28 de diciembre de 2015
23 de diciembre de 2015
Feliz Navidad
A menudo, el hombre descubre lo mejor de sí mismo en medio de la más absoluta oscuridad. Son muchas las capas de suciedad que vamos acumulando con nuestro egoísmo y sólo cuando somos capaces de arrancar la ponzoña de nuestro corazón descubrimos
a Dios.
Ayer, un gran amigo moscovita me envió esta fotografía desde Moscú. Una mano anónima, empeñada en quitar la porquería de la trasera de un camión, había descubierto un precioso retrato de nuestra Madre inmaculada. La fotografía me impresionó y me dio que pensar.
Jesús no nació entre sedas ni oropeles. Eligió venir al mundo entre los más humildes, pues sólo desde la humildad podemos hablar con Dios. Allí donde hay más miseria, allí donde hay más odio es donde tenemos los cristianos que llevar la cruz. Esa cruz que limpia, que nos salva a todos, y que a veces llevamos sólo de adorno.
Ayer, un gran amigo moscovita me envió esta fotografía desde Moscú. Una mano anónima, empeñada en quitar la porquería de la trasera de un camión, había descubierto un precioso retrato de nuestra Madre inmaculada. La fotografía me impresionó y me dio que pensar.
Jesús no nació entre sedas ni oropeles. Eligió venir al mundo entre los más humildes, pues sólo desde la humildad podemos hablar con Dios. Allí donde hay más miseria, allí donde hay más odio es donde tenemos los cristianos que llevar la cruz. Esa cruz que limpia, que nos salva a todos, y que a veces llevamos sólo de adorno.
Por eso, en contraste con el bonito nacimiento de mi casa, que esta vez pongo en segundo lugar, he querido hoy felicitaros a todos los que os asomáis con paciencia y generosidad a este humilde ventana con esta fotografía que tanto nos dice sobre cómo descubrir al Señor dentro de cada uno.
Feliz y santa Navidad para todos y que el niño Dios os bendiga a todos y a cada uno y a nuestra querida patria, que está pidiendo a gritos, como ese camión moscovita, una limpieza integral.
LFU
14 de diciembre de 2015
José Antonio: el amigo. Por Agustín de Foxá
José Antonio solía decirnos: “A mí lo que me gustaría verdaderamente sería estudiar Derecho Civil e ir a la caída de la tarde a un café o a Puerta de Hierro a charlar con unos amigos.”
Toda su vida -heroica, abnegada, llena de fantasía y de ímpetu- estaba impregnada de esta nostalgia un poco entre burguesa y literaria, del trabajo metódico y de la charla íntima. Se daba cuenta, sin embargo, de que estaba marcado ya por el destino, de que ya no era posible retroceder, de que tenía que renunciar a todo. Y esta pesadumbre amarga de su responsabilidad, era la que ponía melancolía en su mirada.
¡Tragedias de las vidas hermosas y arriesgadas! El hombre vulgar, que lee estas vidas al amor de la chimenea encendida, rodeado de sus hijos, o degustando el coñac con los buenos amigos, ignora, seguramente, que el gran hombre a quien envidia hubiera sido también feliz con esa vida sencilla y que si quedó solo, en la intemperie de la noche y de los combates, fue rasgándose el corazón.
Porque hay que escoger entre la obra y la felicidad. Y José Antonio optó por la primera. A todos nos gustaría conquistar el Perú, pero a condición de poderlo contar aquella misma noche a los amigos. Porque José Antonio era un amigo magnífico, lleno de humor, de imaginación, de ironía, de frases; cogía una conversación a ras del suelo y la elevaba, sin pedantería, hasta las nubes.
A veces era algo arbitrario y un poco cruel, pero razonaba enseguida con desbordante generosidad. ¡Lo he conocido en tantos sitios y en el mismo lugar a horas tan diferentes!
“Nunca hemos estado aquí -me decía una vez en la tasca-, porque ayer estuvimos de noche y hoy entramos por la mañana. El tiempo debe tener la misma categoría que el espacio. Se está en otro sitio, aunque sea el mismo, cuando en él se penetra a la hora diferente.”
“Nunca hemos estado aquí -me decía una vez en la tasca-, porque ayer estuvimos de noche y hoy entramos por la mañana. El tiempo debe tener la misma categoría que el espacio. Se está en otro sitio, aunque sea el mismo, cuando en él se penetra a la hora diferente.”
Le gustaban mucho estas sutilezas y juegos de espíritu.
Yo lo recuerdo en ” La ballena Alegre “, debajo de los cetáceos azules, en caricatura, con su copa de anís en la mano, hablando del tamaño de la luna, de literaturas exóticas, de Florencia, de cacerías. Y en las medievales cenas de Carlomagno, mundano, de smoking, entre las velas encendidas del Hotel de París, redactando un telegrama de invitación al alcalde de Aquisgram, paladeando con citas de Plinio una sopa de tortuga.
Frecuentaba los salones; lo recuerdo bajo las pantallas verdes y el óleo de la duquesa Leticia. Allí leíamos comedias, versos. José Antonio hablaba agudamente de política. Aunque no eran aquellos sus temas preferidos. Describía los partidos centristas. “Quieren hacer en frío lo que nosotros hacemos en caliente. Son como la leche esterilizada, no tienen microbios, pero tampoco vitaminas.”
Tenía una gran vocación literaria y se ufanaba de los cinco capítulos de una novela suya que no terminaría nunca.
A veces, en el seno de la confianza, nos leía sus trabajos. No olvido su alegría cuando nos leyó la carta que dirigió a Ortega Gasset, ecuánime, noble, lleno de admiración hacia el viejo Maestro. “Cuando vea el desfile de nuestras Falanges, don José tendrá que exclamar: ¡Esto es, esto es!”
Y luego las excursiones, tenía un auto pequeño que él mismo conducía y huíamos del Madrid plebeyo, dominguero, lleno de humos, de nieblas, de cigarros, de cines, de grises muchedumbres vomitadas por el metro, de cafés, de arrastres de pies, de ciegos con bandurrias, de vendedores de loterías o piedras para los mecheros.
El no amaba el tipismo cochambroso, galdosiano, de la vieja España.
José Antonio con sus amigos se iba los domingos al campo y a las viejas ciudades.
¡Lluvia triste del canalón de la Catedral de Sigüenza, hecha espuma sucia, en la boca diabólica de Gárgola! El coche José Antonio corre por los fríos descampados de la meseta de Barahona, donde el vuelo aviador de las avutardas, da origen a leyendas de brujas, atisbadas desde las campanas de la Catedral.
Allí hay un viento marinero que nace de las salinas y penetra en las iglesias. Altares de Puerto de Mar como los de la Catedral de Palma.
En el hotel comemos con José Antonio unas codornices de trigal y surco, engrasadas por un tocino de rubia corteza. A José Antonio le gustaban los buenos platos, el vino de la tierra y las conversaciones. Él no quería una España triste y aburrida. Decía en broma: “Queremos una España faldi-corta.”
Al fin de la comida se acercó a nuestra mesa el camarero. Nos dice que unos muchachos quieren saludar al jefe. Son muy pocos. Quince o veinte. Los únicos falangistas de Sigüenza. José Antonio se frota infantilmente las manos; exclama dándonos palmadas en los hombros: “Ya empezamos a ser conocidos.”
Luego paseamos bajo la lluvia. Un camarada mantiene el paraguas abierto sobre su cabeza. Son los días de la guerra de Etiopía. Le decimos en broma. “Pareces el Negus.” Se ríe.
Entramos en la Catedral. Rafael ha inventado una teoría con el sepulcral doncel de alabastro, que lee su libro de piedra a la luz de las vidrieras. José Antonio la amplifica. “El doncel fue un falangista del siglo XV. Un señorito que dejó de jugar a la pelota en las paredes del palacio de su pariente el Obispo para irse a la guerra de Granada y morir ahogado entre las huertas.” Rafael añade: “Se fue con los hombres del pueblo, con los toscos y sencillos guerreros que bajaban de Soria, todavía vestidos de lana.”
Y José Antonio propone que la Falange de Sigüenza lleve la imagen del doncel sobre su bandera. Yo, desde estas líneas, suplico a nuestro Jefe Nacional y a Raimundo Fernández-Cuesta, que sea realidad aquel deseo.
Volvemos en un vagón de tercera. Nos despiden, brazo en alto -¿Qué fue de ellos durante los meses del dominio marxista?”, los Falangistas de Sigüenza.
Otro día vamos a Toledo. Ya hemos visitado las acartonadas momias de Illescas, y hemos contemplado los amarillos de tormenta de los apóstoles del Greco. Bajamos a comer unas perdices a la venta del aire. En la sobremesa hablamos del valor.
“Mi hermano Fernando -nos dice- es el más valiente de la familia.”
Le interrumpo: “Tú también lo eres.”
Nos responde, con amistosa timidez: “¡BAH!; es cuestión de la adrenalina; yo tengo una reacción lenta.”Así, él tan espiritualista, disfrazaba elegantemente con pura fisiología, su impresionante valentía.
Llegó un crepúsculo frío y rosa, sobre el oro fúnebre de los girasoles de la vega, donde está el Cristo del brazo desclavado.
Arriba, puntiagudo, El Alcázar; abajo, José Antonio. No imaginábamos sus amigos que estábamos contemplando a las dos víctimas más altas de futura guerra civil. Que las consignas y los sueños de aquella cabeza endurecían, aquellas viejas piedras, hasta hacerlas invencibles.
Otra tarde fuimos a La Granja. Leímos versos en un bello jardín, bajo unas velas encristaladas, que daban cita todas las mariposas de los pinares; allí recitó un joven poeta entonces desconocido.
En auto marchamos bajo la luna a contemplar el Alcázar. Se le caló el motor. Le dijimos en broma.
“Cuando triunfes no te podremos llamar “Duce” o “Conductor”, porque lo haces bastante mal.”
“En efecto; no es mi fuerte.”
“Cuando triunfes no te podremos llamar “Duce” o “Conductor”, porque lo haces bastante mal.”
“En efecto; no es mi fuerte.”
Daba la luna en las torres de pizarra; a nuestros pies el río y el fresco frutal de los árboles. Parecía el Alcázar un dibujo de Gustavo Doré.
José Antonio, ganado por el ambiente, traicionó sus tendencias clásicas.
“En el fondo, esto es lo nuestro; el Partenón está demasiado lejos; es simplemente arqueología.” A la vuelta a Madrid se iba durmiendo sobre el volante. Se golpeaba la frente. Fue un verdadero suplicio. Al llegar a Rosales, me dijo:
“Por nada del mundo volvería ahora a la Granja.”
Le respondí:
“¿Ni por un millón de pesetas? ¿Ni por un gran amor?”
“Ni por eso.”
“¿Por el triunfo de la Falange?”
Afirmó rotundo:
“Por eso sí; ahora mismo.”
“Por nada del mundo volvería ahora a la Granja.”
Le respondí:
“¿Ni por un millón de pesetas? ¿Ni por un gran amor?”
“Ni por eso.”
“¿Por el triunfo de la Falange?”
Afirmó rotundo:
“Por eso sí; ahora mismo.”
Y así, bajo las encinas monásticas del Pardo, y otra tarde junto a la piscina en piedra labrada de don Álvaro de Luna, en Cadalso de los Vidrios, y en el atardecer, con olor a césped regado, del polo de Puerta de Hierro y en la barra de Bakanik antes de cenar. Algunos le criticaban esto último y él protestaba: “Un obrero después del trabajo puede irse con sus amigos a una taberna, y a mí me critican porque voy con los míos a un bar.”
No es posible encerrar en un artículo todas las sugerencias, las frases certeras, las metáforas, con que José Antonio nos regalaba en la intimidad.
Yo sólo sé que los conceptos más fundamentales de mi vida sobre la Patria, la Religión, el amor, la literatura o el matrimonio, a él se los debo. Que mejoró mi espíritu, lo maduró y me salvó del peligro de las tertulias derrotistas y sovietizantes, que nos acechaban. Por ello mi agradecimiento entrañable.
José Antonio, sin proponérselo, convertía a sus amigos en discípulos suyos. Yo, antes que falangista, fui amigo de José Antonio; y ya sé que para los teóricos puros, para los que ponen a la razón y la doctrina por encima de todo, esto constituirá un reproche.
Pero no es mal camino para llegar a la verdad, este de la amistad y afecto; yo lo prefiero.
José Antonio no olvidó nunca a sus amigos. En la soledad de su celda de Alicante, rodeado por un mar de odio, tuvo el pulso sereno para escribir las cartas llenas de serena conformidad y aliento.
Nosotros no lo olvidaremos nunca. Pasarán los años; cambiarán las ideas, es posible que haya nuevas fórmulas políticas. Pero yo guardo avaramente, para mi vejez, estas palabras que me llenan de orgullo y que nadie podrá arrebatarme: “Yo fui amigo de José Antonio.”
Nosotros no lo olvidaremos nunca. Pasarán los años; cambiarán las ideas, es posible que haya nuevas fórmulas políticas. Pero yo guardo avaramente, para mi vejez, estas palabras que me llenan de orgullo y que nadie podrá arrebatarme: “Yo fui amigo de José Antonio.”
POR AGUSTÍN DE FOXÁ
De “DOLOR Y MEMORIA DE ESPAÑA” Ediciones Jerarquía, 1939. Págs. 217 a 220.
Obras Completas de Agustín de Foxá- Editor: Editorial Prensa Española, 1972, Madrid.
11 de diciembre de 2015
EL FRENTE DE JUVENTUDES. Por José Utrera Molina
Enrique
Sotomayor que fue sin duda un prototipo de rigor falangista y por tanto, amante
con delirio y rigor de una España que a él no le gustaba, lanzó a los vientos
la denominación de Frente de Juventudes, que allá por los años 40 ocupó calles
y plazas con canciones que aún perduran en nuestros oídos y en nuestras almas.
Creo
sinceramente que esta organización que surge de las nobles ideas de este
falangista que he nombrado, tuvo una enorme repercusión en la vida española. El
Frente de Juventudes fue una llamada a la unidad de la juventud española, sin
distinción de ideologías ni de clases. Todos los valores hispánicos resucitaron
al compás de las canciones que poblaban el aire de España. La exaltación de la
patria como factor esencial, el sentido del honor, la verdad del sacrificio, el
ajuste anti retórico que su organización tenía, dieron a España un nuevo
mensaje de juventud decidida y vibrante. Todos los pueblos de nuestra geografía
conocieron la bravura de aquellas gentes
que componían el Frente de Juventudes. Bravura y dignidad en sus gestos, seria
profundidad en sus objetivos, sueños prometedores en sus múltiples horizontes,
poesía y amor en su entrega fervorosa a una España que todavía no nos gustaba.
Franco,
Caudillo de España fue exaltado y alzado en el aire por las canciones que
hablaban de él. Recuerdo una frase de una de las canciones: “Franco a ti te
juramos seguir hasta la victoria o morir”. Estas expresiones verbales estaban
encarnadas en la memoria y en la acción de aquella juventud inolvidable. Cuando
muchos seguían anclados en el rencor y volvían la cabeza a la historia, el
Frente de Juventudes levantó banderas de emoción, de esperanza y de fe donde
había depresión y cansancio, el Frente de Juventudes elaboró y sirvió una
doctrina que agrupaba al común de todos los españoles. Yo recuerdo haber
mandado y fundado la primera centuria de Andalucía, que llevó el título de
Cardenal Cisneros y fue la primera en inaugurar una actividad sugestiva y
alentadora como eran las llamadas “marchas volantes”. Al son de las canciones,
con la vista puesta en el futuro, levantando un ánimo fraterno frente a los que
todavía propiciaban la dejadez y el desentendimiento, el Frente de Juventudes
cubrió una etapa inolvidable y fecunda de la vida española. Hoy cuando están
tan lejos aquellos primeros tiempos vuelven a nuestra memoria y encogen nuestro
corazón aquellas canciones y aquellos gestos. El principio de la camaradería
servido con un aire de hermandad y casi de delirio fraterno, agruparon con la
camisa azul las tierras de España. Sin odio al enemigo, sin rencor al
adversario, llevando nada más en los macutos almacenados la voluntad de
servicio de una nueva gente.
Estos recuerdos
están tan vivos en mi corazón que a veces perturban la tranquilidad de mi
presente, pero lo alteran con gozo y libertad, con poesía y voluntad de
servicio. El Frente de Juventudes fue un bloque de sueños apretados y
apasionadoramente servidos. Ahora ya tan lejanos aquellos tiempos, todavía se
conservan sus guiones, sus recuerdos y sus banderas. Ahí están todavía tensos y
no arrugados los uniformes azules de los montañeros de Madrid, que aún se
reúnen rindiendo culto a la amistad antigua. No con el estímulo de la nostalgia
sino con una determinación que llega hasta la muerte de servir pensando en una
Patria unida en un afán común. ¿Cuánto debe a España aquel esfuerzo por muchos incomprendido
de lo que fue el Frente de Juventudes?
A veces pienso
que estoy viviendo una alucinación perturbadora. En otras ocasiones siento el escalofrío que me
proporcionan los recuerdos de las altas montañas, de los largos ríos, de las
playas inmensas, del calor y el frío, la cara de muchos campesinos asombrados,
el tono de aquellas canciones que nos daban la vida y nos trasladaban a tierras
ideales de comprensión y de fe. Aquellos que servimos hace ya tantísimos años
en el Frente de Juventudes, estamos ya de retirada, camino de los luceros, pero
aquella doctrina de amor y de esperanza sigue floreciendo cada día en el
corazón de sus miembros y hoy como un mensaje a nuestros nietos y a nuestros
hijos se alza de nuevo en nuestro corazón la bandera roja y negra que servimos
y el ímpetu que llenó nuestras vidas de servicio y de verdad.
JOSÉ UTRERA MOLINA
Antiguo Jefe de la Centuria Santa María, Cardenal Cisneros y Garra
Hispánica del Frente de Juventudes.
2 de diciembre de 2015
Una nueva campaña, más de lo mismo
Asistimos nuevamente a
una impúdica subasta de promesas electorales que de antemano sabemos -los que ya
peinamos canas- que no se cumplirán. El desprestigio y la falta de formalidad
de la clase política española es generalizado. La memoria es el mejor antídoto contra
la ingenuidad.
¿Se acuerdan del
aborto libre de Aido? ¿la alianza de civilizaciones?, ¿la memoria histórica?
¿Educación para ciudadanía?. Todos los "logros” del proyecto sectario de zp
han sido consolidados por el Pp. En
otros países alguno no podría volver a presentarse por engañar y mentir de
forma descarada.
Pero si lo del Partido
popular es obsceno, lo del resto es aún peor. Ayer me desayuno con la
intención de Ciudadanos de regular los vientres de alquiler y apoyar el cambio
de sexo en menores de edad. Un verdadero asco. Y qué decir del Psoe, que sigue
anclado en un antifranquismo retrospectivo, sin un discurso que ofrecer a la izquierda.
Y si nos vamos a los
partidos que más se aproximan a lo que uno defiende, nos encontramos con que
con tal de salir en los medios, son capaces de fichar a toda la carcundia de
los realitis de Telecinco.
El panorama es
desolador. Lo peor de todo es que, cada día que pasa, uno se siente más bicho
raro en esta sociedad en la que cualquier disparate se convierte en verosímil.
Es evidente que no
podemos confiar en los partidos para cambiar la sociedad, ya que éstos tienden
a adaptarse como un guante a las tendencias de cada momento. Nuestra es la
misión de cambiar a la sociedad, influir en ella, dar testimonio para que ésta
haga cambiar a los partidos. Cada cual en su puesto, con la palabra y con la
acción y, sobre todo con el ejemplo. De los partidos, nada bueno se puede
esperar si no somos capaces de levantar conciencias adormiladas y reivindicar
los valores de la familia, la vida, la patria y la verdadera libertad.
LFU