Una
de las notas más inquietantes que definen la actual coyuntura política viene
dada por el ambiente de crispación creado a raíz de la entrada de fuerzas de
ultraizquierda en el parlamento. Las
notas del “cambio progresista” aparecen así acompañadas de trazos gruesos,
estudiadas provocaciones y faltas de respeto al adversario que convierten la
nueva política en matonismo propio de repúblicas bolivarianas. Esta estrategia, en modo alguno espontánea,
provoca en una sociedad condicionada por las directrices de la “memoria
histórica”, el aventamiento de odios atávicos de impredecibles consecuencias a
medio plazo. El odio cainita que parece haber anidado en la generación de los
nietos o bisnietos de los que hicieron la guerra y que se proyecta sobre los descendientes
de sus enemigos, presenta así un carácter claramente recesivo, pues no anidó de
igual manera en las generaciones intermedias.
En
una reciente columna, Herman Tersch recordaba en este periódico los
antecedentes familiares de Pablo Iglesias, hijo de un militante de la banda
terrorista FRAP y nieto de un comunista
condenado por “dar el paseo” al Marqués de San Fernando y a
su cuñado en noviembre de 1936. Siendo
esto así, no deja de asombrar que el líder carismático del nuevo totalitarismo
de corte bolivariano tenga la soltura de acusar en el Congreso de criminal a
Felipe Gonzalez y llamar “hijos del
totalitarismo” a todos los diputados del Partido popular haciendo alusión a la
condición franquista de los fundadores de su partido. Pero lo preocupante no es tanto que Iglesias
tenga esa desenvoltura como que dichas prácticas no hayan merecido la unánime
repulsa de los medios de comunicación social.
El
viejo maniqueísmo de la nueva izquierda, inoculado a la sociedad española
durante décadas con la venia de una derecha instalada el pragmatismo que carece
de un proyecto de futuro y de referentes en la historia, está dando sus frutos.
El resultado es una sociedad miope que
no ve mal alguno en la izquierda, porque el mal absoluto está encarnado en una
derecha que se avergüenza de serlo. Así,
la violencia o mera intimidación –puramente marginal- procedente de grupos de ultraderecha
es convenientemente amplificada por su condición de “agresión fascista”,
mientras que la cada vez más generalizada violencia e intimidación de los
círculos y organizaciones del ámbito de Podemos en juntas de distrito,
universidades, iglesias. etc. es escandalosamente ignorada por los medios
cuando no justificadas como reivindicaciones de la laicidad, de los “derechos de
las mujeres”, de las “víctimas del franquismo”, y demás eufemismos
genuinamente “progresistas”.
Resulta
desalentador que a estas alturas de la historia, con tantos problemas sociales
de urgente solución, anden ahora los políticos echándose a la cara las culpas
de sus mayores e impregnen la vida política de un cainismo atávico. Pero esta es la consecuencia de la caja de
pandora que, de forma colosalmente irresponsable, abrió en su primera
legislatura un gobernante nefasto llamado Rodríguez Zapatero, imponiendo una
versión sectaria de la historia y convirtiendo la memoria en un garrote
sectario y letal. Los que hemos conocido
a los que lucharon, sabemos lo que les costaba recordar, que les dolía en el
alma haberse enfrentado a tiros con sus hermanos, que habrían dado su vida por
no vivir aquella tragedia. La guerra fue para ellos la mejor vacuna para curar el
odio que los enfrentó. Educaron a sus hijos en el perdón y el abrazo, en la
superación de aquella dolorosa fractura, porque lo importante era mirar al
futuro y sacar adelante una España rota y desangrada.
Justo
es decir que la resurrección del odio viene de un solo lado de la mesa. Los caínes
de la nueva izquierda utilizan el mismo lenguaje incendiario de sus abuelos
antes de que se pusieran a matarse por los campos de España. Es el lenguaje rancio de la “libertad” (Caín)
contra el “fascismo” (Abel), porque para ellos “fascista” no es sino el término
que define a quien osa desafiar le pensamiento único de la izquierda.
Los
nietos de la ira no hacen justicia a sus abuelos. Por el contrario, su odio rescatado, su
sectarismo disfrazado de “progreso” deshonra su memoria y parece desahuciar a
España de un futuro necesitado de paz y concordia. Los errores del pasado deben servir de lección
para que las nuevas generaciones no repitan los mismos yerros de sus mayores. Y
España, tan rica en potencialidades de todo orden, no puede regresar al pozo
insondable del odio, precisamente cuando los españoles están pidiendo a gritos el
entendimiento, como fórmula indispensable del verdadero progreso.
Hoy
más que nunca debemos reivindicar la grandeza de España y lo que nos une frente
a lo que nos separa. Frente al odio y el sectarismo estériles, el orgullo de
pertenecer a una nación milenaria por tantas razones envidiada. Si nos
empeñamos en manipular la historia y en utilizarla como arma arrojadiza, sólo
conseguiremos división y pobreza, que harán las delicias de los enemigos de una
España que debe saber mirar al futuro sin repetir los errores del pasado.
LFU
No hay comentarios:
Publicar un comentario