El abierto y descarado desafío secesionista por parte de la
corrompida y desvergonzada clase política nacionalista no desaprovecha ocasión
para manifestarse mediáticamente, copar portadas y telediarios, en definitiva,
hacer todo el ruido posible sabedor de que España es una nación en decadencia,
quebrada en su interior por un sistema constitucional que alentó posibles virus
desintegradores sin prever vacunas o remedios efectivos contra ellos.
El bochornoso espectáculo de ayer en el Congreso, la
intolerable chulería de unos sujetos insultando a nuestra nación, y amenazando abiertamente
a su gobierno con la insumisión manifiesta a cualquier ley que pudiera obligar
a las instituciones autonómicas a respetar el derecho de cualquier padre a que
su hijo pueda escolarizarse en la lengua oficial del Reino de España, no
merecía una contestación tan medrosa, cabizbaja y acobardada por parte del
Ministro de Educación, balbuceando que no pretendía en modo algún atacar a la
escuela en catalán. ¡Pero qué es esto!, me revolvía en mi interior al escuchar
la intervención del ministro, arrinconado y a la defensiva ante un desafío
abierto y descarado por parte de unos cuantos forajidos envalentonados con acta
de diputado.
Asistimos a una clamorosa quiebra del Estado de derecho, del
principio de legalidad, donde la autoridad del Estado parece haber quedado
limitada a su poder coactivo en materia tributaria para los millones de
españoles –cada vez menos- que se levantan cada día para ganar honradamente su
pan de cada día. Para esos que se
desayunan cada día con noticias alusivas a la corrupción de unos y otros, de
las cuentas en Suiza, de las sociedades pantalla, del 3%, de las comisiones
millonarias que todos parecen conocer menos el fiscal, mientras escarban en sus bolsillos para juntar
un euro con el que pagar su café. Esos
que no entienden por qué carajo no existe una voz en el gobierno que se alce de
una vez, con la legitimidad que le dan millones de votos prestados por la
desesperación, para decir alto y claro un ¡Basta ya! que lo entiendan hasta los
que lamentan que aún se hable el castellano en
los colegios de Barcelona.
No podemos asistir inermes a un clima generalizado de
impunidad que se ha instalado en la sociedad española. No podemos permanecer
impasibles ante el desafío de quien presume ufano de pasarse por el arco del
triunfo el principio de legalidad contestado con un silencio cobarde y acomplejado
por parte de quienes representan las más altas magistraturas del Estado.
La misma sensación de apisonadora que provocan las
providencias de apremio del Ayuntamiento ante una leve infracción de tráfico
debe recaer de manera urgente sobre los genios de la disgregación que se
esconden bajo los hongos de cada aldea.
Los españoles necesitamos, ahora más que nunca, cuando se nos exigen sacrificios
sobrehumanos, que el Gobierno no haga dejación de su poder y utilice todos los
resortes que están a su disposición para demostrar que con el Estado de derecho no se juega. Hasta
las últimas consecuencias. Porque es muy posible que el ardor nacionalista acabe
arrugándose cuando el pueblo que no llega a fin de mes vea desfilar caminito de Jerez a los patriarcas
mesiánicos que se lo han estado llevando calentito con bolsas del corteinglés mientras se enfundaban en la bandera para
cubrir su propia iniquidad y su colosal desvergüenza.
LFU