El 18 de julio pasado abordaba el asunto de la letra del himno nacional con las siguientes palabras, que la realidad ha convertido en proféticas:
"Yo quiero pronunciarme desde aquí, de forma clara, en contra de ponerle una letra a nuestro himno. De hecho, Franco se negó siempre a oficializar letra alguna porque, conociendo el temperamento español, era consciente de lo contingente de cualquier texto y del riesgo que correría cualquier letra aprobada bajo su mando cuando los vientos cambiaran. Y es que, con la que está cayendo, sólo falta que el Gobierno se dedique a estos menesteres, designando una comisión de expertos, encabezada por Saramago, Sabina, Cebrián, Pradera, Zerolo y demás ilustres (perdón, me olvidaba de Mayor Zaragoza que siempre da reumbrón). Podéis imaginar la letra. Un batiburrillo de solidaridad, libertad, igualdad, progreso, democracia y paz. ¡Qué pereza!.
Que lo dejen como está. A mí me emociona oirlo porque lo siento mío y es de las pocas cosas que nos unen a todos, por encima de credos e ideologías. No quiero tener que aguantar a la progresía desafinando una letra plagada de blandenguería con la que estoy seguro no me identificaré y que, desde luego, me negaré a cantar."
Hoy la letra ya está en todos sitios. Una letra que parece recién salida del mandil del Gran Maestre de la Gran Logia de España: libertad, hermandad, democracia y paz. ¡Qué emoción! Sólo les ha faltado -como diría el gran Foxá- una referencia al Sistema Metrico Decimal para que todos podamos sentirnos identificados.
Lo digo ahora y lo cumpliré. Si esa es finalmente la letra que se oficializa, prometo sellar mis labios cada vez que suene el himno nacional para no ser cómplice de una colosal horterada. ¡Inmenso mar!
LFU
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