Dejo al margen la para mí disparatada decisión de que un
ministro del gobierno de España se preste a debatir con el número 5 de una
candidatura al parlamento autonómico que propugna la secesión de una parte de España.
Si se sostiene que son unas elecciones autonómicas y que en ellas no se decide la
soberanía, ¿a qué viene darle esta relevancia? ¿no se está entrando en el juego
de los separatistas?
No vi el debate, pero sí alguno de sus cortes. Y una vez más
Margallo nos regaló con una de sus píldoras de complejistina con las que trata de hacerse el simpático a quienes
quieren robarnos la cartera a todos los españoles: “Hay que catalanizar a España”.
Cuando hablo con mi hija adolescente y tengo que decirle que
no, no acostumbro a decirle después que pese a todo, su madre y yo debemos adolescentizarnos. Si lo hiciera, mi
hija, que de tonta no tiene un pelo, captaría perfectamente el mensaje: ella
lleva toda la razón, pero las cosas son como son. Una victoria moral.
Pues bien, la errática y suicida trayectoria del pueblo
catalán en los últimos cuarenta años no es ni mucho menos como para alabar su
sentido común. Teniendo la clase política catalana una evidente
responsabilidad, no podemos olvidar que esa clase política ha sido elegida por sus
conciudadanos, que han convivido sin inmutarse en una ciénaga de corrupción
institucionalizada y con una estrategia creciente de discriminación étnica y lingüística
–sí, lo que leen- propia de la Alemania de los años 30.
Hace tan sólo unos
días, un buen amigo catalán de más de 17 apellidos catalanes y sin embargo –o quizás
por ello- español hasta la médula me decía con resignación “ya sólo falta, querido amigo, que nos pongan la estrella”.
Así pues, aquél seny que era señal de identidad de un pueblo
próspero, abierto, emprendedor y cosmopolita como lo fue en un tiempo el pueblo
catalán, ha sido arrumbado y sustituido por un aldeanismo excluyente y xenófobo
que ha triunfado en la actual sociedad catalana, que avanza a marchas forzadas hacia
el abismo frente a la cobardía y el silencio culpable de la mayoría. Y los pocos que aún conservan aquél señero
sentido común y se atreven a alzar su voz, son una minoría señalada y apestada que
está a punto de ser desahuciada por española.
Nada de dorar la píldora a los canallas. El pueblo
catalán de hoy –salvo muy contadas y honrosas excepciones- no tiene nada que
enseñar al resto de los españoles. Más bien necesita -y merece- una buena cura de humildad
que le redima de unos errores que ya nos están costando mucho a todos.
LFU
1 comentario:
El artículo en general es genial. No obstante, cada vez me cabrea más esta triste comparación entre estos exaltados separatistas con las nobles ideas de la Alemania de los años 30. Esta comparación es un sinsentido, por muchos motivos, empezando porque ya les gustaría a los separatistas tener ideal alguno que no fuera la destrucción, pero sobre todo porque los ideales de la Alemania de los años 30 eran de Unidad, primero, entre alemanes, y despúes, entre todos los europeos. Por eso mismo ya es una contradicción. Además, creo que no hace falta recordar lo bien que se llevan los sionistas con los separatistas. No hace falta decir nada más, sólo que debemos rezar para que este domingo la gente ponga cabeza antes de votar, o "seny" como decimos los catalanes. Un saludo.
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