Entre
tanto ruido mediático provocado por el nacionalismo separatista catalán, llama
la atención el permanente silencio en el que se mantiene el Presidente del
Gobierno español. Sabemos que Rajoy es partidario de exponerse lo justo,
consciente de que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de palabras y
de que, en no pocas ocasiones, el mero transcurso del tiempo acaba resolviendo
muchos problemas que, a corto plazo, se antojan irresolubles. Pero mucho me
temo que, en este caso, tal exceso de prudencia puede salirnos muy caro a los españoles.
No
faltan precedentes en la Historia de gobernantes que prefirieron adoptar un
perfil bajo ante la agresión del nacionalismo antes que mostrar una actitud de
firmeza. Fue el silencio y la prudencia mal entendida de Francia e Inglaterra
los que permitieron a Hitler convertirse en el amo
de una Europa castrada por la debilidad del pacifismo británico y francés. El
silencio ante la anexión de Austria y la invasión de Checoslovaquia en 1938, y
el vergonzoso pacto de Munich de septiembre de ese mismo año entre Chamberlain,
Daladier y Hitler para solucionar la crisis de los Sudetes, no fueron otra cosa
que la antesala del infierno.
Cierto es que los silencios de Rajoy ante la
chulería nacionalista evitan que se eleve el clima de tensión a corto plazo,
pero no lo es menos que, como sucediera en la Europa de los años 30, el
nacionalismo se crece ante la debilidad de su oponente –nada menos que el
Gobierno de España- que parece hacer dejación de sus responsabilidades. El espectáculo de ver unos encapuchados
quemando impunemente una bandera nacional sin que la fuerza pública intervenga,
la descarada y abierta chulería del independentismo reivindicando un Estado
propio, la intoxicación masiva y constante de la población con una mitología
histórica perfectamente comparable al mito de la superioridad de la raza aria y
la clamorosa impunidad con la que el gobierno catalán incumple abiertamente las
resoluciones de los Tribunales y desafía la legalidad vigente, tan sólo han
merecido el silencio del Presidente cuando no la estúpida declaración de algún
ministro hablando de encajes, comprensiones y comodidades, de la misma forma
que el padre le compra al niño mimado lo que quiere para que no le dé la
tabarra. Estoy seguro de que Chamberlain también quería que Hitler se encontrase a gusto y encajase en Europa, pero todos sabemos
el precio que Europa tuvo que pagar por sus silencios.
Rajoy corre el riesgo de repetir el error
Chamberlain. Mientras los separatistas siguen al pie de la letra un plan
perfectamente urdido cuyo horizonte es la ruptura de la unidad de España, y no
reparan en utilizar los fondos públicos en el desafío a la legalidad, los miles
de catalanes que aún se sienten españoles no sienten cercano el aliento de
España. Saben que el Estado de Derecho en Cataluña se ha convertido en una
ficción y que proclamar abiertamente la españolidad de aquella tierra requiere
dosis importantes de heroísmo. La incertidumbre con la que miran el futuro no
encuentra eco alguno en el Gobierno de España, cuyo único plan ante el desafío
de los buitres es ponerse de perfil y
aguardar a que escampe.
Me temo que ya es tarde para poner parches,
pero es imperativo y urgente el diseño de un plan de choque contra la marea
secesionista que haga sentir la presencia de España en Cataluña y permita que
los miles de catalanes ahora agazapados alcen la cabeza para pronunciar con
orgullo el nombre de España. Los españoles queremos que nuestro dinero se
utilice para defender lo que es nuestro y Cataluña es España. No hacer nada y
hacer de don Tancredo ante esta gravísima embestida no es táctica ni
estrategia. Es una gran cobardía que todos los españoles pagaremos muy caro.
LFU
3 comentarios:
de acuerdo razón tienes,y ¡¡¡¡¡¡qué hacer¿
Cada uno lo que pueda....
De momento sería bueno no darles más dinero?
Esta claro que es todo cuestión de euros...
Pepo
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