La segunda, algo más egoísta, es porque tras leer el auto
del Juez Castro de su contenido podría deducirse que el juez de alguna forma ha
cedido a la presión mediática y social con el objeto de que no pueda
sospecharse de la existencia de un trato de favor por consideración a la
persona de la Infanta, lo que, de ser así, sería ciertamente preocupante.
Una cosa es el reproche social que puede merecer la Infanta
por haber cerrado los ojos o mirado para otro lado ante el inusual aumento
de su patrimonio merced a la actividad profesional de su marido y haber descuidado
la obligada discreción de un miembro de la familia real mudándose a una
vivienda tan señalada y otra muy diferente es el reproche penal que
dicha conducta debe merecer conforme a la ley.
La tercera, porque a pesar de lo escaso de mis fervores
dinásticos, creo en el valor que tiene la Corona en estos momentos de
decadencia de España, como depositaria de una tradición secular de la historia
de España y en su papel vertebrador, alejado de los caprichosos dictados del
sufragio universal que tanto daño han causado en los últimos años. Y no nos engañemos, los ataques a la Corona
son alentados por los mismos que añoran la tenebrosa II República, celebraron la
maldita Ley de memoria histórica y se mostrarían conformes con la
desintegración de nuestra nación.
Y la cuarta, por la pésima imagen que todo esto proyecta de
España hacia el exterior en un momento ciertamente delicado en el que
necesitamos más que nunca ofrecer una imagen de fiabilidad para atraer la inversión
exterior.
Que se me entienda bien. Todo esto tiene un origen que no es
otro que el nada ejemplar comportamiento de SM el Rey durante muchos años en el
terreno económico –en lo personal no entro- de lo que saben mucho algunos
entrañables amigos suyos que pasaron por la cárcel. Que el Rey tuviera fieles
escuderos no implica que toda su familia pudiera cubrirse con el mismo paraguas.
Y todos sabemos que hasta en las mejores familias los niños acaban emulando a sus padres. Es evidente que en esa familia ha sobrado desahogo y ha faltado ejemplaridad.
Por estas cuatro razones, como cristiano y como español, no puedo
alegrarme en absoluto de la imputación de la Infanta, que es una pésima noticia para España.
LFU
Luis Felipe,
ResponderEliminarTodo eso me pone muy, muy triste.
Porque eso tiene que occurir para España?
Pedro
Luis Felipe
ResponderEliminarEso me pone muy triste.
Porque eso tiene que ocurrir para españa?
Y el trono de Isabel La Católica lo ocupará Letizia Ortiz. Y los aduladores, que no los monárquicos de siempre (que apoyaron la restauración de una monarquía que representaba otros ideales que no son compatibles con la actual situación), justificaran todo lo que haga falta y haran una marcada reverencia a toda la real famlia.
ResponderEliminarEstimado anónimo: estoy muy lejos de los aduladores, tanto como de los que hoy ansían una república. Juan Carlos se merece lo que está pasando e incluso más, pero España no se lo merece.
ResponderEliminarPor supuesto que no se trata de una buena noticia. Es bastante triste que un miembro de la Familia Real española, en este caso la Infanta Doña Cristina, esté inmersa como imputada en este nuevo caso de corrupción. Cierto es que muchos detractores de la monarquía ahora mismo se estarán frotándose las manos, ávidos de buscar una excusa para desprestigiarla y apartarla de la Jefatura del Estado. Personalmente ni estoy con unos ni con otros. La Ley es igual para todos, independientemente del linaje que se tenga. Pero también es cierto que España necesita estabilidad política para afrontar sus graves problemas económicos causados por esta crisis que parece no tener fin. Y menos necesita a todos esos necios que añoran la denostada y nefasta II República. Lo que nuestro país requiere es disponer de políticos competentes y honestos, independientemente del linaje al que pertenezcan. Un buen gobernante lo es en la medida de sus aptitudes, no de su procedencia familiar. Bastantes ejemplos hemos tenido en la historia de España de monarcas ineptos que nos han llevado muchas veces al desastre. En suma, no me declaro monárquico, pero tampoco tengo simpatías por los que añoran una República como lo fue la que se proclamó en 1931. Y en caso de que se proclamara una república en España habría que darse unas garantías constitucionales para que no derivase en lo que se convirtió la nefasta II República.
ResponderEliminarUn abrazo, LFU y ¡Arriba España!