Artículo publicado en Abc el 26 de septiembre de 2015
Hace ya muchos años en el calendario alborotado de España, se registraba un acontecimiento para muchos españoles extremadamente doloroso. El presidente de la Generalitat de entonces, había culminado su siembra y declarado el Estado Catalán. Yo entonces, tenía 9 años y por tanto no podía comprender la profundidad del acontecimiento que las radios transmitían. Pero hubo algo referido en algún que otro artículo mío, que me llamópoderosamente la atención. Las lágrimas de mi abuelo que se encontraba encorvado junto a un aparato de radio telefunken. Creo que ahí nació el dolor de mi patriotismo. No presumo de él. Lo ostento y creo que me acompañaráen los últimos momentos de mi vida.
Cataluña es una parte fundamental y esencialísima de España. Yo he recorrido sus ciudades, sus pueblos. He convivido con una gente verdaderamente extraordinaria. Jamás se planteó en mi presencia la posibilidad de una separación de aquellas tierras entrañables. Pero lo fataltiene siempre una vertiente de ocurrencia y hoy nos arrebata el corazón las vísperas de un episodio trascendente.
Si repasamos la historia de España, nos encontramos con infinidad de episodios que otorgan al pueblo catalán la hegemonía del patriotismo español. En la guerra de la Independencia, brillaron a gran altura, no solamente figuras excepcionales sino el furor contenido de los catalanes que no podían admitir que nos pisaran las botas el ejército francés comandado por Bonaparte. Nos preguntamos atónitos y turbados pero ¿es posible que se plantee un problema de estas dimensiones, de este significado y de esta importancia?. ¿Es posible que sobre el silencio de los españoles se pueda perpetuar un crimen histórico que abandera y eleva a nuevos altares al espíritu de Cataluña?. Cataluña es española, lo repito una y otra vez. Un hijo mío ha permanecido sirviendo los intereses españoles más de 18 años en Barcelona. Ha vivido las notas increíbles de una sinfonía sin instrumentos. Me refirió en varias ocasiones la úlcera agrandada por insolventes y malhechores y que tarde o temprano esa herida tendría que abrirse ante la perplejidad dolorosa de todos los españoles. Pues bien, esa hora ha llegado. Estamos en las vísperas de un acontecimiento inigualable, de una traición que pone los vellos de punta, de un disparate que no tiene límites ni explicaciones. España no puede permitir que una parte de sus entrañas quede desgajada de su valor central, corrompiendo lo que los siglos han compuesto como una irrevocable unidad de todos aquellos que nos sentimos españoles. ¿Qué vamos a hacer? Todo menos callarnos. Denunciamos en alta voz la trágica desmesura del Señor Mas y nos sorprende dolorosamente que haya gente que le acompañe en su camino infernal y traidor. Yo acuso al Señor Más de traidor y lo hago con toda la fuerza de mi espíritu, con todos los resortes que aún me quedan de mi empobrecido corazón. Le pido a Dios morir antes que contemplar la ruptura de la sagrada unidad de España.
Alguien dirá que tengo el alma encendida. Es cierto. Y me duele y me destroza este fuego interior pero España no puede morir en brazos de gente sin escrúpulos que tienen por emblema la cobardía y por cobijo la mayor de las desvergüenzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario