Que el Papa es el vicario de Dios en la tierra y que, como
tal, los católicos le debemos obediencia y por tanto creer, cumplir y aceptar su
magisterio solemne, es decir, el que proclama por un acto definitivo la
doctrina en cuestiones de fe y moral y está asistido por el Espíritu Santo, es
algo indiscutible, desde luego, para mí.
Ello no implica que los católicos debamos estar de acuerdo
con el Papa en todo aquello que no constituya magisterio solemne de la iglesia.
Es evidente que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras y
no cabe duda de que el riesgo de meter la pata se incrementa exponencialmente cuanto
mayor es la locuacidad del hablante. El Papa Francisco, que encarna la virtud de
la caridad, no es un prodigio de prudencia en sus manifestaciones ordinarias,
por su condición de extrema locuacidad.
El Papa es un hombre. Como tal puede equivocarse y a menudo
lo hace. Como todos. Y desgraciadamente sus equivocaciones son mucho más
sonoras que sus aciertos, que son muchos más.
No cabe duda de que en su viaje por
Hispanoamérica el Papa ha cometido errores, para empezar, la lectura que ha
hecho de la independencia de los países americanos que no nació de la
conciencia de los oprimidos, sino más bien en las logias masónicas y en las
clases acomodadas. Fue muy claro al respecto San Juan Pablo II al elogiar la enorme
contribución de España a la cultura, los valores y la fe de toda
Hispanoamérica. Aunque hoy sabemos que le dijo "No está bien eso", hubiera preferido también una mayor firmeza ante el miserable
regalo del cretino Morales, pues no imagino lo que hubiera sucedido si el
Crucificado hubiera estado anclado a una esvástica en lugar de una hoz y un
martillo.
Pero no es menos cierto que seguramente los frutos
apostólicos del viaje serán abundantes y mucho más importantes que los errores,
a menudo consecuencia de intereses diplomáticos.
El Papa le pide a todo el mundo que rece por él. Yo lo hago
a diario y todos debemos hacerlo, para que la luz y la prudencia guíen siempre todos
sus pasos.
Los que tenemos el privilegio de disfrutar de padres
mayores, sabemos que éstos se equivocan y no por eso dejamos de quererlos y
rezar por ellos. Ni se nos ocurre ponerlos a caldo delante de los demás. A
mayores errores, más cariño y más oración. Pues eso mismo tenemos que hacer los
católicos con el Papa. Rezar por él.
Que Dios le bendiga, Santo Padre.
LFU
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