Reproduzco a continuación, por su objetividad, concisión y justicia, el análisis que José Javier Esparza hace de Francisco Franco en http://www.elmanifiesto.com/ en la víspera de que se cumplan 32 años de su fallecimiento en la habitación de un hospital de la Seguridad Social. Otro día hablaré de la sensación de clandestinidad que empieza a invadirnos a quienes osamos defender su memoria....
Nos crucificarán por esto, pero ¿acaso no es verdad? Francisco Franco ha sido la personalidad política más decisiva del siglo XX en España. Sin duda es posible formular juicios positivos y, alternativamente, negativos sobre la persona y sobre su obra, pero parece indiscutible que el siglo XX, en la Historia de España, es el siglo de Franco, y que así debería ser recordado. Porque la era de Franco representa, estrictamente, la incorporación plena de España a la modernidad. Y ese debería ser su lugar en la Historia, más allá de leyes de memoria coercitiva. En la Historia, y no en el debate político, porque, treinta y dos años (¡treinta y dos!) después de su muerte, ¿qué sentido tiene hablar de Franco como si aún estuviera vivo? ¿Y a quién le interesa que Franco siga vivo? ¿Que no sea, simplemente, Historia?
Franco recoge simultáneamente dos herencias del XIX: la del reformismo conservador y regeneracionista –pensemos en aquel “cirujano de hierro” que Costa reclamaba- y la del pensamiento tradicional, ambas actualizadas en el primer tercio del siglo posterior. Desde esa trayectoria, Franco encabeza el Gobierno del país durante casi cuarenta años. Bajo Franco se opera la gran transformación de la nación desde un paisaje casi decimonónico hasta una modernidad plena en lo social y en lo económico, con unas amplias clases medias y un elevadísimo grado de industrialización. Desaparecido Franco, el Estado queda bajo el gobierno de personas e instituciones por él designadas. Todo eso acontece entre 1936 y 1978, si se acepta la convención –no del todo rigurosa- de cerrar la era de Franco con la Constitución que restaura la monarquía parlamentaria. En definitiva, con Franco tienen lugar las transformaciones más importantes de la España moderna. Por eso es la figura política decisiva de nuestro siglo XX.
Valoraciones negativas (y positivas)
Reconocer este carácter decisivo de Franco no impide, por supuesto, formular valoraciones negativas. Desde una perspectiva monárquica, puede reprochársele no haber devuelto el trono a sus titulares una vez lograda la pacificación del país. Desde una perspectiva liberal, puede reprobarse que la España de Franco limitara el pluralismo de fuerzas políticas, que mantuviera un perfil tradicional en cuanto a normas y convenciones sociales y que otorgara un peso tan obvio al Estado dentro del tejido industrial. Desde una perspectiva democrática, puede criticarse que el régimen no se preocupara por establecer cauces para la participación política de los ciudadanos, ni siquiera bajo la forma –nunca bien asentada- de la democracia orgánica. Desde una perspectiva socialista o comunista, como es obvio, se podrá censurar a Franco por haber frustrado la experiencia revolucionaria del Frente Popular. Inversamente, desde una perspectiva tradicionalista podrá achacarse al régimen del 18 de julio su progresivo alejamiento de las formas sociales y políticas derivadas del prístino modelo tradicional, del mismo modo que, desde una perspectiva falangista, se le ha afeado su abandono de la “revolución pendiente”. Todas estas objeciones de parte a la política de Franco son admisibles y pueden ser sometidas a discusión: todas ellas arrojarán luz sobre rasgos profundos de nuestra historia. Pero ninguno de estos reproches menoscaba la dimensión histórica del personaje, su cualidad de figura decisiva del siglo XX español.
Junto a las reprobaciones, sería de justicia consignar los méritos y las aportaciones objetivas, que podemos sintetizar en una sola afirmación: Franco contribuyó a resolver el tradicional “problema de España”. Desde la España invertebrada de Ortega, los principales puntos de quiebra del edificio nacional habían sido identificados con nitidez: la división entre las clases sociales, la división entre las regiones, la división entre los partidos –esa triple división que luego José Antonio recogería en un célebre discurso. Y la superación de tales divisiones era el horizonte esencial de todo proyecto reformador. La II República fracasó trágicamente en el reto: no fue capaz de resolver la cuestión social sino por la vía violenta de la lucha de clases, no fue capaz de solucionar el problema regional sino mediante cesiones infinitas al impulso de la periferia, y no fue capaz de solucionar el problema político –doblado, por cierto, con la cuestión religiosa- sino mediante la aniquilación física del contrario. Franco no solucionó definitivamente estos tres problemas, pero, a su muerte, el balance era incomparablemente mejor que en 1939: las divisiones sociales se habían reducido decisivamente gracias al formidable desarrollo económico, que permitió el nacimiento de una anchísima clase media; en ese paisaje social, las divisiones políticas perdieron casi por completo su tensión revolucionaria; respecto al problema territorial, nadie podrá decir que en 1975 era más grave que cuarenta años antes o que treinta años después.
Estos elementos que aquí consignamos forman parte del juicio de la Historia. Son opinables, discutibles, y nadie podrá considerar perjudicial que se sometan a debate. De hecho, ese debería ser estrictamente el lugar de Franco, treinta años después de su muerte, en la vida pública española: un objeto de estudio. Pero, por desgracia, la imagen de Franco en la España actual no tiene nada que ver con la serena ponderación del juicio histórico. Al contrario, la era de Franco y su propia persona aparecen esperpénticamente deformadas bajo una perspectiva que oscila entre la mitología de masas y el folletón sentimental, y donde el general desempeña siempre el papel tópico del Malvado por antonomasia. Sin excepción conocida, quienes hemos tratado de acercarnos a la figura de Franco y a su régimen desde una perspectiva fría, neutra, racional, hemos cosechado la reacción airada de los defensores del orden. Se diría que hemos violado un terrible tabú, como quien osa mirar a los ojos del Gran Monstruo.
La realidad y el mito
Franco se nos presenta hoy, en la rutinaria vulgata de los medios de comunicación y del discurso público, como un general que dio un golpe de Estado para arrasar la legalidad republicana y que instauró un régimen fascista que oprimió violentamente a los españoles hasta el día en que el dictador expiró. Esta descripción, que es la que podría proponer cualquier bachiller relativamente adelantado (los otros ni siquiera sabrían definir el objeto), es fruto del tenaz trabajo propagandístico que ha buscado legitimar al sistema de 1978 por oposición al régimen del 18 de julio. Pero es una imagen sencillamente falsa. Franco no dio un golpe de Estado: se sumó a él en el último momento y cuando la sublevación ya estaba en marcha. Franco no arrasó la legalidad republicana: ésta ya había sido desmantelada desde las propias instituciones de la República por el gobierno del Frente Popular, si no antes. Franco no instauró un régimen fascista: el régimen no tuvo de fascista más que ciertos aspectos litúrgicos, formales, y generalmente limitados a los años cuarenta. Franco no oprimió violentamente a los españoles: excluido el periodo de la represión de la posguerra, la oposición a Franco fue tan minoritaria que no exigió grandes despliegues represivos; mucho menores, en todo caso, que los ejecutados por los regímenes totalitarios o autoritarios que le fueron contemporáneos en Europa. Y ese es, en definitiva, el gran drama de la posteridad de Franco: el país que él gobernó ha desdibujado su figura hasta hacerla irreconocible.
¿Quién fue Franco? Esencialmente, un general que, por trágicos azares políticos, condujo a España desde una pre-modernidad traumática hacia una modernidad prácticamente completa. En este carácter mixto de militar y político, doblado por una mixtura paralela de reformador y conservador, se condensa toda la singularidad histórica y también individual de la persona de Franco y de su obra, así como todas sus contradicciones.
En lo que concierne a España, es sencillamente insensato que nuestra vida pública no ose mirar de frente a su propio pasado: es como si, de algún modo, nuestra democracia se avergonzara de sí. Lo cual tal vez explica esa descabellada operación, promovida por el actual Gobierno, de retrotraer el debate público ya no a 1978, sino a 1931. De Largo Caballero a Corto Zapatero, camino de ida y vuelta, como si tres cuartos de siglo de historia de España no hubieran existido jamás. Algo así sólo puede ocurrir en una sociedad enferma. Más exactamente: en una sociedad enferma de sí misma, como el neurótico que se mira al espejo y siente una profunda extrañeza de sí y un intenso odio de su propia imagen. Y dentro del diagnóstico, tal vez, quepa incluir ese rasgo patológico que consiste en negar quién y cómo incorporó a España a una modernidad plena. Negar, en fin, que Franco es la figura política decisiva del siglo XX español.
Nos crucificarán por esto, pero ¿acaso no es verdad? Francisco Franco ha sido la personalidad política más decisiva del siglo XX en España. Sin duda es posible formular juicios positivos y, alternativamente, negativos sobre la persona y sobre su obra, pero parece indiscutible que el siglo XX, en la Historia de España, es el siglo de Franco, y que así debería ser recordado. Porque la era de Franco representa, estrictamente, la incorporación plena de España a la modernidad. Y ese debería ser su lugar en la Historia, más allá de leyes de memoria coercitiva. En la Historia, y no en el debate político, porque, treinta y dos años (¡treinta y dos!) después de su muerte, ¿qué sentido tiene hablar de Franco como si aún estuviera vivo? ¿Y a quién le interesa que Franco siga vivo? ¿Que no sea, simplemente, Historia?
Franco recoge simultáneamente dos herencias del XIX: la del reformismo conservador y regeneracionista –pensemos en aquel “cirujano de hierro” que Costa reclamaba- y la del pensamiento tradicional, ambas actualizadas en el primer tercio del siglo posterior. Desde esa trayectoria, Franco encabeza el Gobierno del país durante casi cuarenta años. Bajo Franco se opera la gran transformación de la nación desde un paisaje casi decimonónico hasta una modernidad plena en lo social y en lo económico, con unas amplias clases medias y un elevadísimo grado de industrialización. Desaparecido Franco, el Estado queda bajo el gobierno de personas e instituciones por él designadas. Todo eso acontece entre 1936 y 1978, si se acepta la convención –no del todo rigurosa- de cerrar la era de Franco con la Constitución que restaura la monarquía parlamentaria. En definitiva, con Franco tienen lugar las transformaciones más importantes de la España moderna. Por eso es la figura política decisiva de nuestro siglo XX.
Valoraciones negativas (y positivas)
Reconocer este carácter decisivo de Franco no impide, por supuesto, formular valoraciones negativas. Desde una perspectiva monárquica, puede reprochársele no haber devuelto el trono a sus titulares una vez lograda la pacificación del país. Desde una perspectiva liberal, puede reprobarse que la España de Franco limitara el pluralismo de fuerzas políticas, que mantuviera un perfil tradicional en cuanto a normas y convenciones sociales y que otorgara un peso tan obvio al Estado dentro del tejido industrial. Desde una perspectiva democrática, puede criticarse que el régimen no se preocupara por establecer cauces para la participación política de los ciudadanos, ni siquiera bajo la forma –nunca bien asentada- de la democracia orgánica. Desde una perspectiva socialista o comunista, como es obvio, se podrá censurar a Franco por haber frustrado la experiencia revolucionaria del Frente Popular. Inversamente, desde una perspectiva tradicionalista podrá achacarse al régimen del 18 de julio su progresivo alejamiento de las formas sociales y políticas derivadas del prístino modelo tradicional, del mismo modo que, desde una perspectiva falangista, se le ha afeado su abandono de la “revolución pendiente”. Todas estas objeciones de parte a la política de Franco son admisibles y pueden ser sometidas a discusión: todas ellas arrojarán luz sobre rasgos profundos de nuestra historia. Pero ninguno de estos reproches menoscaba la dimensión histórica del personaje, su cualidad de figura decisiva del siglo XX español.
Junto a las reprobaciones, sería de justicia consignar los méritos y las aportaciones objetivas, que podemos sintetizar en una sola afirmación: Franco contribuyó a resolver el tradicional “problema de España”. Desde la España invertebrada de Ortega, los principales puntos de quiebra del edificio nacional habían sido identificados con nitidez: la división entre las clases sociales, la división entre las regiones, la división entre los partidos –esa triple división que luego José Antonio recogería en un célebre discurso. Y la superación de tales divisiones era el horizonte esencial de todo proyecto reformador. La II República fracasó trágicamente en el reto: no fue capaz de resolver la cuestión social sino por la vía violenta de la lucha de clases, no fue capaz de solucionar el problema regional sino mediante cesiones infinitas al impulso de la periferia, y no fue capaz de solucionar el problema político –doblado, por cierto, con la cuestión religiosa- sino mediante la aniquilación física del contrario. Franco no solucionó definitivamente estos tres problemas, pero, a su muerte, el balance era incomparablemente mejor que en 1939: las divisiones sociales se habían reducido decisivamente gracias al formidable desarrollo económico, que permitió el nacimiento de una anchísima clase media; en ese paisaje social, las divisiones políticas perdieron casi por completo su tensión revolucionaria; respecto al problema territorial, nadie podrá decir que en 1975 era más grave que cuarenta años antes o que treinta años después.
Estos elementos que aquí consignamos forman parte del juicio de la Historia. Son opinables, discutibles, y nadie podrá considerar perjudicial que se sometan a debate. De hecho, ese debería ser estrictamente el lugar de Franco, treinta años después de su muerte, en la vida pública española: un objeto de estudio. Pero, por desgracia, la imagen de Franco en la España actual no tiene nada que ver con la serena ponderación del juicio histórico. Al contrario, la era de Franco y su propia persona aparecen esperpénticamente deformadas bajo una perspectiva que oscila entre la mitología de masas y el folletón sentimental, y donde el general desempeña siempre el papel tópico del Malvado por antonomasia. Sin excepción conocida, quienes hemos tratado de acercarnos a la figura de Franco y a su régimen desde una perspectiva fría, neutra, racional, hemos cosechado la reacción airada de los defensores del orden. Se diría que hemos violado un terrible tabú, como quien osa mirar a los ojos del Gran Monstruo.
La realidad y el mito
Franco se nos presenta hoy, en la rutinaria vulgata de los medios de comunicación y del discurso público, como un general que dio un golpe de Estado para arrasar la legalidad republicana y que instauró un régimen fascista que oprimió violentamente a los españoles hasta el día en que el dictador expiró. Esta descripción, que es la que podría proponer cualquier bachiller relativamente adelantado (los otros ni siquiera sabrían definir el objeto), es fruto del tenaz trabajo propagandístico que ha buscado legitimar al sistema de 1978 por oposición al régimen del 18 de julio. Pero es una imagen sencillamente falsa. Franco no dio un golpe de Estado: se sumó a él en el último momento y cuando la sublevación ya estaba en marcha. Franco no arrasó la legalidad republicana: ésta ya había sido desmantelada desde las propias instituciones de la República por el gobierno del Frente Popular, si no antes. Franco no instauró un régimen fascista: el régimen no tuvo de fascista más que ciertos aspectos litúrgicos, formales, y generalmente limitados a los años cuarenta. Franco no oprimió violentamente a los españoles: excluido el periodo de la represión de la posguerra, la oposición a Franco fue tan minoritaria que no exigió grandes despliegues represivos; mucho menores, en todo caso, que los ejecutados por los regímenes totalitarios o autoritarios que le fueron contemporáneos en Europa. Y ese es, en definitiva, el gran drama de la posteridad de Franco: el país que él gobernó ha desdibujado su figura hasta hacerla irreconocible.
¿Quién fue Franco? Esencialmente, un general que, por trágicos azares políticos, condujo a España desde una pre-modernidad traumática hacia una modernidad prácticamente completa. En este carácter mixto de militar y político, doblado por una mixtura paralela de reformador y conservador, se condensa toda la singularidad histórica y también individual de la persona de Franco y de su obra, así como todas sus contradicciones.
En lo que concierne a España, es sencillamente insensato que nuestra vida pública no ose mirar de frente a su propio pasado: es como si, de algún modo, nuestra democracia se avergonzara de sí. Lo cual tal vez explica esa descabellada operación, promovida por el actual Gobierno, de retrotraer el debate público ya no a 1978, sino a 1931. De Largo Caballero a Corto Zapatero, camino de ida y vuelta, como si tres cuartos de siglo de historia de España no hubieran existido jamás. Algo así sólo puede ocurrir en una sociedad enferma. Más exactamente: en una sociedad enferma de sí misma, como el neurótico que se mira al espejo y siente una profunda extrañeza de sí y un intenso odio de su propia imagen. Y dentro del diagnóstico, tal vez, quepa incluir ese rasgo patológico que consiste en negar quién y cómo incorporó a España a una modernidad plena. Negar, en fin, que Franco es la figura política decisiva del siglo XX español.
8 comentarios:
Que a los 32 años de la muerte de este señor, se siga abarrotando una de la mayores basilicas de España, para prestarle sentido homenage, por parte de de muchas familias completas, es una muestra de algo. No se si existe algún caso igual en la Historia, desde luego en la de España, no tiene precedentes. Y si no hubiese tenido un papel tan importante en nuestra Historia, por qué siguen acudiendo cada año con motivo del aniversario de su muerte periodistas de distintas partes del mundo, interesados en recoger testimonios de aquella época?
yo no se como podeis defender a un dictador que lounica que hizo fue destuir el pais diciendo que la unia porque haora caa vez mas España se desmiembra .
I que se desmiembre ¡¡¡
Amunt catalunya
Al tipo de Cataluña que dice (muy mal, por cierto) que Franco destruía "el país": Franco construyó la España en la que hoy vivimos. Franco evitó una dictadura marxista. Franco ganó una guerra en defensa de la Fe (ahí están los cientos de beatificados y canonizados), unió España... y se murió en la cama sin que nadie tuviera valor para echarlo del poder (si una décima parte de los que dicen que lucharon contra él lo hubieran hecho, no habría durado 40 años).
Franco es el auténtico motor del auge de Cataluña y el País Vasco durante buena parte del siglo XX, apostando por estas regiones como polos de desarrollo. Construyó infraestructuras en estas regiones que otras no pudieron disfrutar hasta mucho después... y nadie pareció quejarse demasiado. De hecho, veraneaba en San Sebastián entre el clamor popoular.
Por otra parte, su legislación laboral fue la más protectora del trabajador que existía en su tiempo (Fuero del Trabajo); su modernización económica, incuestionable; su visión para las infraestructuras, muy clara; y la creación del Turismo como industria nacional empezó con él. Sobre todo, ganamos 40 años de paz.
Por cierto, la legitimidad del Rey actual deviene de Franco, no es dinástica (hubiera correspondido a su padre, que no renunció a ella hasta ya empezada la monarquía de su hijo).
Déjate de frases hechas y estereotipos fáciles y respeta lo mucho de bueno que hizo.
Al de "Amunt Catalunya", le quiero decir efectivamente, Franco fue un dictador. Gracias a eso España vivió en paz hasta el día de hoy, después de vivir 3 guerras civiles (las carlistas) en el S. XIX, otra en el XX y dos Repoúblicas que se revelaron como nefastas para España (quizá no sabemos vivir en un régimen republicano y sí en una monarquía parlamentaria). En cuanto a los "antifranquistas" (parece ser que cada vez hay más, es de risa)creo que pudieron vivir -la mayoría- en un régimen de más libertades que las que tuvieron los "anticomunistas" que hubo tras el telón de acero, tipo Rumanía, o actualmente en dictaduras como la cubana, o norcoreana. Si es así, que se vayan a estos países y nos dejen en paz al resto. Ah, y si no te sientes español no pasa nada, yo no me siento catalán y no me dedico a quejarme todo el día de vosotros (no sabéis hacer otra cosa, los nacionalistas)
Al anónimo catalán sólo decirle que la desmembración de España, de producirse, no podrá anotarse en el debe de Francisco Franco. Como le supongo admirador del delincuente Lluis Companys, cuyo respeto por la legalidad quedó demostrado con creces al apoyar la revolución de octubre de 1934 proclamando el Estado Catalán y luego con la sangrienta represión desarrollada sobre todo en los primeros años de la contienda en Barcelona, creo que no necesitarán poner flores a Franco el día 11 de septiembre por haber colaborado a la secesión de Cataluña. Pero Franco hizo bastante más por Cataluña que todos los partidos nacionalistas en 30 años, en detrimento de las regiones menos afortunadas de España. Como persona, y como cristiano, soy compasivo con la condición humana y doy por sentado que 30 años de persistente manipulación han de pesar necesariamente en mentes como la tuya, Eres de una tierra a la que quiero como propia y a la que admiro por muchas cosas, pero que está siendo arrastrada al sinsentido por unos políticos tan cortos de miras como de estatura humana. Decía Goethe que cuando la sombra de los enanos se alarga, es que se acerca el ocaso. Ojalá éste no llegue nunca, para bien de Cataluña y de España.
Muy interesante la reflexión y los comentarios, pero especialmente el del cyber-troll que deja mal a nuestra querida Cataluña escribiendo con lo poco que ha aprendido en un sistema educativo empobrecido desde que cambió la excelencia educativa por el adoctrinamiento nacionalista.
Gracias al esfuerzo de tantos millones de españoles en los décadas centrales del siglo XX se erradicó el analfabetismo de forma definitiva, ya que la II República, a pesar de la propaganda que lo consiguió, y todos los anteriores gobernantes, no se habían preocupado de este importante asunto.
Franco, lo hizo. Lamentablemente, España se desliza cuesta abajo desde su muerte, cediendo el futuro de España, sus jóvenes y niños, a los adoctrinadores que lejos de educar hombres libres, adoctrinan consumidores ideologizados y mal educados con ínfimos niveles de cultura.
Anónimo catalán, quien quiera que seas. Gracias por haber aparecido aquí. Le has dado la razón al autor de tan sensato artículo, con tu inconfundible estilo.
Saludos.
Creo que el ciudadano que hace los comentarios sobre la desmembración de España se desacredita el solo, por lo que no merece la pena extenderse en este aspecto.
Por otra parte agradecer al autor del artículo su visión sobre una Figura que tuvo como única vocación durante toda su vida la mayor grandeza de nuestra Patria con unos resultados tan manifiestos como los que estamos disfrutando todos los Españoles en la actualidad. Que por muchos años siga su herencia beneficiandonos a nosotros y a nuestros hijos.
Gracias a este artículo y a sus comentarios porque me hay ayudado a esclarecer algunas ideas sobre el desarrollo y la modernización bajo regímenes diferentes y el papel que desempeñó la hispanidad en la modernización de México. Gracias.
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