Con el permiso del resto de los familiares del mismo apellido, me refiero al que va camino de pasar a la posteridad con más pompa en los rincones de la Wikipedia, merced a su patético apoyo al presunto prevaricador Baltasar Garzón.
Lo cierto es que pocos teníamos alguna idea –más bien remota- de la biografía de Carlos Jiménez Villarejo, pues nunca destacó especialmente por su brillantez, eficacia y seriedad en su oficio de fiscal anticorrupción cargo creado ad hoc en las postrimerías del felipismo agonizante. Se trata, por tanto, de un hombre de biografía predominantemente gris, pero decidido en el ocaso de su vida a no resignarse con el anonimato de una apacible y modesta jubilación.
Y es que Villarejo, hablando en términos taurinos, ha roto en un valiente retrospectivo. Él, cuya carrera de fiscal se inició durante el régimen del 18 de julio, al que sirvió diligentemente formulando acusaciones sin descanso durante trece años sin que se le conociese una voz más alta que otra, sin haberse hecho acreedor a la medalla de “yo-también-corrí-delante-de-los-grises” y ascendiendo igual que el resto de los fiscales de su promoción, ya ofreció una primera muestra de su coraje y valor heróico cuando, con un Franco agonizante, corrió a hacerse el carnet del PSUC, que entonces daba mucho caché. Todo un valiente.
Muerto Franco en la cama del hospital, prefirió no dar muestras de su furia cainita en los años que siguieron, sin duda porque estaba reservando todo su coraje para cuando de verdad tuviera mérito salir del armario de su sectarismo.
Y es ahora, cuando España asiste anestesiada al baile de los zombies guerracivilistas que bailan al ritmo que le marca el gobierno del infame, cuando el poder mediático de la secta se ha hecho más omnipresente que nunca, cuando no hay un alma –o casi ninguna- que se atreva a toser al pensamiento único antifranquista, en una palabra, cuando más arriesgado resulta proclamar las maldades de la «oprobiosa», sale Don Carlos con su armadura, dispuesto a derribar cual Quijote lanza en ristre todos los molinos de viento que puedan quedar en pie de Francisco Franco, cuyo nombre se empeña en seguir presidiendo su licenciatura.
Me estremece su valentía y su coraje, que sin duda no podrán ser recompensados suficientemente –ni de lejos- con las Cruces de Sant Jordi y las conferencias que tan justamente le esperan, que confío en que le reporten –como a su menesteroso y desamparado amigo Garzón- pingues beneficios que hagan de su merecido retiro, un remanso de paz, de lujo y de gloria, que sólo se merecen los valientes como él.
LFU
Lo cierto es que pocos teníamos alguna idea –más bien remota- de la biografía de Carlos Jiménez Villarejo, pues nunca destacó especialmente por su brillantez, eficacia y seriedad en su oficio de fiscal anticorrupción cargo creado ad hoc en las postrimerías del felipismo agonizante. Se trata, por tanto, de un hombre de biografía predominantemente gris, pero decidido en el ocaso de su vida a no resignarse con el anonimato de una apacible y modesta jubilación.
Y es que Villarejo, hablando en términos taurinos, ha roto en un valiente retrospectivo. Él, cuya carrera de fiscal se inició durante el régimen del 18 de julio, al que sirvió diligentemente formulando acusaciones sin descanso durante trece años sin que se le conociese una voz más alta que otra, sin haberse hecho acreedor a la medalla de “yo-también-corrí-delante-de-los-grises” y ascendiendo igual que el resto de los fiscales de su promoción, ya ofreció una primera muestra de su coraje y valor heróico cuando, con un Franco agonizante, corrió a hacerse el carnet del PSUC, que entonces daba mucho caché. Todo un valiente.
Muerto Franco en la cama del hospital, prefirió no dar muestras de su furia cainita en los años que siguieron, sin duda porque estaba reservando todo su coraje para cuando de verdad tuviera mérito salir del armario de su sectarismo.
Y es ahora, cuando España asiste anestesiada al baile de los zombies guerracivilistas que bailan al ritmo que le marca el gobierno del infame, cuando el poder mediático de la secta se ha hecho más omnipresente que nunca, cuando no hay un alma –o casi ninguna- que se atreva a toser al pensamiento único antifranquista, en una palabra, cuando más arriesgado resulta proclamar las maldades de la «oprobiosa», sale Don Carlos con su armadura, dispuesto a derribar cual Quijote lanza en ristre todos los molinos de viento que puedan quedar en pie de Francisco Franco, cuyo nombre se empeña en seguir presidiendo su licenciatura.
Me estremece su valentía y su coraje, que sin duda no podrán ser recompensados suficientemente –ni de lejos- con las Cruces de Sant Jordi y las conferencias que tan justamente le esperan, que confío en que le reporten –como a su menesteroso y desamparado amigo Garzón- pingues beneficios que hagan de su merecido retiro, un remanso de paz, de lujo y de gloria, que sólo se merecen los valientes como él.
LFU
El señor Jiménez Villarejo, otro oportunista más en esta deplorable democracia que ha convertido el PSOE en una dictadura de izquierdas en la práctica. Pero no nos preocupemos, hay que seguir luchando por liberar a España de esta gentuza sociata.
ResponderEliminarSaludos, LFU.
¡Arriba España!