Esta vez le ha tocado en suerte a José Antonio Primo de Rivera, en Barcelona. Un José Antonio tocado -paradójicamente- por la varita putrefacta de la Ley de Memoria Histórica, ya que no tuvo siquiera la posibilidad de ser sospechoso de franquista, represor o contendiente, porque ya se ocupó el gobierno del Frente Popular de fusilarlo "democráticamente" con la debida antelación y arrojarlo a una fosa común.
Un hombre que escribió en el umbral de su muerte el mejor de los testamentos políticos que jamás se han podido leer: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia".
Una palabra limpia que no encaja en esta atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa, que preside nuestra existencia.
Posiblemente su lugar será ocupado, ahora, por otro monumento a Companys que como todo el mundo sabe, era el epítome de la moderación y del respeto al adversario. O mejor, por el torturador Julián Grimau, ejemplo de concordia para los catalanes a muchos de los cuales facilitó el eterno descanso. En todo caso, algo que enaltezca más la pútrida estela de una sociedad mayortariamente envilecida.
Recomiendo la carta que un catalán, Francisco Requena Paredes, ha enviado a diversos foros. Una voz que clama en el desierto para que no pueda decirse que todo es silencio, indignidad ni deserción.
LFU
Qué impotencia ver que el mundo se construye con tantas mentiras interesadas y partidistas.
ResponderEliminarJoder! qué cabreos me cojo...
Nacho.