9 de octubre de 2009

«Los Gladiadores» de Arthur Koester


Titulo: Los Gladiadores.
Autor: Arthur Koestler.
Editorial: Pocket Edhasa


«Los Gladiadores», además de una novela histórica, fue una suerte de terapia personal para el autor, abrumado por sus vivencias personales y políticas en los años 30, y, a consecuencia de lo anterior, resulta una reflexión profunda sobre el sentido de la acción política revolucionaria y sobre todo de las razones que la justifican.

El autor, Arthur Koestler (n. 1905) fue un hombre profundamente inmerso en el acontecer político de la Europa del siglo XX. Húngaro de origen judío, poseedor de dos lenguas maternas la alemana y el húngaro, a la que posteriormente añadió el inglés y de talento literario, estaba dotado de una fina y acerada inteligencia. Tras abandonar su fe judía, militó en su juventud en el partido comunista durante 7 años (1931-1938). Fue tiempo suficiente para deslumbrarse por la utopía soviética y luchar por ella (participó en la Comuna revolucionaria de Bela Kun en Hungría), desengañarse por su atroz realidad de purgas infinitas que conoció de primera mano y vacunarse para siempre del mesianismo socialista. Desde entonces y con la publicación de su obra Darkness at noon (1941) (traducida al español como «el cero y el infinito») fue un destacada figura anticomunista en el panorama literario mundial. Nunca pudo volver a su país de origen. Se suicidó en 1983 estando gravemente enfermo.

Los Gladiadores cuenta con un trabajo muy cuidado de documentación arqueológica e histórica que soporta con mucha dignidad toda la ambientación histórica y que dota al relato de un fuerte realismo. La novela aborda el hecho histórico de la rebelión de esclavos capitaneada por Espartaco. Si fuera una mera novela histórica resultaría interesante pero desigual desde el punto de vista narrativo. Existen situaciones y parlamentos que lastran algo la acción pero que deben ser interpretadas en la doble lectura insinuada en mi párrafo de apertura. La narración de la rebelión espartaquista en Roma en el siglo I, antes de Cristo, es una excusa y un medio para tratar la revolución soviética y en cierto modo, toda acción política.

En ese doble marco de lectura, aparece un análisis marxista de la economía y de la sociedad no desprovisto de brillantez, una visión sobre el proceso revolucionario, sus inevitables atajos y las razones de los mismos, y sobre todo una interrogación sobre los límites éticos de toda actuación política. El planteamiento de los fines y los medios se aborda de una forma clara y evidente, y la narración lo aguanta pues aborda un universal siempre de actualidad.

Hay que tener presente que el libro se escribe entre 1935 y 1939, y que el progresivo distanciamiento de Koestler con el activismo comunista está latente en la acción, en el desarrollo de la trama y se nota. Hay que reconocer la enorme honestidad intelectual de Koestler al denunciar ya en 1938 el fracaso de todo proceso revolucionario, al describir la inevitable crueldad sanguinaria que la propia dinámica de dichos procesos implica, a pesar de iniciales razones legítimas.

Resulta curioso que Koestler, en este libro, vuelve la mirada a sus orígenes judíos, de hecho la argumentación política concreta de la rebelión de esclavos se soporta a través de uno de los personajes que pertenecía a la secta esenia. Lo cierto, es que el desengaño revolucionario que de algún modo cuenta esta novela no culminó con el abrazo de su fe ancestral ni tampoco de la fe cristiana, como de algún modo subrepticio parece insinuarse, su salto se quedó en una abrazo esperanzado a la ciencia que, no pudo satisfacer, en última instancia, su enorme inquietud y sed de respuestas. Al respecto, termino con las palabras de Vintila Horia sobre Koestler con motivo de su muerte: “Koestler pudo haber sido uno de los espíritus más abiertos y constructivos de nuestro siglo. Del mismo modo en que Pascal, en un momento revelador y crucial de su vida, escogió la religión y abandonó la ciencia, Koestler abandonó la religión (su religión marxista) y se convirtió a la ciencia. Sus libros, en este sentido, son tan buenos como sus novelas y reportajes escritos durante su época marxista y que culminan con su El cero y el infinito, novela en cuyas páginas asistimos a su cambio interior y a su adhesión a una posición anticomunista. Esto, sin embargo, no fue suficiente. Su mente preclara logró empaparse de muchos conocimientos científicos actuales y comprendió el papel revolucionario que la ciencia interpretó en este umbral de los nuevos tiempos. Pero no llegó jamás a sacudirse de encima la última partícula de polvo materialista y tampoco el pesimismo que acompaña al agnóstico. (El que vive dentro del mal y lo practica sufre mucho más que sus víctimas, afirmaba el poeta Boecio en su De consolatione philosophiae, afirmando implícitamente que el remordimiento y el dolor acompañan permanentemente al hombre que triunfa dentro del mal). Olvidar el hecho fundamental de que, durante muchos años, uno haya sido el cómplice de los campos de concentración estalinistas y de las torturas anímicas y somáticas del universo leninista, no es nada fácil. Sólo la oración y la penitencia nos pueden salvar en casos así, como al piloto que arrojó su bomba sobre Hiroshima. Koestler llegó hasta las cercanías de la cumbre, pero no descubrió en el vasto horizonte que la ciencia abría ante sus ojos, más que destrucción y miseria.”

César U-M





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