David Gistau contesta en su columna de ABC del pasado viernes -sin nombrarlo- a mi artículo “Gistau y el Valle de los Caídos” publicado en esta humilde página
hace unos días. Por el tono de sus palabras interpreto que han debido escocerle,
y mucho, las mías, pues me tacha de “fascista” y “zombie del siglo XX”, y confirmo
que no ha entendido –o no ha querido entender- el fondo de mi artículo, quizás
por un exceso de soberbia y un defecto de humildad.
Parte su artículo de un axioma tan falso como sus palabras
en COPE sobre el Valle de los Caídos, pues supone que mi inicial admiración por
él se debía a una coincidencia en lo ideológico. Y sobre esa falsa premisa, el despechado comentarista construye un artículo tramposo que le lleva a caer de bruces en el sectarismo
que me achaca, al rechazar cualquier admiración que pudiera provenir de alguien
que ose pensar como yo.
No soy fascista, ni en su acepción ideológica ni en la
peyorativa impuesta con los años por la izquierda. Tampoco más nostálgico de lo
estrictamente necesario por imperativo del corazón. Pero si para Gistau es franquista todo aquél que reconozca las bondades que para España tuvo el
régimen de Franco y no esté dispuesto a aceptar el anatema sobre los que
sirvieron a España con honor, honestidad y eficacia durante el mismo -entre los que cuento a mi propio padre-, me confieso franquista, a sabiendas que ello
me hace acreedor al desprecio de personas del talante democrático de Gistau. Y
como la política hace extraños compañeros de cama, me divierte saber que en mi
destierro del paraíso democrático estaré acompañado de personas como Sanchez
Dragó, que recientemente se atrevió a escribir que era más libre la España de
1975 que la de 2015 o de Ramón Tamames, que fueron antifranquistas cuando serlo
era una profesión de riesgo no muy concurrida y ahora son denostados por quienes se alistan
con “enorme valor” en las abarrotadas filas del antifranquismo retrospectivo.
Mi artículo primero estaba dictado por la defensa de la
verdad, una verdad tan evidente que sólo los contumaces se niegan a admitir o a
discutir. Comprendo y disculpo que los
habituales de la pluma y el micrófono cometan errores pues sólo los que se
callan –y no siempre- están libres de equivocarse. Pero confieso que esperaba
de Gistau algo más de nobleza y humildad, virtudes que, al parecer, le son
ajenas.
No quisiera terminar sin pedirle disculpas públicamente
si en mi crítica se ha deslizado algún insulto u ofensa personal que le haya
podido molestar o hacerle daño. No era, ni es mi propósito ofenderle ni atacarle como persona.
A diferencia de lo que se desprende del artículo de Gistau, soy persona que se
precia de tener amigos hasta en el infierno, tal vez porque el verdadero
apostolado no se hace entre nuestros iguales. Los años –y sobre todo la fe- me
han ido enseñando cómo Dios hace nuevas todas las cosas. Decía Chesterton que
todos los santos tenían un pasado y todos los pecadores un futuro. Por eso no
descarto que en ese futuro podamos abrazarnos algún día, Gistau y yo, en
defensa de la verdad. Dios lo quiera.
LFU
1 comentario:
Mi más sincero apoyo a mi amigo Luis, de quien doy fe que cuando escribe no lo hace con dardos envenenados, y cuando pide perdón, lo pide de verdad aun cuando no termine de comprender el motivo.
Se dice en coaching, que la más difícil de las competencias es la "presencia de coach", aquella en la que el coach debe abstraerse de "todo lo que sabe" para poder escuchar "cual niño" a su coachee, sin prejuicios, de forma que se pueda entender, comprender, y hasta empatizar (que no simpatizar) con la persona que se tiene enfrente.
Cuando se lee, se debe leer, no con los ojos, sino con la mente limpia de prejuicios, dando igual el color de la tapa del libro y/o escrito que se esté leyendo. Solo así evitamos ser víctimas de nuestras dioptrías en la vida, que nos hacen cambiar el sentido de las letras. Como bien dices amigo Luis, cuando tras leer tu artículo, lo primer que viene a la mente es "franquista", ya se ha cometido un grave error: se ha leído, pero no entendido.
Un abrazo para mi amigo Luis, de quien insisto, doy fe, sabe leer sin dioptrías, y con quien disfruto de excelentes conversaciones, en las que sin prejuicios, aun cuando pueda estar en mayor o menor desacuerdo con ideas propias, se razona y se respeta bajo una premisa universal: defenderé siempre mis derechos sin violar los tuyos.
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