15 de enero de 2014

El paseillo de la Infanta

A propósito de la imputación de la Infanta Cristina, me sorprenden los argumentos que esgrimen los partidarios de que ésta haga el paseíllo a pie hasta el edificio de los Juzgados de Palma.  Dejando al margen la intencionalidad que subyace a tal pretensión, si la Infanta debe ser tratada como el resto de los españoles, debe aplicarse  el principio de no discriminación. Y si discriminar es tratar distinto a los que son iguales y tratar igual a los que son distintos, resulta palmario que dar a la Infanta Cristina el mismo trato que al resto de los ciudadanos, implicaría una discriminación evidente.  Y esto no tiene nada que ver con ser monárquico o dejar de serlo. Es de puro sentido común.

Hace muchísimos años que Ulpiano sentó claramente la definición de la Justicia: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi; "La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su derecho".  Ese suum quique tribuere" (dar a cada uno lo suyo) no puede desconocer que la Infanta no es igual al resto de los españoles, por mucho que esté sometida como todos al imperio de la ley. Por formar parte de la familia Real, goza de determinados privilegios y está sujeta a un protocolo que es ajeno al común de los mortales, al tiempo que la repercusión pública de cualquier actuación reprochable -como la que indudablemente afecta a la conducta de su marido, conocida o no por ella- es infinitamente  mayor que la que pueda afectar a cualquier otro ciudadano español.  

Así, conceder a la Infanta un trato formal distinto al que se daría a cualquier otro justiciable no implica discriminación, sino estricta justicia. Otra cosa es que la Infanta sea igual que el resto de los ciudadanos ante la ley y la aplicación de la misma no admita distinciones por su rango institucional.  Caiga todo el peso de la ley sobre ella o sobre cualquier otro que haya delinquido, si así lo deciden los Tribunales, pero no pretendamos añadir a la eventual condena, penas adicionales no sólo inútiles –que sólo pretenden convertir su declaración en un circo mediático- sino, además, discriminatorias.


LFU

1 comentario:

  1. Nadie se merece que le den un paseíllo, ni la Infanta, ni su marido, ni el más humilde de los españoles. Me arde la sangre al ver a mis compatriotas pidiendo el paseillo al ya juzgado culpable. Y lloro, lloro al pensar que si viviéramos un conflicto como el de hace 70 años, habría españoles dando paseillos. Y justificándolos, diciendo que ellos son los culpables de nuestros males.

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