El 6 de febrero de 1981 apareció el cadáver del Ingeniero José María Ryan en un camino forestal entre Zarátamo y Arcocha con un disparo en la cabeza. Atado atado y amordazado, fue asesinado cobardemente por la ETA tras siete días de tortura y secuestro. Ryan tenía 39 años y dejaba 5 niños huérfanos. El 8 de febrero de 1981, el Diario "El Alcázar" publicaba este artículo de José Utrera Molina.
"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
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7 de febrero de 2020
19 de junio de 2018
Aún Cabalga. Por José Utrera Molina
El 21 de marzo de 2005, tras la retirada ilegal de la estatua ecuestre de Francisco Franco en la Plaza de San Juan de la Cruz, José Utrera Molina escribió este artículo que salió publicado en el diario La Razón. He pensado que hoy, en el fragor del debate miserable sobre la eventual exhumación del cadáver del Generalísimo, hubiera escrito algo muy parecido, porque jamás estuvo dispuesto a darse por vencido en su defensa de la verdad y en su lealtad al mejor gobernante que ha tenido España desde Felipe II.
AÚN CABALGA
El derribo, con cobarde
nocturnidad de la estatua de Franco, no es en modo alguno un episodio
intrascendente. Es todo un escándalo emblemático, una acción torticera y
malévola. Muchos españoles entre los cuales yo me encuentro, estimábamos que la
transición había cubierto una etapa de la vida española en la cual la mirada
hacia el porvenir, dejaba atrás las contiendas del pasado. Ya no es así. Me
considero un superviviente de una de las etapas, a mi juicio más fértiles de la
historia española. No hice la guerra en razón de mi edad, pero contribuí con mi
esfuerzo a que una España marginada y deshecha pudiera reencontrarse con su
destino. Estos ideales los trasmití a los que fueron mis camaradas, mis
compañeros, muchos de los cuales ya no viven. Nunca creí que los embalses del
odio pudieran estar tan repletos. Hoy los vemos rebosantes y el odio es siempre
una pasión aniquilante y devastadora. Volver otra vez a resucitar las dos
Españas no es solamente una desdicha, es un acto de barbarie histórica. Las
estatuas son el testimonio de una época, que queramos o no, están inscritas en
la historia. Para unos con gloria, para otros posiblemente con sentimientos
contrarios, pero los hechos no se pueden arrancar de raíz. No se puede
prescindir en modo alguno con descalificaciones, manipulaciones y con el
cultivo sistemático de la mentira, la historia de España.
Son muchos los que en estos
días se han referido al criterio de Felipe González. También le menciono yo,
porque creo que acertó al decir que “a Franco de alguna forma, debieron
derribarlo cuando estaba vivo y montado a caballo y no muerto y convertido en
esfinge”. Somos muchos, todavía, los españoles que al menos al término de
nuestra vida no aceptamos este juego cínico, repulsivo e hiriente. Nuestra
aspiración de vivir en paz no reside en la descalificación de los que pudieran
ser nuestros adversarios. Hay un horizonte amplio y luminoso de porvenir en el
cual debe instalarse la definitiva reconciliación de los españoles. Yo afirmo,
que luché por ella y en mis discursos en la etapa en que tuve responsabilidad
política se pueden leer frases que dicen: “Hay que unir la sangre de los que
murieron con la sangre de los que mataron y abrir con esa unión un espacio de
legítima esperanza”. Declaro que me siento humillado y escarnecido por la
vejación que representa el hecho de ese atentado miserable iniciado por el gobierno y ejecutado con repugnante
alegría por la ministra Magdalena Álvarez.
Confieso mi perplejidad y me
uno de todo corazón con las voces vibrantes y juveniles que ayer mostraron la
adhesión a un Caudillo que no conocieron, empuño como ellos sus mismas
banderas, me identifico con sus exclamaciones, me uno a sus vítores y ni me
arrepiento ni me olvido de nada. Estos jóvenes estiman que el nombre de Franco
está en la historia con letras de limpieza inmaculada. Por ello, me uno a sus
canciones, a la expresión de sus amores desesperados y veo en ellos el germen
de un nuevo horizonte, donde habrán de florecer de nuevo el respeto y la
verdad. Podrán arrancar de su pedestal la estatua de Franco, podrán quebrar los
planos materiales de su sustento, podrán mutilar su figura, podrán almacenar en
un rincón cualquiera los restos de su imagen, pero con ello no van a terminar
en modo alguno con su recuerdo. Pese a quien pese Franco cabalga aún en la
Historia española. Somos ya minorías los que nos atrevemos a defenderle, pero
no cabe duda de que estamos dispuestos hasta el último momento de nuestra
existencia a ser leales con el hombre que entregó su vida por el bien de España
y de los españoles. Mientras otros, que protagonizaron escalofriantes y atroces
genocidios, reciben homenajes reales. Las brumas del tiempo oscurecerán
transitoriamente la figura de Franco, las nubes del rencor intentarán lapidar
su imagen, los torrentes del odio desatado creerán que han destruido su obra y
su persona, pero contra viento y marea no podrán hacer bajar del pedestal de la
historia a quien sirvió con abnegación y sacrificio los intereses de todos.
Pienso con dolor que se inicia una nueva primavera bajo un signo inquietante de
futuros enfrentamientos. Dios haga el milagro de que no volvamos como quiso
José Antonio Primo de Rivera, a que los españoles nos entreguemos de nuevo al
drama de discordias civiles. Repito como final, pese a la voluntad del
gobierno, frente al sectarismo de los que no renuncian a ver con claridad la
vida de España, Franco cabalga aún sereno y majestuoso en el aire de la
Historia. He leído precisamente esta noche el inmortal soneto de Quevedo, en
uno de sus versos se dice: “Vencido por la edad, sentí mi espada”, pues bien,
ni los años podrán quebrantar mi ánimo, ni el peso de tan crueles injusticias
abatir mi voluntad y el poder de mi fe”.
JOSE UTRERA MOLINA
4 de octubre de 2017
El Silencio culpable . José Utrera Molina
Ante la gravísima hora que vive España, amenazada en su
unidad, rescato el artículo que mi
publicó el 22 de junio de 1978 en ABC. Se estaba elaborando la
Constitución, concretamente el Título VIII y el artículo -que fue tachado de
alarmista y dio origen al primer pie de artículo de ABC desvinculándose del
contenido del artículo- resulta leído hoy estremecedoramente profético. Lo advirtió en 1978, lo siguió haciendo hasta
que Dios le dio vida y no había que ser un visionario para verlo. Tan sólo
había que ser decente y honrado, cosa que no eran la gran mayoría de los
políticos de la transición.
Hay silencios limpios, serenos,
honorables, y hay, por el contrario, mutismos envilecedores, oscuros y
serviles. Hay silencios claros, como el que Maragall ponía en el alma de los
pastores. Silencios respetuosos, emocionados, pero hay también silencios sombríos
y culpables, silencios del alma, silencios escandalosos, capaces de arruinar,
por sí solos, el sentido de toda una vida y de desmentir la autenticidad de muchas de las lealtades que ayer se
proclamaban estentóreamente, con risueña
comodidad, sin la presencia de adversarios amenazantes.
Callar en esta hora significa no
solamente desentenderse por completo de un pasado que, de alguna forma,
honrosamente nos obliga, sino también una huida de las exigencias del presen
te y un volver la espalda al reto del futuro. Se atribuye al viejo filósofo Lao
Tse la propiedad de una sentencia tan significativa como sobrecogedora: Los más
grave padecimientos -escribía-que
gravitan sobre el corazón del hombre, los constituyen el dolor de la
indiferencia y el silencio de la cobardía.
Creo que somos muchos los españoles que,
sin tener el ánimo propicio a
pronosticar catástrofe, coincidimos en considerar los momentos que vive hoy
nuestra patria como graves y decisivos.
La Constitución española se está
elaborando en estos días. En el seno de la Comisión Parlamentaria, constituida
al efecto, han pasado sus preceptos en medio de silencios estruendosos, hurtados,
contra todo pronóstico y esperanza, al gran debate nacional. La consecuencia es
que la Constitución no sólo no
despierta ningún entusiasmo -lo que la época romántica
del constitucionalismo-, sino que está
sumiendo a nuestro pueblo en la confusión y en la perplejidad, al ofrecerle
ambigüedades sospechosas que, a cambio de oportunistas consensos de hoy,
anuncian larvados enfrentamientos de mañana.
Son muchas las cuestiones graves
que han quedado así aplazadas a una interpretación más o menos audaz de los Gobiernos y los
legisladores venideros. No voy a referirme a temas como el divorcio, la
libertad de enseñanza, la
estructura del poder judicial y otros
que han sido enunciados. Hay uno, sin
embargo, que es el que, en estos momentos, como español, más me duele y me
preocupa, más me indigna y desasosiega: La sospecha de que esta Constitución pueda
ser instrumento liquidador de algo tan sustantivo como nuestra propia identidad
nacional. Atentar contra ella supone
un crimen sin remisión posible y una traición a nuestra propia
naturaleza histórica. Pienso, pues, que la esencialidad española debe quedar siempre al margen de cualquier
alternativa y fuera, por tanto, de diferencias ideológicas.
Una Constitución sólo se
justifica en el intento de articular la concordia de un pueblo y no propiciar
antagonismos y enfrentamientos. Una
Constitución ha de estar dotada de un
ver dadero sincronismo y no acierto a ver en su articulado actual una
auténtica confluencia conciliadora; la normativa existente nada tiene que ver
con el consenso, porque mientras aquélla se asienta en los
principios -acaso pocos, pero imprescindibles- que deben configurar el ser
nacional y la voluntad de un proyecto común de futuro, más allá de las
opiniones de los partidos, éste se
establece sobre la ambigüedad y el travestismo político de las palabras aptas
para acoger, bajo su equívoco ropaje, los más escandalosos
cambios de sexo. No se pretende la
exaltación de la diversidad, sino el
puzzle. No se busca la necesaria
descentralización, sino el mosaico gratuito. Estamos asistiendo a una
malversación de fondos históricos.
Tal es el caso del término “nacionalidades”, auténtica bomba de
relojería, situada, consciente o
inconscientemente, por los muñidores del
consenso, bajo la línea de flotación de la unidad nacional.
No pretendo entrar en
disquisiciones semánticas o históricas que, por otra parte, se han hecho ya y
se harán -así lo espero-con mucha mayor autoridad. Como político o como simple
español de a pie no puedo ver en ese término otra cosa que la enquistada
pretensión de una explotación futura amparada
en su reconocimiento constitucional.
El que afirma que el problema de aceptar o no la voz nacionalidades se
reduce a una cuestión terminológica, o no tiene sentido de la política, ni de
la Historia, o no obra de buena fe. En
política no hay palabras inocuas cuando
se pretende con ellas movilizar
sentimientos. El término nacionalidad
remite a nación o Estado. Cuando
alguien dice recientemente que Cataluña es la nación europea, sin Estado, que
ha sabido mantener mejor su Identidad,
resulta muy difícil no ver,
por no decir imposible, que se está
denunciando una «Privación del ser», que
tiende «A ser colmado para
alcanzar su perfección»,
y preparando una sutil
concienciación para reclamar un día ese estado independiente a que la imparable
dinámica del concepto de nacionalidad
habrá de conducir hábilmente
manejada. El propuesto
cantonalismo generará la hostilidad entre vecinos, la rencilla aldeana y el
despilfarro del común patrimonio. Se está haciendo la artificial desunión de España
y, además, sin explicarle al
pueblo lo que le van a costar las tarifas. Se quiere parcelar lo que está
agrupado, malbaratando siglos de
Historia. Cuando otros se esfuerzan en
aglutinar lo distinto, aquí se pretende
desguazar lo aglutinado y cuando se sueña con una Europa unida aquí parece como si se persiguiera el
establecimiento de pasaportes interiores
que habría que mostrar cada vez que cruzáramos una región.
Frente a esta peligrosa ambigüedad
hay que afirmar, una y mil veces, que la nación española es una y no
admite, por tanto, subdividirse en nacionalidades. España creó hace siglos una nueva fórmula de
comunidad humana, basada en una realidad geográfica, cultural e histórica. Fue
un hallazgo moderno, con sentido de
universalidad. Cambiar el curso de la
Historia, incorporando a la nueva Constitución estímulos fragmentadores, es
mucho más que un disparate colosal, es alentar hoy la traición de mañana, y me anticipo a negar mi acto de fe en una
Constitución que se inicia con esta amenaza.
Creo que hay que robustecer el
hecho regional, que hay que descentralizar a ultranza, que hay que armonizar la
unidad y la diversidad, pero creo que
nadie puede
romper la unidad nacional porque
eso representaría el
secuestro de la libertad de España y la
dolorosa hipoteca de su destino.
Pienso, finalmente, que hay
quienes tienen derecho a su silencio; hay quienes no pueden,
en modo alguno, ser ofendidos por su mutismo; hay quienes pueden callar
con humildad y compostura, y hay,
también, quienes ya tienen helados sus silencios porque la muerte les acogió
sin que conocieran esta posible y
próxima desventura, pero creo
que los que ayer repitieron hasta la afonía, desde
tribunas públicas notorias, la invocación de España una, los que hicieron la
fácil retórica de la unidad, los que nos explicaron sus valentías a los que,
por razón de edad, no conocimos contiendas ni trincheras, no tienen derecho al silencio. Podrán, tal
vez padecer el dolor de la indiferencia, en cuyo caso son dignos de
compasión y de lástima, pero si se
callan hoy por miedo o se esconden por utilidad y conveniencia, no
encontrarán en los demás justificación
posible y, por supuesto, ellos mismos no podrán redimirse del drama íntimo de
su autodesprecio.
Callar cuando la unidad de España está en peligro sería la peor de las
cobardías. Yo, al menos, no quiero dejar de sumar mi voz a las que, con
escándalo y alarma, se levantan frente al riesgo clarísimo de perdería. Quiero
que se sepa que no todos los españoles estuvimos de acuerdo en quedarnos sin Patria.
(ABC, 22 de junio de 1978)
6 de junio de 2017
Lucero para Pepe Utrera. Por Antonio Burgos
Lucero para Pepe Utrera
Antonio
Burgos
23 abril 2017 (Diario ABC)
Murió cara al sol, mirando al mar de su
Málaga natal, soñando en una España mejor a sus 91 años. Murió sin cambiar de
bandera, por muchos cargos que le hubieren ofrecido en esta España chaquetera
que se muda de ideología más que de camisa. La suya siguió siempre siendo azul
mahón, bordada en rojo ayer con cinco flechas como cinco rosas en memoria de
los camaradas caídos, como Julio Herce Perelló, fundador de Falange en la
Universidad de Sevilla. Era un caballero a carta cabal. Un hombre íntegro en
aquella España desarrollista del Seiscientos, el apartamento en Benidorm y la
protocorrupción de Matesa. Fue administrador honradísimo hasta del último
céntimo del dinero público que manejó como gobernador o ministro. Y al final de
sus días, le puso a su España de primaveras rientes el nombre de Sevilla, de la
nostalgia de una ciudad donde fue joven padre, enamorado y feliz. Me honraba
con sus llamadas de teléfono, desde Madrid o Nerja. Y una de las últimas veces
que hablamos, me confesó con su emoción de poeta lo que podía haber sido un
título de Romero Murube, que también fue, como servidor, su oponente cuando
estaba en el poder, en todo el poder del Régimen en la ciudad:
-- Cuando esté el borde de la muerte, mis
últimos pensamientos y mis últimas palabras serán para Sevilla.
Sevilla en los labios. La que llevaba en
el corazón desde que la sirvió como gobernador en años más que difíciles, los
del hambre y los corrales; la castigada por el Tamarguillo, "chiquito pero
matón", en la riada de noviembre de 1961. Estoy hablando del excelentísimo
señor don José Utrera Molina; que en Sevilla se escribía así, pero se
pronunciaba "Pepe Utrera". Hay, por cierto, una errata en su esquela
de ayer en el ABC. Pone: "Subió al cielo en Nerja". No subió al
cielo. Pepe Utrera, como buen falangista, se fue al lucero que Dios le tenía
reservado, como en su himno. Para que desde allí siga haciendo guardia por
España, que falta nos hace. Desde ese lucero, generoso como siempre, en
servicio como toda su vida, habrá perdonado a los que hicieron que se
desbordara contra él un Tamarguillo de odio, de revancha, de resentimiento,
quitándole todos los recuerdos de Sevilla agradecida, incluso con el cobarde
voto favorable del PP, que me consta tanto le dolió. Los revanchistas le habrán
quitado todos los honores ciudadanos, pero el que nunca le podrán arrebatar es
el honor de español, de andaluz, de malagueño, de sevillano, de patriota.
Triste España, lamentable Sevilla donde quisieron borrar de la Historia el
nombre de Pepe Utrera precisamente aquellos a los que como gobernador les dio
un piso en el Polígono o en tantas nuevas barriadas. Indigna que la venganza
contra Utrera la tomaran los hijos y nietos de sus beneficiarios, los 125.000
sevillanos (una quinta parte de la población de 1961) afectados por una riada
del Tamarguillo que hizo que se perdieran 30.176 hogares y quedaran afectados
1.128 edificios. Con toda justicia, su hijo Luis Felipe le ha escrito:
"Para ti, el poder era sólo la oportunidad para hacer posible los sueños
de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los
afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que
desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu
empeño. Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos
miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus
hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro." Como no cabría
en un libro que no le tembló la mano al suspender una corrida de toros para no engañar
al público. O no cabría su amistad con Pepe Luis Vázquez. Pero sí quiero que
quepan sus versos de poeta, dignos del estudio de Mainer, "Falange y
Literatura". Me distinguió con el dedicado ejemplar 42 de la edición no
venal de las 200 copias de sus "14 sonetos" (1997). Hasta tu lucero,
querido Pepe Utrera, te mando como epitafio desde la Sevilla de tus sueños y tu
servicio este terceto tuyo que te retrata: "Quisimos para el pueblo un
nuevo día,/soñamos con las luces de la aurora,/pero la noche es negra
todavía".
19 de mayo de 2017
"La Lealtad de Pepe Utrera". Por Alberto Ruiz-Gallardón
LA LEALTAD DE PEPE
UTRERA
ALBERTO
RUIZ-GALLARDÓN
23 abril 2017 (Diario ABC)
Me hubiera gustado escribir estas líneas contando únicamente las
excepcionales cualidades humanas de Pepe Utrera, un hombre machadianamente bueno
y cuyo desprendimiento y caballerosidad no ha podido desmentir nadie que le
haya conocido.
Me hubiera gustado compartir con el lector de ABC –esta casa que en su
liberalidad siempre le dio voz pese a discrepar de sus ideas– quien fue esa
persona a quien Juan Manuel de Prada definió como honrado a machamartillo, de
una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero
humanismo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad,
hondamente religioso y leal a sus convicciones”.
Me hubiera gustado relatar tantos diálogos con él, en su casa de Nerja,
desde que me recibió como un hijo. Contar nuestra emoción cuando nos leía los
sonetos que dedicaba a sus hijos, y, sobre todo a Margarita, su mujer “cuando
calle mi voz… mis rosas te dirán que te he querido” que ahora habrá de esperar
la imposible promesa de Pepe: “Si de la muerte regresar pudiera, volvería a
decirte que te quiero…”.
Pero creo que sería una grave
injusticia despachar su trayectoria política con el juicio displicente que en
España se ha dedicado a quiénes hasta el final de su vida no han querido
traicionar sus lealtades. La lealtad es la distancia más corta entre dos
corazones, nos enseñó Ortega. Pepe Utrera fue, siempre, leal a España y a sus
convicciones.
Para juzgar a un político hay que
conocer sus circunstancias particulares. Las de Utrera Molina fueron
difíciles desde la infancia. Procedente de una familia modesta vio a los nueve
años como esta se dividía y sufría a
manos de los dos bandos de la guerra. Padeció, pues las consecuencias de
una contienda en la que no participó. Dejó escrito que, al abrazar
después el programa de José Antonio Primo de Rivera, lo hizo sin albergar
deseos de revancha, toda vez que esta hubiera tenido que repartirse entre unos
y otros.
A partir de ese momento –el de su ingreso en el Frente de Juventudes- su
trayectoria es conocida. Entre otras cosas porque el se encargó de hacerla
transparente, pero también porque tuvo una fuerte presencia pública que no pasó desapercibida allí donde desempeñó
sus responsabilidades. Tres nombres de la geografía española marcan sus pasos
iniciales: Ciudad Real, Burgos y de modo singular, Sevilla, provincias donde
será gobernador civil, y en las que despliega una actividad desbordante. En la
época en que se desenvuelve (década de
los sesenta) debe hacer frente a las inmensas desigualdades que el
desarrollismo trae consigo, pero ese reto no hace sino estimular su ya
arraigado sentido de la justicia y solidaridad. Personas de creencias opuestas a
las suyas dan fe de su trabajo incansable para dignificar la vida de barrios
enteros, donde todo estaba por hacer. “La mejor universidad es una vivienda”,
solía decir a sus colaboradores. Y en coherencia con esa afirmación promovió
miles de ellas. Su despacho permanecía abierto para escuchar los problemas de
todo aquel que acudiera a buscar ayuda.
Su gestión ministerial, desplegada en dos tiempos y sendas carteras, no le
reportó la misma satisfacción. Durante seis meses fue ministro de Vivienda,
Ministro General del Movimiento, ya con Arias Navarro, cuatrocientos días. Si
en un caso le faltó tiempo para aplicar la política de vivienda que le había
dado nombre, en el otro se enfrentó a la amargura de la soledad en su defensa
de no alterar los principios fundacionales del régimen. Sin embargo, no se
llamaba a engaño. La peculiaridad de su figura radica en que teniendo plena
conciencia de la dificultad de su propósito no quiso renunciar en ningún
momento a sus ideas. Su cese en marzo de 1975 representó para él un alivio. No
en vano, su mujer, Margarita, había acogido la noticia de su nombramiento en
diciembre de 1973 con una reacción premonitoria: se echó a llorar y le anunció
que sería desgraciado en el cargo.
“El mundo que viví se ha desvanecido como un espejismo” constató. Y aunque aparentaba ser un hombre herido, su
desencanto con los nuevos tiempos nunca obedeció a razones personales. Su
preocupación era sincera. Aunque le dolió España hasta el último día no
convirtió su dolor en hostilidad o amargura, lo cual no le privaba tampoco de
hacer oír su protesta cuando lo consideraba oportuno. Su rica vida intelectual
y familiar, de la que he tenido la fortuna
de ser testigo y participe, pero también su propio sentido del saber
estar, le pusieron a salvo de esos fantasmas. Se trataba además de una limpieza
de corazón que era una auténtica seña de identidad. Porque en su caso el apego
a unos principios no se transformó jamás
en rencor hacia el adversario. “Nunca
viví estrangulado por la intolerancia” confesaba.
Se puede disentir de sus opiniones y de la interpretación del tiempo
histórico que le tocó protagonizar. Pero su personalidad resultó enormemente
atractiva e inspiró respeto en gentes de muy distinta condición. Pongo como
ejemplo a mi propio padre que, por haber estado encarcelado en 1956, por
defender la causa monárquica, no tenía motivos de cercanía al franquismo y que,
sin embargo tuvo siempre una inmensa admiración por Utrera Molina que después se convirtió en amistad. Observar
la admiración de mis hijos por sus dos abuelos, de ideas políticas bien
diferentes, ha sido para mi la constatación
del triunfo de la tolerancia en España por la que lucharon
incansablemente los dos.
Pepe Utrera era profundamente católico y esperaba la existencia de una vida
venidera, o como él decía “una mansión eterna”. Que en ella descanse y tenga
paz. Pese a las amarguras de la política, se ha ido con serenidad y con mucho
amor. Y como a todo aquel que ha tenido un por qué para vivir, no le pudieron
vencer los que sólo tienen un cómo.
5 de mayo de 2017
José Utrera Molina. Su última entrevista
Dios quiso que la última entrevista que mi padre concediese en vida fuera precisamente a una de sus nietas, Paloma Utrera-Molina, con ocasión de un trabajo que debía hacer para la asignatura de Lengua y Literatura en el Colegio. La entrevista, días antes de partir a la casa del padre, es la respuesta de un abuelo a su nieta de 15 años, pero contiene algunas frases que quedan para el recuerdo.
“Un político debe
siempre acercarse a lo cierto, a la verdad, y sacrificarse por ella”
Don José Utrera Molina fue un
político muy importante durante la época en la que el General Franco gobernó
España. Empezó su carrera como Jefe de
Centuria del Frente de Juventudes y terminó como Ministro del gobierno acompañando al general en cada paso
que este daba en sus últimos años.
Está casado con Margarita Gómez Blanco y tiene ocho hijos.
El día 22 de marzo de 2017, tuve
una conversación con José Utrera Molina en la que me habló brevemente sobre su
vida y me contó algunas de sus anécdotas.
ENTREVISTA:
-Paloma U-M: ¿Qué estudió y
en qué universidad lo hizo?
-Utrera Molina: Me licencié
en Derecho por la universidad de Granada. Al mismo tiempo, obtuve el título de Graduado social.
- Paloma U-M: ¿Cómo y cuándo
conoció a Franco?
-Utrera Molina: Lo conocí
por primera vez estando yo en Ciudad Real, como gobernador civil. Él fue a las
minas de Puertollano y allí le recibimos clamorosamente. Franco advirtió no
obstante que había cierta situación de malestar y le dije: “No mi general, la
gente le quiere, le aplaude y está con su excelencia.”, a lo que él respondió: “Me alegro mucho de que
usted piense así” y yo le volví a responder: “Yo pienso así, porque creo que el
mejor hombre de Estado que ha tenido España es vuestra excelencia. Y no se lo
digo como una especie de cortesía, lo digo porque me parece que es lo cierto. Y es que un político debe siempre acercarse a lo cierto, servir a la verdad y
sacrificarse por ella.”
-Paloma U-M: ¿Cómo consiguió
llegar a ser ministro?
-Utrera- Molina: Yo hice una
labor importante en el ministerio de trabajo como Subsecretario y además era el
representante de España ante la Organización Internacional del Trabajo. Mi
labor en Ciudad Real, Burgos y Sevilla y supongo que a algunos otros méritos debieron
hacer que Franco se fijara en mí. La verdad es que Franco tuvo siempre conmigo
una gran confianza y cariño, porque cuando yo me despedí de él, las lágrimas le
brotaron de los ojos y le dije: “Mi general, quiero que sepa que mi lealtad
durará hasta la muerte y que ojalá la suya no sea tan próxima que pueda verla
yo, porque quiero para España lo mejor y lo mejor es su excelencia.”
-Paloma U-M: ¿Cómo conoció a
su mujer?
-Utrera- Molina: La conocí
porque era la chica más guapa de España. Yo iba detrás de ella y no me hacía
caso, hasta que ya una amiga de ambos nos presentó en la calle Liborio García y
desde entonces estuve rondándola por su casa y hablando con sus allegados hasta
que al final nos hicimos novios. Un noviazgo que en la sociedad actual no se
entiende pero que en aquel entonces era realmente maravilloso. Escogí una mujer
entera y firme, fiel y abnegada, dinámica en sus exposiciones, capaz de abarcar
con su actitud y bondad los espacios más difíciles de la vida.
-Paloma U-M:¿Cómo logró
compaginar su vida profesional con la familiar?:
-Utrera-Molina: Siempre
procuré no desentenderme con las necesidades de mi familia, además contaba con
una ayudante extraordinaria que era mi mujer. Ella lo hizo todo. Yo en política
hice lo que pude, pero ella en el seno familiar fue una verdadera maravilla.
-Paloma U-M: De todos sus
destinos, ¿cuál fue su preferido?
-Utrera- Molina: Mi favorito
fue el Ministerio de Vivienda, a pesar de que duré muy poco porque dejé el
puesto como consecuencia del asesinato de Carrero Blanco.
-Paloma U-M: ¿Mantuvo una
buena relación de amistad con Franco o solo fue profesional?
-Utrera-Molina: Mi relación
con él fue extraordinaria, realmente yo le tenía un gran afecto y él me correspondía
de una manera total y abierta. En una ocasión le dijo a su ayudante: “Utrera es
un valiente”, cosa que me llenó de orgullo porque él podría decir cualquier
cosa: que era sabio o responsable pero que dijese eso de mí el hombre más valiente
que ha tenido el ejército español, era distinto y muy valorable.
-Paloma U-M: ¿En algún
momento se replanteó dejar el cargo por lo que suponía para sus hijos?
-Utrera- Molina: Yo estaba a
las órdenes de otros y a disposición de mi patria. Yo no me planteé nada más
que ofrecer mis servicios a España, que era en
definitiva lo más importante que yo tenía que hacer.
-Paloma U-M: Tras la muerte
de Franco, ¿mantuvo su cargo político o se dedicó a otra profesión?
-Utrera-Molina: Yo me
dediqué a mi profesión como abogado ya que era colegiado por Madrid.
-Paloma U-M:¿Cuáles fueron
los motivos del abandono de su puesto?
-Utrera- Molina: Yo no lo
abandoné sino que los que estaban por encima de mí decidieron que tenían que
elegir a otro. Además yo era muy leal al sistema y otros no lo eran, entonces
la lucha entre unos y otros terminó con que prescindieran de mí como ministro
pero yo fui consejero nacional hasta el final de la legislatura.
-Paloma U-M: ¿En algún
momento pensó que podría llegar a ejercer esta carrera?
-Utrera-Molina: La verdad es
que no lo sé, porque yo lo único que quería era cumplir con mi deber con lo que
tenía delante y seguir mis responsabilidades por el respeto que tenía a mis
colaboradores, que por cierto fueron extraordinarios. La mayoría, si no todos,
están muertos ya, pero les recuerdo con gran
fervor porque eran una gente estupenda.
22 de abril de 2017
En la muerte de mi padre, José Utrera Molina
A mi padre, José Utrera Molina
Te has marchado en primavera. No podía ser de otra manera. Te has ido como soñaste: cara al sol, mirando al mar y sin cambiar de bandera. Has subido al cielo rodeado del cariño de todos tus hijos y de tu querida Lali, nuestra querida madre, tu novia eterna.
Nosotros te lo debemos todo. Nos diste la vida, nos transmitiste la fe y un amor apasionado a España. Pero sobre todo un ejemplo de honradez, de caballerosidad y de limpieza que constituye el mayor patrimonio de los que con tanto orgullo llevamos tu sangre y tu apellido.
Llegaste a la política para servir y empeñaste tu corazón, tu tiempo y tu energía en ayudar a los que más lo necesitaban. Jamás miraste el color de los demás y nos enseñaste que no hay que mirar el color de la bandera sino la medida del corazón.
Para ti, el poder era solo la oportunidad para hacer posible los sueños de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu empeño. Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro.
Tú no lo sabías pero fuiste, sin duda, el mejor de todos. Siempre apreciaste más el abrazo de los humildes que la palmada del poderoso. Porque tú siempre ejerciste la virtud de la humildad hasta el último día. Ahí residía tu verdadera grandeza.
No hay espejo mas limpio en el que poder mirarnos cada día para ser mejores . No he conocido jamás a ningún hombre tan bueno, tan leal, tan cariñoso, tan comprensivo como tú. Tan caballero y tan cristiano. Hoy te hemos puesto tu camisa azul y tus flechas para que ocupes el puesto que te corresponde sobre los luceros. Sobre tu cuerpo, tu bandera, la que juraste un día defender y has honrado hasta el último día de tu vida limpia y ejemplar. España está en deuda contigo.
Dios ha querido que estos últimos días te hayamos acompañado en el final tus ocho hijos con Mamá. Todos unidos como siempre quisiste. Una familia que siempre te querrá y para la que siempre serás referente y amalgama de su unidad y fortaleza.
Gracias por todo y hasta siempre, querido papá. Para mi jamás habrá otro referente mejor ni más completo. Pídele a la Virgen de la Esperanza y a ese Cristo de la buena muerte que te han acompañado en tu último día entre nosotros, que nos bendiga a todos y sobre todo, a tu querida España.
Tu hijo que tanto te quiere y admira, en nombre de toda tu gran familia que jamás te olvidará.
Luis Felipe
28 de febrero de 2017
Aquél 4 de marzo. Por José Utrera Molina
Torcuato Fernández Miranda a la sazón
Secretario General del Movimiento, me llamó a su despacho una mañana de febrero
del año 1973, para encargarme que pronunciase el discurso conmemorativo de la unión
de la Falange con las JONS que se acostumbraba a celebrar en el Teatro
Calderón de Valladolid. Lo cierto es que aquella propuesta me sorprendió y tuve
inmediata conciencia de lo que podría acarrearme el aceptar una propuesta
semejante.
Una voz falangista fue siempre
una voz peligrosa, entre otras cosas porque los que militábamos en ella
sabíamos que el culto a la verdad era la razón de nuestra vida. Los tiempos
eran difíciles, las circunstancias aún más, los enemigos estaban ya dentro del
sistema y era muy difícil desmontar todo lo que de una manera sinuosa con
indudable cautela se estaba produciendo.
Yo sabía que había que rendir culto a
la modernidad, que debía dar un mensaje de esperanza. El Movimiento no podía
quedar obsoleto entre demandas líricas, poesías y rosas, aunque estuvieran en
la entraña de lo que fue la Falange.
Hay recuerdos que no se olvidan, que palpitan
en nuestro corazón y atraviesan nuestra alma como una flecha destinada a herir
o a producir sin embargo satisfacciones. Hablé de la necesidad de cambiar unas estructuras
obsoletas en un intento de apostar por la modernidad frente a lo caduco y que
había que tener el valor de acometer reformas esenciales si queríamos ofrecer a
los jóvenes un proyecto ilusionante de futuro. Confieso que lo intenté, pero
con éxito perfectamente descriptible. En mis palabras hay un acento innovador
indudable que no solo comprometían mis palabras sino que avizoraban un
horizonte lleno de problemas y de dificultades pero el ánimo fue siempre una
cualidad falangista que desgraciadamente no cristalizó en la debida unidad que
debió existir entre los que componían la
Organización falangista.
Hablar de revolución sin rellenar el
contenido de un cambio fulgurante era tal vez una utopía pero las utopías
sirven a veces para cambiar la historia. Son recuerdos que palpitan
permanentemente en mi corazón. Han pasado ya muchos años ¿Quién se acuerda de
ello? Yo sí, y rubrico en estas pocas líneas todo lo que entonces dije y
proclamé. Sobre todo mi llamada a la juventud, sin ella era imposible acometer
cualquier tarea profunda y yo sabía que la mayoría de los componentes jóvenes
aspiraban a un cambio que ofreciera una nueva lozanía a lo que en principio
estaba ya demasiado lejano.
Recuerdo para terminar mi alusión a
los caballeros de camisa azul. Hoy, al final de mi vida, cuando me quedan ya
pocos arrestos, sigo invocando a aquellos que vistieron con honor la camisa
azul de la Falange, que nos dieron el ejemplo de sus sueños, de su voluntad de
transformación patria y del deseo inmaculado de justicia para todos. Ojalá la
actual generación de jóvenes pueda recoger esa antorcha que no es mía sino que
representa el símbolo y la fe de unos hombres que creyeron fervorosamente en la
grandeza de España y no dudaron en ofrecer su vida por ella.
JOSÉ UTRERA MOLINA
30 de diciembre de 2016
Nota de prensa de José Utrera Molina sobre la revocación de la medalla de oro de la provincia de Sevilla.
Nota de prensa de José Utrera
Molina en relación con el acuerdo de revocación de la medalla de oro de Sevilla
por el pleno de la Diputación de Sevilla celebrado el 29 de diciembre de 2016.
Ante la publicación de la noticia
relativa a la aprobación por el pleno de la Diputación de Sevilla celebrado
ayer, día 29 de diciembre, del segundo acuerdo de revocación de la medalla de
oro de la provincia que me fue concedida por esa misma institución en el año
1969, quiero manifestar lo siguiente:
1º.- El acuerdo de revocación se fundamenta única y exclusivamente
en motivos ideológicos como lo son mi condición de falangista y mi lealtad al
que fue Jefe del Estado Español D. Francisco Franco Bahamonde, circunstancias
éstas que concurrían en mi persona al tiempo de recibir tal distinción y
permanecen incólumes, por lo que el acuerdo vulnera frontalmente la prohibición
de discriminación por motivos ideológicos consagrada en el artículo 14 de la
Constitución Española.
2º.- En el expediente del que se me dio traslado por la Diputación
para efectuar las alegaciones que
estimara pertinentes en defensa de mi
derecho, no constaba la existencia de testimonio alguno de personas o
familiares de personas supuestamente represaliadas durante mi mandato como
gobernador, ni de prueba alguna referida a tales extremos, por lo que cualquier
referencia a tales testimonios es mendaz y vicia de nulidad el referido acuerdo
en cuanto se refiera a los mismos, creando indefensión, pues no existe ni puede
existir prueba alguna de tan graves e injustas acusaciones.
3º.- Toda vez que la actual Diputación de Sevilla se ha erigido en
sanedrín de la historia reciente de la provincia, personalizando en mí la
reprobación de cualquier persona que tuviera responsabilidades durante el
régimen nacido el 18 de julio de 1936, me veo en la obligación moral de
defender mi honor y el de tantos alcaldes, gobernadores y cargos públicos que
sirvieron a Sevilla y a España con honestidad y con el único propósito de
mejorar las condiciones de vida de los españoles.
4º Por todos los motivos anteriores, anuncio mi intención de
recurrir, nuevamente, el acuerdo de revocación ante la jurisdicción
contencioso-administrativa.
Madrid, a 30 de diciembre de
2016
12 de diciembre de 2016
Error e infamia. Por José Utrera Molina
Hoy en mi recorrido habitual por la
prensa mañanera tropiezo de nuevo con una serie de desinformaciones con las que
ABC nos viene obsequiando desde hace algunos días con gran relieve tipográfico,
a cuenta de unos documentos inéditos que
dicen todo lo contrario de lo que sugieren los titulares. Se aprovecha el “hallazgo
documental” para denigrar hasta la náusea -recurriendo a fuentes absolutamente
miserables- a quien fuera Jefe del Estado Español durante 40 años, al mismo al que la familia Luca de Tena debería
agradecer siempre haber recuperado su patrimonio incautado y la dinastía Borbón
una corona perdida, en buena parte, por sus propios errores.
Como yo sí tengo memoria, se estremece
mi corazón al ver cómo la figura de Francisco Franco es azotada sin
misericordia alguna por el diario en cuyas páginas se incluyeron los más altos
elogios que recibió en su vida el que fue Jefe del Estado español. Presiento que asistimos a una estrategia que
pretende legitimar la corona al margen de quien, a la postre, fue su principal
valedor, con el objeto de evitar ser objeto de la deslegitimación que va
implícita en la maldita Ley de Memoria Histórica, que el Partido popular ha
querido conservar con grave irresponsabilidad.
Los ataques del diario monárquico contrastan con el enorme
respeto con el que el rey Juan Carlos habla de su predecesor, a quien se
refiere a menudo como “el Caudillo” con
un afecto y cariño personal que creo sinceros. Él
es plenamente consciente de que sin el impulso y voluntad de Franco, no hubiera
vuelto la monarquía a España. Así lo ha reconocido en múltiples ocasiones,
haciendo honor a la verdad, puesto que la inmensa mayoría del pueblo español,
terminada la contienda, estaba centrada en la tarea de reconstruir España y no
precisamente comprometida en conspiraciones de salón para decidir entre la
monarquía o cualquier otra forma de gobierno, algo que quedaba reducido a
minorías diletantes bien acomodadas. Me
atrevo a aventurar que esta andanada de ataques –algunos de ellos de un ínfimo
nivel periodístico- terminarán por volverse como un bumerang contra ABC, pues
lo que quedan son los documentos y de ellos lo que se desprende es el enorme
sentido común de Francisco Franco y la prudencia con la que manejó los tiempos
para evitar nuevas convulsiones.
Evidentemente, se trata también de
denigrar a la Falange, como depositaria de todos los males. Y yo afirmo también
que no hubo una tropa más leal que la constituida por aquellas gentes que
mantenían en el alma el fuego de un incendio apagado, cuyas brasas alimentaban sin
embargo la ilusión de muchos hombres. Siempre recuerdo que en las conmemoraciones
del fusilamiento de José Antonio en Sevilla, veía siempre a un camisa azul desaliñado,
cargado de años y sin apenas brillo en los ojos. Un día decidí acercarme a él.
Le dije que siempre me había llamado la atención y le agradecía su
perseverancia, pues nunca faltaba a la cita. Él me contestó -Y aquí estaré hasta el fin de mi vida-. -No le debo nada a nadie-, y, mirándome retadoramente
me dijo: -yo vendo globos-. Podría poner muchos ejemplos de lo que constituía
el núcleo mayoritario del pueblo español, que desde luego no andaba preocupado
por el destino de la corona.
Por eso me rebelo cuando se ataca tan
injustamente a quienes sintiendo de verdad la falange y no sirviéndose de ella –que
también los hubo y demasiados- ofrecieron un sacrificio de lealtad a España que
algún día los que tengan el alma limpia y el recuerdo claro habrán de anotar
agradecidos.
Soy de los que creen que el olvido y
la ingratitud forman parte de nuestra historia y abona el terreno para la mentira y
la manipulación. El recuerdo de tantos hombres que sirvieron a España bajo una
bandera con enorme generosidad no puede ser enterrado despachándolos como
vulgares lacayos de una dictadura. Lo
hicieron bajo la estructura de un Estado nacional que mereció unánimes
alabanzas en las páginas de ABC y que hizo posible que ese periódico sea lo que
es hoy en día y no quedara para la historia como el recuerdo estatalizado de un
“Diario republicano de izquierdas”. Todavía
quedamos algunos, con muchos años, a los que nos duele el alma y nos lastima la
memoria el manejo frívolo e injusto que se hace no solo de la figura de Franco,
sino de toda una generación de españoles que hizo posible una España mucho mejor de la
que se encontró, entre la insolidaridad de unos y el odio de otros. Mis oídos
no han padecido la sordera de la traición y del olvido y sé bien que el rey
Juan Carlos no aprobaría la crueldad con la que ABC se despacha estos días con
quien hizo posible el regreso de la corona a nuestra nación. Por eso pido respeto, no solo a los muertos,
sino a los que de buena fe sirvieron a España bajo la ejemplar magistratura de un
hombre al que algún día la historia habrá de hacer justicia: Francisco Franco.
JOSÉ UTRERA MOLINA
29 de noviembre de 2016
Fidel Castro en mi memoria. Por José Utrera Molina
Ahora que la
actualidad mundial está centrada en la polémica figura de Fidel Castro,
quisiera recordar algunos apuntes para la historia. En los años 60, durante mi etapa como
gobernador civil en Sevilla, tuve una frecuente y cordial comunicación con el cónsul
de Cuba en Sevilla, gran amigo de Fidel.
Se llamaba Ramón Ara, y estaba empeñado en convencerme de la verdad
revolucionaria de su líder y amigo. Yo
le combatía limpiamente y le envié las obras completas de José Antonio para que
las hiciese llegar al líder de la Revolución.
El propio Fidel me contestó, aprobándolas efusivamente y prometiéndome
que formarían parte de su biblioteca personal. Pasó el tiempo y a medida que las horas de la
historia cambiaban su rumbo, conocí el radicalismo absoluto en que se vio
envuelto Fidel Castro. Fueron muchas las causas de su cambio que yo no voy a
analizar ahora pero sí quiero escribir que en principio, el clamor
revolucionario de Fidel tuvo un ajuste preciso y noble.
Sí quisiera
recordar una anécdota significativa que presencié como testigo directo. Era el mes de enero de 1959 y en mi condición
de Gobernador civil de Ciudad Real estaba junto al Generalísimo Franco en la
Encomienda de Mudela con ocasión de una cacería de perdices. La noticia que se
comentaba en los corrillos era la reciente entrada de Castro en la Habana y la
opinión generalizada entre las ilustres y altisonantes personalidades que
rodeaban al jefe del Estado era que se trataba de una asonada más y que Castro
duraría cuatro días. Como era habitual
en él, Franco dejó a hablar a todos,
escuchando con atención sus comentarios. Y finalmente, sorprendiendo a todos,
dijo: “Se equivocan, señores. La revolución de Castro no es una asonada más,
tiene un arraigo popular innegable y mucho me temo que tenemos Castro para los
próximos 40 años”. Recuerdo también su predicción: “hay que esperar un tiempo,
pero muy pronto podremos ver sus verdaderas intenciones, que probablemente
pasarán por establecer una férrea dictadura”.
Todo esto me
conduce a afirmar las mismas convicciones que yo tenía y tuve acerca de Fidel
Castro. Cayó en manos de un grupo de
fanáticos que alteró sus primitivas convicciones, surgidas de la injusticia
social y del deseo de afirmar la soberanía de una patria que se había
convertido en el prostíbulo y el casino de América. El líder de la revolución se convirtió en un
tirano que repartió el poder entre su familia y unos pocos amigos, atribuyendo
al ejército un poder económico relevante, mientras arruinaba literalmente a la
población. Poco a poco fue
intensificando su personalismo a veces irracional y se convirtió más que en un
político en un soporte revolucionario de la demagogia existente en muchos
países de Hispanoamérica. Hubo una etapa de tranquila suficiencia e
inmediatamente cayó en manos de la Unión Soviética que constituyó el baluarte más
fuerte que tuvo el régimen fidelista. Rusia se convirtió en apasionado apoyo
del régimen imperante hasta llegar a que el mismo Castro confesara que era marxista
y leninista cuando las cortinas de casi toda Europa se cerraban para ocultar la
barbarie que representaba el comunismo y llenar de muertos lo que hubiera
querido ser en principio un triunfo de la revolución y de la paz.
No niego que
desde el primer día fueron otras las aspiraciones de Fidel pero las circunstancias
del mundo y el poderío indiscutible de la Unión Soviética constituido en
protector del régimen frente a los Estados Unidos, fue radicalizando
irracionalmente lo que pudo haber sido una limpia obra revolucionaria y que
desgraciadamente acabó siendo un régimen de terror, muerte y miseria al más
puro estilo del resto de las tiranías comunistas del mundo.
Ahora, cuando
tantos se ceban en el elogio o le maldicen por su actuación política, yo sigo
pidiendo en este tiempo litúrgico de la misericordia que la querida tierra de Cuba,
donde vivieron mis antepasados,
encuentre por fin una senda civilizadora y que el amor que algún día alumbró
sus entrañas en relación con España, reverdezca ahora en un mundo distinto y
eterno. Yo lo pido, lo suplico al Creador que conoce bien el sufrimiento de un
pueblo hermano que ha vivido durante tantos años las amargas consecuencias de la
mentira, la miseria y la tiranía.
JOSÉ UTRERA MOLINA
24 de noviembre de 2016
A la Diputación de Sevilla
Reproduzco a continuación el escrito de Alegaciones presentado por D. José Utrera Molina ante la nueva proposición aprobada por la Diputación de Sevilla de retirarle la medalla de oro de la provincia.
José Utrera Molina, mayor de edad, con domicilio a efectos de notificaciones en Madrid, ante la Diputación Provincial de Sevilla comparezco y como mejor proceda en Derecho DIGO:
Que con fecha 15 de noviembre de 2016 se me ha notificado el acuerdo plenario de esa Corporación en sesión ordinaria de 29 de septiembre referida a la proposición conjunta de los Grupos IU-LV-CA y Participa Sevilla de 26 de septiembre de 2016, sobre el inicio del expediente para la retirada de la medalla de Oro de la Provincia a mi persona, confiriéndome el traslado por quince días para que, de considerarlo oportuno efectúe las alegaciones que estime pertinentes, por lo que mediante el presente escrito paso a evacuar el traslado conferido en tiempo y forma de conformidad con las siguientes
Primera y única.- Resulta casi imposible el empeño de tratar de rebatir una proposición como la que se me comunica y atañe, que lejos de ser el resultado de una reflexión serena y cabal, basada en argumentos jurídicos, rezuma un odio visceral hacia mi persona, hacia mi trayectoria política y hacia mis propias creencias ideológicas. Me atrevo incluso a aventurar que muchos de los que han votado a favor de esa proposición no pueden compartir el torrente de odio y de intolerancia que destila. Y debo confesar que me duele profundamente que ni uno solo de los miembros de esa diputación haya tenido el coraje y la dignidad de denunciar con su voto discrepante lo que constituye una actuación sectaria por motivos estrictamente políticos. Allá cada cual con su propia conciencia.
Pero tengo una deuda moral, en primer lugar con los miembros de la Diputación Provincial que tuvieron a bien concederme esta entrañable distinción en el año 1969 y con los que fueron mis colaboradores en el Gobierno civil, que ya no están aquí para poder defenderse; en segundo lugar, con los miles de sevillanos que aún hoy siguen ofreciéndome innumerables y emocionantes muestras de gratitud que compensan con creces los ataques de los que soy objeto y, finalmente, con mi propia familia, que no merece que quede sin respuesta un ataque tan brutal, injusto y sectario, ni que mi silencio reste un ápice de aprecio a una de las distinciones que he ostentado con mayor orgullo en toda mi vida.
Quiero comenzar proclamando que el mayor honor que Sevilla me ha dado es el afecto y cariño probado de muchos sevillanos de bien, del pasado y del presente, pobres y pudientes, de izquierda y de derecha, que fueron testigos de mi labor al frente de la provincia. No creo que pueda haber mayor recompensa para una labor de servicio y espero que algún día alguien reivindique lo que fue una etapa limpia y esforzada, con aciertos y errores, pero siempre llena de un amor inconmensurable a todo lo que Sevilla representa.
A mi edad sería ridícula vanidad aferrarme a mundanas distinciones, pues como decía San Juan de la Cruz, al atardecer de la vida tan sólo nos examinarán de amor. Por ello, jamás habría expuesto estas alegaciones si esta propuesta viniese motivada por una censura objetiva de mi labor como gobernador civil de la provincia durante los años 1962 a 1969 o de mi conducta posterior que de alguna manera pudiera desacreditar o desmerecer el honor concedido. Pero a la vista está que, siendo estrictamente políticos los argumentos que se vierten en la citada proposición, lo único que se pretende con esta medida es denigrar y borrar de la historia de Sevilla cuatro décadas de su historia dictando una verdadera damnatio memoriae sobre todo aquél que tuvo responsabilidades en el régimen nacido el 18 de julio de 1936, a quienes se insulta, calumnia y ofende de forma gratuita y con pavorosa impunidad.
Acaso Dios ha querido que yo permanezca aún en el mundo de los vivos, para defender la memoria de quienes ya no pueden hacerlo de los injustos ataques de quienes, diciendo representar al pueblo, han decidido erigirse en sanedrín de la historia de su tierra repartiendo credenciales de buenos y malos a cuantos les han precedido, sin legitimidad alguna para ello.
Resulta paradójico que quienes se erigen en defensores de derechos y libertades fundamentales y reparten credenciales de demócrata, se manifiesten ante el pueblo calumniando, como lo hacen de forma grave en la proposición aprobada por esa Diputación. Albert Camus afirmó con lucidez que “la libertad consiste en primer lugar, en no mentir”. Y mal se defienden la libertad y los derechos si bajo su invocación se miente clamorosamente.
Miente quien afirme que durante mi etapa como gobernador civil de la provincia se torturase, denigrase o detuviese impunemente a ningún sevillano por el hecho de ser demócrata o por motivos políticos o ideológicos. No puedo responder de lo que sucediese antes o después, pero puedo asegurar que jamás ordené o toleré tal cosa y resultaría bien fácil a los proponentes, de haberse producido, poner nombres y apellidos, fechas y circunstancias a cada caso. Dicha acusación, por consiguiente, no es más que una afirmación calumniosa sin base o evidencia alguna. Por el contrario, sí recuerdo que con motivo de una visita del entonces Jefe del Estado a la provincia, el jefe de policía me preguntó si debían proceder a la detención temporal de determinados individuos que, habiendo cumplido graves condenas de cárcel se habían destacado por su oposición al régimen. Debo confesar que me sorprendió la propuesta, que rechacé de plano por cuanto todos ellos eran personas que habían cumplido con sus responsabilidades penales, ordenando que en lo sucesivo no se molestase a esas personas. Días después, uno de aquellos ex convictos, el célebre militante socialista Urbano Orad de la Torre –aquél que repartió por primera vez las armas a las milicias el 19 de julio de 1936 en Madrid y dirigió el asalto al cuartel de la montaña- solicitó audiencia en el Gobierno civil para agradecerme personalmente dicho gesto. Jamás olvidaré aquella entrevista que fue el germen de una entrañable amistad que sólo la muerte pudo romper. Podría poner muchos ejemplos parecidos, y no me dejarán mentir quienes desde el mundo sindical en la clandestinidad fueron mis oponentes más tenaces a quienes recibí en mi despacho en diversas ocasiones sin que nadie les pusiese una mano encima.
Desde el 14 de agosto de 1962 en que tomé posesión del Gobierno civil de Sevilla hasta el 29 de octubre de 1969 en el que se publicó mi cese, tuve el honor de servir a los sevillanos con mayor o menor acierto, pero siempre con absoluta entrega. Y en vista de que en el alegato que se me ha notificado se realizan gruesas acusaciones con carácter genérico y de forma gratuita, sin aportar prueba alguna que las sustente, me veo en la obligación de aportar a esa Diputación algunos datos que sin duda sí debieron ser considerados por quienes en el año 1969 ocupaban los mismos sillones desde los que ahora se me insulta.
Permítanme, por tanto, que me remonte a mi memoria para que quede para la posteridad este pliego de descargos que no es sólo mío, sino de todos aquellos que conmigo sirvieron a la provincia de Sevilla durante una etapa ciertamente fructífera.
Confieso que no fue fácil para un malagueño penetrar en el alma de Sevilla y ser aceptado por los sevillanos. Pero puedo decir con legítimo orgullo que, a pesar de todos mis miedos, Sevilla me acogió primero y me hizo sentir después parte inseparable de esta tierra. Aquí hicimos posible durante ocho años la transformación de una ciudad que adolecía aún de muchas y graves diferencias sociales. Eran años en los que había tanto por hacer, que le faltaban horas al día y a la noche para lograrlo, pero todo reto puede alcanzarse con entrega e ilusión. Se crearon barriadas enteras y en los años que duró mi etapa en el gobierno civil se entregaron 10.491 viviendas sociales a gentes necesitadas. Conseguimos que miles de familias que vivían en infraviviendas o en corrales de vecindad en situaciones lamentables, pudieran tener por fin un hogar digno. Construimos más de 400 nuevas escuelas en toda la provincia y se erradicaron un total de 34 núcleos chabolistas. Mientras tanto, en los pueblos de la provincia y a través del Patronato para la Vivienda Rural, conseguimos erradicar multitud de insalubres chabolas y se construyeron modestos hogares luminosos. Durante este mismo mandato, se construyeron más de 2.000 unidades escolares (incluyendo 52 unidades de dedicación especial y 70 escuelas hogar), con más de 80.000 puestos escolares (cuarenta alumnos por unidad escolar). Todo esto exigió un inmenso esfuerzo personal por la dificultad de encontrar medios materiales para cumplir estos objetivos que parecían casi inalcanzables. Pero mis colaboradores y yo estábamos muy lejos de dejarnos ganar por el desencanto y, afortunadamente, siempre mantuvimos como meta la verdadera justicia social.
Todos estos datos sí son fácilmente contrastables para cualquier miembro de esa Diputación que tenga interés en conocer la verdad por encima de manipulaciones y calumnias alentadas por motivaciones políticas escasamente ilustres. Ahí está la hemeroteca y los archivos de la propia Diputación, que no me dejarán mentir.
Recuerdo con especial cariño y satisfacción cómo conseguimos salvar in extremis los puestos de trabajo de la empresa Los Certales, consiguiendo del Director General de Renfe los pedidos necesarios para asegurar la continuidad de una empresa en trance de cerrar. Presumo también que los señores diputados desconocen la repercusión que tuvo la primera sanción que conseguí imponer a un rancio aristócrata sevillano que mantenía sus tierras incultas en el mismo Aljarafe, con el daño social que ello suponía. Y seguro que si bucean en las hemerotecas, podrán conocer la sanción que impuse a un conocido empresario sevillano (250.000 pesetas de entonces) que se permitía el lujo o el capricho de no pagar a sus trabajadores con el grave conflicto social que ello creaba. Pero tampoco puedo olvidarme de aquellas noches que mis colaboradores y yo pasamos a la intemperie junto a familias que se habían quedado sin hogar tras las inundaciones de 1962 hasta que conseguimos del Ministerio de la Vivienda su realojo en viviendas de nueva construcción. Esta era la clase de “represión” que ejercíamos sobre los sevillanos los que teníamos entonces la responsabilidad de su gobierno.
Se me acusa también de “totalitario” durante el desempeño de mis funciones, acusación que no se compadece en modo alguno con la realidad. Sobre esto, también voy a contarles algo. Durante mi etapa como gobernador civil mantuve frecuentes contactos con los líderes sindicales que representaban la oposición al régimen. Dichos contactos solían prolongarse durante muchas horas. Intenté afanosamente concretar acuerdos y fomentar conciliaciones, pero las posibilidades de entendimiento eran sistemáticamente abortadas por quienes, más allá de sus aspiraciones laborales, no estaban dispuestos a conceder nada a quienes representábamos al sistema. Soporté con decepción y no poca amargura reacciones que mostraban un ímpetu de rencor y de revancha de quienes inequívocamente delataban una voluntad decidida de derribar el régimen político, pero jamás interrumpí la vía del diálogo, a pesar de que con frecuencia me encontré con posturas maximalistas que no respondían a la defensa de los intereses de los trabajadores, sino a una motivación fundamentalmente política.
He de reconocer que muchos de los líderes de Comisiones Obreras actuaron a cara descubierta, con coraje y plena convicción. Recuerdo entre ellos a Eduardo Saborido Galán, a Fernando Soto Martín y a Francisco Acosta Orge. Nunca los vi arredrarse ante las dificultades de sus empeños ni abatidos ante los riesgos que soportaban. A ellos podía asistirles el derecho a combatir aquél sistema, pero yo tenía el deber ineludible de defenderlo.
Existió también otra oposición, de carácter minoritario, pero la que protagonizaron los comunistas fue la que acudió a la calle más activamente para proclamar sus objetivos y reivindicaciones. Siempre he creído que los hombres capaces de luchar con valor por una idea, aunque yo la conceptuara equivocada, merecen el mayor respeto y yo jamás se lo regateé.
Se me acusa también de falangista, como si el hecho de serlo me desacreditara públicamente. Pero en este caso no puedo ni voy a defenderme porque quiero afirmar con orgullo y la cabeza bien alta, que he sido, soy y seré mientras viva, falangista. No creo que haya existido un ejemplo más limpio de nobleza en la política que la de José Antonio Primo de Rivera, que hizo de la justicia social una bandera superadora de las hemiplejias de una derecha montaraz e insolidaria y de una izquierda marxista y revolucionaria. Debo proclamar en este momento que quien más ha agradecido el empeño de mi vida política no han sido los poderosos de mi tiempo, sino gentes sencillas: banderilleros, vendedores en puestos de la calle, presos de origen político o no a los que tuve la fortuna de poder ayudar. Capataces de fincas, hombres de campo, gentes sencillas que testimonian sin alharacas que el ideal joseantoniano de justicia social y reconciliación nacional por el que ahora se me trata de condenar, fue nuestro verdadero afán.
Y finalmente se me acusa con especial crudeza de ser leal a la memoria del anterior Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, a quien se le dirigen toda clase de insultos, pese a que ya está desde hace más de 41 años sometido al juicio de Dios y de la historia. Que la lealtad y la coherencia política sean consideradas un descrédito, dice mucho del talante democrático de quien formula la acusación. Pero no me arrepiento ni me arrepentiré jamás de haber servido a España y en este caso, al pueblo de Sevilla, bajo el mandato de un hombre excepcional al que algún día, cuando el tiempo deje pasar la tormenta de las pasiones y la objetividad se abra paso entre las nubes del odio y del rencor, se reconocerá como uno de los mejores gobernantes que ha tenido España, dejando a su muerte una nación mucho mejor, más fuerte, justa y cohesionada que la España rota de la que tuvo que hacerse cargo en una de las horas más trágicas de su historia.
Finalmente se hace referencia a un supuesto proceso contra mí instruido por una juez argentina del que hasta la fecha no he tenido conocimiento alguno salvo por la prensa, pues es inmensamente mayor el empeño publicitario que han puesto sus promotores que su rigor jurídico - que es ninguno-, urdiendo una iniciativa política dirigida en la sombra por quienes en España no pudieron llevar a término su inicua y prevaricadora instrucción penal, por carecer a todas luces de fundamento legal alguno. Pero por no rehuir ninguno de los aspectos que tan apasionadamente se vierten en esa proposición, reitero en este momento que entre mis responsabilidades públicas en el gobierno de la nación jamás estuvo la de dictar sentencias o condenas de ninguna clase, ni siquiera la de su validación o consentimiento, pues tales competencias estaban claramente delimitadas por la legalidad vigente.
En definitiva, la proposición aprobada, lejos de ofrecer argumentos relativos a cualquier circunstancia de mi persona que pudiera desacreditar el honor o distinción concedida, se basa en mi propia biografía política, en las responsabilidades que ostenté y fundamentalmente, en el hecho de haberme mantenido fiel a mis principios, es decir, que no he renegado de mis ideas, ni de mis lealtades, pese a que éstas se encuentren hoy a años luz de lo políticamente correcto.
El acuerdo de la Diputación no discute en modo alguno los méritos que pudieron tenerse en cuenta por la Diputación al tiempo de concederme la medalla. Ni siquiera se molesta en tomarlos en consideración, sino que parte de la premisa absolutamente mendaz y aberrante de que ni yo ni ninguna de las personas que sirvieron a España desde cualquier cargo público entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975 pudo realizar labor positiva alguna por su pueblo, ciudad o su nación ya que todos ellos participaban de la supuesta maldad de aquél sistema, salvo claro está, aquellos que decidieran posteriormente abjurar de sus principios y creencias. Es tal el desafuero, es tan grande la injusticia que ello supone para muchos de aquellos alcaldes y cargos públicos de aquella época, muchos de los cuales no querían serlo por las cargas que implicaba su servicio, que no podría yo dormir tranquilo si permaneciese en silencio mientras se ofende de esta forma tan cruel e injusta su memoria y el recuerdo de su buen hacer.
Si los miembros de la Diputación deciden con la fuerza de sus votos –que no de la ley- retirarme la medalla que hace más de 40 años tuve el honor de recibir, lo harán por odio, ignorancia y animadversión política a las ideas que represento y a la España en la que tuve el honor de servir, en un ejercicio sublime de sectarismo histórico, pero no podrán decir jamás que con mis palabras o mis hechos haya podido yo desacreditar jamás el honor que me concedieron sus predecesores. Podrán decir que no he cambiado de bandera y tendrán razón, pero yo siempre podré mirar atrás con la íntima satisfacción del deber cumplido, sobre todo, con aquellos sevillanos que más lo necesitaban.
Hasta el último aliento de mi vida, con medalla o sin ella, llevaré a Sevilla en mi corazón y pido a Dios que derrame su bendición sobre esta tierra a la que entregué los mejores años de mi vida y sobre todos y cada uno de los miembros de esa Diputación, especialmente a los que me odian sin conocerme, a quienes de todo corazón perdono.
Termino invocando de nuevo a Camus y haciendo mía su afirmación de que “existe una filiación biológica entre el odio y la mentira” y advirtiendo con él a todos y cada uno de ustedes que “allí donde prolifere la mentira, se anuncia la tiranía.” Con esta advertencia y el ferviente deseo de concordia para todos, me despido con este soneto que es expresión viva de mi más profundo sentimiento hacia esa tierra.
A LA DIPUTACIÓN DE SEVILLA
José Utrera Molina, mayor de edad, con domicilio a efectos de notificaciones en Madrid, ante la Diputación Provincial de Sevilla comparezco y como mejor proceda en Derecho DIGO:
Que con fecha 15 de noviembre de 2016 se me ha notificado el acuerdo plenario de esa Corporación en sesión ordinaria de 29 de septiembre referida a la proposición conjunta de los Grupos IU-LV-CA y Participa Sevilla de 26 de septiembre de 2016, sobre el inicio del expediente para la retirada de la medalla de Oro de la Provincia a mi persona, confiriéndome el traslado por quince días para que, de considerarlo oportuno efectúe las alegaciones que estime pertinentes, por lo que mediante el presente escrito paso a evacuar el traslado conferido en tiempo y forma de conformidad con las siguientes
ALEGACIONES
Primera y única.- Resulta casi imposible el empeño de tratar de rebatir una proposición como la que se me comunica y atañe, que lejos de ser el resultado de una reflexión serena y cabal, basada en argumentos jurídicos, rezuma un odio visceral hacia mi persona, hacia mi trayectoria política y hacia mis propias creencias ideológicas. Me atrevo incluso a aventurar que muchos de los que han votado a favor de esa proposición no pueden compartir el torrente de odio y de intolerancia que destila. Y debo confesar que me duele profundamente que ni uno solo de los miembros de esa diputación haya tenido el coraje y la dignidad de denunciar con su voto discrepante lo que constituye una actuación sectaria por motivos estrictamente políticos. Allá cada cual con su propia conciencia.
Pero tengo una deuda moral, en primer lugar con los miembros de la Diputación Provincial que tuvieron a bien concederme esta entrañable distinción en el año 1969 y con los que fueron mis colaboradores en el Gobierno civil, que ya no están aquí para poder defenderse; en segundo lugar, con los miles de sevillanos que aún hoy siguen ofreciéndome innumerables y emocionantes muestras de gratitud que compensan con creces los ataques de los que soy objeto y, finalmente, con mi propia familia, que no merece que quede sin respuesta un ataque tan brutal, injusto y sectario, ni que mi silencio reste un ápice de aprecio a una de las distinciones que he ostentado con mayor orgullo en toda mi vida.
Quiero comenzar proclamando que el mayor honor que Sevilla me ha dado es el afecto y cariño probado de muchos sevillanos de bien, del pasado y del presente, pobres y pudientes, de izquierda y de derecha, que fueron testigos de mi labor al frente de la provincia. No creo que pueda haber mayor recompensa para una labor de servicio y espero que algún día alguien reivindique lo que fue una etapa limpia y esforzada, con aciertos y errores, pero siempre llena de un amor inconmensurable a todo lo que Sevilla representa.
A mi edad sería ridícula vanidad aferrarme a mundanas distinciones, pues como decía San Juan de la Cruz, al atardecer de la vida tan sólo nos examinarán de amor. Por ello, jamás habría expuesto estas alegaciones si esta propuesta viniese motivada por una censura objetiva de mi labor como gobernador civil de la provincia durante los años 1962 a 1969 o de mi conducta posterior que de alguna manera pudiera desacreditar o desmerecer el honor concedido. Pero a la vista está que, siendo estrictamente políticos los argumentos que se vierten en la citada proposición, lo único que se pretende con esta medida es denigrar y borrar de la historia de Sevilla cuatro décadas de su historia dictando una verdadera damnatio memoriae sobre todo aquél que tuvo responsabilidades en el régimen nacido el 18 de julio de 1936, a quienes se insulta, calumnia y ofende de forma gratuita y con pavorosa impunidad.
Acaso Dios ha querido que yo permanezca aún en el mundo de los vivos, para defender la memoria de quienes ya no pueden hacerlo de los injustos ataques de quienes, diciendo representar al pueblo, han decidido erigirse en sanedrín de la historia de su tierra repartiendo credenciales de buenos y malos a cuantos les han precedido, sin legitimidad alguna para ello.
Resulta paradójico que quienes se erigen en defensores de derechos y libertades fundamentales y reparten credenciales de demócrata, se manifiesten ante el pueblo calumniando, como lo hacen de forma grave en la proposición aprobada por esa Diputación. Albert Camus afirmó con lucidez que “la libertad consiste en primer lugar, en no mentir”. Y mal se defienden la libertad y los derechos si bajo su invocación se miente clamorosamente.
Miente quien afirme que durante mi etapa como gobernador civil de la provincia se torturase, denigrase o detuviese impunemente a ningún sevillano por el hecho de ser demócrata o por motivos políticos o ideológicos. No puedo responder de lo que sucediese antes o después, pero puedo asegurar que jamás ordené o toleré tal cosa y resultaría bien fácil a los proponentes, de haberse producido, poner nombres y apellidos, fechas y circunstancias a cada caso. Dicha acusación, por consiguiente, no es más que una afirmación calumniosa sin base o evidencia alguna. Por el contrario, sí recuerdo que con motivo de una visita del entonces Jefe del Estado a la provincia, el jefe de policía me preguntó si debían proceder a la detención temporal de determinados individuos que, habiendo cumplido graves condenas de cárcel se habían destacado por su oposición al régimen. Debo confesar que me sorprendió la propuesta, que rechacé de plano por cuanto todos ellos eran personas que habían cumplido con sus responsabilidades penales, ordenando que en lo sucesivo no se molestase a esas personas. Días después, uno de aquellos ex convictos, el célebre militante socialista Urbano Orad de la Torre –aquél que repartió por primera vez las armas a las milicias el 19 de julio de 1936 en Madrid y dirigió el asalto al cuartel de la montaña- solicitó audiencia en el Gobierno civil para agradecerme personalmente dicho gesto. Jamás olvidaré aquella entrevista que fue el germen de una entrañable amistad que sólo la muerte pudo romper. Podría poner muchos ejemplos parecidos, y no me dejarán mentir quienes desde el mundo sindical en la clandestinidad fueron mis oponentes más tenaces a quienes recibí en mi despacho en diversas ocasiones sin que nadie les pusiese una mano encima.
Desde el 14 de agosto de 1962 en que tomé posesión del Gobierno civil de Sevilla hasta el 29 de octubre de 1969 en el que se publicó mi cese, tuve el honor de servir a los sevillanos con mayor o menor acierto, pero siempre con absoluta entrega. Y en vista de que en el alegato que se me ha notificado se realizan gruesas acusaciones con carácter genérico y de forma gratuita, sin aportar prueba alguna que las sustente, me veo en la obligación de aportar a esa Diputación algunos datos que sin duda sí debieron ser considerados por quienes en el año 1969 ocupaban los mismos sillones desde los que ahora se me insulta.
Permítanme, por tanto, que me remonte a mi memoria para que quede para la posteridad este pliego de descargos que no es sólo mío, sino de todos aquellos que conmigo sirvieron a la provincia de Sevilla durante una etapa ciertamente fructífera.
Confieso que no fue fácil para un malagueño penetrar en el alma de Sevilla y ser aceptado por los sevillanos. Pero puedo decir con legítimo orgullo que, a pesar de todos mis miedos, Sevilla me acogió primero y me hizo sentir después parte inseparable de esta tierra. Aquí hicimos posible durante ocho años la transformación de una ciudad que adolecía aún de muchas y graves diferencias sociales. Eran años en los que había tanto por hacer, que le faltaban horas al día y a la noche para lograrlo, pero todo reto puede alcanzarse con entrega e ilusión. Se crearon barriadas enteras y en los años que duró mi etapa en el gobierno civil se entregaron 10.491 viviendas sociales a gentes necesitadas. Conseguimos que miles de familias que vivían en infraviviendas o en corrales de vecindad en situaciones lamentables, pudieran tener por fin un hogar digno. Construimos más de 400 nuevas escuelas en toda la provincia y se erradicaron un total de 34 núcleos chabolistas. Mientras tanto, en los pueblos de la provincia y a través del Patronato para la Vivienda Rural, conseguimos erradicar multitud de insalubres chabolas y se construyeron modestos hogares luminosos. Durante este mismo mandato, se construyeron más de 2.000 unidades escolares (incluyendo 52 unidades de dedicación especial y 70 escuelas hogar), con más de 80.000 puestos escolares (cuarenta alumnos por unidad escolar). Todo esto exigió un inmenso esfuerzo personal por la dificultad de encontrar medios materiales para cumplir estos objetivos que parecían casi inalcanzables. Pero mis colaboradores y yo estábamos muy lejos de dejarnos ganar por el desencanto y, afortunadamente, siempre mantuvimos como meta la verdadera justicia social.
Todos estos datos sí son fácilmente contrastables para cualquier miembro de esa Diputación que tenga interés en conocer la verdad por encima de manipulaciones y calumnias alentadas por motivaciones políticas escasamente ilustres. Ahí está la hemeroteca y los archivos de la propia Diputación, que no me dejarán mentir.
Recuerdo con especial cariño y satisfacción cómo conseguimos salvar in extremis los puestos de trabajo de la empresa Los Certales, consiguiendo del Director General de Renfe los pedidos necesarios para asegurar la continuidad de una empresa en trance de cerrar. Presumo también que los señores diputados desconocen la repercusión que tuvo la primera sanción que conseguí imponer a un rancio aristócrata sevillano que mantenía sus tierras incultas en el mismo Aljarafe, con el daño social que ello suponía. Y seguro que si bucean en las hemerotecas, podrán conocer la sanción que impuse a un conocido empresario sevillano (250.000 pesetas de entonces) que se permitía el lujo o el capricho de no pagar a sus trabajadores con el grave conflicto social que ello creaba. Pero tampoco puedo olvidarme de aquellas noches que mis colaboradores y yo pasamos a la intemperie junto a familias que se habían quedado sin hogar tras las inundaciones de 1962 hasta que conseguimos del Ministerio de la Vivienda su realojo en viviendas de nueva construcción. Esta era la clase de “represión” que ejercíamos sobre los sevillanos los que teníamos entonces la responsabilidad de su gobierno.
Se me acusa también de “totalitario” durante el desempeño de mis funciones, acusación que no se compadece en modo alguno con la realidad. Sobre esto, también voy a contarles algo. Durante mi etapa como gobernador civil mantuve frecuentes contactos con los líderes sindicales que representaban la oposición al régimen. Dichos contactos solían prolongarse durante muchas horas. Intenté afanosamente concretar acuerdos y fomentar conciliaciones, pero las posibilidades de entendimiento eran sistemáticamente abortadas por quienes, más allá de sus aspiraciones laborales, no estaban dispuestos a conceder nada a quienes representábamos al sistema. Soporté con decepción y no poca amargura reacciones que mostraban un ímpetu de rencor y de revancha de quienes inequívocamente delataban una voluntad decidida de derribar el régimen político, pero jamás interrumpí la vía del diálogo, a pesar de que con frecuencia me encontré con posturas maximalistas que no respondían a la defensa de los intereses de los trabajadores, sino a una motivación fundamentalmente política.
He de reconocer que muchos de los líderes de Comisiones Obreras actuaron a cara descubierta, con coraje y plena convicción. Recuerdo entre ellos a Eduardo Saborido Galán, a Fernando Soto Martín y a Francisco Acosta Orge. Nunca los vi arredrarse ante las dificultades de sus empeños ni abatidos ante los riesgos que soportaban. A ellos podía asistirles el derecho a combatir aquél sistema, pero yo tenía el deber ineludible de defenderlo.
Existió también otra oposición, de carácter minoritario, pero la que protagonizaron los comunistas fue la que acudió a la calle más activamente para proclamar sus objetivos y reivindicaciones. Siempre he creído que los hombres capaces de luchar con valor por una idea, aunque yo la conceptuara equivocada, merecen el mayor respeto y yo jamás se lo regateé.
Se me acusa también de falangista, como si el hecho de serlo me desacreditara públicamente. Pero en este caso no puedo ni voy a defenderme porque quiero afirmar con orgullo y la cabeza bien alta, que he sido, soy y seré mientras viva, falangista. No creo que haya existido un ejemplo más limpio de nobleza en la política que la de José Antonio Primo de Rivera, que hizo de la justicia social una bandera superadora de las hemiplejias de una derecha montaraz e insolidaria y de una izquierda marxista y revolucionaria. Debo proclamar en este momento que quien más ha agradecido el empeño de mi vida política no han sido los poderosos de mi tiempo, sino gentes sencillas: banderilleros, vendedores en puestos de la calle, presos de origen político o no a los que tuve la fortuna de poder ayudar. Capataces de fincas, hombres de campo, gentes sencillas que testimonian sin alharacas que el ideal joseantoniano de justicia social y reconciliación nacional por el que ahora se me trata de condenar, fue nuestro verdadero afán.
Y finalmente se me acusa con especial crudeza de ser leal a la memoria del anterior Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, a quien se le dirigen toda clase de insultos, pese a que ya está desde hace más de 41 años sometido al juicio de Dios y de la historia. Que la lealtad y la coherencia política sean consideradas un descrédito, dice mucho del talante democrático de quien formula la acusación. Pero no me arrepiento ni me arrepentiré jamás de haber servido a España y en este caso, al pueblo de Sevilla, bajo el mandato de un hombre excepcional al que algún día, cuando el tiempo deje pasar la tormenta de las pasiones y la objetividad se abra paso entre las nubes del odio y del rencor, se reconocerá como uno de los mejores gobernantes que ha tenido España, dejando a su muerte una nación mucho mejor, más fuerte, justa y cohesionada que la España rota de la que tuvo que hacerse cargo en una de las horas más trágicas de su historia.
Finalmente se hace referencia a un supuesto proceso contra mí instruido por una juez argentina del que hasta la fecha no he tenido conocimiento alguno salvo por la prensa, pues es inmensamente mayor el empeño publicitario que han puesto sus promotores que su rigor jurídico - que es ninguno-, urdiendo una iniciativa política dirigida en la sombra por quienes en España no pudieron llevar a término su inicua y prevaricadora instrucción penal, por carecer a todas luces de fundamento legal alguno. Pero por no rehuir ninguno de los aspectos que tan apasionadamente se vierten en esa proposición, reitero en este momento que entre mis responsabilidades públicas en el gobierno de la nación jamás estuvo la de dictar sentencias o condenas de ninguna clase, ni siquiera la de su validación o consentimiento, pues tales competencias estaban claramente delimitadas por la legalidad vigente.
En definitiva, la proposición aprobada, lejos de ofrecer argumentos relativos a cualquier circunstancia de mi persona que pudiera desacreditar el honor o distinción concedida, se basa en mi propia biografía política, en las responsabilidades que ostenté y fundamentalmente, en el hecho de haberme mantenido fiel a mis principios, es decir, que no he renegado de mis ideas, ni de mis lealtades, pese a que éstas se encuentren hoy a años luz de lo políticamente correcto.
El acuerdo de la Diputación no discute en modo alguno los méritos que pudieron tenerse en cuenta por la Diputación al tiempo de concederme la medalla. Ni siquiera se molesta en tomarlos en consideración, sino que parte de la premisa absolutamente mendaz y aberrante de que ni yo ni ninguna de las personas que sirvieron a España desde cualquier cargo público entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975 pudo realizar labor positiva alguna por su pueblo, ciudad o su nación ya que todos ellos participaban de la supuesta maldad de aquél sistema, salvo claro está, aquellos que decidieran posteriormente abjurar de sus principios y creencias. Es tal el desafuero, es tan grande la injusticia que ello supone para muchos de aquellos alcaldes y cargos públicos de aquella época, muchos de los cuales no querían serlo por las cargas que implicaba su servicio, que no podría yo dormir tranquilo si permaneciese en silencio mientras se ofende de esta forma tan cruel e injusta su memoria y el recuerdo de su buen hacer.
Si los miembros de la Diputación deciden con la fuerza de sus votos –que no de la ley- retirarme la medalla que hace más de 40 años tuve el honor de recibir, lo harán por odio, ignorancia y animadversión política a las ideas que represento y a la España en la que tuve el honor de servir, en un ejercicio sublime de sectarismo histórico, pero no podrán decir jamás que con mis palabras o mis hechos haya podido yo desacreditar jamás el honor que me concedieron sus predecesores. Podrán decir que no he cambiado de bandera y tendrán razón, pero yo siempre podré mirar atrás con la íntima satisfacción del deber cumplido, sobre todo, con aquellos sevillanos que más lo necesitaban.
Hasta el último aliento de mi vida, con medalla o sin ella, llevaré a Sevilla en mi corazón y pido a Dios que derrame su bendición sobre esta tierra a la que entregué los mejores años de mi vida y sobre todos y cada uno de los miembros de esa Diputación, especialmente a los que me odian sin conocerme, a quienes de todo corazón perdono.
Termino invocando de nuevo a Camus y haciendo mía su afirmación de que “existe una filiación biológica entre el odio y la mentira” y advirtiendo con él a todos y cada uno de ustedes que “allí donde prolifere la mentira, se anuncia la tiranía.” Con esta advertencia y el ferviente deseo de concordia para todos, me despido con este soneto que es expresión viva de mi más profundo sentimiento hacia esa tierra.
SEVILLA
Toda la luz del mundo derramada
en la bóveda azul de tu ancho cielo.
Sevilla es lumbre, manantial y suelo
de una esperanza en el dolor labrada.
Yo te llevo por dentro de mis venas
en brazos de mi afán enamorado.
Mi corazón en vilo, alborotado,
palpitando en el borde de tus penas.
Parece que fue ayer y ya es mañana.
Mi tiempo en las orillas de tu río
se ha dormido detrás de mi ventana.
Empañada con gotas de rocío,
tu imagen entre estrellas se desgrana
con ramos de azahar en mi albedrío.
27 de octubre de 2016
El odio cabalga sin bridas. Por José Utrera Molina
No hay calificativo
suficiente para valorar el daño histórico y moral que todavía se sigue produciendo
en España en virtud de la ley de memoria histórica, alumbrada por Rodríguez
Zapatero y mantenida por Rajoy. La
lógica de esa ley –si es que alguna tiene- está visceralmente quebrantada. Ya
hace años que aquél nefasto gobernante ofreció en bandeja de plata a Santiago
Carrillo el derribo ilegal de la última estatua de Franco que había en Madrid, como
regalo de cumpleaños. Posteriormente, han ido cayendo uno tras otro cientos de monumentos
o placas que hagan relación a cualquier personaje que tuviera alguna relación
con la media España que no se resignó a ser pisoteada por el comunismo en 1936.
En Barcelona, se expone para público
aquelarre la figura de un Franco decapitado para alborozo de unos pocos
cobardes que dan rienda suelta a sus más bajas pasiones. En otros lugares se
amenaza expresamente a Ayuntamientos con la retirada de subvenciones haciendo oídos
sordos a la voluntad de los vecinos de mantener su identidad y su historia.
Mientras todo esto tiene
lugar ante la indiferencia de la mayoría, se mantiene afrentosamente el público
homenaje a los verdaderos causantes de la guerra civil, Prieto y Largo
Caballero, golpistas en el 34 y
revolucionarios en el 36, quienes pisoteando el derecho, por cobardía o
convicción quisieron entregar España a la Internacional comunista. Y el Ayuntamiento de
Madrid, no contento con eliminar de su callejero todo nombre que pudiera
recordar al régimen anterior o a los que lucharon en el bando nacional, va a
dedicar un espacio público al siniestro Teniente Castillo, instructor de las
milicias del Frente Popular y mito del ejército rojo. En definitiva, los que buscamos
y quisimos la reconciliación, hemos terminado recibiendo la revancha de mano de
los que no están dispuestos a olvidar su derrota.
Pero nadie
dice nada. No existe una pública denuncia de tan burdo sectarismo. ¿Cómo es posible que no haya un clamor para
denunciar tamaña felonía? ¿Es que los
españoles hemos perdido, ya no el instinto sino la mínima razón, que endereza
la figura del ser humano?.
Hoy vuelven a estar de
moda las corrientes más criminales y canallescas de nuestra historia. Vuelven
orgullosos y desafiantes los puños en alto y las banderas rojas se despliegan
ufanas, ante la cómoda indiferencia de una mayoría silenciosa. Mientras tanto, los hijos y los nietos de
tantos miles de españoles que dieron su vida por Dios y por España, permanecen
agazapados, silentes, consintiendo que se injurie públicamente la memoria de
sus antepasados, que profanen sus tumbas y borren su recuerdo de la memoria
colectiva.
Yo tengo ya demasiada
edad para luchar sólo contra esta tremenda injusticia. Pero mientras el pozo de odio está completo y
vierte sus excrementos sobre la Historia, los que guardamos todavía el recuerdo
de una España grande y limpia, preferimos morir a contemplar con indiferencia y
cobardía la victoria de la mentira y la escandalosa manipulación de nuestro
pasado más reciente.
Yo me declaro en pública rebeldía
contra esta ley sectaria que levanta muros entre hermanos y aventa de nuevo las
arenas ensangrentadas de otro tiempo y de otra época. Pocos escucharán mi clamor, pero quisiera
morir con la certidumbre de que hasta el último momento de mi vida, he
respetado la verdad y he rechazado el odio. Un odio que se ha convertido en
torrente sin que se levante una mínima pared, un endeble muro que contenga el
atroz mensaje de indignidad que representa la Ley de la Memoria Histórica.
JOSÉ UTRERA MOLINA
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