petición a Dios para que conserve la dignidad de los españoles y no volvamos otra vez a la enemistad, al enfrentamiento y a la crueldad entre aquellos que hemos nacido en este solar tan dolorido.  En los pocos años o días que me queden todavía, no dejaré de proclamar en alta voz lo que los muertos nos recuerdan, lo que nos dicen sus hijos y lo que callan los eternos sufrientes. España no puede sucumbir bajo la tiranía de un grupo de desalmados.  Sólo Dios puede salvarnos.


JOSÉ UTRERA MOLINA

18 de marzo de 2014

La "memoria democrática"” de Andalucía. Por José Utrera Molina

Siento verdadero dolor al insistir sobre una cuestión que martillea continuamente mi conciencia y lastima sensiblemente mi corazón. El gobierno social-comunista de la Junta de Andalucía ha decidido dar un paso más en el proyecto de ingeniería social iniciado por el gobierno Zapatero -y mantenido con enorme irresponsabilidad por el actual gobierno del Partido Popular-, consistente en la manipulación institucional de la historia con fines políticos y su imposición coactiva, prescindiendo del método científico y vulnerando la neutralidad y el espíritu crítico que debe presidir la labor del historiador.

Hago referencia al proyecto de Ley denominado esta vez de “Memoria Democrática” y a la adopción de diversas disposiciones sectoriales que la acompañan, algunas de las cuales alcanzan cotas inimaginables de cinismo y falsedad histórica.  Recientemente, la Consejería de Administración Local de la Junta adoptó un acuerdo declarando treinta y cuatro lugares de “Memoria Histórica de Andalucía”. Entre ellos se menciona la antigua prisión provincial de Málaga que, según el citado decreto, «cumplió con los objetivos de reinserción del gobierno republicano» y que, «sobre todo a partir de la ocupación franquista el 8 de febrero de 1937», se convirtió en un centro de terror y sufrimiento. Ignoro el significado que para la Junta de Andalucía tiene el término «reinserción», pero por mi edad he conocido cientos de familiares de hombres, mujeres y niños reinsertados durante la dominación roja de Málaga. Algo más de 2.600 reinsertados durante el año 1936 que jamás volvieron a ver la luz del día.

No aparece, entre los lugares de memoria señalados, el sitio donde la turba asesinó, arrancó los ojos y mutiló salvajemente al Capitán Agustín Huelin, sometiendo a su cadáver a las más bajas humillaciones. Tampoco figura el lugar del Camino Nuevo en el que, noche tras noche, se fusilaba a decenas de malagueños desafectos al frente popular y a sacerdotes –algunos aún imberbes- que no tenían más demérito que haber sido fieles a su vocación, y en el que a la luz del día siguiente acudía una macabra romería para escupir y profanar los cuerpos sin vida de unos fascistas que ni siquiera sabían que lo eran. No me lo ha contado nadie. Yo lo viví con diez años y aún resuenan en mis oídos las descargas de los fusiles, los tiros de gracia y las risas y aspavientos de una turba enloquecida. Y así podría seguir, hasta llenar páginas de horror de aquellas fechas que, en mi ingenuidad, creí superadas para siempre. 

La Junta de Andalucía –la del 46% del paro juvenil- se apresta también a imponer el estudio del «franquismo» (más bien su visión manipulada del mismo) a los niños andaluces, aleccionándoles con una clara y bastarda finalidad política. Y en las páginas de ABC, el designado Director General de la “Memoria democrática” –eufemismo con el que se trata de encubrir al moderno comisario político- amenazaba abiertamente a la Iglesia Católica con eliminar cualquier vestigio de la contienda de Iglesias y Conventos, olvidando que las principales huellas de la guerra civil yacen silentes en las tumbas de los más de 7.500 religiosos asesinados por los que ahora son llamados «defensores de la legalidad republicana».    

Y me pregunto si alguien en su sensatez podrá parar esta increíble inmoralidad.  Recuerda Joaquín Leguina en su libro “Zapatero el gran organizador de derrotas”, que he leído con honda admiración, que en la Tribuna de las Cortes, un día de octubre del año 1977, el líder de Comisiones Obreras, Marcelino Camacho, hablando en nombre del Partido Comunista, refiriéndose al espíritu de reconciliación que había de presidir la transición, pronunció las siguientes palabras: “Hoy no queremos recordar el pasado porque hemos enterrado a nuestros muertos y a nuestros rencores”. Me pregunto si esta afirmación tan contundente como aleccionadora encontrará alguna vez eco en el corazón de los desalmados que pretenden volver a recordar una tragedia que para el bien de todos tratábamos de dejar en la tribuna de la historia, para que sólo ella, desde la serenidad que otorgan los años, se encargue de otorgar la razón a quien la tuvo y arrancarla de cuajo a aquellos que la han utilizado a su favor.  

Como yo soy testigo de todo aquello, con mis ochenta y siete años puedo decir bien alto que es mentira que el Alzamiento Nacional fuera una asonada de militares codiciosos y resentidos. Soy testigo de que fue el pueblo el que se levantó en armas contra el terror organizado por el Frente Popular dominado por el comunismo estalinista, que amenazaba con destruir el propio ser de nuestra nación. Son palabras de Julián Besteiro, no mías: “La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas: estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos... La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean los que fueran sus defectos, los nacionalistas (es decir, el bando llamado “Nacional”, capitaneado por Franco), que se han batido en su gran cruzada anti-Komitern.”  

En mi propia carne, torturando mi sangre, están todavía los sucesos de la guerra civil, que, rompieron en pedazos la familia de mi madre como la de muchos miles de españoles. Hora es ya de dejar de remover los muertos y mirar al futuro.

Pero si vamos a tolerar que una de aquellas Españas imponga su verdad después de ochenta años, reclamo el derecho a defender a los miles de hombres y mujeres que levantaron la bandera de la hidalguía y de la libertad de España en la llamada zona nacional, sin condenar y zaherir a los que lucharon por su ideal en la trinchera contraria. A lo largo de mi vida política, con cerca de 900 intervenciones públicas, jamás utilicé una palabra de reproche a los vencidos. Quise siempre unir en una nueva España a los hijos de los que mataron con los hijos de los que murieron. Por eso ahora tengo derecho a denunciar lo que considero un miserable intento de las instituciones de dividir otra vez a los españoles en buenos y malos.

Todo esto lo escribo cuando he llegado al paroxismo de mi indignación. ¿Cómo es posible que pueda permitirse un falseamiento de la historia tan lleno de cinismo y de desvergüenza?. ¿Cómo es posible que me encuentre sólo en mi denuncia cuando están aún vivas tantas voces que debiendo unirse a la mía, permanecen cobardemente silenciosas? ¡No lo entiendo!.   La agresividad con que se muestran los llamados apóstoles de la reconciliación, que no son otra cosa que sembradores de la discordia, debe tener un mentís rotundo por parte de todos aquellos que hemos presenciado aquella tragedia y que ahora la tratamos con noble consideración. Y mis palabras no son el producto de ningún resentimiento, sino el recuerdo de una realidad dolorosamente vivida. ¡Me duele España!.

Los que aprendimos el patriotismo con notas de dolor y con afán de perfección, no podemos permanecer impasibles ante lo que constituye una ignominia que nos lleva irremisiblemente a una sociedad indecente que la gran mayoría de los españoles no nos merecemos. Tenemos derecho a alzar nuestra voz enronquecida, después de tantas provocaciones y pedirle a Dios que España encuentre alguna vez la paz y el sosiego que necesita para conquistar su futuro. 


JOSÉ UTRERA MOLINA
Ex-Ministro

25 de febrero de 2014

Mártires por la fe

El pasado sábado, aprovechando un retiro de tres días en una localidad cercana, visité, en unión de unos amigos, el museo de los mártires claretianos de Barbastro. Al terminar la visita, todos salimos sobrecogidos por la crudeza del relato de los hechos, por la inmensa paz y falta de resentimiento del sacerdote claretiano que nos sirvió de guía y por tener delante los restos mortales de 51 mártires de la Iglesia y los impresionantes testimonios de fe que dejaron escritos para sus familias, para su Congregación y para la posteridad.
Recomiendo la visita virtual al Museo pinchando aquí.
A las 17,30 horas del 20 de julio de 1936 unos sesenta milicianos comunistas y anarquistas de la CNT armados irrumpieron en la comunidad de Barbastro en donde residían los misioneros claretianos, formada por 60 personas: nueve sacerdotes, doce hermanos y 39 estudiantes. Los tres padres superiores fueron arrestados mientras que el resto fueron trasladados y recluidos en un salón del colegio de los Escolapios, que se convertiría en una improvisada prisión.
 Los carceleros buscaban una y otra vez la apostasía de los jóvenes seminaristas, les tenían prohibido rezar e introducían prostitutas desnudas en el salón para tentarlos, aunque sin éxito. Se les negó el agua –bajo un calor asfixiante-, se les sometió a fusilamientos simulados un día tras otro y se les impedía dormir, para lo cual se establecieron relevos día y noche fuera del local para insultarles, arrojarles piedras, etc.

Pese a todo, el hermano cocinero conseguía de cuando en cuando, pasarles dentro del bocadillo diario que les servía de alimento, un pedazo de hostia consagrada (que tenía bien escondida en su cocina), para que pudieran recibir la comunión.
Durante el encierro, los jóvenes dejaron su testimonio en sillas, tablas, taburetes, paredes, pañuelos y hasta en los envoltorios de la comida. En una envoltura de chocolate se conservó el testimonio de Faustino Pérez, uno de los seminaristas:

Agosto, 12 de 1936, en Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires: Pronto esperamos serlo nosotros también. Pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la Congregación, de sus hijos mártires!
Muchos de estos testimonios pueden verse en el Museo.
Doce días después de ser encarcelados los padres superiores fueron fusilados. El resto, hasta 51 lo serían los días 12, 13, 15 y 18 de agosto de 1936. Con ellos también fue asesinado un gitano, Ceferino Giménez, “El Pelé” que se negó a abandonar su rosario, motivo por el cual fue ejecutado. Tan sólo salvaron la vida el cocinero, al que los milicianos hicieron bajar del camión al que se había subido para recibir la palma de martirio junto con sus hermanos, para que cocinara para ellos y dos seminaristas argentinos que fueron reclamados por el Consulado y que fueron los encargados de transmitir a Roma la verdad del martirio sufrido por sus hermanos.
Fueron a la muerte cantando, besando las cuerdas de esparto que les ataban al martirio, perdonando y rezando por sus verdugos y gritando ¡Viva Cristo Rey!. Iban felices al martirio, tanto, que varios de ellos fueron asesinados en el propio camión que les trasladaba al lugar de la ejecución por milicianos que, enrabietados por su alegría, les reventaron el cráneo a culatazos.  

Cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantar y ponernos en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que los ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada: cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica, y a ti, Madre común de todos nosotros. Me dicen mis compañeros que yo inicie los ¡vivas! y que ellos ya responderán. Yo gritaré con todas la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte.
Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayo ni pesares: morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, Mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolores y angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los Mártires de mañana, catorce, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción. ¡Y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y moriremos precisamente el mismo día en que nos impusieron.
Los Mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y más indigno
Faustino Pérez. C. M. F.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós, adiós!

Los milicianos se ensañaron con especial crueldad con el obispo de la diócesis, Florentino Asensio, como explica una página dedicada a su martirio:
Lo amarraron codo con codo a otro hombre mucho más alto y recio, y los condujeron a los dos, después de varias horas de calabozo, al rastrillo. Entre frases groseras e insultantes, un tal Héctor M., oculista, de mala entraña, Santiago F., el Codina, y Antonio R., el Marta, se acercaron al Obispo. El Obispo estaba mudo y rezando. Santiago F. le dijo a un tal Alfonso G., analfabeto: «¿No decías que tenías ganas de comer co... de Obispo? Ahora tienes la ocasión». Alfonso G. no se lo pensó dos veces: sacó una navaja de carnicero; y allí, fríamente, le cortó en vivo los testículos. Saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y empaparon las baldosas del pavimento, hasta encharcarlas. El Obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas.     
En el suelo había un ejemplar de Solidaridad Obrera, donde Alfonso G. recogió los despojos; se los puso en el bolsillo y los fue mostrando, como un trofeo, por bares de Barbastro. Le cosieron la herida de cualquier manera, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Los testigos garantizan que aquel guiñapo de hombre, el Obispo de Barbastro, se habría derrumbado de dolor sobre el pavimento si no hubiera estado atado al codo de su compañero, que se mantuvo y lo mantuvo en pie, aterrado y mudo.      

 El Obispo, abrasado de dolor, fue empujado a la plazuela, sin consideración alguna, y conducido al camión de la muerte. «Le obligaron a ir por su propio pie, chorreando sangre». Ante los ojos de los hombres, era un pobre perro escarnecido. Ante los ojos de Dios y de los creyentes, era la imagen ensangrentada y bellísima de un nuevo mártir, en el trance supremo de su inmolación: completaba en su cuerpo lo que le faltaba a la pasión de Cristo.

 El heroico prelado, que el día anterior, el 8 de agosto, había terminado una novena al Corazón de Jesús, iba diciendo en voz alta: -¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor! José Subías, de Salas Bajas, el único sobreviviente de aquellas primeras cárceles de Barbastro, oyó comentar a los mismos ejecutores: -Se ve que no sabe a dónde lo llevamos. -Me lleváis a la gloria. Yo os perdono. En el cielo rogaré por vosotros... 

 -Anda, tocino, date prisa -le decían. y él:  -No, si por más que me hagáis, yo os he de perdonar. Uno de los anarquistas le golpeó la boca con un ladrillo, y le dijo: «Toma la comunión». Extenuado, llegó al lugar de la ejecución, que fue el cementerio de Barbastro.      

Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: «Señor, compadécete de mí». Pero el Obispo no murió aún. Lo arrojaron sobre un montón de cadáveres, y después de una hora o dos de agonía atroz, lo remataron de un tiro. «No le dieron el tiro de gracia al principio, -dice Mompel- sino que lo dejaron morir desangrándose, para que sufriera más». Sabemos, por otras fuentes, que «la agonía le arrancaba lamentos». Se le oía decir: «Dios mío, abridme pronto las puertas del cielo». Varios milicianos le oyeron musitar, también: «Señor, no retardéis el momento de mi muerte: dadme fuerzas para resistir hasta el último momento». Y repetía muchas veces «lo de su sangre y el perdón de los demás». Otro testigo le oyó que «ofrecía su sangre por la salvación de su diócesis».  

Después de muerto, Mariano C. A. y el Peir lo desnudaron; y El Enterrador le dio a Mariano C. A. los pantalones, que se puso dos días después, «porque estaban en buen uso»; y a José C. S. El Garrilla le dio los zapatos. «Los llevé hasta que se me rompieron», declaró él mismo después de la guerra, antes de ser ejecutado.

Hoy todos ellos son beatos de la Iglesia. Contemplar sus ropas ensangrentadas, los muebles, papeles y todo tipo de objetos en los que grabaron el testimonio de su fe, sus huesos quebrantados por el odio, es todo un aldabonazo a las conciencias adormiladas de los cristianos de hoy. Su martirio, su sacrificio generoso y valiente, su amor a Dios sigue siendo hoy semilla de esperanza.

Hace un año se estrenó en los cines de toda España la película "Un Dios prohibido", que refleja de un modo fiel la verdad de su martirio. El Padre Claretiano que nos acompañó durante el recorrido del museo nos contó cómo varios de los actores que habían actuado en la película se habían convertido y que uno de ellos pidió el Bautismo tras visitar el museo y estar delante de sus restos.

Como decía un buen amigo que me acompañó, la diferencia entre el perdón cristiano y la supuesta justicia pretendida por los portavoces de la desmemoria histórica se comprueba en los frutos: reconciliación y perdón frente a división y odio.
Que su sangre bendita siga dando abundante fruto y vertiendo amor sobre nuestra querida España.

LFU          



18 de febrero de 2014

"A Lorca lo mataron sus primos"

Ahora que la Junta de Andalucía reaviva el odio en el corazón de los andaluces recurriendo a la manipulación de nuestra historia reciente, conviene recordar las circunstancias que rodearon la muerte de Federico García Lorca, todo un símbolo que la progresía durante años utilizó contra el régimen anterior como epítome de las “maldades” del llamado bando nacional y que desde hace unos años se ha venido abajo como un castillo de naipes.

Y es que, tal y como demuestran las últimas investigaciones historiográficas –publicadas en 2006 aunque silenciadas por el mantra cultural dominado por la izquierda- no se trató de un crimen político sino de un verdadero ajuste de cuentas familiar, urdido por unos primos del poeta que contaron con el apoyo del gobernador militar y de la CEDA.
Al parecer, el origen de las desavenencias de la familia García Lorca con las familias Roldán y Alba (las tres grandes familias caciques de la Vega de Granada, con parentesco entre ellas)  está en una disputa de linderos entre fincas, litigio que –como suele suceder- fue enconando las relaciones entre dichas familias que llegaron a profesarse un odio africano. Federico, lejos de mantenerse al margen, prendió la chispa del odio con la publicación de “La Casa de Bernarda Alba” que no era sino un retrato descarnado de las familias rivales con las que la suya mantenía una enemistad secular.

Como es bien sabido, Federico García Lorca se refugió en casa de sus amigos los Rosales, de filiación falangista, que pese a su resistencia, no pudieron impedir que se llevaran al poeta un grupo de forajidos de la derecha caciquil entre los cuales figuraba un familiar del propio Federico. Así, los Roldán, primos de Federico García Lorca, fueron a quienes Valdés, gobernador militar de Granada tras el golpe de Estado, encargó las formaciones de "escuadras negras" para hacer depuraciones en la zona, y quienes, según el documental, aprovecharon esta circunstancias para acabar con el poeta una tarde de agosto de 1936. "A Lorca lo mataron sus primos” lo dice en el documental Rafael Amargo.  

 Así pues, ni a Lorca lo mató Franco –quien no asumió el poder en el bando nacional hasta octubre de 1936-  ni se trató de un crimen político, ya que al poeta lo defendieron hombres de la Falange. Se trató de un vil y despiadado ajuste de cuentas entre familias de unos matones de los muchos que, al comienzo del conflicto y aprovechando el vacío de poder, en una y otra zona dieron rienda suelta a sus más bajos instintos.

LFU


23 de diciembre de 2013

Una decisión miserable

La Junta del Gobierno del Colegio de Abogados de Madrid, en silencio, nocturnidad y alevosía y hurtando a la Junta General convocada el debate sobre el asunto, ha decidido retirar los honores concedidos a José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco Bahamonde por otra Junta de Gobierno en el mes de marzo de 1939.

La decisión respecto al anterior Jefe del Estado cabe enmarcarla en la categoría gregaria de las actuaciones de «antifranquismo retrospectivo», que denotan, además de una terrible falta de perspectiva histórica, una carencia considerable de valentía. Sin embargo, la retirada de honores a José Antonio Primo de Rivera, abogado colegiado asesinado en 1936, sólo merece el calificativo de mezquina y miserable.

José Antonio fue, desde muy joven, un abogado brillante y profundamente enamorado de su vocación jurídica. Sin haber cumplido los treinta años, tras escuchar un informe oral suyo el Tribunal Supremo, el entonces Decano del Colegio Francisco Bergamín –que defendía a su contrario- comenzó su intervención diciendo que acababa de escuchar a una gloria del foro.  José Antonio quiso separar su vocación política –a la que llegó para defender el nombre de su padre- de su vocación como jurista. Como él mismo diría un año antes de ser asesinado: “Seamos, pues, políticos, francamente, cuando nos movamos por inquietudes políticas; y luego, en nuestros trabajos profesionales, tengamos la pulcritud de no traer ingredientes de fuera. El juego impasible de las normas es siempre más seguro que nuestra apreciación personal, lo mismo que la balanza pesa con más rigor que nuestra mano. Cuidemos una técnica limpia y exacta, y no olvidemos que en el Derecho toda construcción confusa lleva en el fondo, agazapada, una injusticia.”

Prestó su último servicio como abogado en un memorable y estremecedor informe oral ante el Tribunal Popular de Alicante -que ya tenía de antemano decidida su ejecución- en su propia defensa y en la de su hermano y su cuñada. Al día siguiente, ya condenado a muerte, escribiría con insólita serenidad lo siguiente: Ayer, por última vez, expliqué al Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. (…) Una vez más, observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban, primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: "¡Si hubiésemos sabido que era esto, no estaríamos aquí!" Y, ciertamente, ni hubiéramos estado allí, ni yo ante un Tribunal popular, ni otros matándose por los campos de España. (…).  A esto tendí, y no a granjearme con gallardía de oropel la póstuma reputación de héroe. No me hice responsable de todo ni me ajusté a ninguna otra variante del patrón romántico. Me defendí con los mejores recursos de mi oficio de abogado, tan profundamente querido y cultivado con tanta asiduidad. Quizá no falten comentadores póstumos que me afeen no haber preferido la fanfarronada. Allá cada cual. Para mí, aparte de no ser primer actor en cuanto ocurre, hubiera sido monstruoso y falso entregar sin defensa una vida que aún pudiera ser útil y que no me concedió Dios para que la quemara en holocausto a la vanidad como un castillo de fuegos artificiales. Además, que ni hubiera descendido a ningún ardid reprochable ni a nadie comprometía con mi defensa, y sí, en cambio, cooperaba a la de mis hermanos Margot y Miguel, procesados conmigo y amenazados de penas gravísimas.”

El 6 de septiembre de 1936, la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados, tras declarar su fervorosa adhesión al gobierno del Frente Popular “y, continuando en su misión, tanto de apoyo a la legalidad constitucional como de colaboración en la obra revolucionaria de transformar profundamente la magistratura y de crear la nueva Justicia popular” decidió expulsar de su seno, por indeseables, a 25 colegiados, entre los cuales figuraban Gil Robles, Alcalá Zamora y José Antonio, entonces preso en la prisión de Alicante así como otros, varios de los cuales fueron asesinados en Paracuellos del Jarama poco después de haber sido señalados.

“Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.”. Así se expresaba horas, antes de caer fulminado bajo el trallazo de las balas, el político más excepcional que ha conocido España durante el siglo XX y que, sin embargo, sigue siendo para muchos un perfecto desconocido.

El pasado jueves, otra Junta Colegial, interpretando a la perfección la partitura del odio que había escrito previamente una sectaria asociación de abogados de corte marxista, cometió la postrera villanía de escupir sobre la tumba de un auténtico modelo de hombre y de abogado que entregó su vida por España. Mi hermano César y otros muchos compañeros me acompañaron hasta la madrugada del viernes para tratar de dar testimonio de dignidad ante la felonía que se proponía perpetrar. Pero la Junta de Gobierno nos hurtó la posibilidad de pronunciarnos ocultando arteramente que había hecho suya tan miserable proposición. No importa. Entrada ya la noche, cuando salíamos de aquella Junta, algunos sabíamos que, entre los luceros de la noche clara, nos iluminaba uno que brillaba con la luz propia de la enorme dignidad que jamás una Junta de gobierno de tan escasa talla podrá mancillar.

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

Abogado 

12 de diciembre de 2013

Una propuesta miserable

Según informaba ayer el Diario El Mundo, el próximo día 19 de diciembre, el Colegio de Abogados de Madrid someterá a votación la 4ª proposición promovida por la Asociación Libre de Abogados proponiendo acordar la retirada del título honorífico de Decano honorario del ICAM a José Antonio Primo de Rivera y a Francisco Franco Bahamonde “por su participación en el golpe y posterior alzamiento militar”. Naturalmente, la propuesta obvia que José Antonio Primo de Rivera, ilustre abogado madrileño –del cual el propio Decano Bergamín dijo que era una de las glorias del foro tras escucharle informar en el Supremo-, estaba encarcelado ilegalmente desde principios de marzo de 1936 por el gobierno “democrático” del Frente popular para su posterior asesinato “legal” en el mes de noviembre. En cuanto al anterior Jefe del Estado, todo vale a 38 años de su fallecimiento, siendo de destacar la valentía retrospectiva de la propuesta.

            De sobra sé del poco entusiasmo con el que los abogados se toman las Juntas Colegiales, pero en este caso yo al menos haré una excepción para votar en contra de esta indecente proposición, cobarde donde las haya.  Sin duda hay quien añora aquella junta de gobierno que en 1936 expulsó por "indeseables" y enemigos de la justicia popular revolucionaria, entre otros, a José Antonio Primo de Rivera. Afortunadamente, Francisco Franco nos libró, entre otras cosas, de aquella junta de facinerosos, que ahora, casi ochenta años después, regresa de manos de los herederos del odio.

LFU

20 de noviembre de 2013

Para mí sí es una referencia

Decía ayer un ministro que ni para el Gobierno ni para el Pp, la fecha del 20 de noviembre es ninguna referencia. No me sorprende, entre otras cosas, porque esa fecha les recuerda que llevan dos años en el poder sin cambiar prácticamente nada de lo que hizo Zapatero en 8 años de nefasto gobierno.

En cambio para mí, como para muchísimos españoles de bien, este aniversario sí es una referencia. Una referencia de dignidad, de orgullo y de gratitud.

El 20 de noviembre de 1936 cayó fusilado  el que sin lugar a dudas ha sido el político más limpio, más brillante, más valiente y más preclaro del siglo XX español, José Antonio Primo de Rivera. En sólo 3 años diseñó el germen de una doctrina que jamás pudo desarrollarse en plenitud pero que nacía del ardiente deseo juvenil de superar la atmósfera turbia de una partitocracia que a la postre acabaría desencadenando la peor guerra fratricida de nuestra patria. Su sueño, el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, la justicia social en la superación de la lucha de clases, la reivindicación de la dignidad de la persona como portador de valores eternos y la defensa de la unidad de la patria.  Su nombre debía ser un referente para cualquier político cabal, pero el sectarismo de la izquierda y la cobardía de la derecha lo han arrumbado al desván al que va a parar todo lo que molesta por revolver conciencias atormentadas.

Naturalmente, José Antonio no puede suponer un referente para quienes se han acomodado en un sistema pútrido que ha causado el desprestigio de las instituciones del Estado, para quienes conviven con leyes injustas y criminales como la ley del aborto del gobierno socialista y responden con insólita tibieza e imposibles invitaciones al diálogo a la mayor amenaza secesionista que ha sufrido España en los últimos 500 años

El 20 de noviembre de 1975 murió cristianamente, bajo el manto de la Virgen del Pilar, en la cama de un hospital de la Seguridad Social que él creó, el mejor gobernante que ha tenido España desde Felipe II: Francisco Franco. Fruto de una contingencia histórica dramática, el régimen que él fundó -el primero que venció al comunismo- rescató a España de la miseria para dejarla  situada como novena potencia industrial, con pleno empleo, con una clase media pujante, la presión fiscal más baja de Europa, el mayor nivel de convergencia con Europa en términos de renta per cápita de los últimos 40 años  y un sistema de protección social en la vivienda y en el trabajo que causa sonrojo a los socialdemócratas. Dejó un país en paz y preparado para una democracia constructiva que no fue posible por la ambición, irresponsabilidad  y egoísmo del rey y  los políticos de la transición

Tampoco Francisco Franco puede ser referente alguno para un gobierno y un partido que ha claudicado apresuradamente ante Tribunales como el de Estrasburgo, agachando la cabeza y demostrando  el insignificante peso específico de nuestra nación en el mundo. Para un gobierno que, incumpliendo sus promesas, ahoga a las clases medias con una presión fiscal asfixiante, administra 6 millones de parados y se pliega sumiso a los dictados de la ley de memoria histórica con la que la izquierda más sectaria quiso que muchos de los populares pisoteasen la tumba de sus padres.  

Para mí, hoy es un día de recuerdo y de Esperanza. Porque España ha sido capaz de dar y ensalzar  grandes hombres como los que hoy recordamos. Porque, en la hora de los enanos, los nombres de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco se elevan a la cima de nuestra historia que, algún día, no muy lejano, reconocerá su grandeza como también la pequeñez de los que con tanto desparpajo se atrevieron a ningunearles.

¡Arriba España!


LFU