Aún en pie y punto de cumplir 90 años, no me
falla, gracias a Dios, la memoria y soy aún consciente de los viejos dolores y
las ilusiones maltrechas. Usted sabe que yo fui durante cerca de ocho años
gobernador de Sevilla. Recuerdo que siendo Gobernador Civil de Burgos, me
hicieron el ofrecimiento del gobierno civil de Sevilla. Inicialmente me negué a
aceptar este cargo porque sabía su tremenda dificultad y el hecho de ser
malagueño podía suponer una dificultad añadida a mi nombramiento. No fue así.
No tuve más remedio que aceptar por sentido de
la responsabilidad ante la insistencia de Franco y el 14 de agosto de 1962 tomé
posesión del gobierno civil de Sevilla. Fueron años de ejercicio de mi
responsabilidad, venciendo múltiples dificultades, pero al final puedo decir
que conté con el apoyo significativo de las gentes que trataba ante los
inmensos problemas que Sevilla tenía. Entregué, sin reservas, mi vida entera a
todo lo que Sevilla significaba. Sentí sus tradiciones, sus sensibilidades, sus
alegrías, sus dolores, su forma singularísima de ser y me convertí en un sevillano
más. Allí nacieron tres de mis ocho hijos y no hubo día, ni noche, ni madrugada
en que los problemas de Sevilla fuesen por mí olvidados. Estuve al pie del
cañón, tantas veces como la urgencia de los problemas me reclamaban.
No
voy a hacer la historia de todo lo acontecido en estos años que han sido para mí
la mejor referencia de mi modesta vida política. No recuerdo con tanta nitidez
ni mi paso por el Ministerio de la Vivienda, ni por la Secretaría del Trabajo,
ni por la Secretaria General del Movimiento. De aquella época han pasado 47
años. Cuando salí de Sevilla un
verdadero clamor y lo digo sin vanidad alguna sino con verdadero orgullo, me
acompañó en mi marcha. Llovieron las condecoraciones y las muestras de afecto
que posiblemente yo no merecía del todo, pero las recogí con un gozo infinito y
agradecido en mi alma. Siempre me he sentido orgulloso de que los sevillanos no
me habían olvidado. Centenares de cartas, llamadas y muestras de afecto las he
recibido en estos últimos años. Y es que Sevilla palpita todavía en mi corazón
de forma continua con un afecto inacabado y a veces con un entusiasmo
delirante.
Al
hilo de una querella argentina, que más que una acción judicial es una
iniciativa política dirigida por quienes en España fracasaron en una prevaricadora
instrucción penal, me retiran los honores que me concedió, en su día, la
Diputación de Sevilla. Me sobran esos honores pues siempre me ha bastado el
afecto probado de muchos sevillanos de bien, del pasado y del presente, que
fueron testigos de mi desempeño. Espero que algún día alguien reivindique lo
que fue una etapa limpia y esforzada con aciertos y errores pero siempre llena
de un amor inconmensurable a todo lo que Sevilla representa.
Sr.
Director, he querido explicarme al pueblo de Sevilla al que no olvido, con la
secreta ilusión de que habrá más de un sevillano que recordará conmigo la
alegría de aquel servicio prestado con amor.
JOSÉ UTRERA MOLINA
(publicado en ABC de Sevilla el 19 de marzo de 2016)
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