25 de septiembre de 2014
23 de septiembre de 2014
Con el honor intacto
Hace unos meses, cuando ya se vislumbraba que el proyecto de ley de reforma de la ley del aborto acabaría acumulando polvo en un cajón de presidencia del gobierno y siendo consciente de su soledad, le envié el mensaje de aliento y agradecimiento que había recibido de mi madrina, una mujer que dedicó 30 años de su vida a cuidar del amor de su vida, una niña con Síndrome de Down hasta que Dios quiso llevársela y que ahora cuida de su marido, enfermo del Alzheimer. Todo un ejemplo de amor y defensa de la vida.
Su contestación fue escueta, pero significativa: “Muchas gracias Luis. Esos son los ejemplos que confirman la necesidad de dar esta batalla. No tengas ninguna duda que la llevaré hasta el final, aunque me costase el ministerio. En toda mi vida política es ésta la causa más noble que he defendido.“
Lo que en un principio fue la negativa a habilitar una partida presupuestaria para ayuda a la maternidad –lo que ya dejaba cojo el anteproyecto- pronto comenzó a derivar en obstáculos, objeciones y recortes de todo tipo, que amenazaban con desnaturalizar por completo un anteproyecto que, como hemos comprobado, iba mucho más allá de lo admisible para un amplio espectro de la sociedad, en el que se enmarca la dirección del Partido popular. El final de la historia era previsible: una apelación a un consenso imposible para vestir el muñeco de lo que no es sino una clamorosa claudicación de principios.
Produce honda desazón comprobar cómo la falacia del falso progresismo ha contaminado al principal partido de la derecha (o de lo que sea). El inexplicable complejo de inferioridad frente a la izquierda ha acabado por aniquilar el menor atisbo de defensa de unos principios que habían llevado a muchos a darles su apoyo. Y es que todo el proyecto de ingeniería social de los ocho años de Zapatero (aborto, memoria histórica, etc…) se mantiene incólume en nuestro ordenamiento, ante la pasividad de un gobierno alérgico a los valores tradicionales de sus votantes y empeñado en confiarlo todo a la economía y al miedo que puedan meter los de “podemos”.
Era plenamente consciente de que poniéndole un plazo a la aprobación del proyecto de ley se estaba poniendo un plazo a sí mismo. Acaso era la única forma de que cada uno se retratase y asumiese su responsabilidad. Y él ha acabado asumiendo la suya con enorme dignidad. Con auténtico señorío. Ha tratado de dar una batalla imposible para concienciar a la sociedad de la necesidad de defender la vida frente a la cultura de la muerte y ha fracasado en el intento, o no, porque esto no acabará aquí, ni mucho menos. Y para mí, esa convicción interior que le ha llevado a sacrificar su carrera política por una causa tan noble como la defensa de la vida de los más débiles justifica y redime toda su trayectoria. Empezó en política de la mano de su padre defendiendo la vida frente a la primera ley del aborto y Dios ha querido que sea también esa la causa de su adiós.
Se va con el honor intacto. A otros les toca administrar las consecuencias de una vergonzosa claudicación. A él, recuperar su vida, ese mundo aparte que todos tenemos en un rincón del alma.
Un gran abrazo y gracias por tu ejemplo.
Luis Felipe Utrera-Molina
Su contestación fue escueta, pero significativa: “Muchas gracias Luis. Esos son los ejemplos que confirman la necesidad de dar esta batalla. No tengas ninguna duda que la llevaré hasta el final, aunque me costase el ministerio. En toda mi vida política es ésta la causa más noble que he defendido.“
Lo que en un principio fue la negativa a habilitar una partida presupuestaria para ayuda a la maternidad –lo que ya dejaba cojo el anteproyecto- pronto comenzó a derivar en obstáculos, objeciones y recortes de todo tipo, que amenazaban con desnaturalizar por completo un anteproyecto que, como hemos comprobado, iba mucho más allá de lo admisible para un amplio espectro de la sociedad, en el que se enmarca la dirección del Partido popular. El final de la historia era previsible: una apelación a un consenso imposible para vestir el muñeco de lo que no es sino una clamorosa claudicación de principios.
Produce honda desazón comprobar cómo la falacia del falso progresismo ha contaminado al principal partido de la derecha (o de lo que sea). El inexplicable complejo de inferioridad frente a la izquierda ha acabado por aniquilar el menor atisbo de defensa de unos principios que habían llevado a muchos a darles su apoyo. Y es que todo el proyecto de ingeniería social de los ocho años de Zapatero (aborto, memoria histórica, etc…) se mantiene incólume en nuestro ordenamiento, ante la pasividad de un gobierno alérgico a los valores tradicionales de sus votantes y empeñado en confiarlo todo a la economía y al miedo que puedan meter los de “podemos”.
Era plenamente consciente de que poniéndole un plazo a la aprobación del proyecto de ley se estaba poniendo un plazo a sí mismo. Acaso era la única forma de que cada uno se retratase y asumiese su responsabilidad. Y él ha acabado asumiendo la suya con enorme dignidad. Con auténtico señorío. Ha tratado de dar una batalla imposible para concienciar a la sociedad de la necesidad de defender la vida frente a la cultura de la muerte y ha fracasado en el intento, o no, porque esto no acabará aquí, ni mucho menos. Y para mí, esa convicción interior que le ha llevado a sacrificar su carrera política por una causa tan noble como la defensa de la vida de los más débiles justifica y redime toda su trayectoria. Empezó en política de la mano de su padre defendiendo la vida frente a la primera ley del aborto y Dios ha querido que sea también esa la causa de su adiós.
Se va con el honor intacto. A otros les toca administrar las consecuencias de una vergonzosa claudicación. A él, recuperar su vida, ese mundo aparte que todos tenemos en un rincón del alma.
Un gran abrazo y gracias por tu ejemplo.
Luis Felipe Utrera-Molina
15 de septiembre de 2014
Cataluña en el alma. Por José Utrera Molina
El hombre está compuesto de esperanzas y de recuerdos.
Algunos de estos últimos configuran toda una vida. De ellos arranca una
borrachera del corazón, un episodio inolvidable que resuena en nuestras almas.
A partir de ellos se configura toda una vida y se fortalece una gran ilusión.
Del dolor arrancan siempre las mayores cuestiones, los más inolvidables
episodios. Todo aquello que dio a nuestros músculos tensión, a nuestra mente el
clamor alborotado, a las decisiones de nuestra voluntad, fortaleza y valor.
Han pasado muchos años. Yo apenas contaba con la
inexperiencia de los diez abriles pero la inolvidable imagen de mi abuelo
vencido ante un aparato Telefunken que trasmitía las noticias sobre la quiebra
de la unidad española abanderada por Luis Companys, ha dejado
en mí una huella tan definitiva y profunda que puedo afirmar que de ahí arranca
el sentido último de mi patriotismo, siempre basado en la unidad de las tierras
de España.
Son pues las lágrimas de mi abuelo las que acaso fecunden mi
tremendo dolor actual. He llevado siempre a Cataluña en el corazón. Sus modos
ejemplares de convivencia, la finura de sus caracteres y su ambición llevada a
todas las partes del mundo con el sello de su irreversible personalidad, no
pueden ser una anécdota vana. Pero ahora,
cuando el griterío demagógico de una parte de los catalanes se empeña en
trocear la unidad española, quiero alzar mi voz, tal vez poco resonante pero
dramáticamente sincera, en defensa de la irreversible españolidad de Cataluña.
A todos nos corresponde la defensa de España y no puede tolerarse
ya ningún avance más en esta ofensiva secesionista llena de zafiedad y nacida
de la mentira que no tiene otro propósito que romper una hermandad con muchos
siglos de historia y que ahora aparece falseada en artículos y en lecciones que
han aprendido para el mal varias generaciones catalanas. Hay ocasiones de nuestra historia en las que el
silencio no es solo culpable, sino alevoso y criminal. Lo que estamos viviendo en
estos días es un episodio trascendente que tiene estas señales malditas. Las
profundas raíces históricas de la españolidad de Cataluña llevan más de 30 años
siendo borradas y manipuladas con notable impunidad por un nacionalismo tan
mezquino como astuto que ha contado con el beneplácito silente e irresponsable
de los partidos mayoritarios como precio intolerable de su apoyo parlamentario.
Yo denuncio esta intolerable actitud de quienes no quisieron atisbar las
consecuencias de su dejación y recuerdo las lágrimas de mi abuelo, que se
enjugan con las mías de ahora, con la voluntad y atrevimiento de ofrecer mi
propia vida si la ocasión lo permite, para defender la españolidad de Cataluña.
He tenido entre mis colaboradores a catalanes excepcionales.
He convivido con ellos y he aprendido la lección de su sobriedad y la pureza de
sus empeños. Casi todos han muerto ya, pero acaso Dios ha querido que yo esté
vivo todavía para denunciar esta monstruosa intención secesionista y para
llamar a las cosas por su nombre y a los políticos tibios y amedrantados como verdaderos
traidores que la historia habrá de juzgar algún día. Ha llegado la hora de que el gobierno escuche, por
fin, el clamor de quienes lo consideran todo perdido y se sienten abandonados a
su suerte en esa parte entrañable de España y demuestre firmeza sin complejos en
el cumplimiento de la ley.
Sé que mis palabras apenas nada significan, que mi emoción
está amordazada, que mi decisión de combatir está lastrada, pero declaro
firmemente que no quisiera morir sin haber presenciado la resurrección de
España. Considero que no vale la pena vivir viendo nuestra patria derrotada y
agonizante. Hoy más que nunca, el
silencio ante esta cuestión vital es culpable. Pidamos a Dios que la historia
no nos condene por cobardía ni nos castiguen por indiferentes, en lo alto de
los valles, en la profundidad de nuestras llanuras, en la longitud de nuestras
playas, en los pueblos en que viven, tal vez olvidados, los catalanes que
sienten a España en su corazón, a los que quiero hacer llegar esta proclama:
Nadie tiene derecho a romper lo que los siglos han amasado con gloria, dolor y
lágrimas.
José Utrera
Molina
10 de septiembre de 2014
Sic transit gloria mundi
Eso
es lo primero que me ha venido a la cabeza al escuchar la noticia del
fallecimiento de Emilio Botín. Reflexionar
sobre lo efímero de la gloria terrenal y pensar si, sorprendido por la guadaña
en plena noche, habrá tenido tiempo para bien morir. Saber que de nada sirve en
ese último viaje lo atesorado en la tierra, que el único equipaje que hay que
tener siempre a punto son las cuentas de amor que tenemos en el haber.
Me
ha venido a la memoria aquella impresionante carta de un joven José Antonio,
condenado a muerte, a su amigo Rafael en la que se quejaba de la forma en la
que había de entregar la vida: “Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de
caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y
recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte
tradicional. Pero ésta no se elige”
No
se elige. Ni el día ni la hora tampoco. Viene sin avisar y todos vivimos como
si fuéramos a estar aquí para siempre. Por eso olvidamos con frecuencia qué
importante es vivir cada día como si fuera el último, disfrutar de los que
queremos, darnos a los demás, no dejar para mañana esa palabra, ese perdón, ese gesto amable que los demás esperan y que siempre dejamos para un mañana que a lo mejor no lo es.
He
rezado por su alma, que por muchos juicios terrenales que ahora reciba, sólo
conoce Dios. Es lo que debe hacer un cristiano. Y estar preparado, también.
LFU
8 de septiembre de 2014
Ha muerto el soldado Palomo. Por José Utrera Molina
Ninguna etapa de mi vida ha tenido una resonancia en mi
corazón tan fuerte y definitiva como los años inolvidables del servicio
militar. Allí tuve la ocasión de conocer
a un hombre excepcional. Una mañana, en el cuartel de San Jerónimo (Granada), sorprendí
a un grupo de soldados que atendían absortos a las palabras de un soldado de
filas, para mí desconocido. Me acerqué al grupo y escuché con admiración las
palabras cortantes, lacónicas y firmes que utilizaba el soldado Francisco
Palomo. Cuando terminó, le pregunté: soldado,
¿vendrías conmigo a donde yo te dijera? “Aunque fuera al infierno” -me contesto-.
“Al infierno, no –le dije-, pero tienes derecho a conocer muchas cosas de la
vida, porque creo en tu valor, en tu inteligencia y mereces una vida nueva.
Cuando termine mis prácticas de Alférez, quiero que vengas conmigo.”
No lo dudó y desde entonces tuve el extraordinario honor
de su compañía. Lo llevé conmigo al Gobierno civil de Ciudad Real, luego a
Burgos y por fin a Sevilla, donde se asentó, ya casado, en una pequeña vivienda
juntó a la que instaló un quiosco en el que vendía todo aquello que sabía que
la gente necesitaba.
Jamás se interrumpió nuestra amistad. Hablábamos con
frecuencia. Palomo amaba a España con la intimidad de su corazón insatisfecho.
Decía que su patria era la mejor del mundo, cuando él había nacido sin ningún
medio y perpetuaba su existencia sin lujos de ninguna clase.
Pasó el tiempo. Yo cesé de ministro, abandoné mis responsabilidades
políticas y con el tiempo, también las privadas pagaron el precio de mi lealtad.
Palomo, que sabía de mi abundante carga familiar, me llamó un día y me dijo: “Mi
alférez: tengo cinco millones ahorrados. Son para usted”. Las lágrimas que
derramo ahora, brotaron entonces de la emoción y le dije: “Gracias, amigo.
Puedo todavía enfrentarme con la vida sin ninguna clase de ayuda, pero jamás
olvidaré tu enorme gesto de generosidad.” Esa era la nobleza de un hombre sencillo
que atesoraba una riqueza en el corazón que no he conocido en nadie más.
Hace tres días me llamó su mujer: “Mi alférez, soy la
mujer de Palomo y le llamo para decirle que se ha ido”. ¿Dónde se ha ido?, le
pregunté. “Se ha ido, para siempre”, me contestó. Aquella lacónica comunicación
me produjo una perturbación emocional que nunca había conocido. Palomo, mi
soldado, mi entrañable amigo, había muerto, y su viejo Alférez lloraba de dolor.
Era su corazón el más puro, el más auténtico que traté
jamás. Poseía un altísimo grado de
intuición, que es siempre el principio motor de la sabiduría. Tenía valor, pero
sus límites estaban claros y limitados por su bondad. Ya no escucharé más su
voz preguntándome “¿cómo está, mi Alférez?” Pero yo seguiré cada día, mientras pronuncie
su nombre en mi oración de cada mañana,
contestándole lo acostumbrado: “voy viviendo, Palomo.”
Escribo esto en homenaje a su hombría de bien, a su profundo
amor a España, a su generosidad y a su amor por su familia. Fue un soldado
ejemplar. Un hombre de una pieza. Yo le rindo mi homenaje y se me rompe el
corazón al recordarlo. Tengo la seguridad de que ahora nos mirará desde el
lugar de privilegio que Dios tiene reservado para quienes pasan por la vida
haciendo el bien, sin proclamarlo.
Descansa en paz, Palomo, amigo del alma.
José Utrera Molina, Exministro y Alférez del Arma de
Ingenieros
4 de septiembre de 2014
Un heróico 16%
Con la que está cayendo, que algo más de un 16% de los
jóvenes españoles esté dispuesto a dar la vida por España, lejos de ser una
mala noticia, resulta una invitación a la esperanza. Yo creía que eran, o éramos -pues con
cuarentaytantos aún me considero joven-muchos
menos.
Fue la derecha –no olvidarlo- la que eliminó de un plumazo
el servicio militar con la repugnante gracieta del peor ministro que recuerdan
los militares, Federico Trillo, que quiso hacerse el enrollado con aquello de “se acabó la puta mili”. Era evidente que Aznar pensaba más en las
próximas elecciones que en las siguientes generaciones, aunque con su proverbial
humildad seguro que tampoco es capaz de reconocer aquél inmenso error. Se privó
a generaciones de jóvenes de conocer la milicia, de aprender valores como la
disciplina, la humildad, la renuncia o el compañerismo. Se les hurtó la
posibilidad de escuchar en la orden del día las hazañas gloriosas de nuestro
ejército, de sentir el orgullo de servir a una patria que para muchos ha
desaparecido de su entorno, de saber en definitiva, lo que representa ser
español.
Como decía Spengler, al final siempre es un pelotón de
soldados el que ha salvado la civilización. Y en una España en plena decadencia, en
la que los valores del honor y de la patria quedaron arrumbados, cuando no
proscritos, hace decenios; en los que los chavales estudian de memoria los
churros, rosquillas y huesos de santo como alimento tradicional e ignoran
el nombre de nuestros legendarios conquistadores del XVI; en la que la
categoría de las personas se mide por el precio de su teléfono y el sacrificio ha
pasado de ser un valor a convertirse en una patología más del masoquismo, saber
que hay un 16% de los españoles que, resistiendo heroicamente el colosal embite
de un medio hostil, serían capaces de dar su vida por España, es como para
estar orgullosos y sacar pecho.
En ese 16% caben muchos pelotones. Con muchos menos, D.
Pelayo inició la reconquista. Definitivamente, un nuevo motivo para creer aún
en nuestra querida España.
LFU
1 de septiembre de 2014
De vuelta
Gracias a Dios, he podido disfrutar de un mes de vacaciones en compañía de mi mujer, de mis hijas, de mis padres y de mis hermanos. No todos pueden decir lo mismo. Por eso sé que soy un privilegiado. Por eso no sé qué es eso del "síndrome posvacacional", esa horterada insensible con quienes no pueden permitirse ni un día de vacaciones porque no tienen donde trabajar.
Así que de vuelta al trabajo y feliz por tenerlo. Ojalá muchos españoles encuentren trabajo el curso que comienza, que se nos antoja vital para nuestra querida España y en el que procuraré asomarme a esta página, en su7º año de vida, cuando mi trabajo me lo permita. "Primum vivere..."
Como decía Don Quijote, podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, jamás.
Un abrazo a todos
LFU
Así que de vuelta al trabajo y feliz por tenerlo. Ojalá muchos españoles encuentren trabajo el curso que comienza, que se nos antoja vital para nuestra querida España y en el que procuraré asomarme a esta página, en su7º año de vida, cuando mi trabajo me lo permita. "Primum vivere..."
Como decía Don Quijote, podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, jamás.
Un abrazo a todos
LFU