La Navidad de 1981 tuvo para mí un significado especial. Mis
padres nos llevaron a los ocho a Roma para celebrar sus bodas de plata. Por
primera vez pisé la ciudad eterna y tuve el privilegio, junto con mis padres y
hermanos, de besar el anillo del pescador y hablar brevemente con el que el
próximo domingo será elevado a los altares por la Iglesia. Aquí os dejo el testimonio gráfico de la ocasión.
San Juan Pablo II pasará a la historia como el papa de la
familia y el que mejor representó la aceptación de la pasión de Cristo en carne
propia. El que abrió su pontificado, joven y vigoroso saliendo al balcón de la logia
de San Pedro con aquél grito potente y esperanzador: ¡¡No Tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!!
acabó sus días enseñando al mundo la dignidad de su dolor y la entrega a los
demás desde la postración de su enfermedad. En un mundo en el que se aparta a
los ancianos y se elude la visión molesta del dolor, él quiso dar al mundo una
lección de esperanza y de amorosa aceptación de la cruz que le había
correspondido.
Jamás olvidaré la emoción del día en que su voz se quebró
para siempre ante las cámaras del mundo entero. Su mirada, mezcla de impotencia
y aceptación humilde de su dolor era una escena estremecedora de la pasión.
Recuerdo que lloré con esa mezcla de tristeza y alegría que tiene la emoción de
contemplar algo tan terriblemente doloroso como extraordinariamente hermoso.
El próximo domingo, una de mis hermanas tendrá el inmenso privilegio
de estar de nuevo en Roma en la canonización del que será para siempre mi Papa.
De alguna manera, nos representará a todos para agradecerle las gracias que por
su intercesión hemos alcanzado. Cuando
el mal nos acecha, cuando nos gana la partida, cuando nos damos cuenta de
nuestra pequeñez y miseria, cuando el dolor nos puede y acobarda, siempre
tendremos su imagen fuerte de esperanza del primer día y la amorosa y dulce mirada
de su última postración.
San Juan Pablo II, ruega por nosotros.
LFU
Me encanta el artículo Luis Felipe! Que bien expresas los sentimientos del alma...
ResponderEliminarYo sentí la misma mezcla de compasión (padecer con) y alegría y también lloré...
Pero Carol quiso enseñarnos que "cuando nos damos cuenta de nuestra pequeñez y miseria..." Es cuando nos damos cuenta que sólos, sin Aquel que ha dado su vida por nosotros, no podemos ni servimos para nada:
Y esa lección, ser menos nosotros y más parecidos a Jesús, es un tesoro testimonial que este portento de la Humanidad nos ha dejado.
Gracias por rendirle este bonito tributo.
Bonita entrada, Luis Felipe. El Papa que Dios sabía que necesitábamos... Como Benedicto, como Francisco... ¡Qué inmensa suerte haber coincidido con los tres!
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