Soy un veterano defensor de las virtudes verdaderamente excepcionales que constituyen el núcleo central del Ejército español. Yo fui en época lejana, oficial de la Milicia Universitaria, pero tengo en mi modestísima historia ejemplos de militares realmente ilustres que murieron heroicamente en nuestra contienda africana y que después en uno y otro bando mostraron la generosidad de su valor y el empeño en servir el color de unas banderas. Yo viví intensamente mi etapa militar en Granada. Si alguien me preguntara qué parte de mi vida me gustaría revivir, yo afirmaría que las horas que pasé sirviendo al Ejército español. Supe entonces de las deficiencias de las estructuras que entonces conformaban el Ejército en general y me esforcé junto a otros compañeros en limar aquellos aspectos que podían ennegrecer el sentido de la milicia. Yo la viví intensamente junto a mis soldados, a los que todavía recuerdo y me ofrecen en una lejanía misteriosa, el homenaje de sus recuerdos y la referencia a tareas ejemplares.
Mi propia
experiencia, la vivida a través de mis hijos y mi relación con muchos altos
jefes del Ejército español me hicieron ver la necesidad de modernizar sus
estructuras y realizar transformaciones estructurales que evitasen que el
servicio militar obligatorio quedase como un tiempo perdido en la vida de los jóvenes.
Pero nunca pensé que todo un ministro de
España pudiese despacharse llamando “puta mili” al servicio militar obligatorio
al tiempo de liquidar una de las conquistas más razonables de la revolución
francesa como precio para obtener el apoyo puntual del separatismo catalán y
corrupto.
Discrepo
fundamentalmente con los elogios que el Sr. Rupérez hace en su tribuna de hoy en ABC a la
liquidación del Servicio Militar Obligatorio, precisamente cuando otros países
de nuestro entorno, como Francia y Alemania, vuelve a poner sobre el tapete la
conveniencia de recuperarlo como elemento vertebrador de la nación ante la
crisis de identidad que padecen. Lo que
el Gobierno Aznar vendió como una liberación para los jóvenes no era sino la
claudicación del Estado renunciando a uno de los instrumentos más relevantes
para la formación de los jóvenes en la conciencia de pertenecer a una nación y
su compromiso con su defensa.
Traté con
soldados que cambiaron totalmente su vida después de permanecer en los cuerpos
de los diferentes ejércitos. Algunos eran analfabetos y salieron de las filas
del Ejército siendo caballeros bien templados. Otros, oriundos de pueblos
remotos que salieron por primera vez de sus terruños descubriendo la rica
variedad de nuestra patria. Todos aprendían por primera vez el valor del
servicio y del sacrificio, las virtudes y servidumbres de la disciplina y la
importancia del juramento a la bandera, convertido en un verdadero sacramento laico
que marcaba la vida de cada joven español.
Los que reclamaban su liquidación sabían muy bien lo que hacían y los
que la aceptaron pagaron un altísimo precio por el apoyo que recibieron con el
patrimonio de todos los españoles. Aquellos
apóstoles de la modernidad dilapidaron en un juego de naipes lo que había
representado de ejemplaridad y de educación el Servicio Militar Obligatorio y
la trascendencia del mismo como elemento vertebrador de la nación.
Que el
alistamiento a la milicia tenía indudables defectos era evidente. Debieron
reducirse y concentrarse los tiempos de permanencia y dotar de una mayor
operatividad al período de servicio, intensificando la formación profesional y técnica
de cara a su utilidad profesional al término del servicio.
Soy lo
suficientemente generoso para calificar de error muy grave y de funestas
consecuencias aquella decisión dictada por la irritante frivolidad del Sr.
Trillo y la irresponsabilidad histórica del Sr. Aznar, al que faltó perspectiva
y sobró soberbia. Desde luego que no fue una medida ejemplar, sino populista.
Ejemplar hubiera sido remangarse y reformar a fondo el servicio militar para
conjugar las necesidades de modernización del ejército con la necesaria
vertebración territorial de nuestra patria y la nueva realidad social de la
juventud. Pero era fácil vender como circo lo que no fue sino una vergonzante
claudicación ante quienes pretendían socavar la unidad de España.
Respeto por
supuesto la opinión del Sr. Rupérez expuesta en esa tribuna, pero no la
comparto y alzo nuevamente mi voz para evitar
que se silencie el clamor de quienes creemos que España debería recuperar, convenientemente
actualizado, el servicio militar de todos los jóvenes españoles, corrigiendo
así un error histórico que no ha servido sino para poner en cuestión la
integridad futura de España. El derecho y el deber de defender a España sigue siendo un mandato constitucional
que obliga a todos los españoles, pero que el Estado ha renunciado a
garantizar. Y los resultados de su eliminación lejos de ser motivo de alabanza
han de ser razón suficiente para comprender el alcance de errores irreparables.
Jose Utrera Molina
Alférez de la Milicia Universitaria y Cabo Honorario de la
Legión