La llamada “crisis del ébola” ha puesto de manifiesto, una
vez más, las miserias morales que aquejan a nuestra sociedad. Ha bastado un solo
caso de contagio secundario en España para que afloren los más bajos instintos
de nuestros conciudadanos, a los que les importa una higa que en África hayan
muerto ya más de 8.000 personas por el virus, hombres, mujeres y niños.
Más parece que Dios, como siempre, escribe derecho con
renglones torcidos. Parece claro que si
no hubiésemos repatriado a esos dos misioneros y no se hubiese producido el
contagio en un país del primer mundo, las farmacéuticas no se habrían visto
obligadas a apretar el acelerador con la producción en masa de los medicamentos
adecuados para su tratamiento.
¡Que se mueran ellos!. Total, a quién le importan 8.000
negros más o menos…Y a los que sí les importan, a esos misioneros que entregaron
su vida por sus semejantes, ¡que se queden también allí, y no pongan en peligro
nuestras preciosas vidas, pues ya sabían a lo que se exponían!. Y la enfermera
contagiada, una genocida peligrosa.
A este grado de miseria moral hemos llegado y este tipo de
argumentos, edulcorados con una pátina de political
correctness, los he escuchado yo de
personas que no se sitúan ni mucho menos, en ámbitos de marginalidad.
Mientras en poco menos de 24 horas se recogieron más de 300.000
firmas para salvar a un perro que había estado expuesto al virus, Médicos sin
Fronteras sigue pidiendo ayuda para su operativo de emergencia en los países
afectados, pero no han recibido ni una pequeña parte de los apoyos que recibió
el perro.
Estos son algunos de los síntomas de una sociedad gravemente
enferma.
LFU
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