(Reproduzco a continuación el contenido íntegro del artículo publicado hoy, con algunos recortes, en la Gaceta)
Hay quienes afirman, con
toda razón, que envejecer no es otra cosa que quedarse sin testigos. Yo quiero
declarar aquí con toda firmeza que fui testigo del inicio del Alzamiento
Nacional el 18 de julio de 1936. Tenía sólo 10 años, pero el alboroto, el
sobresalto y la anarquía llegaban por aquel entonces a las proximidades de mi
casa. En esa tarde del 18 de julio permanecí en mi pequeño jardín con un íntimo
amigo que se llamaba Enrique Morante Villegas que años después y a edad muy joven,
marchó a la División Azul y que murió hace unos meses no sin antes haberme
visitado para despedirse de mí cuando el ya consideraba próxima su muerte y
entregarme el cuaderno con las efemérides militares españolas que tuvieron
lugar en las tierras de Rusia.
Aquella tarde
comenzamos a escuchar disparos que él atribuía a fuegos de artificio. Yo, sin
embargo, le dije que me parecía que eran tiros. Pasados unos minutos
abandonamos nuestros juegos y sólo unas horas después, Enrique Morante tuvo que
presenciar el asesinato de su padre que fue arrojado por un balcón de la
vivienda que habitaban por una milicianada enardecida y rencorosa. Por cierto,
los anales de mi memoria, todavía no deteriorados me recuerdan aquel joven
compañero mío que nunca tuvo una palabra de rencor y de odio hacia los que
habían asesinado a su padre y a muchos de sus familiares.
Mantenía una actitud de
fidelidad a nuestros símbolos primeros. Él y yo habíamos pintado en la fachada
las flechas rojas que unos amigos mayores nos habían mostrado. Nos parecía
entonces que llevábamos a cabo una heroicidad.
El 18 de julio que yo
presencié en Málaga fue una explosión revolucionaria donde el eco del rencor y
la muerte invadió toda la ciudad. Todas las noches, desde mi casa, oíamos los disparos de un lugar cercano donde cada
noche caían fusilados cientos de malagueños. Recuerdo, porque son instantes que
atraviesan el corazón en mi memoria, las largas colas de mujeres y hombres que
iban a ensañarse con los cadáveres que estaban allí amontonados. Mis ojos no
daban crédito a lo que acontecía delante de nosotros. Pocos días después, el cadáver del Capitán Huelin
que heroicamente mandaba una compañía que intento liberar Málaga, fue expuesto
desnudo con un crucifijo en sus partes más íntimas. Puede decirse sin temor a
equivocación que el odio había invadido por completo a una parte importante de
la ciudad. No entro a considerar las razones de aquellas huestes bárbaras y
devastadores. Posiblemente era el resultado de muchos años de escandalosa
injusticia social aventado por los comisarios políticos de la Komintern. Pasado
el tiempo, con una perspectiva serena, los datos e imágenes que entonces
habíamos conocido de manera directa se convirtieron en motivos de reflexión.
Pasados siete meses, Málaga
fue liberada de aquella situación insostenible. España entera había sufrido
análogas y dramáticas circunstancias. Ya se había declarado una guerra entre
hermanos y en las trincheras unos alababan la patria y otros maldecían su
existencia. Yo defiendo con toda mi alma la justicia de aquél alzamiento
militar. No niego que hubiese razones en las que el bando contrario encontrase una
justificación de sus posiciones, pero lo cierto es que España estaba dividida
en dos mitades irreconciliables y no era posible la paz.
El Alzamiento no fue un
intento grosero de liquidar al oponente sino una necesidad imperiosa de
defender a la patria y a le fe frente a quienes las perseguían con saña
inusitada quemando iglesias, asesinando brutalmente a religiosos y seglares y exaltando
la Unión Soviética frente a la propia patria. No se trataba de aniquilar a los
vencidos sino de incorporarlos en un proyecto nuevo de fraterna colaboración. El propósito del movimiento nacional no fue
otro que rescatar a España del riesgo cierto de caer en manos del comunismo
libertario que amenazaba con aniquilar el alma milenaria y cristiana de
España. Ante esa situación, españoles de
muy diversa condición se unieron en la defensa de Dios y de España en torno al
Ejército, la Falange y el Requeté, haciendo de su vida una generosa ofrenda que
difícilmente pueden llegar a comprender y apreciar los jóvenes de hoy.
Para mí, que era
entonces muy pequeño pero que conocía ya la muerte de muchos de mis familiares
en uno y otro bando, el 18 de julio fue al principio una espina que atravesaba
mi corazón sin paliativos, pero hoy es un recuerdo vigoroso y gallardo, sobre todo frente a los que se empeñan en
extender día tras día, a través de medios de comunicación, la gran mentira sobre
el movimiento nacional y el 18 de julio. Nadie niega que aquella situación fuera
durísima y que en una parte y en la otra se produjeran situaciones
injustificables. Pero no perdamos nunca
de vista que la idea de la salvación de España estuvo en un lugar mientras que
en el otro, su destrucción y su aniquilamiento eran consignas que se trasmitían
a través de los micrófonos y de los medios de comunicación. El clamor extendido
en Madrid del ¡Viva Rusia! y el ensalzamiento del materialismo marxista, fueron
las claves que explican que España tuviese que ofrecer al mundo en holocausto
el perfil sangriento de la primera derrota del comunismo internacional. Así lo
reconoció con honestidad el propio Julián Besteiro poco después: “La verdad real: estamos derrotados por
nuestras propias culpas: estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado
arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que
han conocido quizás los siglos...”.
Hoy, que conmemoramos
algunos que aún permanecemos de pie aquella efeméride trágica, pero
trascendente y liberadora, pedimos a Dios que no vuelvan otra vez tiempos de
ensañamientos y de beligerancias sino que nos incorporemos de verdad a una
tarea común con olvido de trágicas situaciones superadas.
Reina la paz en España,
pero en el horizonte de nuestra patria están cuajando densos nubarrones en los
que aflora la mentira, la falsedad y la injusticia. Ayer mismo, en el trascurso
de un espacio para hablar de la guerra civil se afirmaba nada más y nada menos
que los muertos de un bando habían sido superiores a los del otro, pretendiendo
enfrentar a los muertos de ayer con el recuerdo de los testigos de ahora. Si hubo un grito unánime y vigoroso en
aquellos días aciagos de mi infancia fue el de ¡Arriba España!. Aquel grito era la manifestación de una
voluntad colectiva de levantar a España de la ruina y la destrucción hacia la
realidad confortadora de una España unida en paz, proyectando estos
sentimientos hacia el futuro. Yo he servido estos ideales durante los años que
duró el Estado del 18 de julio. No he traicionado su espíritu, he comprendido
su justificación y sobre todo, en mi memoria limpia y en muchas ocasiones
rejuvenecida, permanece viva la imagen de un hombre atrozmente asesinado en las
tierras de Alicante que se llamó José Antonio Primo de Rivera, líder juvenil,
apuesto y gallardo de una minoría que engrandeció los límites de su proyección
política y la del conductor de un pueblo en marcha que se llamó Francisco
Franco, que levantó a España de una postración secular proyectándola hacia un
futuro en paz y prosperidad.
Declaro aquí, una vez
más, mi lealtad al espíritu del 18 de julio y aspiro a que algún día los españoles
comprendan el necesario sacrificio de aquel grupo de hombres que alzó sus
estandartes y banderas soñando y amando la verdadera libertad de España, por la
que combatieron con espléndido sacrificio e indudable heroísmo.
JOSE UTRERA
MOLINA
Abogado y Ex
ministro
Es usted, don José, una persona íntegra y honesta, de las que, por desgracia, apenas hay. Enhorabuena por el artículo y recemos para que España sepa superar estos momentos de presagio de tormenta.
ResponderEliminarUn saludo
Debería ser el texto de los libros de historia que estudien nuestros hijos.
ResponderEliminarPepo
La historia ahora prohibida por el bando vencido.
ResponderEliminar