Reproduzco por su calidad e interés el artículo de Enrique García-Máiquez en el Diario de Cádiz
Monumento al niño no nacido |
Si las Navidades le
parecen demasiado empalagosas, es que está usted abusando del turrón y las
tortas pardas. Estos días mantienen un equilibrio extremo entre la ternura y la
entrega, entre la misericordia y el sacrificio. Los poetas del Siglo de Oro lo
tenían claro, y en sus villancicos contemplaban también el llanto del Niño, el
frío del invierno, la pobreza del pesebre, el puñal que atravesaría el pecho de
la Virgen y la futura cruz. Véase Lope de Vega: "Dormid entre pajas/ que,
aunque frías las veis,/ hoy son flores y rosas,/ mañana serán hiel"; o
Luis de Góngora: "Cuando el silencio tenía/ todas las cosas del suelo,/ y
coronada del yelo,/ reinaba la noche fría,/ en medio la monarquía/ de tiniebla
tan crüel,/ caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno..."
Además, entre la gran fiesta de
la Navidad y el festejo total de fin de año, se sitúa la festividad de los
Santos Inocentes, con su recuerdo de horror y muerte. La historia es conocida,
pero, por si la tradición tontaina de las inocentadas la está relegando, la
recuento. Herodes, temeroso de las profecías que hablaban del nacimiento de un
Rey en Belén, ordena que pasen a cuchillo a los niños de la comarca menores de
dos años. El cristianismo los consideró como sus primeros mártires, santos por
su bautismo de sangre.
Hoy es fácil (y en cierto aspecto
consolador) ver en ellos a los patronos de tantas víctimas del aborto. Entonces
y ahora, la actuación del poder político es desalmada y plantea en toda su
crudeza las contradicciones entre la legalidad establecida y la justicia por
establecer. Otra similitud tremenda es la completa inocencia de las víctimas.
Me escandaliza -y al reconocerlo
me meto en camisa de once varas- que a Sarah Palin, por ejemplo, le critiquen
la supuesta incoherencia de estar a favor de la pena de muerte y en contra del
aborto. Los que usan ese argumento demuestran la envergadura de su
desorientación moral. Pena capital y aborto son radicalmente distintos, y su
diferencia estriba, fíjense, en el concepto de culpa, que nuestra sociedad está
perdiendo a pasos agigantados de una manera suicida. La pena de muerte -que yo,
cuidado, no considero imprescindible ni, por tanto, conveniente- sólo se aplica
a los autores de crímenes muy graves, y después de haber sido juzgados con las
máximas garantías. En el aborto, por el contrario, se mata al feto sin juicio
previo, lo cual no es de extrañar porque sería declarado inocente en todos los
casos. A menudo, lo único que el feto hizo fue tener una discapacidad psíquica
o física. El aborto, como sabe todo el mundo, se ha convertido en un
instrumento eugenésico masivo que habría hecho las delicias de Hitler. Sobre
esto, que socava profundamente la legitimidad de nuestro sistema político,
tendríamos que reflexionar cada día. Pero ninguno más apropiado que hoy para
recordar cómo el aborto se ceba con los inocentes."
Enrique García Máiquez
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