Ahora que la Junta de Andalucía reaviva el odio en el
corazón de los andaluces recurriendo a la manipulación de nuestra historia
reciente, conviene recordar las circunstancias que rodearon la muerte de Federico
García Lorca, todo un símbolo que la progresía durante años utilizó contra el
régimen anterior como epítome de las “maldades” del llamado bando nacional y que desde hace unos
años se ha venido abajo como un castillo de naipes.
Y es que, tal y como demuestran las últimas investigaciones
historiográficas –publicadas en 2006 aunque silenciadas por el mantra cultural
dominado por la izquierda- no se trató de un crimen político sino de un
verdadero ajuste
de cuentas familiar, urdido por unos primos del poeta que contaron con el
apoyo del gobernador militar y de la CEDA.
Al parecer, el origen de las desavenencias
de la familia García Lorca con las familias Roldán y Alba (las tres grandes
familias caciques de la Vega de Granada, con parentesco entre ellas) está en una disputa de linderos entre fincas,
litigio que –como suele suceder- fue enconando las relaciones entre dichas
familias que llegaron a profesarse un odio africano. Federico, lejos de
mantenerse al margen, prendió la chispa del odio con la publicación de “La Casa de Bernarda Alba” que no era
sino un retrato descarnado de las familias rivales con las que la suya mantenía
una enemistad secular.
Como es bien sabido, Federico García Lorca se refugió en
casa de sus amigos los Rosales, de filiación falangista, que pese a su
resistencia, no pudieron impedir que se llevaran al poeta un grupo de forajidos
de la derecha caciquil entre los cuales figuraba un familiar del propio
Federico. Así, los Roldán, primos de Federico García Lorca, fueron a quienes
Valdés, gobernador militar de Granada tras el golpe de Estado, encargó las
formaciones de "escuadras
negras" para hacer depuraciones
en la zona, y quienes, según el documental, aprovecharon esta circunstancias
para acabar con el poeta una tarde de agosto de 1936. "A Lorca lo mataron sus primos” lo dice en el documental
Rafael Amargo.
Así pues, ni a Lorca
lo mató Franco –quien no asumió el poder en el bando nacional hasta octubre de
1936- ni se trató de un crimen político,
ya que al poeta lo defendieron hombres de la Falange. Se trató de un vil y
despiadado ajuste de cuentas entre familias de unos matones de los muchos que,
al comienzo del conflicto y aprovechando el vacío de poder, en una y otra zona
dieron rienda suelta a sus más bajos instintos.
LFU