31 de octubre de 2023

El martirio del Beato Luis Belda

 

¿Cuántos españoles, y me refiero a los que todavía nos llamamos católicos, tenemos presente el significado del 6 de noviembre? ¿Cuántos podrían contestar, sin mirar en el ordenador, a la pregunta de qué conmemoramos el día 6 de noviembre los católicos españoles?

 

El 6 de noviembre desde el año 2.010, la Iglesia celebra a los 2.053 mártires -12 santos y 2.041 beatos- de la persecución religiosa del siglo XX en España que ya están en los altares. Habiendo unos 2.000 más en proceso de beatificación y llegando la cifra total a 10.000 mártires reconocidos formalmente por la Iglesia.

San Pedro Poveda, presbítero diocesano, fundador de la Institución Teresiana, colegio al que tuve el privilegio de asistir y hacer todos mis estudios de básica y bachillerato, y San Inocencio de la Inmaculada, religioso pasionista, encabezan la multitud de santos, beatos, obispos (13), sacerdotes, consagrados y laicos, que dieron su vida siguiendo los pasos de Jesucristo y siéndole fieles hasta el final. Todos ellos fueron martirizados únicamente, por el hecho de ser católicos practicantes y no estar dispuestos a renegar de su fe, negar a Jesucristo, blasfemar o cometer actos sacrílegos.

Yo personalmente descubrí, la magnitud de esta crueldad y el gran odio a la fe, solo hace unos años al leer un libro escrito en inglés, “The Last Crusade”, por el historiador norteamericano Dr. Warren Carroll; libro que me sentí llamada a traducir al español (La última cruzada), para dar a conocer su contenido: la gran historia de fidelidad a Jesucristo de nuestros antepasados, hombres y mujeres como nosotros, con nuestras mismas debilidades, que al encontrarse en situaciones de extrema dificultad, con la gracia de Dios y la fortaleza de su presencia en los Sacramentos, fueron capaces de coger sus cruces y seguirle hasta el final.

Desde la perspectiva y ojos de este mundo se preguntan, ¿Dónde se hallaba su Dios en el momento que más le necesitaban? Pero para aquellos a los que Dios nos ha concedido el don de la fe, nos es fácil comprender que justamente en esos momentos humanamente imposibles de soportar, fue exactamente su Dios, nuestro Dios, quien les sostuvo y les concedió la gracia y las fuerzas para serle fieles hasta el final, coger sus cruces y seguirle.

 Me gustaría hablar del ejemplo qué nos ha dejado un mártir católico, laico, al igual que la mayoría de nosotros, al que he llegado a conocer a través de un encuentro providencial con uno de sus biznietos en un monasterio benedictino, aquí en E.E.U.U. donde vivo. 

El Beato Luis Belda y Soriano de Montoya, nació en Palma de Mallorca y creció en Madrid donde hizo sus estudios de derecho y ganó las oposiciones de Abogado del Estado, siendo destinado a Almería. Se casó con Josefina Alberti Merello en 1925 y fueron bendecidos con cuatro niñas y dos niños. El último hijo, Rafael, fue póstumo y nació 4 o 5 meses después de haber sido asesinado su padre, además de morir a los pocos meses de nacer.

Al Beato Luis Belda le describen como un hombre recto en su proceder y de honda convicción cristiana, heredada de sus padres. Su aspiración constante era ser cada día mejor, lo mismo de soltero, que después, de casado. Fue además un apóstol incansable, conferenciante y apologista – como demuestra su conferencia dedicada a defender la vida de los concebidos no nacidos o sobre la encíclica de Pio XI “casi connubii”, sobre el matrimonio cristiano- y los múltiples artículos que publicó la prensa católica de Almería. Fue así mismo miembro activo y ejemplar de tres asociaciones de hombres católicos: la Adoración Nocturna, las conferencias de San Vicente Paul y la Asociación Católica de Propagandistas.

Enemigo acérrimo de la política al uso, las circunstancias excepcionales de su momento histórico le obligaron, no obstante, a intervenir en la política y en ella actuó con ejemplar desinterés material, impulsado únicamente por nobles ideales religiosos y cívicos.

 El día 11 de mayo de 1931, ante el suceso de la quema de los conventos, acompañado de cuatro amigos, salió a la calle, logrando con su ardorosa palabra y firme actitud disolver numerosos grupos de turbas desenfrenadas. Él y sus amigos pusieron a buen seguro la santa imagen de la Virgen del Mar, patrona de Almería, y custodiaron el monumento del Sagrado Corazón de Jesús que en vano trataron derruir los elementos radicales.

El creciente clima de hostilidad religiosa le impulsó a comprometerse políticamente como candidato del partido humanista cristiano Acción Popular, del que fue presidente en Almería desde 1.934, y como presidente de la Junta Provincial de Reforma Agraria.

Con gran entusiasmo y actividad asombrosa preparó las tristemente famosas elecciones del 36 en Almería, por creerlo un deber de conciencia en defensa del orden y de la religión. El fracaso de su candidatura para diputado de Cortes causó enorme disgusto en todos los elementos sanos de aquella provincia, creciendo sobremanera su prestigio y el aprecio hacia su persona. Pero el odio y la aversión de sus enemigos se hicieron más y más patentes, recibiendo de Madrid repetidos avisos en forma de ultimátum, como este: “O deja usted la política o le quitamos el destino”. Su contestación estuvo en consonancia plena con su conducta cristiana y valiente.

 Al poco tiempo fue cesado como Abogado del Estado en Almería y posteriormente le quitaron su casa encontrándose con su familia en la calle. Fueron acogidos por una familia amiga, los Ortega González, pero para evitar Luis Belda poner en peligro a su familia y a la de sus anfitriones, decidió entregarse. Fue llevado a la cárcel, donde le fue posible hablar con su mujer durante varios días. El 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor, presintiendo Luis lo que le esperaba, se despidió de su mujer y le dijo, a través de las rejas: “He confesado con el padre Santaella y quiero que hagas saber a los que me han ofendido que los perdono de todo corazón. Que pido perdón al que tenga algún resentimiento conmigo, pero que estén seguros de que si algún daño les hice no fue intencionado”.

 De la cárcel fue trasladado al barco prisión Capitán Segarra. En la noche del día de la Asunción de la Virgen, el 14 de agosto, le sacaron del barco prisión a él y otros diciendo que los trasladaban a Cartagena para ser juzgados. La lista había sido confeccionada en el Casino por milicianos de un Comité Revolucionario de “salud pública” vinculado a la brutal y anticlerical FAI (Federación Anarquista Ibérica), llegados de la provincia de Málaga y siguiendo órdenes de Madrid.

 Con la lista, fueron llamando a los presos, hasta un total de 29, a los que iban maniatando y colocando en los autocares, distribuyéndolos con grupos de milicianos armados. De allí los llevaron a la playa de la Garrofa. En aquel lugar varios milicianos los iban sacando y formándolos en grupos de cinco y después de insultarlos los iban ametrallando.

 Luis tenía 34 años cuando fue martirizado. Posteriormente, todos los asesinados fueron atados conjuntamente y arrojados con pesos en alta mar con unos barcos preparados para este cometido. Unos meses después, a la hora en que mas gentío discurría por la playa del Zapillo, el mar devolvió veintitrés de los cadáveres. Se dijo que a Luis se le reconocía perfectamente; pero los milicianos al saberlo, los metieron en un hoyo rociándolo de gasolina y les prendieron fuego, permaneciendo los cuerpos enterrados en la arena hasta el final de la guerra.

Los que lo presenciaron han transmitido que Luis Belda fue al martirio con entereza, profiriendo, cuando le ataron al grupo de sus compañeros de martirio, un conmovedor grito de “¡Viva Cristo Rey!” que enardeció a todos.

 No olvidemos el ejemplo de los mártires y roguemos a Dios para qué, siguiendo su ejemplo, nos conceda a todos la gracia de serle fieles hasta el final.



¡Beato Luis Belda y Soriano de Montoya, ruega por nosotros!

¡Todos los santos y mártires españoles, rogad por nosotros!

 

Beatriz McNamara

17 de junio de 2023

Mi hermano César





Hoy cumple 50 años mi hermano pequeño, el menor de los 8 y no podía quebrar mi tradición de dedicarle unas palabras en este humilde cuaderno. 


César nació justo cuando mi padre juraba el cargo de Ministro del primer y único gobierno de Carrero Blanco. 


Venía, como se dice, con un pan debajo del brazo y a fe que eso ha marcado su vida, en la que la afición al buen pan y a la buena cocina es ya una seña de su identidad. Pero apenas pudo disfrutar de los días de vino y rosas, porque la historia es la que fue y nuestro padre tuvo que pagar un alto precio por su lealtad. 


César tenia -y tiene- genio, o carácter -que es más eufémico- y es normal porque tenia siete hermanos encima educándole, lo que definitivamente forjó su carácter. Pero tras ese genio se esconde un corazón de dimensiones inabarcables.


César es, sin duda, el mejor y más fino escritor de una familia de lectores en la que él tomó la delantera como lector empedernido. Nadie ha escrito nada más profundo ni más bonito sobre nuestros padres que él, cuando su corazón se lo ha dictado. Nadie ha escrito versos tan certeros y sentidos, recogiendo así el testigo poético de nuestro padre. 


Es un hombre tranquilo, no por irresponsabilidad sino porque tiene una fe como he conocido pocas. Su vida adulta no ha estado exenta de sobresaltos y espinas, pero siempre ha afrontado los problemas sin desmoronarse, aceptando que todo tiene un porqué y un para qué, con paciencia infinita y confianza en Dios. 


César es un amigo modelo, de esos que sólo se cuentan con los dedos de una mano a lo largo de la vida. Leal, noble, dedicado, y generoso como pocos, jamás ha dejado a un amigo desamparado en la tribulación. 


Su matrimonio es un límpido espejo de su vida. Tuvo la inmensa fortuna de encontrarse con la dulzura de Carmen, para emprender juntos, desde muy temprano, la aventura apasionante de una vida fecunda. Sus cuatro hijos, de los que presume con legítimo orgullo, le quieren, le admiran y le cuidan. Y son un testimonio vibrante de amor filial. 


Su casa, como lo fue la nuestra, es casa de puerta abierta, de reuniones alegres, cuidados caldos y picantes viandas. Es una casa feliz, porque por mucha gente que haya, sabe hacer que todo el que llega se sienta principal. 


Es, ademas de fino jurista, un ejemplo de amor filial, de hermano, de tío y de padre de familia. Es, sin lugar a dudas, el mejor apoyo que nadie pueda soñar. 


Como es el pequeño, no sé si le he dicho alguna vez que le admiro y que le quiero. Debí hacerlo aquella noche en la que llevamos juntos, hombro a hombro, al Cristo de la Buena muerte por las calles de Madrid. Y ya iba siendo hora de hacerlo.


 


Dios te guarde, querido hermano. 


Tu hermano que tanto te quiere. 


Luis Felipe.










 

9 de mayo de 2023

EL MEJOR REGALO. (Mi tributo al Mater Salvatoris)

 

EL MEJOR REGALO

(Mi tributo al Colegio Mater Salvatoris)

 

Tenía que llegar. El próximo viernes, mi hija Victoria se despedirá oficialmente del Colegio Mater Salvatoris cerrando para mí un ciclo -mejor dicho, un camino- que ha durado 18 años y que hubiera querido que durase para siempre. Porque resulta imposible reflejar, en unas pocas líneas, el torrente de gratitud que mi corazón siente hacia la Compañía del Salvador en la hora de un adiós que me resisto a que sea definitivo.

Hace 18 años, mi mujer y yo llevamos por vez primera a nuestra hija mayor al edificio de Infantil. Sentí aquel día el desgarro de dejarla allí, mientras sus ojos llorosos me imploraban su rescate. Pero entonces recordé aquella frase escrito en los muros de mi viejo colegio de Chamartín: “Bajo Tu manto sagrado, mi madre aquí me dejó”.  Y aquél mar de lágrimas de sus ojos azules, pronto habría de tornarse en un mar de sonrisas, en un mar de flores a María, de bailes regionales y marchas militares, de procesiones en la Virgen Niña y Rosarios de colores en la Virgen de Fátima. Aquellas lágrimas de niña atribulada contagiaron para siempre mis ojos de padre para brotar con fuerza cada día del mes de mayo, cada “¡Buenos días!” de la oración de la mañana en los porches de primaria, en aquellas inolvidables primeras comuniones, en los festivales bajo un sol de justicia y en las emocionantes confirmaciones, primorosamente organizadas por unas religiosas que llevan por hábito una sonrisa revestida de ternura.

Una noche, hace apenas un año, nuestra hija Paloma nos dijo: “el Mater Salvatoris es el mejor regalo que habéis podido hacerme jamás”. Fue una frase que se quedó grabada a fuego en mi corazón, porque nacía de lo más profundo del suyo. Y porque, bien mirado, jamás regalo alguno nos podía había generado un rédito mayor.  

El Mater había sido el Colegio de mi mujer, pero ha terminado siendo también el mío. Comenzamos nuestra andadura en el Colegio de la mano de la inolvidable Madre Madurga, para quien cualquier problema se convertía en un reto y jamás abandonaba a una niña, porque decía que el fracaso de una sola niña era un fracaso colectivo. Su sonrisa y su cordialidad eran tan limpias como su mirada y su sola presencia llenaba de autoridad, respeto y cariño cualquier espacio del colegio. Bajo su tierna mirada ha transcurrido la mayor parte de la vida de mis hijas, convirtiéndose en un referente para nosotros.

En el Mater, mis hijas han adquirido innumerables saberes, pero sobre todo unas raíces profundas en la Fe, que les ayudarán a resistir cualquier temporal que la vida les depare. El colegio, verdadero oasis en medio de un mundo que vive al margen de Dios, ha templado y fortalecido las finas cuerdas de su espíritu preparándolas para dar un testimonio valiente de vida cristiana en la universidad, en la familia y en la vida.

Me decía ayer mi hija Victoria que siente una mezcla de tristeza y alegría al afrontar su marcha del Colegio. Porque su mirada joven e inquieta vuela lejos, pero sé que una parte de su corazón quedará para siempre atrapada entre los jardines del colegio en el que ha sido tan feliz.

Siempre me ha sorprendido qué lentas pasan las horas tristes y qué fugaces las felices. Recuerdo cuando, bajo los soportales del porche de primaria, me entristecía pensar que pronto dejaría de compartir el ofrecimiento de obras con mis hijas. Y ahora, cuando se acerca inexorable el día en que habré de dejar de recorrer el camino al Mater, quisiera que el tiempo se detuviera, pues confieso que me asalta una profunda sensación de orfandad.

Estoy seguro de que la Madre Clara, síntesis armónica de ternura y autoridad, me permitirá que, de cuando en vez, me acerque de nuevo a esa recogida capilla para dar rienda suelta a mi legítima nostalgia y dar gracias a la Madre del Salvador por el inmenso regalo  de haber podido disfrutar de tantos años de felicidad en la vida de mis hijas cuyo lema, hasta el final de sus días será el de “Madre, que quien me mire Te vea”.

 

Luis Felipe Utrera-Molina