A propósito de la imputación de la Infanta Cristina, me
sorprenden los argumentos que esgrimen los partidarios de que ésta haga el paseíllo
a pie hasta el edificio de los Juzgados de Palma. Dejando al margen la intencionalidad que
subyace a tal pretensión, si la Infanta debe ser tratada como el resto de los
españoles, debe aplicarse el principio
de no discriminación. Y si discriminar es tratar distinto a los que son iguales
y tratar igual a los que son distintos, resulta palmario que dar a la Infanta
Cristina el mismo trato que al resto de los ciudadanos, implicaría una
discriminación evidente. Y esto no tiene nada que ver con ser monárquico o dejar de serlo. Es de puro sentido común.
Hace muchísimos años que Ulpiano sentó claramente la definición de la Justicia: Iustitia est
constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi; "La justicia
es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su
derecho". Ese suum quique tribuere" (dar a cada uno lo suyo) no puede desconocer
que la Infanta no es igual al resto
de los españoles, por mucho que esté sometida como todos al imperio de la ley.
Por formar parte de la familia Real, goza de determinados privilegios y está
sujeta a un protocolo que es ajeno al común de los mortales, al tiempo que la
repercusión pública de cualquier actuación reprochable -como la que
indudablemente afecta a la conducta de su marido, conocida o no por ella- es
infinitamente mayor que la que pueda
afectar a cualquier otro ciudadano español.
Así, conceder a la Infanta un trato formal distinto al que
se daría a cualquier otro justiciable no implica discriminación, sino estricta justicia.
Otra cosa es que la Infanta sea igual que el resto de los ciudadanos ante la
ley y la aplicación de la misma no admita distinciones por su rango
institucional. Caiga todo el peso de la
ley sobre ella o sobre cualquier otro que haya delinquido, si así lo deciden
los Tribunales, pero no pretendamos añadir a la eventual condena, penas
adicionales no sólo inútiles –que sólo pretenden convertir su declaración en un
circo mediático- sino, además, discriminatorias.
LFU
Nadie se merece que le den un paseíllo, ni la Infanta, ni su marido, ni el más humilde de los españoles. Me arde la sangre al ver a mis compatriotas pidiendo el paseillo al ya juzgado culpable. Y lloro, lloro al pensar que si viviéramos un conflicto como el de hace 70 años, habría españoles dando paseillos. Y justificándolos, diciendo que ellos son los culpables de nuestros males.
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