Durante siglos, políticos y gobernantes españoles han jurado
sus cargos sobre la Biblia y frente al crucifijo. Muchos de ellos carecerían de fe, algunos tendrían
otro credo, pero todos ellos asumían con normalidad su presencia porque España
no podía entenderse sin la huella indeleble del cristianismo que se sitúa en las
raíces de su propia identidad como nación.
Ayer fue el alcalde marxista de Cádiz quien de forma
ostentosa apartó la cruz de su presencia para hacer profesión de laicismo
militante. Hoy, Cristina Cifuentes, representante de este partido popular
desnatado, se ha ocupado de que Biblia y crucifijo no estuviesen presentes en
su promesa como Presidenta de la Comunidad de Madrid. Hace un año, hizo lo
propio el Rey de España en su juramento como rey.
Sería un error interpretar el gesto en clave personal. Es una
manifestación más del proyecto descristianizador de la nueva y decadente Europa
que, abjurando de lo mejor de su historia y con la única amalgama de la
eliminación de aranceles y monedas vaga desorientada en busca de una identidad
perdida, que asiste impasible a la masacre cruel y despiadada de cristianos por el islamismo radical, que recluta sus huestes en sus barrios, en sus ciudades y
en una juventud sin valores ni referencias.
La excepción, una vez más, la establece Gran Bretaña,
recelosa por muchos motivos de una Unión Europea que trate de arrancarle su
identidad. La
reciente felicitación de Pascua del primer ministro Cameron reivindicando
la identidad y tradición cristianas de su nación es todo un ejemplo de claridad, de orgullo
nacional y de falta de complejos, precisamente lo contrario de lo que sucede en
nuestra querida España, que cada día nos duele más.
LFU