Bastantes sinsabores nos proporciona el afán diario como
para avivar el fuego con mis palabras. Me preguntaba anoche si no estaría
dejándome seducir por la tristeza y la desesperanza, las armas preferidas del
maligno; si no estaba alimentando odios análogos a los que denuncio; si no
empiezo a militar en el batallón de los tristes y cabreados.
Si estamos llamados a ser la luz del mundo, además de
denunciar las injusticias, nuestro credo nos obliga a ser testigos de
esperanza. Por eso esta mañana me he propuesto dar un giro copernicano a mi
discurso para proponer un modelo de persona, un ejemplo de virtudes, un limpio
espejo en el que uno puede mirarse y reconciliarse con una humanidad en la que
sólo parece ser noticia el odio, la perversión y la amargura.
Siempre he pensado que la sonrisa es un regalo reservado por Dios para los corazones sencillos. Conozco demasiados ilustres sesudos a quienes su continuo discurrir les impide disfrutar de los pequeños detalles de la vida, cuya soberbia e inconformismo les priva de las bondades de la gratitud y cuya ceñuda desconfianza no les permite beber en la alegre fuente de la ingenuidad.
Mi madrina es la permanente sonrisa luminosa en medio de la
adversidad. Mujer de gran belleza y madre de siete hijos, la vida le ha
reservado una sucesión inagotable de pruebas de enorme dureza que ha superado
con admirable entereza y con la ayuda de un corazón inabarcable. La más dura,
la de su hija Anuca, un ángel con síndrome de Down que en su corta vida padeció
calvarios sin límite y cuya marcha dejó un hueco imposible de llenar. Y la
última, la de mi padrino Juan, aquejado de ese mal que aniquila los recuerdos y
te convierte en un ser inerme y menesteroso en manos de una mujer admirable a la que ya no
conoce, pero sonríe agradecido cada mañana.
Cuando le preguntas como está, jamás te cuenta sus penas ni
sus dolores, nunca la oirás quejarse, y mucho menos hacer repaso de méritos. ¡Yo divinamente! –te dice-. Tan sólo se
compadece de aquellos a los que amorosamente cuida, pero mi madrina Ana parece como esa roca
siempre joven a la que Dios tenía reservada una pesada cruz, pero también una
fortaleza infinita para cargarla con una sonrisa y enorme señorío.
Tener la suerte de contar con su ejemplo todavía es todo un
privilegio y una bendición. Desde luego, mis padres sabían
bien lo que hacían cuando les confiaron el cuidado de mi fe.Dios te lo pagará, querida madrina. No lo dudes.
Luis Felipe Utrera-Molina
Ipe, querido mío!
ResponderEliminarQue bien, más que bien el artículo que me dedicas, aunque no me siento merecedora de tantos elogios, tan elegantes y cariñosos. Es que tu eres un encanto de ahijado y tus padres me hicieron un inmenso regalo.
El que yo tenga la fuerza que tu dices es porque se la pido a Dios y éste me la concede por mi "pesadez".
Y sonreír es cosa de todos, o sea Ipe, tienes una madrina sonriente y pidona.
No cambies Ipe, que eres un orgullo para todos los que te rodeamos, queremos y admiramos.
¡¡Estamos de suerte contigo!!
¡Gracias y un beso grandote de tu madrina!
Tu y yo sabemos que me he quedado corto....
ResponderEliminarGracias a tí siempre por tu ejemplo y tu cariño