17 de septiembre de 2017
7 de septiembre de 2017
Cataluña: situación límite
Me perdonarán mis amigos catalanes, que los tengo y buenos,
este desahogo, precisamente en los días en que comienza a consumarse
materialmente en el Parlamento de Cataluña la voladura del Estado de Derecho y
la ruptura de la unidad nacional.
Vaya por delante mi indignación con la actitud cobarde del
gobierno español que no tiene parangón posible en la historia reciente de una
nación moderna, al haber renunciado desde hace tiempo a exigir coactivamente el
cumplimiento de la ley en dicha región española. La excusa de que hasta ahora
“no existía ningún acto jurídico” es verdaderamente sonrojante, pues nadie
imagina que un gobierno permaneciese quieto y a la espera de acontecimientos si
un general diese una rueda de prensa con la tropa formada anunciando un golpe
de Estado a un mes vista. Pues bien, los sucesivos anuncios del Gobierno
catalán, escenificados en ocasiones para hacer ver todo su poder, anunciando la
ruptura del orden constitucional, han sido consentidos de manera irresponsable
por un Presidente del Gobierno que no ha dado la talla en una de las
encrucijadas más graves por las que ha atravesado nuestra nación. Hoy, además, ya tenemos actos jurídicos
concretos en los que se cristaliza el desafío a la legalidad y el gobierno,
además de enviarnos a su Vicepresidenta con un mensaje de plañidera en la que
se lamenta de la vergüenza que ha pasado –como si no fuera con ella la cosa- se
limita a dar parte a la Fiscalía y al Tribunal Constitucional para que les
resuelvan la papeleta.
Pero al margen de las distintas responsabilidades políticas
de unos y otros en haber llegado a esta coyuntura, que arrancan del
irresponsable pacto constitucional de 1978, no podemos olvidar la enorme
responsabilidad que atañe a la sociedad catalana, en su mayor parte anestesiada
y en gran parte embrutecida por la mentira, el odio y la manipulación. El odio
a España inoculado durante decenios, ha conseguido que buena parte de los catalanes
de hoy no se sientan españoles y los que aún sienten a España como su patria
están, con honrosísimas excepciones, en su mayor parte callados y acobardados
ante el desamparo del gobierno de España. Demasiadas veces he tenido que escuchar
de personas supuestamente razonables solemnes estupideces relativas a supuestos
agravios o incomprensiones por parte de quienes vivimos fuera de Cataluña como
si se tratara de un planeta lejano o un territorio amazónico. Es verdaderamente
insoportable la suficiencia e irresponsabilidad con la que se han conducido muchos empresarios
catalanes que ahora se lamentan cuando, gracias a su silencio, han caído en
manos de ladrones y criminales de la peor estopa.
Amo a Cataluña por española, pero creo que la sociedad
catalana merece pagar las consecuencias de tantos lustros de mirar para otro
lado mientras sus políticos se dedicaban a robar a manos llenas mientras
procuraban adoctrinar con mentiras y patrañas a dos generaciones de catalanes
que costará mucho recuperar para España. Nos encontramos ante una situación límite que requiere de un gobierno firme y de una cirujía política profunda para comenzar a desandar un camino hacia el abismo que nunca debió permitirse transitar. España no se merece un gobierno que no defienda su grandeza y su unidad.
LFU