"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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10 de julio de 2015

Rezar por el Papa

Que el Papa es el vicario de Dios en la tierra y que, como tal, los católicos le debemos obediencia y por tanto creer, cumplir y aceptar su magisterio solemne, es decir, el que proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral y está asistido por el Espíritu Santo, es algo indiscutible, desde luego, para mí.

Ello no implica que los católicos debamos estar de acuerdo con el Papa en todo aquello que no constituya magisterio solemne de la iglesia. Es evidente que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras y no cabe duda de que el riesgo de meter la pata se incrementa exponencialmente cuanto mayor es la locuacidad del hablante. El Papa Francisco, que encarna la virtud de la caridad, no es un prodigio de prudencia en sus manifestaciones ordinarias, por su condición de extrema locuacidad.

El Papa es un hombre. Como tal puede equivocarse y a menudo lo hace. Como todos. Y desgraciadamente sus equivocaciones son mucho más sonoras que sus aciertos, que son muchos más. 

 No cabe duda de que en su viaje por Hispanoamérica el Papa ha cometido errores, para empezar, la lectura que ha hecho de la independencia de los países americanos que no nació de la conciencia de los oprimidos, sino más bien en las logias masónicas y en las clases acomodadas. Fue muy claro al respecto San Juan Pablo II al elogiar la enorme contribución de España a la cultura, los valores y la fe de toda Hispanoamérica. Aunque hoy sabemos que le dijo "No está bien eso", hubiera preferido también una mayor firmeza ante el miserable regalo del cretino Morales, pues no imagino lo que hubiera sucedido si el Crucificado hubiera estado anclado a una esvástica en lugar de una hoz y un martillo.

Pero no es menos cierto que seguramente los frutos apostólicos del viaje serán abundantes y mucho más importantes que los errores, a menudo consecuencia de intereses diplomáticos.

El Papa le pide a todo el mundo que rece por él. Yo lo hago a diario y todos debemos hacerlo, para que la luz y la prudencia guíen siempre todos sus pasos.

Los que tenemos el privilegio de disfrutar de padres mayores, sabemos que éstos se equivocan y no por eso dejamos de quererlos y rezar por ellos. Ni se nos ocurre ponerlos a caldo delante de los demás. A mayores errores, más cariño y más oración. Pues eso mismo tenemos que hacer los católicos con el Papa. Rezar por él.

Que Dios le bendiga, Santo Padre.

LFU  


6 de julio de 2015

Pilar Rahola busca la Luz


«Estad alegres. Os lo repito: estad siempre alegres, porque el Señor está cerca.» (San Pablo a los Filipenses 4, 4-5).

Y no es baladí la justificación de la alegría en un lunes de calor infernal en Madrid. Escuchar a Pilar Rahola -sí, han leído bien, a Pilar Rahola- hablar de la fe católica, de la luz que ilumina a quienes tienen  fe y viven el cristianismo, de la necesidad de una mayor presencia de la Iglesia en la sociedad, nos recuerda cómo Dios hace nuevas todas las cosas, cómo endereza las ramas más torcidas, cómo se preocupa de los que más le necesitan, como se manifiesta de las formas más insospechadas.

Pilar Rahola se confiesa. Desnuda su alma ante los demás reconociendo que sigue buscando el camino, que tiene sed de Cristo. Nos está pidiendo a todos una oración para llegar a la meta, para encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo. 

Ya tiene la mía y seguro que la vuestra. 

LFU

17 de marzo de 2015

Tam Pater nemo. Una hermosa lección de fe

Hace unos días, nos enterábamos de la repentina muerte de un joven a los pocos días de entrar en el seminario. Se llamaba Marcos Pou Gallo. A través de amigos comunes, me llega la carta que su hermano leyó al término del funeral por su alma y no puedo dejar de divulgarla. No tiene desperdicio.

TAM PATER NEMO

(Nadie hubo, ni puede haber tan Buen Padre)

Queridos amigos, familiares y conocidos;

Entre las 23.30 del sábado 21 de febrero y las 00.00 del día siguiente, domingo 22, mi hermano Marcos falleció en un accidente de moto, a la edad de 23 años, una semana y media después de entrar en el seminario.

No está siendo, como es lógico, nada fácil. Es mi hermano, con quien he crecido desde que nací, con quien he descubierto desde pequeño la vida, con su bien y su mal, su sufrimiento y su consolación, su belleza y su fealdad, lo divertido y lo aburrido, lo grande y lo pequeño. Con quien me he peleado, reído hasta llorar, con quien he llorado, y con quien he descubierto lo más grande que se pueda descubrir nunca ante los ojos de un pobre hombre como él y como yo.

Estos tres días están siendo los más duros de mi vida. Constante es el recuerdo de Marcos, de todo lo que hemos vivido juntos, lo bueno y lo no tan bueno. Es duro estar en casa porque es difícil caer en la cuenta de que ya no va a entrar por la puerta gritando ‘¡Minions!’ (Refiriéndose a Juan y Mateo, mis hermanos pequeños), o en mi habitación, donde él dormía. Es duro vivir, es doloroso. Lo más duro es despertarse por la mañana, porque es como si te dieran la noticia de nuevo. Es dolorosa esta nueva vida sin Marcos en la forma que ha estado siempre, tal y como la conocíamos. Lo sabéis bien aquellos que le conocisteis, aunque fuera por poco tiempo, aunque sólo cruzarais un par de frases con él.  A muchos os habrán hablado de él. Y para otros quizá era ‘hermano de’, o ‘hijo de Itziar y Paco’.

A todos vosotros os quiero contar lo que he visto estos dos días. Antes de la misa del domingo por mi hermano, tuvimos la oportunidad de besar por última vez a mi hermano. Estaba precioso, en un ataúd sencillo, como el de Juan Pablo II. Vestido de blanco, puro. Mi familia y yo pudimos estar rezando junto a él. Pidiendo por su intercesión por nosotros, para que comprendamos y nos fiemos del Señor. La misa fue el primer regalo de todos. Fue un verdadero espectáculo. La Iglesia estaba llena, hasta los topes, los dos días. Por delante de mí pasaban todos los rostros que el Señor acarició a través de Marcos. Todo lo que Dios ha generado a través de él, de toda su persona. Estaban las monjas del comedor social donde ayudaba (caritativa) desde hacía 3 años, sus compañeros y los míos del primer colegio en el que estuvimos, profesores de ese colegio, un gran número de profesores del Abat Oliba, alumnos de allí, los amigos con los que jugó al fútbol en La Salle cuando era pequeño, con los que jugó no hace tanto y con los que jugaba este año, incontables amigos suyos y míos de Madrid, matrimonios de allí que le conocieron y vinieron a acompañarnos y a despedirse, toda la comunidad de CL de Barcelona, toda mi familia… Me dejo a mucha gente, perdonadme. Celebraron misa por él en Siberia, Nueva York, Milán, Roma, Madrid, Las Azores, Méjico, Santander… y muchos sitios más donde rezaron por él.  A todos gracias por vuestras oraciones y vuestra compañía. Son un verdadero testimonio de todo lo que genera el Padre a través de la débil carne de mi hermano.

Amigos míos y de Marcos. Dios y mi hermano me regalan a cada segundo el amor que os tiene desde el cielo, y que siempre os ha tenido. Tengo la certeza, nítida, que Marcos siempre ha tenido. Tengo esa paz, esos ojos conquistados por el Señor, que Marcos tiene. Me da la sensación de que los abrazos que os doy, los besos y  las caricias, son de parte de Marcos. Me sorprendo amándoos un pequeño porcentaje de cómo él os quería, y eso es enorme. Lloro y sufro, le echo de menos, me gustaría abrazarle una última vez. Pero está conmigo. La relación con Marcos es única. Continuamente le oigo decirme que me fíe. Le veo sonreír, le veo feliz, donde toda su vida ansiaba estar. Marcos nos ha hecho el mejor regalo que nadie puede hacer. Nos ha puesto ante la vida, y ante Cristo. Siempre ha sido esa su intención, presentarnos a Cristo, mirad: ‘He visto el mismísimo rostro de Cristo, la ternura con la que Dios ama, he visto cómo me quiere y me da vértigo. ¿¡Por qué tanto!? Dios me prefiere, y en las palabras de Giussani, me prefiere “porque soy nada, porque soy como esa chica de Nazaret de 15 años, nada. O como su marido, un hombre lleno de dudas, confundido, humilde, carpintero, nada”’. Y estos días lo hace de una forma radical y espectacular, con la misa, el funeral y lo que vendrá. Nos presenta el infinito. Cada canto, cada lectura y cada salmo, cada abrazo que me habéis dado, cada rostro que he besado, son signo del Dios bueno que habita en Marcos. Es una sobreabundancia que jamás había experimentado, ni podía imaginar. Sufro con gran dolor, pero soy profundamente feliz. Porque ¿quién soy yo para recibir semejante regalo del cielo, como es la certeza de Marcos? ¿Quién soy yo para ser llamado a una relación con el Misterio como la que él tenía? La Misericordia que Dios tiene conmigo dándome esto se sale de toda medida. Nos da este regalo: ahora sólo lo infinito nos bastará. Ahora solo Dios bastará a nuestros desgarrados corazones de hombres.

La política, la economía, lo que estudiamos o donde trabajamos, lo que vivimos ahora, las relaciones con nuestros seres queridos y amigos, todo vuelve a ser verdadero. Porque todo está revestido de esta espera y esta pregunta: ¿Hay algo que sea para siempre? Si. Existe. Porque lo hemos visto y lo vemos. Siempre quiso presentar a Dios al mundo. Y estos días lo hace de una forma radical. O todo o nada, como ha sido él. Y Cristo está. Amigos, no es incompatible el sufrimiento de perder una ‘forma’ de relación, con la paz y la seguridad de que Dios está. No es incompatible el desgarro con la alegría que Dios presente nos da. Todo lo que nuestros corazones desean, y hoy más que nunca, existe. Lo vimos en Marcos y lo vemos entre nosotros hoy. Lo vemos en la unidad de un pueblo donde el Señor quiso crear a Marcos. Lo tenía todo pensado. Para llevarse a Marcos tenía que estar seguro de que él daba su ‘sí’ libremente y feliz. Y os lo demuestro: Marcos escribía el 11 de febrero esto. ‘ENTRADA EN EL SEMINARIO: Vértigo y confianza plena, soy Tuyo Cristo. Que este sea un camino de santidad. ¡Feliz de darte la vida! Domina más esto que lo que no apetece, da pereza o parece ser una futura fatiga. A ti me encomiendo María. Virgen de Lourdes, ¡hazme fiel! ¡Hazme santo!’

¿Lo veis? Marcos se fue plenamente feliz, como nunca lo había sido. Y nos quiere regalar esta paz. Dejad que entre en vuestros corazones el dolor, bucead en el sufrimiento para descubrir el deseo de infinito que a Marcos caracterizaba. Pero sumergíos también en la vida. Estad atentos a lo que Dios nos regala, estad atentos a la realidad que fascinaba a Marcos. Porque es allí donde encontraremos la paz que Dios nos da. No tapéis vuestro dolor, vuestras preguntas, vuestro sufrimiento, el echar de menos, o las ganas de estar con él. Vividlas hasta que esas preguntas os definan. De lo contrario, despreciaremos el regalo que Marcos nos hace. Contaos lo que os fascinaba de Marcos, recordad lo que os decía, contaos y recordad a Cristo, que se hacía más carne a través de mi hermano. Que el sí que él dio sea también nuestro sí a vivir este sufrimiento y esta gracia. Pidamos su cercanía con el Señor, su relación privilegiada con el Padre y celebremos que él es ahora feliz para siempre. Descansad en esta certeza, en la imagen de su sonrisa desde el cielo.

Mi relación con Marcos es mejor ahora que nunca. Ahora que no puedo tocarlo ni abrazarlo, es más mío, está más en mí, que nunca. Marcos hoy se me regala más que hace tres días. Lo mejor de Marcos, Cristo, está infinitamente más presente hoy que nunca. Es más nuestro amigo hoy que nunca. Me llegan ya las cosas que están sucediendo. Me envían muchas personas los testimonios de lo que Dios y Marcos hacen desde el cielo. A Dios tengo que agradecer ser testigo de semejante espectáculo. No dejéis de contármelo, por favor. Ya está sucediendo.

Os pido que os acompañéis entre vosotros, que os recordéis esto. Os pido que no cerréis vuestro corazón, que lo abráis al dolor y al presente. También pedid por mi familia: Francisco, Itziar, Natalia





24 de diciembre de 2014

El mártir, la guerra y la Navidad

El mártir, la Guerra y la Navidad.

Esta madrugada a eso de las cuatro de la mañana me he despertado agitado por la intensa conversación mantenida esa misma tarde noche con Andrés Trapiello, mi padre y mi hermano Luis Felipe. Había perturbado mi sueño, habitualmente profundo y alérgico a todo insomnio, las palabras cosidas de dolor de Trapiello al hablar de la furia violenta, larvada por la insensatez de tantos, que se desató en aquél verano.

Me he serenado pensando y recordando esta foto estremecedora hecha a un sacerdote aragonés (cuya identidad sigue discutida, algunos se la atribuyen a Martín Martínez Pascual, véase entrada anterior) antes de morir fusilado en los altos trigales de Aragón en el estío sangriento del 36.
En esta mirada está la esperanza del mundo y la de mí patria, España. Ante la proximidad de la muerte, el gesto reposado muestra sin jactancia que la muerte no es el final. Que el encuentro y la intimidad con el Señor le sostiene y su serenidad es un anuncio de que el perdón a sus ejecutores ya está en su corazón, del que su rostro es espejo iluminado.

Toda la furia desatada de ese verano que aún algunos insensatos revuelven sin prudencia, tiene su antídoto en esta mirada. La del perdón. La que permite empezar de nuevo y reconciliar la vida con el dolor, en nuestra vieja tierra y en cualquier otra.

Hoy, día de Nochebuena, volvemos a mirar la ternura del Niño que nace y mi corazón se conmueve de alegría porque el amor de su cuna siguió siendo fecundo 1.936 años después y lo seguirá siendo en el corazón de los abren su vida a Él.

Beato desconocido. Feliz Navidad. Ora pro nobis.



César Utrera-Molina Gómez
24 de diciembre 2014 

2 de octubre de 2014

Como niños

San Mateo 18,1-5.10

“En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.”

Es el evangelio de hoy uno de mis preferidos, así que me permito compartir con vosotros esta reflexión. 

Sólo haciéndonos pequeños seremos grandes a los ojos de Dios. Sólo desde la humildad del corazón puede el hombre hacer grandes cosas. Viendo cada día a nuestros hijos pequeños nos damos cuenta cuánto nos cuesta abandonarnos a nuestro Padre con la confianza y sencillez que ellos ponen en nosotros. Nosotros somos su seguridad, su fortaleza. Nuestra alegría es la clave de su felicidad. Así deberíamos vivir quienes nos llamamos cristianos. Y, sin embargo, nos empeñamos cada día en poner nuestra confianza en dioses de barro, en becerrillos varios, olvidándonos que la verdadera felicidad sólo se encuentra abandonándonos en la voluntad de nuestro Padre como nuestros hijos hacen con nosotros.

Que tengáis un buen día.


LFU

21 de mayo de 2014

La muerte no es el final


Pilar, la mujer de mi amigo Federico, me llamó hace unos días para invitarme al funeral de su suegra. Llegué antes de la hora y me acerqué circunspecto a dar el pésame a mi amigo con el consabido y mecánico “Lo siento mucho”. A mitad del abrazo, Federico se apartó y con los ojos muy abiertos me pregunto: «¿Por qué? ¡Pero si lo que tienes que hacer es darme la enhorabuena!.  No te imaginas la muerte más bonita que tuvo. Vino la Virgen a llevársela cuando estaba en paz, rodeada de sus siete hijos que rezábamos el rosario junto a su cama. Allí se respiraba alegría –incluso mientras la velaba se me escapaba una sonrisa- porque todos sabíamos cómo había vivido en el amor y lo grande que era la felicidad que le esperaba.»

Aunque una y otra vez leamos el Evangelio, a los cristianos rara vez se nos nota la alegría que debíamos tener cada mañana. Vivimos como si no creyésemos de verdad que al otro lado está la Gloria, como si no fuera más que un consuelo o engañifa con el que mitigar nuestro dolor, como si la muerte fuera de verdad el final.  Federico no es así. Allí por donde pasa se encarga de predicar con su ejemplo la alegría de la resurrección. Y así fue el impresionante funeral de su madre, que comenzó con un impresionante Gloria y acabó con un emotivo y vascongado Agur Jesusen ama. Allí se respiraba alegría, gratitud y mucho amor. Se estaba en la gloria. No había ninguna duda de que allí mismo estaba Dios.

Enhorabuena Federico y gracias, Pilar por no dejar que me perdiese una celebración tan feliz y entrañable.

Laus Deo

LFU


25 de abril de 2014

¡No tengáis miedo!

La Navidad de 1981 tuvo para mí un significado especial. Mis padres nos llevaron a los ocho a Roma para celebrar sus bodas de plata. Por primera vez pisé la ciudad eterna y tuve el privilegio, junto con mis padres y hermanos, de besar el anillo del pescador y hablar brevemente con el que el próximo domingo será elevado a los altares por la Iglesia. Aquí os dejo el testimonio gráfico de la ocasión.

San Juan Pablo II pasará a la historia como el papa de la familia y el que mejor representó la aceptación de la pasión de Cristo en carne propia. El que abrió su pontificado, joven y vigoroso saliendo al balcón de la logia de San Pedro con aquél grito potente y esperanzador:  ¡¡No Tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!! acabó sus días enseñando al mundo la dignidad de su dolor y la entrega a los demás desde la postración de su enfermedad. En un mundo en el que se aparta a los ancianos y se elude la visión molesta del dolor, él quiso dar al mundo una lección de esperanza y de amorosa aceptación de la cruz que le había correspondido.

Jamás olvidaré la emoción del día en que su voz se quebró para siempre ante las cámaras del mundo entero. Su mirada, mezcla de impotencia y aceptación humilde de su dolor era una escena estremecedora de la pasión. Recuerdo que lloré con esa mezcla de tristeza y alegría que tiene la emoción de contemplar algo tan terriblemente doloroso como extraordinariamente hermoso.

El próximo domingo, una de mis hermanas tendrá el inmenso privilegio de estar de nuevo en Roma en la canonización del que será para siempre mi Papa. De alguna manera, nos representará a todos para agradecerle las gracias que por su intercesión hemos alcanzado.  Cuando el mal nos acecha, cuando nos gana la partida, cuando nos damos cuenta de nuestra pequeñez y miseria, cuando el dolor nos puede y acobarda, siempre tendremos su imagen fuerte de esperanza del primer día y la amorosa y dulce mirada de su última postración.

San Juan Pablo II, ruega por nosotros.

LFU


25 de febrero de 2014

Mártires por la fe

El pasado sábado, aprovechando un retiro de tres días en una localidad cercana, visité, en unión de unos amigos, el museo de los mártires claretianos de Barbastro. Al terminar la visita, todos salimos sobrecogidos por la crudeza del relato de los hechos, por la inmensa paz y falta de resentimiento del sacerdote claretiano que nos sirvió de guía y por tener delante los restos mortales de 51 mártires de la Iglesia y los impresionantes testimonios de fe que dejaron escritos para sus familias, para su Congregación y para la posteridad.
Recomiendo la visita virtual al Museo pinchando aquí.
A las 17,30 horas del 20 de julio de 1936 unos sesenta milicianos comunistas y anarquistas de la CNT armados irrumpieron en la comunidad de Barbastro en donde residían los misioneros claretianos, formada por 60 personas: nueve sacerdotes, doce hermanos y 39 estudiantes. Los tres padres superiores fueron arrestados mientras que el resto fueron trasladados y recluidos en un salón del colegio de los Escolapios, que se convertiría en una improvisada prisión.
 Los carceleros buscaban una y otra vez la apostasía de los jóvenes seminaristas, les tenían prohibido rezar e introducían prostitutas desnudas en el salón para tentarlos, aunque sin éxito. Se les negó el agua –bajo un calor asfixiante-, se les sometió a fusilamientos simulados un día tras otro y se les impedía dormir, para lo cual se establecieron relevos día y noche fuera del local para insultarles, arrojarles piedras, etc.

Pese a todo, el hermano cocinero conseguía de cuando en cuando, pasarles dentro del bocadillo diario que les servía de alimento, un pedazo de hostia consagrada (que tenía bien escondida en su cocina), para que pudieran recibir la comunión.
Durante el encierro, los jóvenes dejaron su testimonio en sillas, tablas, taburetes, paredes, pañuelos y hasta en los envoltorios de la comida. En una envoltura de chocolate se conservó el testimonio de Faustino Pérez, uno de los seminaristas:

Agosto, 12 de 1936, en Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires: Pronto esperamos serlo nosotros también. Pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la Congregación, de sus hijos mártires!
Muchos de estos testimonios pueden verse en el Museo.
Doce días después de ser encarcelados los padres superiores fueron fusilados. El resto, hasta 51 lo serían los días 12, 13, 15 y 18 de agosto de 1936. Con ellos también fue asesinado un gitano, Ceferino Giménez, “El Pelé” que se negó a abandonar su rosario, motivo por el cual fue ejecutado. Tan sólo salvaron la vida el cocinero, al que los milicianos hicieron bajar del camión al que se había subido para recibir la palma de martirio junto con sus hermanos, para que cocinara para ellos y dos seminaristas argentinos que fueron reclamados por el Consulado y que fueron los encargados de transmitir a Roma la verdad del martirio sufrido por sus hermanos.
Fueron a la muerte cantando, besando las cuerdas de esparto que les ataban al martirio, perdonando y rezando por sus verdugos y gritando ¡Viva Cristo Rey!. Iban felices al martirio, tanto, que varios de ellos fueron asesinados en el propio camión que les trasladaba al lugar de la ejecución por milicianos que, enrabietados por su alegría, les reventaron el cráneo a culatazos.  

Cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantar y ponernos en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que los ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada: cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica, y a ti, Madre común de todos nosotros. Me dicen mis compañeros que yo inicie los ¡vivas! y que ellos ya responderán. Yo gritaré con todas la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte.
Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayo ni pesares: morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, Mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolores y angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los Mártires de mañana, catorce, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción. ¡Y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y moriremos precisamente el mismo día en que nos impusieron.
Los Mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y más indigno
Faustino Pérez. C. M. F.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós, adiós!

Los milicianos se ensañaron con especial crueldad con el obispo de la diócesis, Florentino Asensio, como explica una página dedicada a su martirio:
Lo amarraron codo con codo a otro hombre mucho más alto y recio, y los condujeron a los dos, después de varias horas de calabozo, al rastrillo. Entre frases groseras e insultantes, un tal Héctor M., oculista, de mala entraña, Santiago F., el Codina, y Antonio R., el Marta, se acercaron al Obispo. El Obispo estaba mudo y rezando. Santiago F. le dijo a un tal Alfonso G., analfabeto: «¿No decías que tenías ganas de comer co... de Obispo? Ahora tienes la ocasión». Alfonso G. no se lo pensó dos veces: sacó una navaja de carnicero; y allí, fríamente, le cortó en vivo los testículos. Saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y empaparon las baldosas del pavimento, hasta encharcarlas. El Obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas.     
En el suelo había un ejemplar de Solidaridad Obrera, donde Alfonso G. recogió los despojos; se los puso en el bolsillo y los fue mostrando, como un trofeo, por bares de Barbastro. Le cosieron la herida de cualquier manera, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Los testigos garantizan que aquel guiñapo de hombre, el Obispo de Barbastro, se habría derrumbado de dolor sobre el pavimento si no hubiera estado atado al codo de su compañero, que se mantuvo y lo mantuvo en pie, aterrado y mudo.      

 El Obispo, abrasado de dolor, fue empujado a la plazuela, sin consideración alguna, y conducido al camión de la muerte. «Le obligaron a ir por su propio pie, chorreando sangre». Ante los ojos de los hombres, era un pobre perro escarnecido. Ante los ojos de Dios y de los creyentes, era la imagen ensangrentada y bellísima de un nuevo mártir, en el trance supremo de su inmolación: completaba en su cuerpo lo que le faltaba a la pasión de Cristo.

 El heroico prelado, que el día anterior, el 8 de agosto, había terminado una novena al Corazón de Jesús, iba diciendo en voz alta: -¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor! José Subías, de Salas Bajas, el único sobreviviente de aquellas primeras cárceles de Barbastro, oyó comentar a los mismos ejecutores: -Se ve que no sabe a dónde lo llevamos. -Me lleváis a la gloria. Yo os perdono. En el cielo rogaré por vosotros... 

 -Anda, tocino, date prisa -le decían. y él:  -No, si por más que me hagáis, yo os he de perdonar. Uno de los anarquistas le golpeó la boca con un ladrillo, y le dijo: «Toma la comunión». Extenuado, llegó al lugar de la ejecución, que fue el cementerio de Barbastro.      

Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: «Señor, compadécete de mí». Pero el Obispo no murió aún. Lo arrojaron sobre un montón de cadáveres, y después de una hora o dos de agonía atroz, lo remataron de un tiro. «No le dieron el tiro de gracia al principio, -dice Mompel- sino que lo dejaron morir desangrándose, para que sufriera más». Sabemos, por otras fuentes, que «la agonía le arrancaba lamentos». Se le oía decir: «Dios mío, abridme pronto las puertas del cielo». Varios milicianos le oyeron musitar, también: «Señor, no retardéis el momento de mi muerte: dadme fuerzas para resistir hasta el último momento». Y repetía muchas veces «lo de su sangre y el perdón de los demás». Otro testigo le oyó que «ofrecía su sangre por la salvación de su diócesis».  

Después de muerto, Mariano C. A. y el Peir lo desnudaron; y El Enterrador le dio a Mariano C. A. los pantalones, que se puso dos días después, «porque estaban en buen uso»; y a José C. S. El Garrilla le dio los zapatos. «Los llevé hasta que se me rompieron», declaró él mismo después de la guerra, antes de ser ejecutado.

Hoy todos ellos son beatos de la Iglesia. Contemplar sus ropas ensangrentadas, los muebles, papeles y todo tipo de objetos en los que grabaron el testimonio de su fe, sus huesos quebrantados por el odio, es todo un aldabonazo a las conciencias adormiladas de los cristianos de hoy. Su martirio, su sacrificio generoso y valiente, su amor a Dios sigue siendo hoy semilla de esperanza.

Hace un año se estrenó en los cines de toda España la película "Un Dios prohibido", que refleja de un modo fiel la verdad de su martirio. El Padre Claretiano que nos acompañó durante el recorrido del museo nos contó cómo varios de los actores que habían actuado en la película se habían convertido y que uno de ellos pidió el Bautismo tras visitar el museo y estar delante de sus restos.

Como decía un buen amigo que me acompañó, la diferencia entre el perdón cristiano y la supuesta justicia pretendida por los portavoces de la desmemoria histórica se comprueba en los frutos: reconciliación y perdón frente a división y odio.
Que su sangre bendita siga dando abundante fruto y vertiendo amor sobre nuestra querida España.

LFU          



24 de julio de 2013

José Antonio, católico. Por Fray Justo Pérez de Urbel

El que recorra las obras de José Antonio, sus discursos, sus cartas, sus artículos, se encontrará con sorpresa que este gran defensor de una España integral habla muy rara vez de las verdades religiosas, del cristianismo, de la tradición católica. ¿Era olvido? ¿Era indiferencia? ¿Era táctica? Indudablemente, ese silencio o esas expresiones vagas que se le escapan de los puntos de la pluma no obedecen a una posición negativa como la de su maestro en tantas cosas, José Ortega, sino más bien a su actitud de fundador y jefe de una agrupación que debía comprender a todos los españoles que quisiesen trabajar por una patria más próspera y más justa.
Entre los objetos que contenía la célebre maleta de José Antonio, se aprecian
una medalla de la Santa Faz y un "detente" que le acompañaron hasta su muerte

Él, ciertamente, no pensaba, como Azaña, que España había dejado de ser católica, pues todavía en el verano de 1935 afirmaba que la religión católica «es la de casi todos los nacidos en nuestras tierras»; pero su llamamiento se dirigía también a los obreros envenenados por las ideas socialistas, a los estudiantes minados por la incredulidad, que podían aceptar su programa político, sin por eso abandonar sus dudas o sus extravíos de orden religioso. Entre sus primeros compañeros estaba aquel Mateo, venido del comunismo, que angustiado por no tener la fe que veía en la mayor parte de sus camaradas, le decía a uno de ellos: «¿Por qué no le dices al Jefe que me hable de Dios?» José Antonio podría haberle hablado maravillosamente, pero es bien conocida su respuesta: «Yo soy solamente misionero de España».

Esta actitud era ciertamente hábil en un político, pero podía tener sus inconvenientes. Y pronto se vio que los tuvo. El mismo José Antonio alardeaba de no ser un reaccionario, y se ha podido decir que en su ideal falangista no había nada de beato y gazmoño. Esto, unido a sus diatribas contra los latifundios y los terratenientes, a sus campañas de nacionalización de muchos servicios públicos, a sus desprecios contra las derechas y las izquierdas, a sus consignas revolucionarias, a sus ataques contra los ociosos, los zánganos, los rentistas y los convidados, debía poner a muchos en guardia contra él y contra su sistema político. «O está loco o es un bolchevique», se decía de él en algunos centros conservadores y ciegamente cerrados al movimiento social que él propugnaba. Y era fácil ver la afinidad que existía entre la Falange y los sistemas políticos que acababan de triunfar en Italia y Alemania, uno y otro de ortodoxia muy dudosa. ¿No caería el sistema español en los mismos errores? Esta va a ser la acusación venenosa de los enemigos. Inútilmente repetía el Fundador que la Falange no es copia del fascismo; inútilmente protestaba que se negaba a asumir una serie de accidentes intercambiables que existían en el fascismo. Si el fascismo era laico y chocaba con las organizaciones italianas de Acción Católica, ¿no podría temerse otro tanto de la Falange? ¿Y no era de esperar que la Falange se contaminase con los excesos racistas, paganos y totalitarios del nacional-socialismo alemán?

Los Puntos Iniciales de la Falange aparecidos a fines de 1933 cayeron como una piedra en la charca de las ranas. No podía exigirse nada más claro y rotundo. Es la condenación de toda interpretación materialista de la vida, la afirmación católica frente a las eternas preguntas sobre la vida y la muerte; la aceptación del sentido católico de la vida, en primer lugar porque es el verdadero y, además, porque, históricamente, es el español; la incorporación, por tanto, de este concepto religioso en toda la reconstrucción de España.

Todo esto con tres corolarios que no podían despertar recelos en nadie: que la era de las persecuciones religiosas ha pasado; que el Estado no asumirá funciones religiosas propias de la Iglesia; que la Iglesia, a su vez, evitará toda clase de intromisiones contrarias a la dignidad del Estado. Era ésta una advertencia necesaria para los feroces jabalíes de la izquierda.

Nada había en este programa que pudiese molestar al católico más exigente; y no obstante, fue entonces cuando surgió un conflicto inesperado, fue entonces cuando un camarada de la primera hora que, además, era miembro del Consejo Nacional de la Falange, intimidado por la gritería que acusaba al fascismo de incompatible con la religión católica, de panteísta y de acumulador de la personalidad humana, se separó de José Antonio, publicando una nota en que recogía lo más importante de las calumnias que contra la Falange recordaba el movimiento de la Acción Francesa, justamente condenado, que adoptaba una actitud laica frente al hecho religioso y que subordinaba los intereses de la Iglesia a los del Estado.

El escándalo fue grande, pero no produjo el efecto que los adversarios imaginaron desde el primer momento. José Antonio sintió la traición del amigo, y a su nota contestó con otra muy serena y rebosante de buen humor. Estaba seguro de la ortodoxia de su programa doctrinal «que coincidía -afirmaba- con la manera de entender el problema que tuvieron nuestros más preclaros y católicos reyes [...] Además -añadía humildemente-, la Iglesia tiene sus doctores para calificar el acierto de cada cual en materia religiosa». En cuanto a sus propias convicciones, no admitía dudas ni sospechas maliciosas. Jamás disimuló su fe ni en sus palabras ni en su manera de obrar. «Yo soy católico convencido», había dicho a Francisco Bravo en una carta particular unos meses antes del incidente. Era católico, pero a la manera del siglo XX. «La tolerancia es ya una norma inevitable impuesta por los tiempos», y aceptada siempre, podríamos decir, si no por la sociedad católica, sí por la Iglesia católica. «A nadie puede ocurrírsele hoy perseguir a los herejes como hace siglos, cuando era posiblemente necesario». Conformes también, y conforme con estas palabras finales de aquella efusión hecha en la intimidad de la amistad: «Nosotros haremos un concordato con Roma en el que se reconozca toda la importancia del espíritu católico de la mayoría de nuestro pueblo, delimitando facultades».

Es verdad que él admitía en la hermandad sagrada de la Falange a cuantos quisiesen compartir sus ideas políticas sin preguntarles sus sentimientos religiosos, pero estaba seguro de que a su lado el espíritu más descreído, el tránsfuga del marxismo o del socialismo, el mismo ateo, encontrarían un clima espiritual y tal vez un camino hacia la fe. En una carta bien conocida, había escrito estas certeras palabras: «En España, ¿a qué puede conducir la exaltación de lo genuino nacional sino a encontrar las constantes católicas de nuestra misión en el mundo?» No era una orden religiosa lo que José Antonio fundaba, sino una institución política, pero una institución política que suponía para todos sus adeptos un acercamiento al sentido más profundo de la España auténtica, al mundo del espíritu, a las más hermosas verdades del alma y a un concepto de la vida que empezaba por reconocer que el hombre es portador de valores eternos. Si José Antonio, tal vez por considerarse indigno del título de misionero de Dios, aquella gran amplitud de espíritu, aquella maravillosa tolerancia, que debían formar el clima de la Falange, eran ya de suyo ejemplares y misioneras, y a ellas se unía, según el consejo del Fundador, «la propaganda con la ejemplaridad de la conducta» -esto era verdad sobre todo en el Jefe-, sin proponérselo, sin meterse a predicador, sin mezclar la política con la religión, sin alharacas y sin exhibiciones, su sencillez en las prácticas religiosas atrajo a muchos de los que le rodeaban a la aceptación de las verdades de la fe y al cumplimiento consecuente con ellas. Los más antiguos camaradas, los que vivieron en su intimidad durante aquellos años de lucha y de difamación, nos cuentan hermosas anécdotas, que nos descubren su actitud de hijo sumiso de la Iglesia, como aquella que oí una vez, si mal no recuerdo, al camarada Julián Pemartín. Invitados ambos a cenar un viernes de Cuaresma en una casa, donde importaban poco las prescripciones de la abstinencia eclesiástica, apenas se extendió por el comedor el olorcillo de la carne asada, José Antonio se levantó, y cogiendo del brazo a su amigo, le dijo: «Vámonos. ¡Sería tan tonto condenarse por una chuleta…!».

Revelador también es lo que Ximénez de Sandovál nos cuenta como un recuerdo personalísimo. Era ya en los comienzos del año 36. Una tarde, dice el biógrafo, José Antonio nos pidió a Agustín de Foxá y a mí que le acompañásemos la próxima Cuaresma a hacer ejercicios espirituales. Como el ilustre poeta y yo ensayásemos alguna resistencia, él, seriamente, nos dijo: «Os harían un gran bien. Yo he hecho dos veces este retiro, una de ellas con ocasión de una gran crisis espiritual, y me sirvieron de gran alivio y vigorización». «Si nos lo ordenas, iremos contigo como falangistas subordinados», contestó Foxá. Pero él replicó vivamente: «Yo no puedo ni debo mandar eso como Jefe. Os lo aconsejo como amigo. Ahora bien, si no os ponéis a bien con Dios y os toca caer un día, no aleguéis allá arriba el acto de servicio para libraros del infierno».

Los acontecimientos se precipitaron. Vinieron las elecciones, el hundimiento de las derechas, el desencadenamiento de la barbarie, la persecución, los procesos, la Cárcel Modelo, Alicante. En el retiro de la cárcel, donde haría aquellos últimos ejercicios proyectados. Y tras ellos vendría la liberación, la victoria final, la inmortalidad a través de la muerte. Le mataron los rojos, porque sabían muy bien que su doctrina era el más poderoso valladar frente a sus organizaciones marxistas y españolas; pero pudieron haberle matado muchas gentes de orden que le miraban como un apestado o como un aguafiestas, o como un desertor de los círculos aristocráticos, que por pura vanidad se entregaba a actividades indignas de su apellido y de su tradición familiar. Hoy todo aparece claro y lógico: el fervor españolista del Fundador se armonizaba con una conciencia perfectamente católica; las consignas revolucionarias, que tanto asustaban a muchos espíritus timoratos, van poco a poco haciéndose realidad, y desgraciados de nosotros si no logramos implantarlas íntegramente; los clamores de justicia social tan similares a los postulados de la encíclica Mater et Magistra, ya no pueden extrañar a nadie después que tantas voces tan altas y tan prestigiosas han venido desde las cimas de la jerarquía eclesiástica o desde las esferas de la Universidad a juntarse con aquella voz que parecía surgir solitaria entre la polvareda de las pasiones políticas.

La incomprensión fue acaso uno de los más grandes dolores de José Antonio en su última hora. «Me asombra -dirá poco antes de morir- que aún después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos, y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información». Por un lado, sólo veía saña; por otro, antipatía.

Como sucede con frecuencia, la comprensión empezó a abrirse camino con la muerte, aquella muerte sublime que en una vida tan lógica corno aquélla no podía ser de otra manera, aquella muerte en que el heroísmo adquiere toda su grandeza, los valores humanos todo su esplendor y el sentimiento cristiano su más bella y genuina manifestación. Se había cumplido una misión histórica trascendente, sólo quedaba sellarla con la sangre. Conocemos los gestos, las palabras, los escritos de las veinticuatro últimas horas, aquellas cartas bellísimas a los familiares y a los amigos, aquel testamento admirable. Es la muerte del caballero cristiano, que siente morir en plena juventud, pero que se entrega generosamente. Ni jactancia, ni debilidad, ni apocamiento, ni fanfarronería. Una serenidad plena, una calma espiritual admirable; una previsión y una clarividencia que llena de asombro a cuantos le rodean. Su mirada se dirige con la emoción del recuerdo hacia cuanto había amado en este mundo: hacia aquella España rota y desangrada, hacia aquella Falange perseguida, cuyo porvenir incierto le preocupa, hacia aquellos camaradas a quienes él había lanzado al combate. «Hasta el final os acompañará mi afecto». No le tiembla el pulso, la fe le sostiene. Es entonces cuando aparece con toda su fuerza. Ahora las consideraciones de la prudencia, necesarias en la propaganda política, habían terminado. Era el momento de la verdad, de la gran realidad: Dios; el momento en que para un hombre realista y con profundas convicciones, el político debía eclipsarse ante el cristiano: Pensemos en Carlos y en el mismo Napoleón: «Espero la muerte sin desesperación, pero ya te figurarás que sin gusto». ¡Qué confesión tan noble! ¡Qué belleza en esta sinceridad! De su carta a su tía la monja son estas palabras: «Dos letras para confirmarte la buena noticia de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios quiere que viva». ¿Qué hace entre tanto? Lee, reza, escribe, medita, pasea y hasta duerme. Unas frases a un amigo, una conversación con el sacerdote, unas palabras confortadoras de Cristo. «Tengo sobre la mesa, como última compañía -escribe a Carmen Werner, una de las primeras camaradas de la Sección Femenina- la Biblia que tuviste el acierto de enviarme a la cárcel de Madrid. De ella leo trozos de los Evangelios en estas, quizá, últimas horas de mi vida». Y en posdata: «Ayer hice una buena confesión». La alegría de la confesión hecha le rebosa en el alma y en los ojos y salta hasta los puntos de la pluma una y otra vez. Por ejemplo, en carta íntima a su tío Antón Sáenz de Heredia: «Ayer confesé con un sacerdote viejecito y simpático que está preso aquí, y estoy lleno de paz». Con esta paz escribe la primera cláusula de su testamento: «Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión católica, apostólica, romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz». Dios cumplió su deseo y le trajo a descansar al amparo de una Cruz colosal, digna de su grandeza.

Así fue la doctrina y así fue el hombre. No puedo olvidar el estupor de unos y la satisfacción de otros cuando un prelado insigne de la Iglesia española, el arzobispo de Valladolid, con motivo del segundo aniversario del 20 de noviembre, ante una asamblea en que estaba representada toda la España Nacional, proclamó con palabras inolvidables la nobleza de aquel corazón, la honradez de aquella vida y la sinceridad de aquella fe. «Él supo vivir -decía- y, sobre todo, supo morir, como siervo bueno y como hijo bueno de la Patria y de la Iglesia. Y Dios ordenó en su Providencia amorosísima que el mismo José Antonio nos dejase un retrato sublime de su corazón en aquellas horas que precedieron a su muerte: su Testamento, prueba palmaria de que fue un hijo preclarísimo de España y un hijo ferviente de la Iglesia católica. No era un estoico, era un cristiano; y el cristiano es divino y es humano [...] El cristiano, por ser divino, por llevar en su entendimiento la luz sobrenatural de la fe y las aspiraciones sobrenaturales de la esperanza en el corazón, y los ardores de la caridad en la voluntad, no por eso deja de ser humano; más aún: aquellas fuerzas sobrenaturales aumentan, vigorizan y exaltan todas las fuerzas ordenadas de la naturaleza humana. Ved, pues, a José Antonio valiente, activísimo, denodado hasta el sacrificio, hasta la muerte, y a la vez de corazón sensible. No merece le recriminación del Apóstol: sine afectione [...] Evidentemente, la España que soñaba el Fundador de la Falange es una España en consonancia con el espíritu español y católico, que informa, y anima, y vivifica, y engrandece, y sublima su Testamento». 

Fray Justo Pérez de Urbel

Del libro: José Antonio. Edit. Delegación Nacional de Organizaciones del Movimiento
noviembre de 1961
http://www.plataforma2003.org

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28 de junio de 2013

Un Dios prohibido. Indispensable

Hace una semana que, acompañando a mi padre y a un sobrino mío, fui al cine Palafox a ver la última película de la productora "Contracorriente". Una película políticamente incorrecta, por cuanto refleja la verdad -con crudeza edulcorada- de la terrible persecución religiosa llevada a cabo por anarquistas, socialistas y comunistas durante nuestra guerra civil y socialmente indispensable, pues constituye un testimonio de primer orden del valor, la templanza y el perdón con que los 51 mártires de Barbastro se entregaron a sus verdugos, que los medios de comunicación públicos y privados continúan silenciando de forma vergonzosa.

Lo peor de la película, su excesivo metraje, que rompe en ocasiones el hilo emocional de una historia estremecedora. Su excesiva fidelidad al testimonio de los hechos les ha impedido lograr un desenlace más apretado y emocionante. La falta de medios -el coste de la película no ha superado los 300.000 €- se nota en el sonido, en el abuso de descorados y en la bisoñez de la mayor parte de sus actores, compensada por la espléndida interpretación de la hija de Lolita Flores, Elena Furiase en uno de los mejores papeles de la película y la fortuna de algunas escenas de gran emotividad.

Lo mejor, la ausencia de un excesivo misticismo en la película, que prefiere reflejar la vibrante humanidad de sus protagonistas antes de tomar la palma del martirio, las dudas de algunos ante la terrible tentación de conservar la vida a cambio de una rápida y fácil apostasía, las tentaciones de la carne y la inmensa fuerza de la fe, que les llevó al martirio con la alegría de quien sabe que está a punto de abrazar la Gloria eterna y el abrazo del Padre.

La película es toda una lección de fe y de esperanza para los cristianos y de auténtica memoria histórica en vena para todos. No me extraña que, en más de una sesión alguien se haya levantado al final para gritar con fuerza, como aquellos jóvenes mártires un enorme ¡Viva Cristo Rey!. Y es que uno sale del cine con ganas de proclamar a los cuatro vientos su condición de católico y español. Solamente por eso, nadie debería perderse esta película.  

LFU

10 de junio de 2013

Sus balas no Lo tocaron, pero el Sagrado Corazón tocó el corazón de los Milicianos

Ni una bala tocó el Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles cuando fue fusilado en 1936



El 28 de julio de 1936, un grupo de milicianos de la República fusiló, entre blasfemias, el monumento al Sagrado Corazón de Jesús -de nueve metros- del Cerro de los Ángeles, en la localidad madrileña de Getafe. El 7 de agosto der 1936, otro grupo de militares dinamitó lo que quedaba de la imagen sacra. Hoy, en el monasterio del Cerro, fundado por santa Maravillas de Jesús, las carmelitas conservan la piedra en la que fue esculpido el Corazón de Cristo. Sorprendentemente, no le rozó ni una bala.

A prueba de bombas

De entre las muchas sorpresas con que Dios aguarda tras sus muros, una lleva impresa, a golpe de bala, la historia reciente más dramática de España: la reliquia del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que el 28 de julio de 1936 fue fusilado por un grupo de milicianos de la República, volado con tres cargas de dinamita una semana después, y que presenta seis impactos de proyectil... Ninguno, por increíble que parezca, alcanzó al enorme corazón que buscaban herir. Quienes mejor conocen su historia son las religiosas del monasterio, que, desde tiempos de santa Maravillas, adoran, reparan y acompañan al Sagrado Corazón de Jesús que corona el Cerro.

Una de ellas relata cómo, «en 1940, el padre Torres, un sacerdote que estaba de Ejercicios, se dio un paseo entre los escombros del monumento al Sagrado Corazón que derribaron en la guerra. Iba pensando en el dolor que debía de sentir Él al verse derribado por hombres a los que amaba. Entonces sintió un pálpito: llamó a los obreros que estaban desescombrando la zona y pidió que diesen la vuelta a una piedra enorme, en la que estaba, precisamente, el Corazón tallado. El padre Torres dijo a las hermanas: Le acribillaron a balazos, pero al corazón no le han tocado. Es como si quisiera decirnos que sigue tan vivo, con todo su amor y con toda su misericordia, para perdonarnos. ¡Y es verdad! Su Corazón sigue vivo para perdonar a los que le atacan».

Los milicianos, convertidos

Ciertamente, se hace difícil entender que ningún miliciano alcanzase al Corazón. El bloque de piedra -de más de metro y medio de ancho, por uno de alto- presenta seis impactos de bala que, aunque pasaron cerca, no alcanzaron su objetivo. «El Señor quiso demostrar que el hombre no puede matar a Dios, aunque su indiferencia le cause un gran dolor -dice una religiosa-. No hay bala que le duela tanto como la ingratitud. Es lo que le pasa a cualquiera que ama y es despreciado. En los años 80, pedimos enrejar las ruinas del antiguo monumento, porque había profanaciones, insultaban a Dios, gritaban ¡Mueran las monjas!..., pero Dios los amaba. Él quiere llevar almas al cielo, y nosotras también, porque los intereses de Dios son nuestros intereses. Por eso le adoramos, reparamos las ofensas que recibe y oramos por todos los hombres; sobre todo, por los pecadores». ¿También por los que fusilaron la imagen de Cristo? «¡Claro! Si supieran lo que hacían, no lo hubieran hecho», dice una carmelita. «Y tanto... Dos de ellos se arrepintieron y se convirtieron», apunta otra. Y da más datos: «Hace tiempo recibimos una carta de las Hermanitas de la Caridad, de Zaragoza, que nos contaban cómo un hombre pidió confesión y se arrepintió, por fusilar al Corazón de Jesús, de Getafe. Y el juez que juzgó a otro de ellos, contó que el miliciano pidió trabajar en la construcción de una iglesia, aunque no le conmutasen la pena, para expiar la ofensa de haber fusilado la imagen del Cerro. ¡Cómo no vamos a rezar por ellos!»

De no ser por un pequeño golpe en una esquina del Corazón, fruto de la caída del monumento cuando fue dinamitado, no sería fácil distinguir la antigua piedra que veneran las religiosas en la capilla de la Santa Reliquia -como empezó a llamarla santa Maravillas- de la reconstrucción que hoy corona, como antaño, el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la Península. Un emplazamiento nada casual: «Estamos aquí con el Sagrado Corazón de Jesús para acompañarle, adorarle y orar por España. Él ha querido reinar en España desde el corazón del país, y nosotras oramos por todos los hombres desde el Corazón de Jesús. Porque el Señor tiene corazón, no es un ser etéreo», dice una carmelita. Son palabras que se confirman por los sentidos, no sólo por la fe, porque quien visita el carmelo del Cerro de los Ángeles y observa el monumento, experimenta la sensación de estar, no sólo en el corazón geográfico del país, sino en el corazón latiente de España; como si las oraciones de estas religiosas sostuvieran muchas más vidas de las que uno pueda imaginar.


(José A. Méndez/Alfa y Omega) Publicado el 21 de diciembre de 2008 en ReL

31 de mayo de 2013

Dulcísimo Recuerdo de mi vida....

Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir...
¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida,
recibe tú mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí.

¡Lejos de aquestos tutelares muros,
los compañeros de mi edad feliz
no serán a tu amor jamás perjuros;
conservarán sus corazones puros;
se acordarán de tí!

Mas siento al alejarme una agonía,
cual no suele el corazón sentir...
En palabras de niño, ¿quién confía?
Temo... no sé qué temo, Madre mía,
por ellos y por mí...

Dicen que el mundo es un jardín ameno,
y que áspides oculta a ese jardín...
Que hay frutos dulces de mortal veneno,
que el mar del mundo está de escollos lleno...
¿Y por qué serán así?

Dicen que de esta vida los abrojos
quieren trocar en mundanal festín;
que ellos, ellos motivan tus enojos,
y que ese llanto de tus dulce ojos
¡lo causan ellos, sí!

Ellos, ¡ingratos!, de pesar te llenan
¿Seré yo también sordo a tu gemir?
¡No! Yo no quiero frutos que envenenan,
no quiero goces que a mi madre apenan,
¡No quiero ser así!

Y mientras yo responda a tu reclamo,
mientras me juzgue con tu amor feliz,
y ardiendo en este afecto en que me inflamo,
te diga muchas veces te amo,
¿te olvidarás de mí?

¡Ah, no, dulce recuerdo de mi vida!
Siempre que luche en religiosa lid,
siempre que llora mi alma dolorida,
al recordar mi adiós de despedida,
¡te acordarás de mí!

Y en retorno de amor y fe sincera
jamás sin tu recuerdo he de vivir.
Tuya será mi lágrima postrera...
¡Hasta que muera, Madre; hasta que muera
me acordaré de tí!

Tu en pago, Madre, cuando llegue el plazo
de alzar el vuelo al celestial confin,
estrechándome a ti con dulce abrazo,
no me apartes jamás de tu regazo.


¡No me apartes de ti!

P. Julio Alarcón, S.J.,
tomado de la novela del P. Luis Coloma, S.J. "Pequeñeces"

Hoy, 31 de mayo, día de la Virgen del Recuerdo, mi «memoria histórica» vuela a lo mejor de mi niñez, cuando mi madre me dejó bajo Su manto sagrado y me encomendó a Su divino nombre. Tuya será mi lágrima postrera.../¡Hasta que muera, Madre; hasta que muera/me acordaré de tí!

LFU

6 de mayo de 2013

Bendita sea tu pureza


Bendita sea tu pureza 
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea 
en tan graciosa belleza.
A ti celestial Princesa, 
Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día, 
alma vida y corazón.
Mirame con compasión
no me dejes Madre mía
(échame tu bendición)
Amén


(El último inciso, apócrifo, pertenece al devocionario familiar, pero siempre pensé que cierra mejor la oración)


Feliz y fervoroso mes de Mayo a todos

LFU