Reproduzco a continuación el artículo publicado ayer en El Correo y en ABC, firmado por Carlos Aresti Llorente.
«Treinta y cinco años después
del asesinato de mi padre me decido a contar la verdad para desnudar la mentira
de terroristas, cómplices y políticos oportunistas»
El 25 de marzo de 1980 ETA asesinó
a Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, con un tiro en la nuca. Dos fueron las
razones para su «ajusticiamiento» según un comunicado de la banda asesina:
tratarse de un «representante cualificado del gran capital» y «haberse negado a
contribuir económicamente a modo de impuesto revolucionario».
Treinta y cinco años después me
decido a contar la verdad para desnudar la mentira de terroristas, cómplices y
políticos oportunistas. Tenemos la obligación moral de desenmascararlos a
todos. Mi padre (Q.E.P.D.) trabajaba como agente de seguros. El entorno de ETA
había descubierto que si creaba una agencia de seguros podía conseguir grandes
comisiones, en base, como siempre, a amenazas y coacciones. Y él tuvo la
valentía de denunciar públicamente la argucia en el Colegio de Agentes de
Seguros de Vizcaya. Al terminar su intervención, un compañero y amigo que
estaba sentado a su lado le dijo: «Enrique, acabas de firmar tu sentencia de
muerte».
Meses más tarde, recibió una carta
exigiéndole el pago del mal llamado impuesto revolucionario. Después de leerla
me dijo: «No van a conseguir echarme de mi tierra porque si me matan me
enterrarán en Gordejuela». Para quienes no están familiarizados con la zona,
Gordejuela es un entrañable pueblo de Vizcaya. Sabía que lo iban a matar y no
quería protección para evitar más muertes inocentes. Redactó un acta ante un
notario de Bilbao que transcribo:
«En Bilbao a 7 de febrero de 1979,
yo, notario del Ilustre Colegio de Burgos con residencia en esta Villa, por la
presente, hago constar:
Que comparece ante mí, don Enrique
Aresti Urien, conde de Aresti, mayor de edad, viudo, abogado, vecino de Bilbao,
con domicilio en Gran Vía, número 26, tercero y con DNI número X.
El señor (…) conde de Aresti
manifiesta: Que nació en Gordejuela (Vizcaya) el 7 de octubre de 1917 y declara
su condición de católico, vasco y español. Como católico, apostólico y romano,
pide a Dios perdón por el mal que haya podido hacer y sobre todo por el bien
que haya dejado de hacer. No admite discusión en su condición de vasco y de
español con cualquier advenedizo que pudiera discutir estas realidades.
Manifiesta que, habiendo sido
requerido para satisfacer un impuesto revolucionario y amenazado de muerte en
caso de no satisfacerlo, no está dispuesto a entregar un solo céntimo en tal
concepto porque el hacerlo supondría una traición a su condición antes
declarada de católico, vasco y español.
Lógicamente de dicha oposición
pueden derivarse dos consecuencias: a) La muerte. b) La retención para obtener,
bajo amenazas, lo que voluntariamente no está dispuesto a dar. En el supuesto
a) que, antes o después a todos llega, no se necesitan instrucciones especiales.
En el supuesto b) ordena a todos sus familiares que se atengan a su deseo
expreso y terminante de no entregar cantidad ninguna por su liberación a pesar
del mucho cariño que le puedan tener y precisamente en aras de ese cariño. Esta
orden la hace extensiva a todos los que a través de cualquier relación
económica pudieran sentirse obligados a hacerlo y manifiesta que no reconocerá
como válida ninguna deuda que en su nombre ni en el de sus familiares se
pudiera contraer con ninguna entidad bancaria en orden a su liberación.
Al agradecer a Dios el regalo de
la Fe, le pide que le ayude, en cualquier circunstancia que surja, a cumplir
con su deber. Se despide de sus hijos agradeciéndoles el cariño que siempre le
han tenido y lo mucho que le han acompañado y les anima a que, con alegría,
sigan el camino que haga posible que un día se vuelvan a encontrar con su madre
bajo el amor de Dios (…)».
El 25 de marzo de 1980 lo mataron,
obviamente por la espalda. Con el alma desgarrada lo velamos en casa junto con
los innumerables amigos de verdad, que afortunadamente eran muchos, y a quienes
desde aquí repito nuestro más profundo agradecimiento.
En aquella fecha el Consejo
General Vasco tenía su sede en la Gran Vía de Bilbao, justo enfrente de nuestra
casa. Su presidente era Carlos Garaicoechea (uno de los políticos oportunistas)
que no consideró oportuno ni siquiera cruzar de acera para manifestar su pesar.
Él sabrá los motivos. Al día siguiente, después del funeral, lo enterramos
rotos de dolor en su querida tierra de Gordejuela.
Tres años más tarde, el
Ayuntamiento de Bilbao presidido por el alcalde José Luis Robles (otro político
oportunista) decidió cambiar el nombre de la plaza del Conde de Aresti (abuelo
de mi padre y diputado general de Vizcaya entre 1898 y 1902), aumentando
gratuitamente nuestro dolor e intentando borrar parte de la historia de
Vizcaya.
Mi padre nos enseñó, entre otras
muchas cosas, a no odiar a nadie. Siempre nos decía: «Breve o larga, la vida
sólo vale algo si en el momento de entregarla no tenemos que sonrojarnos de
ella». Nosotros estamos orgullosos de tu ejemplo y eso no nos lo puede quitar
nadie.
Los asesinos no encontrarán nunca
la paz interior y vivirán atormentados. Muchas veces esa vida es peor que
morir.
CARLOS ARESTI LLORENTE,