Ahora que se acerca el doloroso e inexorable trámite anual de
hacer las cuentas con Hacienda conviene recordar cómo a Mariano Rajoy no le
tembló el pulso a la hora de hacer tabla rasa de todas sus promesas electorales
y subirnos los impuestos hasta niveles confiscatorios. Todo, porque, según él,
no había otra salida para afrontar la situación precaria en la que se
encontraban las finanzas del Estado.
Todo por España, nos decía, mientras metía la mano en nuestros bolsillos
cada mes con subidas de retenciones, IVA y demás impuestos.
Sin embargo, no se aprecia, ni por asomo, el mismo pulso en
el Presidente que todos quisiéramos ver ante la chulería constante y grotesca del nacionalismo catalán. Es una realidad que en una parte de España se vulnera
cotidianamente la ley por parte de la Administración y que toda referencia a un
estado de derecho resulta quimérica; es clamoroso el desafío constante del
gobierno autonómico a las instituciones del Estado, cumpliendo o no las
resoluciones de la administración de justicia según le convenga en cada
momento; y también lo es la quiebra económica de las finanzas del gobierno
catalán, que se ha dedicado a dilapidar sus ingresos manteniendo siete canales
autonómicos, embajaditas sin cuento y otras aldeanas zandarajas con una mano,
poniendo la otra para que España le ayudase a pagar la nómina de sus
funcionarios.
¡Ya está bien! Resulta absolutamente indignante tener que
apretarse el cinturón cada año para que a Mariano le salgan las cuentas y al
tiempo asistir a la desvergüenza de un gobierno golpista e insumiso que está
chuleando impunemente todos los días a España con mentiras y estupideces. Si no se le cayó la cara de vergüenza al subirnos
a todos los impuestos como lo hizo, que haga lo mismo plantando cara de una vez con todas las armas que tiene a su alcance al Gobierno
catalán o que se vaya, porque España no admite en este momento un gobernante pusilánime cuando está en juego su unidad. Y si el
gobierno no garantiza que se cumpla la ley, tal vez sea el momento de plantearse
una denuncia por delito de omisión del
artículo 11 del Código penal.
Es muy cómodo abusar de los silentes y callarse ante los vociferantes, pero eso sólo tiene un nombre: cobardía.
LFU
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