“Ser malagueño significa caminar
por la vida con el desventajoso equipaje de la sinceridad; y la sinceridad no
es otra cosa para nosotros que una servidumbre de honor que se alienta en el
aire, en el sol y la luz de nuestro paisaje; ser malagueño es hacerle frente a
la vida de una manera metafísica y desenfadada, al propio tiempo; ser malagueño
es sentir la alegría como reflexión y la gravedad como signo de una jerarquía
civilizada; ser malagueño significa sentir la dignidad del dolor y no estar
dispuesto sin embargo a venderle las lágrimas a nadie; ser malagueño significa
darle un quiebro a la pena y traer sin embargo y de la mano al corazón, una
sonrisa”
Estas palabras fueron
pronunciadas por mi padre, José Utrera Molina en el Teatro Cervantes el 6 de
septiembre de 1975 con motivo de su nombramiento como hijo predilecto de Málaga
y de su provincia, delante de su entonces Alcalde, el inolvidable Cayetano
Utrera Ravassa, y del entonces Presidente de la Diputación Provincial,
Francisco de la Torre, hoy primer edil de la ciudad.
Muy lejos estaba
entonces de suponer que cuarenta y tres años después de aquella tarde, el Pleno
del Ayuntamiento de la ciudad que le vio nacer, votase, sin un sólo voto en
contra, iniciar los trámites oportunos para retirarle todas las distinciones
concedidas aquél día tras aprobar una moción en la que, entre otras falsedades,
insidias y calumnias se afirmaba lo siguiente: “Está claro, por su papel destacado en el régimen y su participación
directa en actos de represión, que mantener los honores y distinciones a José
Utrera Molina es un incumplimiento flagrante del Artículo 15 de la Ley de
Memoria Histórica”.
Lo de menos es que el
autor de dicha moción sea un junta-letras además de un ignorante enciclopédico.
Está en el ADN del grupo que lo presentaba la utilización de la injuria y de la
mentira como arma política, propia de un partido de ideología totalitaria. Lo grave, lo
verdaderamente doloroso es que no hubiera entre todos los ediles malagueños, ni
un solo gesto de dignidad para denunciar tamaña injusticia y clamar contra
semejante falsedad.
Habría preferido
darle un quiebro a la pena y guardar silencio ante tanta mezquindad, pero creo
que haría un flaco favor a los malagueños y faltaría a mi deber cristiano de
honrar al hombre que me dio la vida y me enseñó un sentido del honor.
Mi padre no fue jamás
un represor, si no lo fue de la miseria que acuciaba cada día a los que
habitaban en inmundas chabolas en Huelin o en la Playa de San Andrés. A José
Utrera Molina no le concedieron esos honores, Alcalde De la Torre, “por su cariño a Málaga”, sino por
porque sacrificó siempre su bienestar y comodidad personal, le quitó horas al
día y la noche y a su familia para mejorar la vida de los malagueños. Para él,
la política no era otra cosa que la emoción de hacer el bien y jamás miró el
color de los que llamaban a su puerta. De sobra lo saben muchos de los que
tanto le deben.
Los que como buitres
carroñeros han querido escupir sobre su tumba sin conocerle, no merecían que su
odio contase con la complicidad de la ingratitud de quienes saben de sobra lo
que Málaga le debe a José Utrera Molina. El Alcalde De la Torre, que tuvo el gesto
noble de acompañarnos en su último adiós, sabe bien de lo que hablo. La vida se
encarga de ponernos frente a encrucijadas en las que poder demostrar nuestra
categoría moral y el Pleno del pasado 25 de enero le dio la ocasión de poder caminar el resto de su vida con el
desventajoso pero digno equipaje de la sinceridad.
Decía Albert Camús
que la libertad consiste, en primer lugar, en no mentir y yo añado que también en
no compadrear ni vivir esclavo de la mentira. Porque la mentira es el germen
del odio y el fruto de la maldad. Allí donde prolifere la mentira, se anuncia
la tiranía. Y a la tiranía se le hace frente con dignidad y gallardía y no
lavándose las manos desde el Pretorio mientras crucifican a quien tanto bien
hizo en vida, por mucho interés electoral que esté en juego.
Termino con las
palabras que cerraron aquella tarde emocionante en el Teatro Cervantes: “sigo creyendo que no hay noche tan larga
que no vea después su aurora, y yo estoy completamente seguro de que esa aurora
ha de venir; permitidme queridos amigos, que levante en vilo mi corazón
agradecido y que ponga sobre el alba azul de la nueva mañana, como cristiano
viejo, con amor y con fe, la señal de la cruz en mi esperanza.”
Él ya descansa en paz
esperando la resurrección, pero yo no descansaré jamás hasta que vuelva a reír
la primavera y se haga por fin justicia con el nombre y la memoria del mejor
malagueño que jamás he conocido.
Luis Felipe
Utrera-Molina Gómez