Eso
es lo primero que me ha venido a la cabeza al escuchar la noticia del
fallecimiento de Emilio Botín. Reflexionar
sobre lo efímero de la gloria terrenal y pensar si, sorprendido por la guadaña
en plena noche, habrá tenido tiempo para bien morir. Saber que de nada sirve en
ese último viaje lo atesorado en la tierra, que el único equipaje que hay que
tener siempre a punto son las cuentas de amor que tenemos en el haber.
Me
ha venido a la memoria aquella impresionante carta de un joven José Antonio,
condenado a muerte, a su amigo Rafael en la que se quejaba de la forma en la
que había de entregar la vida: “Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de
caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y
recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte
tradicional. Pero ésta no se elige”
No
se elige. Ni el día ni la hora tampoco. Viene sin avisar y todos vivimos como
si fuéramos a estar aquí para siempre. Por eso olvidamos con frecuencia qué
importante es vivir cada día como si fuera el último, disfrutar de los que
queremos, darnos a los demás, no dejar para mañana esa palabra, ese perdón, ese gesto amable que los demás esperan y que siempre dejamos para un mañana que a lo mejor no lo es.
He
rezado por su alma, que por muchos juicios terrenales que ahora reciba, sólo
conoce Dios. Es lo que debe hacer un cristiano. Y estar preparado, también.
LFU
1 comentario:
¡Cuánta Verdad en tus palabras!
Esta mañana recordé una frase del Papa Francisco que decía que no había visto nunca un camión de mudanzas tras un entierro...
Que Dios lo acoja en su Gloria.
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