"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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4 de junio de 2014

Ante la Abidicación del rey, "Asumir la Historia" Por José Utrera Molina

(Ante la negativa del Diario ABC a publicarlo, "Arriba" lo hace con orgullo.)

Tras escuchar atentamente a su Majestad el Rey de España, hacer un resumen de su vida sin hacer la menor mención a quien fue el verdadero artífice de que la monarquía se instaurara en España, me he preguntado sobre la oportunidad y acierto de esta omisión, en mi opinión injusta, aunque políticamente comprensible. Hago mías, aquí, las palabras de Nietzsche citadas por Ortega, precisamente, en su elogio a la Monarquía británica por mostrar su afán de continuidad escrito en «La rebelión de las masas», «cuando define al hombre superior como el ser de más larga memoria». Relatar el presente inmediato mutilando parte de los eslabones que explican la continuidad con el pasado, no deja de ser una operación cosmética que disimula pero no puede borrar el pasado. Nadie, nunca, comienza enteramente de nuevo. El pasado es el patrimonio singular del hombre como especie, su privilegio y señal. Asumirlo, sin jactancias y olvidos, es propio del hombre seguro de sí.

Ningún historiador riguroso puede negar, sin incurrir en una clamorosa parcialidad, la tenaz voluntad de Franco para instaurar en España el régimen monárquico continuando la línea dinástica de Alfonso XIII, su padrino de boda. Jamás tuvo la menor vacilación en su decisión cuando no fue una cuestión nada fácil, políticamente hablando, dentro del Régimen anterior, donde los monárquicos no eran precisamente legión y D. Juan de Borbón- sin duda mal aconsejado-, no ayudó precisamente con su célebre e inoportuno Manifiesto de Laussane.  Me encuentro en la obligación de señalar este pequeño detalle de olvido por un elemental imperativo de justicia. Y es que hubiese bastado una levísima señal que en modo alguno le comprometiera ante nadie. Asumir la historia en su integridad es muestra de fortaleza, de superación valiente de añejos rencores.

Ojalá que el nuevo Rey de España, que estoy seguro que el pueblo espera y aclamará, mantenga una sabia neutralidad y distancia en relación con tantos y tantos vuelcos que ha tenido la historia española. Que sirva con su innegable juventud a España enfrentándose a los riesgos del futuro. Yo lo espero así porque tiene condiciones suficientes para cumplir su misión limpiamente. Él no debe nada a nadie sino a su padre y es depositario de una tradición histórica secular.

Pido a Dios que le asista en su andadura. No hay en mí el menor reproche a su imagen y a las palabras que hasta ahora ha pronunciado. Creo en él y pido a Dios que le asista para que España fuertemente unida alcance los ideales de bienestar y de grandeza que muchos españoles seguimos soñado.


JOSÉ UTRERA MOLINA

2 de junio de 2014

La Abdicación del rey

Si hay algo que los años le enseñan a uno es que, en política, casi nada es lo que parece.  Estoy seguro de que la abdicación del rey hoy anunciada, obedece a causas últimas que se nos escapan, aunque podamos barruntarlas. Qué duda cabe que si su decisión no era la de morir siendo rey, el momento de abdicar era hoy, que la estabilidad parlamentaria permite la rápida aprobación de una ley orgánica que asegura una sucesión sin sobresaltos.  

En cualquier caso, a pesar de mi escaso fervor dinástico provocado por la más que cuestionable trayectoria política y vital del rey Juan Carlos y sus predecesores en el trono, pensando en España y nada más que en España, creo que lo mejor para esta hora de tribulación en la que se encuentra nuestra patria es que la Jefatura del Estado permanezca ajena a los vaivenes de la lucha partidista y a salvo de los desvaríos del sufragio universal.

La Corona es hoy, indiscutiblemente, uno de los pocos elementos vertebradores de la nación española, por representar el lazo de unión con nuestra tradición histórica. Ahora, cuando la unidad de España está en peligro, la mayor parte de las instituciones desprestigiadas y la clase política en entredicho por la corrupción y la falta de ejemplaridad, la Corona tiene ante sí una ocasión histórica única para hacer valer su papel integrador y evitar que España perezca como nación.

Si así lo hace, justificará para cien años más su existencia. Si no, se verá arrastrada con toda justicia por el ocaso de una nación a la que no habrá sabido servir como debía.

Que Dios ilumine al nuevo rey y bendiga siempre a España.   


LFU

15 de enero de 2014

El paseillo de la Infanta

A propósito de la imputación de la Infanta Cristina, me sorprenden los argumentos que esgrimen los partidarios de que ésta haga el paseíllo a pie hasta el edificio de los Juzgados de Palma.  Dejando al margen la intencionalidad que subyace a tal pretensión, si la Infanta debe ser tratada como el resto de los españoles, debe aplicarse  el principio de no discriminación. Y si discriminar es tratar distinto a los que son iguales y tratar igual a los que son distintos, resulta palmario que dar a la Infanta Cristina el mismo trato que al resto de los ciudadanos, implicaría una discriminación evidente.  Y esto no tiene nada que ver con ser monárquico o dejar de serlo. Es de puro sentido común.

Hace muchísimos años que Ulpiano sentó claramente la definición de la Justicia: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi; "La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su derecho".  Ese suum quique tribuere" (dar a cada uno lo suyo) no puede desconocer que la Infanta no es igual al resto de los españoles, por mucho que esté sometida como todos al imperio de la ley. Por formar parte de la familia Real, goza de determinados privilegios y está sujeta a un protocolo que es ajeno al común de los mortales, al tiempo que la repercusión pública de cualquier actuación reprochable -como la que indudablemente afecta a la conducta de su marido, conocida o no por ella- es infinitamente  mayor que la que pueda afectar a cualquier otro ciudadano español.  

Así, conceder a la Infanta un trato formal distinto al que se daría a cualquier otro justiciable no implica discriminación, sino estricta justicia. Otra cosa es que la Infanta sea igual que el resto de los ciudadanos ante la ley y la aplicación de la misma no admita distinciones por su rango institucional.  Caiga todo el peso de la ley sobre ella o sobre cualquier otro que haya delinquido, si así lo deciden los Tribunales, pero no pretendamos añadir a la eventual condena, penas adicionales no sólo inútiles –que sólo pretenden convertir su declaración en un circo mediático- sino, además, discriminatorias.


LFU

28 de octubre de 2013

El príncipe

Discutíamos ayer, en un foro de amigos sobre la figura del príncipe Felipe. Todos reconocíamos su profesionalidad y su preparación, su seriedad y saber estar, pero también su falta de magnetismo y majestad.

Yo, que no soy monárquico ni republicano, sino tan sólo un español que quiere lo mejor para su patria en cada momento, he dicho muchas veces que, conocida la  versatilidad, escasa fiabilidad y falta de perspectiva del electorado nacional, y el pelaje de quienes enarbolan hoy por hoy la nefasta bandera tricolor,  me aterra someter a la voluntad del pueblo la más alta magistratura de nuestra nación.

Aclarado lo anterior, en esta hora tan triste de España, a punto de fragmentarse como nación, con un desprestigio infinito de nuestras instituciones, no necesitamos solo un príncipe bien formado, sino alguien que sea capaz de transmitir a todos el orgullo de España, que tenga la valentía de hablar claro, de acercarse a la gente, de viajar a Cataluña, a Vasconia y a las Islas Canarias; de recorrer España pueblo a pueblo devolviendo a los españoles la cercanía y el calor de la corona, hoy tan tocada por la irresponsabilidad de un rey que ha malogrado la herencia que recibió.

Francisco Franco –buen conocedor del pueblo español- le dijo a Juan Carlos en 1969 que tenía que patearse España, que los españoles debían notar su calor y su cercanía. Así lo hizo y España entera le entregó su confianza.  Hoy, el pueblo no está con la Corona, porque hace mucho tiempo que la Corona anda entre elefantes y juzgados, entre chanchullos y quirófanos, en una deriva imparable de decadencia. 

Los españoles necesitan un referente alejado de una clase política sospechosa y desacreditada y también de una corona envuelta en el papel couché de regatas, desfiles de modelo y yates de lujo. Y el príncipe bien podría serlo, si sale del despacho y del palco, termina con su envaramiento y el de su consorte y se acerca más a la gente, deseosa de gritar Viva España y Viva el rey, de presumir de patria aunque les falte el pan y la justicia.

Sólo así, en muy poco tiempo acabarán arrumbadas muchas de las miles de banderas tricolores que cada fin de semana, enarbolan los parias de la tierra bajo el canto de sirenas de la izquierda. Si no lo hace, si no consigue identificar el sentimiento de su pueblo, bajar a la calle y mancharse los pies del barro de las inundaciones y catástrofes, si no consigue que Letizia se implique en causas benéficas, y llene su agenda de visitas de hospitales, centros de asistencia social y de niños sin recursos, emocionándose con los menesterosos y los desesperados, implicándose en los problemas de los que menos tienen y compartiendo el dolor de su pueblo, en lugar de permanecer encerrada en la Zarzuela preocupada por mantener una belleza cada vez más artificial, auguro un porvenir oscuro a la monarquía y un breve reinado a Su Alteza, que todos habremos de lamentar.

España no necesita en definitiva a un profesional bien formado, sino a un verdadero príncipe que sepa combinar su cercanía al pueblo con su majestad, y con el que los españoles recuperen un orgullo perdido y la esperanza en el futuro de nuestra gran nación.


LFU