El Catecismo de la Iglesia Católica,
párrafos 2002 y 2007, establece que un hombre y una mujer unidos en matrimonio
forman con sus hijos una familia; ésta institución es anterior a todo
reconocimiento por la autoridad pública, que tiene obligación de reconocerla, y
debe considerarse el punto de referencia normal en función de la cual deben ser
apreciadas las diversas formas de parentesco. La familia es la célula original
de la vida social y es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son
llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la
estabilidad, y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los
fundamentos de la libertad, de la seguridad y de la fraternidad en el seno de
la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden
aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la
libertad. La vida de familia es iniciación a la vida social.
De acuerdo con estos párrafos,
la familia es la célula original de la sociedad, es donde naturalmente
aprendemos a ser miembros responsables y fecundos de la sociedad; Como se
menciona, existen principios que todos debemos admitir que son necesarios para
el adecuado funcionamiento de cualquier sociedad: el respeto a la autoridad,
seguridad, el buen uso de la libertad y la fraternidad entre sus miembros.
Teniendo en cuenta nuestra
natural tendencia tras el pecado original, nos es muy difícil adquirir estos
valores, incluso de un modo imperfecto, sin ningún tipo de ayuda. Pero como
miembros de una familia, estos valores se aprenden de un modo natural, y en
algunos casos sin gran esfuerzo.
Yo crecí con un padre y una
madre, que sin ser perfectos, nos transmitieron a mis ocho hermanos y a mí, un
ejemplo de fe vivida de palabra y obra, en un entorno de cariño y comprensión
pero donde también supieron establecer con claridad límites y expectativas en
beneficio de todos y consecuencias cuando estos no se cumplían.
De este modo aprendí, con
todas mis imperfecciones, a ser responsable, a compartir con generosidad, a
querer incondicionalmente, a perdonar y a ser perdonada, y principalmente,
aprendí que esta vida es un peregrinaje hacia nuestra “Casa Celestial” y
nuestra Esperanza y Confianza total no se haya en nosotros mismos o en nuestro
Estado, sino en nuestro Señor Jesucristo.
Tengo que clarificar, que en
contra de lo que algunos quieren ahora hacernos creer, mis creencias jamás han
sido motivo para no preocuparme de mis hermanos, mi país o el mundo y sus
necesidades, sino por el contrario, mis creencias, tal como aprendí de mis
padres, han sido siempre el fundamento para actuar y participar y tratar de
hacer un mundo mejor y ayudar a aquellos más necesitados.
Me casé en 1990 y el Señor nos
bendijo con seis hijos. Mirando retrospectivamente, ahora que la menor tiene 19
años y el mayor 27, veo como dentro de la nueva familia que creamos, con
facilidad y sin gran esfuerzo, empecé a hacerme algo más responsable, algo
menos egoísta y más comprensiva, simplemente por amor a mi marido y a mis
hijos.
Ahora, sin casi habernos dado
cuenta, nuestros dos hijos mayores están ya casados y hace un año me encontraba
en el hospital esperando el nacimiento de nuestro primer nieto. Aunque al nacer
nuestros propios hijos experimenté el milagro que es la Vida, al estar tan
ocupada no tuve tanto tiempo para meditar. Ahora que soy abuela y puedo
contemplar todo con más tranquilidad, me puedo permitir el lujo de meditar. Así
al nacer Michael, nos llamaron a su habitación para que pudiéramos conocerle y al llegar vi a mi hijo Patrick de 26 años
con su hijo en brazos. A continuación escuché a Hannah, su mujer, que acababa
de tener una cesárea, pedir ayuda para reajustar la posición de su almohada y
la oí decir: “Creo que Michael tiene frio, ¿Podrías envolverle en la manta?”
Instantáneamente, vi a mi hijo
Patrick apresurarse a colocarle la almohada a su mujer y a envolver a su hijo con la manta. Naturalmente,
sin grandes esfuerzos, de la noche a la mañana, le vi actuar como un marido y
padre cariñoso y responsable, como su padre, de un modo que sería imposible
aprender en unas clases de “Educación Cívica”, de un modo que solo se puede
aprender en la Familia.
Entonces, mientras me puse a
meditar de nuevo, me di cuenta de que este es el motivo por el que, siempre que
sea posible, el entorno natural para crecer es con un padre, una madre y en una
familia.
Mientras en la familia
aprendemos a compartir, querer, perdonar y ser perdonados, a ser más
responsables y a pensar en los demás, también estamos aprendiendo y nos estamos
preparando para ser mejores y más fecundos miembros de la Sociedad, Nuestro
País y del Mundo.
Nos enfrentamos a una
paradoja. Por una parte, este es el motivo por el que debemos luchar por el
Matrimonio y la Familia (el matrimonio entendido desde el principio de la
civilización como la unión de un hombre y una mujer para mutuo amor y
procreación) porque es el lugar donde aprendemos a ser miembros responsables de
la sociedad y padres y madres de la próxima generación; pero este es también el
motivo por el que quieren destruir el auténtico significado del Matrimonio y la
Familia. Saben que con su destrucción y confusión en cuanto a su intrínseco significado,
destruyen la Roca y Fundamento de la Sociedad y pueden crear un nuevo mundo
donde nuestros derechos inalienables y libertades desaparecen bajo la idea
falsa de una sociedad inclusiva donde todo es permitido y todo tiene un
significado subjetivo y relativo y por lo tanto irrelevante; un mundo donde el
Estado autoritario y déspota usurpa el lugar que le corresponde a la Familia.
El párrafo 2008 del CIC
establece que la familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el
cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos
o disminuidos, y de los pobres; cuando las familias no se hallen en condiciones
de prestar esta ayuda, entonces
corresponde esta obligación a otras personas y subsidiariamente a la sociedad.
Al crecer, vi como mis padres
se ocuparon de nuestras abuelas que vinieron a vivir con nosotros cuando
murieron mis abuelos. Aprendí, siendo la tercera de nueve hermanos, a ocuparme
de mis hermanos menores. También aprendí desde pequeña que toda vida merece la
pena, la del nacido y la del no nacido, y a ocuparme de aquellos más
necesitados ya que una de nuestras hermanas nació mentalmente incapacitada.
Incluso hoy en día en que
nuestros padres ya han fallecido, nuestra hermana ocupa el lugar central de
nuestra familia, es en parte el pegamento que nos mantiene a todos mas unidos
ya que nos turnamos para ocuparnos de ella (algunos como yo, por las
distancias, menos que otros) y de ella aprendemos lecciones valiosísimas de
auténtica entrega, alegría y pureza de corazón que no podríamos adquirir en
ningún colegio o universidad, y que nos ayuda a todos a preocuparnos no solo de
ella sino también de aquellos más necesitados en la sociedad.
Los párrafos 2009 y 2010 del
CIC afirman que dada la importancia de la familia para la vida y el bienestar
de la sociedad, existe particular responsabilidad de apoyarla y defenderla y
cuando las familias no pueden cumplir sus responsabilidades, aplicando el
principio de subsidiaridad, otras entidades sociales deben ayudar al
cumplimiento de sus obligaciones.
En estos dos párrafos observamos
con claridad la importancia de defender el auténtico significado del Matrimonio
y la Familia como se ha entendido desde el principio de los tiempos en todas
las civilizaciones, y como debemos aceptar el principio de “subsidiaridad” solo
en aquellos casos en que las familias no pueden cumplir sus responsabilidades;
asegurándonos de que entidades más grandes no usurpan las prerrogativas de la
familia o interfieren en su vida.
¿Cómo hemos llegado a la
situación en que nos encontramos hoy en día? Me
gustaría mencionar lo que el
Arzobispo de Filadelfia Charles J. Chaput especifica en su libro “Strangers in
a Strange Land” (Extraños en Tierra extraña): “Durante mi vida, he conocido a muchos hombres y mujeres que han
contribuído a hacer un mundo mejor, con una vida de entrega a los demás, pero
el mayor fracaso…. ha sido el fracaso en transmitir la fe de un modo auténtico
a la siguiente generación. El motivo por el que la fe cristiana es irrelevante
para muchos de nuestros jóvenes es porque con frecuencia ya la habíamos hecho
irrelevante en nuestras propias vidas. Al menos no suficientemente importante
como para marcar nuestra conducta. No suficientemente como para estar
dispuestos a sufrir por ella. . .nos sentimos como extraños en nuestro propio
país –“extraños en tierra extraña”- . . . pero el mayor problema en América (y
podríamos decir también en España) no es
el que los creyentes nos sintamos “extraños”, es el que nuestros hijos y nietos
no lo son”.
Como cristianos tenemos todo
motivo para tener Esperanza, porque la Victoria ya es nuestra. Debemos actuar
con confianza. A lo mejor tenemos que pasar por la Cruz, pero esta siempre nos
llevará a la Victoria. Como cristianos debemos trabajar como podemos para
plantar semillas de renovación para devolver el auténtico significado al
Matrimonio y la Familia y para ello debemos volver a los puntos básicos del
Evangelio.
¿Cómo lo hacemos? Viviendo
fielmente y con amor nuestra vocación de padres, madres, solteros, sacerdotes o
religiosos, dando ejemplo en nuestras familias; tal como nos invita el
Evangelio, ocupándonos de las viudas y huérfanos, los necesitados, los
ancianos, los incapacitados y ¡los concebidos y no nacidos!
Es importante la fidelidad con
que vivimos nuestra vocación como discípulos de Jesucristo y como actuamos, en
aquellas cosas pequeñas y cotidianas y en aquellas de mayor importancia, todas
tienen inmensas consecuencias para nuestra propia salvación y la de aquellos a
nuestro alrededor. Fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza para amar y
ser amados y para tratarnos como hermanos, y es en la familia, de nuestro
padre, madre y hermanos, donde naturalmente y más fácilmente aprendemos a ser
realmente humanos y verdaderos miembros de la sociedad.
Si vivimos de acuerdo con las leyes de Dios y
nuestra naturaleza y como discípulos de Jesucristo, seremos capaces de contribuir
a la renovación y transformación de nuestra sociedad y si conocemos la historia
sabemos con certeza que no seríamos la primera generación que lo consiguiera.
Debemos actuar con valentía y
defender sin miedo, de palabra y obra, el verdadero significado del Matrimonio
y la Familia dándonos cuenta de que si no lo hacemos las consecuencias son
gravísimas para nuestras propias Familias, nuestro País y el Mundo entero.
Beatriz Silva De Lapuerta
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