Hoy hace diez años, una gran parte de la sociedad española, haciendo gala de una insolidaridad y cortoplacismo colosales, aplaudía pazguata uno de los mayores errores del Gobierno de José María Aznar: la supresión del servicio militar obligatorio, utilizado como moneda de cambio para obtener el apoyo del nacionalismo catalán.
La “mili” que los jóvenes de hoy no han tenido ocasión de conocer, era un elemento fundamental en la vertebración de la nación española, pues además de igualar durante unos meses a los que provenían de distintas cunas y diversos territorios en un servicio común y bajo una misma bandera, en ella se aprehendían una serie de valores como el sacrificio y la superación personal, el esfuerzo, la puntualidad, la disciplina, el honor y la lealtad, hoy totalmente en decadencia.
Sin duda el sistema era obsoleto y muy perfectible, pero la solución, lejos de su eliminación, era la modernización del sistema de reemplazos reduciendo el tiempo de servicio y compatibilizándolo con una necesaria profesionalización de las fuerzas armadas, siguiendo la estela de modelos como el alemán, que sigue ofreciendo magníficos resultados. Pero se escogió el camino más fácil y Trillo se encargó de certificar la defunción del servicio militar con una procaz alusión a la “puta mili” que produjo indignación y tristeza en muchos españoles que habíamos servido con orgullo a España durante un año de nuestra vida vistiendo el glorioso uniforme del mejor ejército del mundo.
Creo sinceramente que España no podía permitirse el lujo de prescindir de un antídoto tan eficaz contra el veneno de la disgregación inoculado por el nacionalismo separatista y de un elemento de vertebración social que permitía que los más afortunados ayudaran a los menos en una labor de alfabetización y aprendizaje de la que fui testigo privilegiado. Aún recuerdo la expresión de entusiasmo de un soldado apellidado Franca que redimía pena de cárcel en el servicio militar, al mostrarme –como hoy lo hace mi hija de seis años- que ya sabía escribir el nombre de su madre, que alguien le había grabado antes en su brazo, otrora perforado por los efectos de una droga mortal.
No hay duda de que el tiempo dulcifica los recuerdos, pero también de que los libera de lo contingente. Recuerdo como un gran honor el día de mi jura de bandera y sigo manteniendo gran amistad con algunos de los mandos, ciertamente ejemplares, que tuve en mi destino y entrañable con algunos de los que fueron mis compañeros de fatigas y superaciones. Hace unos días, un gran amigo que por razones profesionales ha estado mucho tiempo fuera de España, me confesaba que una de las razones del cierto desarraigo personal que sentía era no haber prestado el servicio militar y no tener “amigos de la mili”, ni recuerdos que evocar en momentos de exaltación nostálgica.
Desgraciadamente, no es de esperar que ningún político se arriesgue a proponer la restitución del servicio militar, pues sería excesivo el coste electoral de una sociedad poco acostumbrada al servicio y al sacrificio. Pero España merece un gran pacto nacional para recuperar uno de las mejores armas con las que cuenta la patria para neutralizar las fuerzas centrífugas que amenazan con su desaparición.
La “mili” que los jóvenes de hoy no han tenido ocasión de conocer, era un elemento fundamental en la vertebración de la nación española, pues además de igualar durante unos meses a los que provenían de distintas cunas y diversos territorios en un servicio común y bajo una misma bandera, en ella se aprehendían una serie de valores como el sacrificio y la superación personal, el esfuerzo, la puntualidad, la disciplina, el honor y la lealtad, hoy totalmente en decadencia.
Sin duda el sistema era obsoleto y muy perfectible, pero la solución, lejos de su eliminación, era la modernización del sistema de reemplazos reduciendo el tiempo de servicio y compatibilizándolo con una necesaria profesionalización de las fuerzas armadas, siguiendo la estela de modelos como el alemán, que sigue ofreciendo magníficos resultados. Pero se escogió el camino más fácil y Trillo se encargó de certificar la defunción del servicio militar con una procaz alusión a la “puta mili” que produjo indignación y tristeza en muchos españoles que habíamos servido con orgullo a España durante un año de nuestra vida vistiendo el glorioso uniforme del mejor ejército del mundo.
Creo sinceramente que España no podía permitirse el lujo de prescindir de un antídoto tan eficaz contra el veneno de la disgregación inoculado por el nacionalismo separatista y de un elemento de vertebración social que permitía que los más afortunados ayudaran a los menos en una labor de alfabetización y aprendizaje de la que fui testigo privilegiado. Aún recuerdo la expresión de entusiasmo de un soldado apellidado Franca que redimía pena de cárcel en el servicio militar, al mostrarme –como hoy lo hace mi hija de seis años- que ya sabía escribir el nombre de su madre, que alguien le había grabado antes en su brazo, otrora perforado por los efectos de una droga mortal.
No hay duda de que el tiempo dulcifica los recuerdos, pero también de que los libera de lo contingente. Recuerdo como un gran honor el día de mi jura de bandera y sigo manteniendo gran amistad con algunos de los mandos, ciertamente ejemplares, que tuve en mi destino y entrañable con algunos de los que fueron mis compañeros de fatigas y superaciones. Hace unos días, un gran amigo que por razones profesionales ha estado mucho tiempo fuera de España, me confesaba que una de las razones del cierto desarraigo personal que sentía era no haber prestado el servicio militar y no tener “amigos de la mili”, ni recuerdos que evocar en momentos de exaltación nostálgica.
Desgraciadamente, no es de esperar que ningún político se arriesgue a proponer la restitución del servicio militar, pues sería excesivo el coste electoral de una sociedad poco acostumbrada al servicio y al sacrificio. Pero España merece un gran pacto nacional para recuperar uno de las mejores armas con las que cuenta la patria para neutralizar las fuerzas centrífugas que amenazan con su desaparición.
LFU
4 comentarios:
Tengo 17 años y a mí también me parece fatal el que no haya servicio militar. Estoy seguro de que a muchos de mi generación, entre los que me incluyo, nos vendría muy bien.
Mire esta carta que acabo de encontrar:
http://www.abc.es/hemeroteca/historico-01-04-2001/abc/Cartas/la-mili-de-trillo_21689.html#
Ya veo que hay mucha gente que hecha de menos la mili.
Siento mucho disentir. Yo soy de los que todavía fueron "agraciados" con la mili. De hecho fui del único llamamiento que no hizo ni 12 ni 9 meses; que nos tocaron 11 por la poca vista de los políticos en la reduccíon de los tiempos de servicio... sería una historia demasido larga.
Mi mili fue buena, o sea, pocos fines de semana, en oficinas y en general sin problemas, aunque fuera de casa.
Pero eso no quita para que sea una absoluta y total pérdida de tiempo. Solo era ir pasando día tras día hasta que se acabara el castigo.
Desgraciadamente allí no se te enseñaba nada de nada, tan solo conocías una fauna tardoadolescente a la que antes no habías tenido acceso y que muchas veces encima eran tus superiores.
Me sorprende que pueda eso considerarse como algo identitario, anti disgregación... durante mi mili lo único que conocí fueron mandos que pasaban más tiempo en el hogar que en las oficinas (ya estábamos los soldaditos para currar) y que cuando tenían que viajar a funerales de compañeros asesinados por ETA no iban sin el dinero de la dieta casi por anticipado...
Para mí fue una experiencia realmente dolorosa y que acabó cuando tras licenciarme ví que el 90% de mis compañeros y el 100% de mis compañeras de carrera que no la habían hecho llevaban un año trabajando y a mí aún mme faltaban 15 meses para poder encontrar un primer empleo al otro lado del océano.
La postura fácil sería "ya que me joden a mí, pues a todos igual", pero yo para mis hijos no deseo en absoluto que les hagan eso.
Y respecto del anterior comentario, si quiere hacer la mili, lo tiene fácil, que la haga... el ejército necesita gente... pero no creo que al final dé el paso, ¿no crees?
un abrazo
Ángel J.
Estoy de acuerdo contigo al 120%, y pretendo también escribir algo al respecto en estos días.
Un abrazo.
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