Hace unos días, leía en ABC un
artículo sobre Torcuato Fernández Miranda en el que uno de sus hijos destacaba
el hecho de que Torcuato, siendo Ministro Secretario General del Movimiento
optase por vestir la camisa blanca en lugar de la camisa azul, marcando así distancias
con el régimen y el movimiento.
Por desgracia, es muy frecuente
que los descendientes de algunos protagonistas de la transición pretendan “lavar”
la imagen de sus deudos desvinculándolos de todo lo que tuviera que ver con el
régimen del 18 de julio, pretendiendo que su participación en el mismo fue
instrumental para su liquidación y presentándolos como apóstoles de la
democracia. Aunque para ello tengan que inventarse una “post-verdad” y
manipular la propia biografía de su causante.
Claro que se corre el riesgo de
enfrentarse con la hemeroteca, que sirve para rescatar la verdad y poner a cada
cual en su sitio. Afortunadamente me cuento entre los inasequibles al
desaliento que atesoran un archivo jugoso como antídoto contra la desmemoria.
Era el mes de junio de 1973 y Torcuato
Fernández Miranda quiso inaugurar el nuevo monumento a José Antonio en
Guadalajara. La crónica llena de lirismo y exaltación falangista de Fernando
Ónega –otro antifranquista de nuevo cuño- comenzaba así: “A José Antonio se le erigen monumentos por suscripción popular. Es el
mejor tributo que se puede rendir a una causa política. Es el mejor testimonio
de presencia y de entronque con el pueblo. Una doctrina no existe si no tiene
estos brotes. Una doctrina muere si no tiene ese arranque de soberanía” .
Pues resulta que D. Torcuato, en
un discurso vibrante de fervor falangista y lealtad al Caudillo, acaso
adivinando lo que pudieran decir de él en el futuro, se encargó de explicar sus
preferencias de color sobre su camisa en párrafos que no tienen desperdicio:
“Hoy visto nuevamente mi
entrañable camisa azul, porque rindo
homenaje al hombre que configuró mi pensamiento político en los años de
juventud y me condujo a una lealtad
absoluta, irrevocable y sin fisuras a quien mejor ha representado los
ideales firmemente arraigados en mi conciencia y mi corazón: el Caudillo Francisco Franco.”
“Vestiré esta camisa azul
siempre que la proclamación de mis orígenes políticos y el sentido de milicia
que simboliza sean una definición de mis inequívocas lealtades. Pero la norma común para mí será la camisa
blanca. La camisa blanca que José Antonio usó siempre que no era necesario proclamar
en la calle una militancia de riesgo y amor a España; y que representa una
voluntad de integración para todos los españoles, sin dogmatismos excluyentes;
una voluntad integradora que nace de la esencial raíz falangista joseantoniana
que nutre nuestro movimiento y que aspira a lograr la definitiva unidad entre todos
los hombres de España.”
Bastan estas pocas pero
significativas palabras, para darse cuenta que por mucho que se empeñen sus
hijos y sus nietos, el Torcuato de 1973 estaba lejos de despreciar la camisa azul. Lo que
pasó tres años después es otra historia, como también lo es la soledad en la
que murió, entre la ingratitud de los que se sirvieron de su rápida mutación y el silencio
caballeroso y dolorido de sus viejos camaradas. Quién sabe si en su última
morada, la camisa blanca fuera un tributo póstumo y secreto a quien inspiró su juventud y
su lealtad.
Azorín