7 de febrero de 2011
El subdelegado del Gobierno en Madrid, imputado por cerrar al culto la Basílica del Valle de los Caídos
Escribía Edmund Burke que «lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada».
Fueron muchos -la mayoría- los que pensaron que la suerte del Valle de los Caídos estaba echada cuando hace un año el Gobierno comenzó su estrategia de asedio al sagrado lugar, primero cerrando el recinto a las vistas tras sucesivas excusas, clausurando después la puerta principal para iniciar un desmontaje-trampa de La Piedad que tuvo que paralizar, obligando a quien acudía a misa a utilizar accesos recónditos y molestos, retirando las flores de las tumbas de Francisco Franco y José Antonio, tratando de borrar con disolvente parte de los frescos de la cúpula, etc...
Si por ellos hubiera sido, estoy seguro de que el Valle de los Caídos hubiese cerrado para siempre. Pero estos profetas de salón no contaban con el poder de la oración de la Comunidad Benedictina, ni con la determinación de miles de personas que decidieron hacer frente al todopoderoso aparato gubernamental. El 7 de noviembre asistí a las 11 de la mañana, bajo un intenso frío a la celebración de la eucaristía más emocionante que recuerdo, a las puertas del recinto, con la Comnunidad Benedictina y la escolanía al completo y el Santísimo sobre una caja de Cartón que lo resguardaba de la hierba mojada del frío rocío de la mañana. «Si no podéis venir a mí, yo iré a vosotros» recordaba el Padre Santiago Cantera en una homilía épica y emocionante. Esa fue la señal de la rebeldía que fue calando en miles de personas que, a partir de aquél día, domingo tras domingo, desafiaron -desafiamos- las inclemencias meteorológicas y el omnímodo poder de un gobierno injusto para acompañar a Dios en el Santo Sacrificio de la misa. Perdieron el miedo.
Yo contemplé con mis propios ojos, la cara de aturdimiento de los guardias civiles y comisarios políticos -que de todo había- ante el recogimiento y la emoción de aquella misa que habían tratado de impedir, mientras dejaban franco el paso a autobuses de asiáticos turístas. Aquellos guardias que con insolencia y prepotencia supinas, decían cumplir órdenes, no eran conscientes -o preferían no pensarlo- de que tales órdenes eran ilegales y no estaban obligados a cumplirlas.
Pues bien, algunos hombres buenos decidieron denunciarlo y hoy hemos sabido la noticia de que El subdelegado del Gobierno en Madrid, Ricardo García García, y un sargento de la Guardia Civil tendrán que declarar como imputados en el juzgado de instrucción número 4 de San Lorenzo del Escorial por un presunto delito contra la libertad de culto y religiosa.
Ayer volví al lugar con mi mujer y mis hijas. Eran miles las personas que habían acudido al Valle a disfrutar de un luminoso día de primavera adelantada con la nieve todavía fresca, y a acompañar a la Comunidad benedictina en las misas del domingo.
Seguramente muchos de ellos dieron por amortizado el lugar ante el acoso del gobierno y decidieron ponerse de perfil. Hoy pueden volver allí con sus familias y respirar la paz y el aire limpio de uno de los lugares más soberbios de la tierra, presidido por la mayor Cruz que jamás haya levantado el hombre.
Lo que nos demuestra que el mal puede ser vencido. Tan sólo es necesario no tener miedo.
LFU
El articulo y opinión que se da, es la realidad de lo ocurrido, que por cortesía no hace leña con la ideología que motivó el desafuero. Lo cierto es que en el gobierno socialista español tenemos personajes que enarbolando la bandera democrática –son iguales a los dictadores que persiguen. Y si en esta ocasión y caso no han conseguido lo que pretendían, eso es por milagro; pues a punto han estado de salir victoriosos en su cerril comportamiento. Y si en estos momentos de gran confusión –de algo podemos alegrarnos–, ese algo es de la facilidad con la que corren las noticias, y ya no es tan fácil engañar a la gente, como antes se la engañó. Si el engaño hubiera sido una realidad el Valle de los Caídos ya no existiría.
ResponderEliminarSo. Andrés Castellano Martí. Gracias.